Tu rostro mañana 2-Baile y sueño (11 page)

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Authors: Javier Marías

Tags: #Intriga, Relato

BOOK: Tu rostro mañana 2-Baile y sueño
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Yo estaba cada vez más preocupado, con De la Garza suelto a la caza verbal de Flavia (confiaba en que a la táctil o digital no se atreviese), o por Flavia sin escudo alguno contra los dardos que podía escupirle aquel gran bruto ordinario, a la vez que amanerado: de momento ella reía (buena o mala señal según el ojo que viese), yo procuraba no perderlos de vista más allá de unos segundos, cuándo debía atender y mirar por fuerza a mis compañeros de mesa. Tupra no se había equivocado al impedirme que los abandonara en seguida, porque en efecto se precisó mi concurso de nuevo, ahora a instancias de Manoia para que lo ayudara en inglés con algunas palabras o frases, recuerdo que me preguntó por
'invaghirsi',
por
'sfregio',
por
'bazza',
con esas tres me vi en apuros. La primera la desconocía, así que, tras ganar tiempo fingiendo asegurarme de que no había dicho
'invanirsi',
la traduje intuitivamente de dos maneras distintas, como
'to inebríate' y 'to swoon' o 'faint',
esto es, como 'embriagarse' y 'desmayarse' o 'desvanecerse' (alguna culpa tendría la proximidad fonética de nuestro 'vahído'), que, si no desde luego sinónimas, sí podían ser consecutivas, o en ese orden no excluirse. No creí en todo caso que mi infidelidad fuera importante ni diera pie a equívocos graves, a aquel señor le gustaba rebuscar vocablos, me di cuenta (hasta regionales), o quizá quería someterme a prueba con el fin de perjudicarme. La segunda también la ignoraba, un desastre, y además no me fue fácil asociarla con nada; Manoia se impacientó ante mis vacilaciones, me apremió con malos modos (
'Uno sfregio! Sfregio, dai! Uno sfregio!')
al tiempo que se pasaba por la mejilla la uña de un pulgar de arriba abajo; pero como no me pegaba que significara 'cicatriz' tal palabra, al existir
cicatrice
en italiano, opté insensatamente por algo intermedio entre el sonido y el gesto, es decir por la española 'estrago', que en inglés convertí en
'damage, havoc’.
Más adelante, cuando consulté un diccionario, me pregunté si aquel
sfregio
concreto había amenazado Manoia con trazárselo en el rostro a algún prójimo mañana, y entonces mi traducción no habría sido del todo disparatada, o si formaba parte de la descripción de algún mañoso o monseñor, por ejemplo, y en ese caso me habría lucido, dado que el término se correspondía con 'costurón' o 'chirlo', más o menos. En cuanto al tercero, me puso en el mayor aprieto de todos, precisamente por conocerlo con dos sentidos dispares, lo había leído u oído durante una estancia ya lejana, en la Toscana, y mi buena memoria lo guardaba. Me quedé una vez más dudando, parado, porque una de sus acepciones era la de 'barbilla alargada' o 'mentón saliente', justo lo que Manoia no podía disimular en su cara y lo que seguramente habría hecho de él en su tierra un
bazzone
desde la infancia —un barbillón, cómo decirlo, un barbilludo—: ese aumentativo de chifla yo lo había oído a su vez en alguna película vieja de Alberto Sordi (al que desde luego recordaba en un papel de
dentone),
o del gran Totò más probablemente, ya que a este extraordinario cómico, bien mirado, jamás debió de ganarle a
bazzone
nadie. El otro significado, relacionado etimológicamente con nuestra 'baza' de los juegos de naipes, era el de 'golpe de suerte' y también el de 'ganga'. Como yo no estaba por la conversación y ésta era además poco audible en conjunto, cuando Manoia me interpeló
('Come si dice, bazza?',
o fue más bien
'Gome si disce?,
el sonido
ch
lo convertía en
sh
aquel acento suyo irrenunciable), no tenía la menor idea del asunto de que trataban: ignoraba si él seguía describiendo a algún sicario o prelado —grato de ver quien fuese, bella figura con costurones en las mejillas y mandíbula elefantiásica—, o si invocaba a la fortuna para sus proyectos comunes, o si sólo convencía a Reresby de que el precio de su servicio o su pacto constituía una verdadera ganga. Si su
'bazza'
se refería a esto último y yo lo traducía discretamente como 'mentón agudo', aun así corría el riesgo de que Manoia creyera que aludía sin venir a cuento a su más llamativo rasgo en son de escarnio, y ya desde el primer instante había notado que el tamaño de su quijada no habría sido algo ajeno a la configuración de su carácter, suspicaz como mínimo y vengativo no como máximo, pues aún se le adivinaban peores potencialidades. Si la cosa era a la inversa, mi traducción carecería de todo sentido pero no lo ofendería, a menos que atribuyera mi evitación de la palabra correcta a la presencia sobre la mesa de aquella barbilla suya que al fin y al cabo no llegaba nunca a prognática, ni aun bajo las luces de colores cambiantes que allí se la distorsionaban y lo asemejaban un poco a Fagin, el personaje de Dickens. Quizá me excedía en mis miramientos, dudé demasiado, y eso lo llevó a impacientarse de nuevo y en mayor medida:


