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Authors: Kim Stanley Robinson

Tiempos de Arroz y Sal (8 page)

BOOK: Tiempos de Arroz y Sal
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Así que Bold estaba contento de seguir a I-Li. Visitaban el lugar de Madre Sung, fuera de la Puerta de la Reserva del Dinero, para probar su sopa de soja blanca. Observaban a Wei Cuchillo Grande cuando cocinaba la carne de cerdo en el Puente del Gato, y a Chou Número Cinco frente al Pabellón de los Cinco Tramos, cuando preparaba sus buñuelos de miel. De regreso en la cocina, I-Li intentaría reproducir estos platos con exactitud, meneando siniestramente la cabeza mientras lo hacía. A veces se retiraba a sus aposentos para pensar, y algunas pocas veces llamaba a Bold desde arriba, para ordenarle que saliera en busca de alguna especia o ingrediente que había pensado que era necesario para preparar un plato.

Su habitación tenía una mesa junto a la cama que estaba cubierta de botellas de cosméticos, joyas, saquitos perfumados, espejos y pequeñas cajas de madera laqueada, jade, oro y plata. Regalos de Shen, aparentemente. Bold los miraba de reojo mientras ella se sentaba a pensar.

Un bote de polvo de base blanco,

la superficie todavía lisa y brillante.

Un rubor graso de un rosado intenso,

para mejillas ya agrietadas de un rojo oscuro.

Una caja de hojas de bálsamo rosa

trituradas en alumbre, para uñas teñidas,

que usaban muchas mujeres en el restaurante.

Las uñas de I-Li estaban comidas por las prisas.

Los cosméticos nunca se usaban, las joyas nunca se lucían,

nunca se miraba en los espejos. La mirada exterior.

Una vez se manchó las palmas de las manos con el tinte de bálsamo rosado; otra vez, todos los perros y gatos en la cocina. Solamente para ver qué pasaría, al menos eso pensaba Bold.

Pero ella estaba interesada en las cosas de la ciudad. La mitad de sus paseos estaban ocupados por conversaciones, por preguntas. Una vez llegó a casa preocupada:

—Bold, dicen que la gente que viene del norte va a restaurantes que sirven carne humana. «Carnero de dos patas», ¿has oído hablar de eso? ¿Nombres diferentes para ancianos, mujeres, muchachas, niños? ¿Son realmente tan monstruosos allí?

—No lo creo —dijo Bold—. Nunca conocí a ninguno.

No se quedó totalmente tranquila. A menudo veía fantasmas hambrientos en sus sueños, y de algún lado tenían que venir. Y a veces se quejaban ante ella porque les habían comido el cuerpo. Para ella tenía sentido que se agruparan alrededor de los restaurantes en busca de alguna clase de retribución. Bold asentía con la cabeza; para él también tenía sentido, aunque era difícil de creer que la ciudad de la lluvia albergara a caníbales en ejercicio habiendo tantas otras comidas.

A medida que el restaurante iba prosperando, I-Li hacía que Shen mejorara el lugar, haciendo agujeros en las paredes y colocando ventanas, llenándolos con trabajos de enrejado que sostenían papeles aceitados, que brillaban con la luz del sol, dependiendo de la hora y del clima. Abrió la fachada del restaurante hacia al paseo del lago y pavimentó el suelo de abajo con ladrillos de vidrio. Quemaba tiestos de humo de mosquito durante el verano, cuando eran ya insoportables. Construyó varios pequeños santuarios en las paredes para venerar a diferentes dioses; divinidades de lugar, espíritus de animales, demonios y fantasmas hambrientos, y atendiendo a la humilde petición de Bold, hasta uno para venerar a Tianfei la Consorte Celestial, a pesar de sus sospechas de que aquello era simplemente otro nombre para Tara, ya demasiado honrado en todos los recovecos de la casa. Si molestaba a Tara, había dicho, la culpa recaería sobre Bold.

Una vez ella regresó a casa repitiendo una historia de cierta gente que había muerto y regresado a la vida poco tiempo después, aparentemente debido a los errores de unos descuidados amanuenses celestiales, que habían escrito los nombres equivocados. Bold sonrió; los chinos imaginaban una complicada burocracia entre los muertos, igual a la que tenían para todo lo demás.

—¡Regresaron con información para sus parientes vivos, cosas que resultaron ser correctas a pesar de que las personas recién fallecidas no podrían haber sabido nada sobre esos asuntos!

—Un milagro —dijo Bold.

—Todos los días suceden milagros —le contestó I-Li.

Aquél era, hasta donde ella sabía, un universo poblado por espíritus, duendes, demonios, fantasmas; tantos seres como sabores. Nunca nadie le había explicado qué era el Bardo, y por lo tanto no entendía los cinco niveles de realidad que organizaban la existencia cósmica; Bold sentía que no estaba en la posición adecuada para enseñarle. Así que todo quedó para ella en el nivel de los fantasmas y los demonios. Los malignos podían mantenerse a distancia a través de varias prácticas que les molestaban; petardos, tambores y gongs, estas cosas los ahuyentaban. También era posible golpearlos con un palo, o quemar artemisa, una costumbre de Sechuán que I-Li solía practicar. También compraba escritos mágicos en papeles miniatura o cilindros de plata, y colocaba baldosines cuadrados de jade blanco en todas las entradas; a los demonios oscuros no les gustaba la luz que estos baldosines desprendían. Y el restaurante y la casa prosperaban, así que ella sentía que había hecho las cosas que tenía que hacer.

Siguiéndola en sus paseos varias veces a la semana, Bold aprendió mucho sobre Hangzhou. Aprendió que las mejores pieles de rinoceronte se encontraban en casa de Chien, cuando uno bajaba desde el canal de servicio hasta el pequeño lago Chingu; los mejores turbantes estaban en el Kang Número Ocho, en la calle de la Moneda Usada, o en el Yang Número Tres, bajando por el canal después de los Tres Puentes. La exposición más grande de libros estaba en los tenderetes debajo de los grandes árboles cerca de la casa de verano del Jardín del Naranjo. Las jaulas de mimbre para pájaros y grillos podían encontrarse en el callejón del Alambre de Hierro, los peines de marfil en casa de Fei, los abanicos pintados en el puente del Carbón. A I-Li le gustaba conocer aquellos lugares, aunque solamente compraba regalos para sus amigos o para su suegra. Realmente ella era una persona muy curiosa. Bold apenas podía seguirle el ritmo. Un día en la calle, contando de corrido alguna historia, ella se detuvo y lo miró atentamente, sorprendida, y dijo:

—¡Quiero saberlo todo!

Pero durante todo aquel tiempo, Kyu había estado mirando sin observar. Y una noche, durante la marea macarea de la octava luna, cuando el río Chu rugía con altas olas y había muchos visitantes en la ciudad, antes de que sonaran los bloques de madera y de que se oyeran los gritos de los meteorólogos, Bold fue despertado con un suave tirón de oreja, y luego sintió la presión firme de una mano sobre su boca.

Era Kyu. En la mano tenía una llave de la habitación.

—Robé la llave.

Bold retiró la mano que le cubría la boca.

—¿Qué haces? —le preguntó en un susurro.

—Vamos —dijo Kyu en árabe; la voz utilizada para hablarle a un camello que se resiste—. Estamos escapando.

—¿Qué? ¿Qué quieres decir?

—Dije que estamos escapando.

—¿Pero adónde iremos?

—Lejos de esta ciudad. Hacia el norte, hacia Nankín.

—¡Pero aquí estamos bien! —Vamos; nada de eso. Aquí estamos acabados. Acabo de matar a Shen.

—¿Qué?

—Shhhh. Necesitamos encender los fuegos y largarnos de aquí antes del despertar.

Aturdido, Bold se levantó rápidamente, tambaleándose y susurrando:

—¿Por qué, por qué, por qué, por qué? ¡Aquí estábamos bien, deberías haberme preguntado si yo quería participar en esto!

—Quiero escapar —dijo Kyu—, y para eso te necesito a ti. Necesito tener un amo para poder moverme.

—¿Para moverte por dónde?

Pero ahora Bold seguía a Kyu por la silenciosa casa. Él caminaba a ciegas con completa seguridad, tan bien había llegado a conocer aquel edificio, el primero en el que había vivido en su vida. Aquello le gustaba. Kyu lo condujo dentro de la cocina, sacó una rama que sobresalía del horno encendido; la habría puesto allí antes de despertar a Bold, puesto que ya estaba ardiendo.

—Vamos hacia el norte, a la capital —dijo Kyu por encima del hombro mientras guiaba a Bold—. Voy a matar al emperador.

—¡Qué!

—Más tarde lo hablamos —dijo Kyu.

Entonces, lanzó tea sobre un montón de juncos, astillas y bolas de cera que había colocado contra la pared, en un rincón. Cuando hubieron prendido fuego, corrió hacia fuera, y Bold lo siguió horrorizado. Kyu encendió otro montón de astillas junto a la casa vecina e incendió una tercera casa; durante todo aquel rato, Bold se quedó pegado a él, demasiado horrorizado para pensar claramente. Hubiese detenido al muchacho si no fuera porque Shen había sido asesinado. Las vidas de Kyu y de Bold ya estaban perdidas; incendiar el distrito era probablemente su única posibilidad; de esta manera, el cuerpo de Shen se quemaría y el asesinato nunca se descubriría. También podía asumirse que algunos esclavos se quemarían, encerrados como estaban en su habitación.

—Con un poco de suerte, se quemarán todos —dijo Kyu, haciendo eco de sus pensamientos.

Nosotros estamos tan sorprendidos como vosotros por este acontecimiento; no sabemos qué sucedió después, pero sin duda el siguiente capítulo nos lo contará.

Siguiendo el Gran Canal, nuestros peregrinos escapan de la justicia; en Nankín le piden ayuda al Eunuco de las Tres Joyas.

Corrieron hacia el norte cuesta arriba por las oscuras callejuelas paralelas al canal de servicio. Detrás de ellos ya se podía oír la alarma de incendios, la gente gritando, las campanas sonando, el fresco viento del alba soplando hacia el lago Oeste.