Ma gosa suscede, eh. Non gabisci bene l'idaliano?
—Me había tuteado desde el principio sin plantearse otra posibilidad, y me había llamado Jack por las buenas, siguiendo el uso de Tupra como si tuviera conmigo la misma confianza que él, o se la hubiera heredado instantáneamente (prerrogativas de los iguales, o de los que ordenan). Ahora su tono fue de represalia implícita, quiero decir que sonó a exigencia de las que no se incumplen sin escarmiento—.
Bazza, bazza, gome si disce in inglese bazza, eh? Non lo sai?

Así que sin más demora me decidí por
'bargain',
dentro de todo me parecía más propio que se hablara de costes en una charla de política o de finanzas, o de prebendas o aun de indulgencias.


A bargain
—dije. Y por si acaso añadí lo de la suerte—:
Or a stroke ofluck.

Pero no me gustó nada la segunda irritación de aquel hombre. No es que me sintiera agraviado ni maltratado. O sí, pero eso daba lo mismo, yo no era lo que era
(‘I am not what I am',
citaba para mis adentros a veces; 'no del todo', me decía, 'no exactamente') cuando salía por ahí con Reresby o con Ure o Dundas, ni siquiera cuando era a Tupra a quien acompañaba, solo o con los demás; en cierto sentido interpretaba un papel de subalterno o subordinado —lo que en el fondo era, circunstancialmente, mientras no me desligara de mis actividades a sueldo y conservara mi innombrado puesto— o de escolta y acólito —lo que no era nunca en modo alguno—, y así no acusaba como desaires propios los que aquel personaje mío pudiera sufrir en ocasiones, porque los recibía —cómo expresarlo— en nombre del grupo entero y como mera parte de él, la más advenediza y tardía e insignificante; y el grupo entero me parecía a su vez ficticio, o dedicado a las ficciones, tal vez eso sea más exacto. Y que casi todo discurriera en idioma ajeno acentuaba el carácter impostado, irreal, fingido, de los dichos y de los hechos: en otra lengua es inevitable tener la vaga sensación de estar siempre actuando o aun de estar traduciendo (no importa cuan bien se conozca), como si las palabras que uno pronuncia y oye pertenecieran a algún ausente, todas a un solo autor que las inventara y dictara y las tuviera ya repartidas, y entonces nada de lo que se le dice a uno acaba de hacerle mella. Cuánto más difícil resulta, en cambio, soportar los reproches y las humillaciones y ofensas que nos llegan en la nuestra de siempre, son más reales. (Quizá son esos agravios los únicos en verdad reales, y por eso los de Pérez Nuix posibles convenía abortarlos; impedir que nacieran, y que me escocieran, y que yo pudiera guardarlos. Como los de Luisa que aún resonaban, tal vez porque ya casi nada los disipaba ni los cubría, y ella estaba cada vez más taciturna conmigo, cuando nos llamábamos.)