—¿Has cogido algo de dinero? —se le ocurrió preguntar a Bold.

—Mucho —dijo Kyu. Llevaba una bolsa llena debajo del brazo.

Era necesario llegar tan lejos como pudieran, lo más rápido posible. Con un negro como Kyu, sería difícil pasar desapercibidos. No había otra salida; él tendría que seguir siendo un joven y negro esclavo eunuco, y Bold, por lo tanto, su amo. Bold tendría que ser el que hablara en todo momento; por esa razón Kyu lo había llevado con él. Por esa razón no había matado a Bold junto con el resto de los habitantes de la casa.

—¿Y qué hay de I-Li? ¿A ella también la has matado?

—No. Su habitación tiene una ventana. Se las arreglará.

Bold no estaba tan seguro; las viudas la pasan muy mal; acabaría como Wei Cuchillo Grande, en la calle cocinando platos sobre un brasero para los transeúntes. Aunque, para ella, ésa podía ser una buena oportunidad.

Allí donde había muchos esclavos, era normal que hubiera algunos negros. A menudo las barcas del canal eran conducidas por esclavos; hacían girar los cabrestantes o tiraban directamente de las maromas, como si fueran mulas o camellos. Quizá ambos podrían hacerse pasar por barqueros; el mismo Bold podía simular que era un esclavo. Pero no; para dar verosimilitud a su existencia de esclavos necesitaban un amo. Si lograban deslizarse hasta el extremo de una maroma... ¡No podía creer que estuviera pensando en unirse a una línea de maroma del canal, cuando había estado atendiendo mesas en un restaurante! Aquel pensamiento despertó tanta rabia contra Kyu, que soltó un bufido.

Y ahora Kyu lo necesitaba. Si Bold abandonaba al muchacho tendría más posibilidades de desvanecerse en la oscuridad, entre los muchos comerciantes y monjes budistas y mendigos de las calles de China; ni siquiera su famosa burocracia de yamens locales y oficiales de distrito podía seguirles la pista a todos los pobres que se escurrían por las colinas y las zonas ocultas del país. Mientras que con un muchacho negro parecía el payaso de una fiesta con su mono.

Pero en realidad no, él no iba a abandonar a Kyu, así que simplemente bufó. Siguieron corriendo hacia las afueras de la ciudad, Kyu dando tirones de vez en cuando a la mano de Bold y diciéndole en árabe que se diera prisa.

—Sabes que en realidad esto es lo que querías, eres un gran guerrero mongol, según me has dicho, un bárbaro de las estepas, temido por todos, simplemente estabas fingiendo que no te importaba ser el esclavo de cocina de alguien; sabes cómo hacer para no pensar en las cosas, para no ver las cosas, pero es todo una actuación, por supuesto que siempre supiste, sólo que finges no saber, todo el tiempo querías escapar.

Bold se asombró al pensar que alguien pudiera entenderlo tan equivocadamente.

Las afueras de Hangzhou eran mucho más verdes que el viejo barrio central, la parcela de cada casa estaba delimitada por árboles, incluso por pequeños huertos de moras. Detrás de ellos, las campanas de alarma de incendios estaban despertando a toda la ciudad, el día comenzaba preso del pánico. Desde una pequeña loma pudieron mirar hacia atrás entre las casas y ver el paseo del lago en llamas; el barrio entero parecía haberse incendiado tan rápido como las pequeñas bolas de cera y las astillas de Kyu, avivado por un fuerte viento del oeste. Bold se preguntó si Kyu había esperado la llegada de una noche de mucho viento para entrar en acción. La idea lo hizo estremecerse. Sabía que el muchacho era inteligente, pero nunca había sospechado de la existencia de aquella crueldad, a pesar de esa mirada de preta que a veces solía tener, la cual le recordaba mucho a Temur: cierta intensidad de foco, cierto aspecto totémico, el nafs de su raptor mirando sin duda hacia afuera. Cada persona era su nafs en algún sentido crucial, y Bold ya había llegado la conclusión de que el de Kyu era un halcón, encapuchado y atado. El de Temur había sido un águila que volaba en lo alto, preparada para lanzarse sobre el mundo.

Así que había visto alguna señal, algo se le había ocurrido. Y también estaba ese aspecto cerrado de Kyu, la sensación de que, desde el momento de su castración, sus verdaderos pensamientos estaban muchas habitaciones más allá. Por supuesto que aquello tendría sus consecuencias. El muchacho original se había ido, y había dejado al nafs para que se entendiera con una nueva persona.

Se apresuraron al atravesar la subprefectura más septentrional de Hangzhou, y salieron de la ciudad por el portal de la última muralla de la ciudad. El camino se alzaba hasta meterse entre las colinas de Su Tung-po; desde allí pudieron ver una vez más el barrio junto al lago, las llamas ya menos visibles al alba, más un asunto de nubes de humo negro, sin duda lanzando chispas hacia el este para esparcir el fuego.

—¡Este incendio matará a mucha gente! —exclamó Bold.

—Son chinos —dijo Kyu—. Aquí sobra gente para ocupar su lugar.

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