Aquella noche terminaría, eso además, y era lo más probable que no volviera a ver nunca a Manoia, así que no me costaba nada que mi yo de aquella velada o de cualquier otra al servicio de Tupra —digamos Jack en efecto— quedara en mal lugar momentáneo, y seguramente vicario. Mi yo de antes y de después no era Jack, sino Jacques o Jacobo o Jaime; éste era más estricto y soberbio y también más justiciero, mientras que para aquél era irremediable ver todos los acontecimientos a que asistía o en que tomaba parte un poco en vano o en falso, como si a Jacques no le atañeran o no le pasaran, y estuviera a resguardo de ellos. Si no me gustó en absoluto la reacción de Manoia fue porque me alarmó lo bastante para sentirme concernido de pronto, en tanto que Jack al menos,
chevalier servant
negligente o incluso ya fracasado. Vi claro que sus malos modos tenían que deberse a otra causa que a mi lentitud o a mis titubeos (o a mi incompetencia, si no había acertado con la fortuna y la ganga). Estaban relacionados sin duda con la señora Manoia, y en aquel mismo instante volví la vista de nuevo hacia la mesa de los españoles, tras haberla apartado no más de veinte segundos, y De la Garza y Flavia ya no estaban.

Miré alrededor con nerviosismo, se me había escapado el momento en que se habían levantado, allí seguían todos los otros, incluidos el escritor coplero (ahora más ajetreado en sus palmas, parecía directamente un lolailo) y la deslucida heredera (invariable su expresión de víctima de pestíferos efluvios letárgicos), luego no se había producido un desplazamiento del grupo, ni siquiera de unos cuantos, hacia zonas más divertidas, se habían ausentado tan sólo mi señora y el agregado. La discoteca era grande, y en mi campo visual no cabía más que una mediana parte, podían haberse acercado a alguna de las muchas barras, o haberse ido a bailar a la pista más frenética y alejada; pero también podían haberse hecho sombras en un recoveco oscuro o —me negaba a imaginarlo— haber abandonado el local juntos, con sobrenatural urgencia y sin despedirse. 'No, eso no es posible', pensé aún no asustado en serio; 'Tupra dijo que ella sólo quería cumplidos y galanterías, y que no daría un paso envenenado por dispuesta que pareciese a recorrer de ese modo una senda entera, y él no suele equivocarse. Esta noche, no obstante, es cierto, la señora ha bebido moderadamente unas cuantas veces, y lo que lleve De la Garza en líquido es mejor no calcularlo. Y no hay quien no dé pasos de esos algún día de su existencia, en compañía de un idiota o de un criminal o un adefesio, nadie fuera de peligro. Pero Rafita. Con su redecilla. Con su enorme chaqueta clara. Con su aro de cantante cubana o de bailarina puertorriqueña. Como si fuera Rita Moreno en
West Side Story.
Con su fallido aire negroide. Tanto envenenamiento equivaldría a un suicidio, y nadie desaprovecha el suyo torpedeándolo con tan mal gusto.' La aprensión, sin embargo, me creció tal recordar haber visto en mi vida inefables emparejamientos, así como haber sido informado fidedignamente de aberrantes coyundas coyunturales (
'one night stands',
en inglés las llaman, un término teatral en origen, vendría a ser 'funciones únicas', denota un poco de narcisismo y otro poco de exhibicionismo, según mi criterio).

Notaron mi desazón en seguida, tanto Reresby como Manoia. Este miró rápidamente hacia el vacío dejado por la pareja desaparecida, no se inmutó ni se tocó las gafas, pero yo lo sentí entenebrecerse de golpe, alzó las manos como acostumbraba, en aquella suspensión incómoda de reminiscencias piadosas escenificadas, una sobre otra en el aire sin apoyar los codos ni los antebrazos; las encontré amenazadoras, huesudas, rígidas —sus dedos eran amarillentas teclas de piano—, como si hicieran acopio de fuerza o quizá de calma; como si se prepararan, o se contuvieran, o mutuamente se sujetaran. En Tupra, en cambio, nunca se advertían religiosidad o piedad, ni siquiera como vestigio en un ademán o una postura inconscientes, ni siquiera en la forma cruel que con frecuencia adopta la primera. No había en él escenificaciones, ni disimulo apenas, jamás se trataba de eso: si resultaba a menudo opaco e indescifrable, no era por sus fingimientos inexistentes, sino porque uno no acababa nunca de conocer sus códigos. (Confiaba en que a él le ocurriera otro tanto conmigo, o no mucho menos: más me valía.) Tupra aguantaba demasiado bien el silencio, el suyo, el que dependía sólo de él, el voluntario, y quien calla queriendo hace estragos en los impacientes y en los locuaces, y en sus adversarios. Por eso lo que más me preocupó de todo fue que ahora hablara sin esperar y que disimulara un poco, al hacerlo (poco y mal, y un solo instante). Se metió un pulgar vuelto hacia atrás en el bolsillo pectoral exterior del chaleco, para aparentar desenfado: aunque no era un gesto a él ajeno y se parecía a otro de Wheeler, quizá lo había imitado de éste, en realidad lo más habitual era en ambos que se lo llevaran bajo la axila, como si el pulgar fuera una fusta, y que apoyaran sobre él todo el peso del tórax, o esa impresión diera. Y entonces, de medio lado, me dijo en un murmullo veloz (y para mí estaba claro que si me habló de este modo, con celeridad y entre dientes, fue para escamotearle las frases a su invitado):

—Mira antes de nada si están en los lavabos, Jack, el de damas o el de caballeros, mira en ambos, te lo ruego. Y también en el de los tullidos, suele ser el más vacío. Encuéntrala, haz el favor, y tráetela aquí de vuelta. —Empleó aquellas fórmulas de cortesía que en él yo ya sabía temibles, un mal presagio, solían ser el preludio de algún cabreo o disgusto si uno no rectificaba o cumplía. Constituían una de sus escasas señales interpretables, para mí lo eran al menos—. No te entretengas ni esperes. Tráetela. —Creo que fue eso lo que dijo en inglés, ‘
Don 't linger or delay’
o tal vez no y fue otra cosa, tal vez
'laiter' o 'dally’
es improbable. De lo que estoy seguro es de que no salió de sus labios la expresión 'Date prisa'. Él tenía tanta conciencia de lo fácil y de lo dificultoso en las lenguas como yo pueda tenerla, y esas eran palabras demasiado reconocibles, 'Date prisa'. Él sabía que Manoia podría haberlas entendido siempre, aun masculladas y en medio del ruido, o con la boca oculta y negra.

Oh sí, uno no es nunca lo que es —no del todo, no exactamente— cuando está solo y vive en el extranjero y habla sin cesar una lengua que no es la propia o la del principio. Por mucho que se prolongue el tiempo de ausencia, y su término no se vislumbre porque no fue fijado desde el comienzo o se ha diluido y no está ya previsto, y además no haya razones para pensar que algún día pueda haber o divisarse ese término y el consiguiente regreso (el regreso al antes que no habrá esperado), y así la palabra 'ausencia' pierda sentido y arraigo y fuerza cada hora que pasa y que se pasa lejos —y entonces también los pierde esta misma otra palabra, 'lejos'—, ese tiempo de nuestra ausencia se nos va acumulando como un extraño paréntesis que en el fondo no cuenta ni nos alberga más que como conmutables fantasmas sin huella, y del que por tanto tampoco hemos de rendir cuentas a nadie, ni siquiera a nosotros mismos (o al menos no detalladas, nunca completas). Uno se siente hasta cierto punto irresponsable de lo que haga o presencie, como si todo perteneciera a una existencia provisional, paralela, ajena o prestada, ficticia o casi soñada —o quizá es teórica como mi vida entera, según el informe sin firma del viejo fichero que me concernía—; como si todo pudiera ser relegado a la esfera de lo imaginado tan sólo y jamás ocurrido, y desde luego de lo involuntario; todo echado a la bolsa de las figuraciones y de las sospechas e hipótesis, y aun a la de los meros y desatinados sueños, acerca de los cuales ha habido un insólito y casi permanente y universal consenso a lo largo de todos los siglos de que hay memoria, conjeturada o histórica, fabulada o cierta: no dependen de la intención del que sueña, y éste nunca es culpable de su contenido.

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