Ulises (19 page)

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Authors: James Joyce

Tags: #Narrativa, #Clásico

BOOK: Ulises
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Después que él me despertó anoche el mismo sueño, ¿o no? Espera. Portal abierto. Calle de prostitutas. Recuerda. Harún al-Raschid. Lo estoy casi casi. Aquel hombre me guiaba, hablaba. Yo no tenía miedo. El melón que tenía, me lo acercó a la cara. Sonreía: olor de fruta cremosa. Esa era la regla, decía. Adentro. Venga. Alfombra roja extendida. Ya verá quién.

Con las bolsas al hombro, avanzaban fatigosamente, los rojos egipcios. Los pies lívidos de él, saliendo de unos pantalones remangados, azotaban la arena pegajosa; una bufanda ladrillo oscuro estrangulando su cuello sin afeitar. Ella, con mujeriles pasos, le seguía: el gachó y su gachí. El botín colgado a la espalda de ella. Arena suelta y trozos de conchas formaban costra en sus pies descalzos. El pelo le flotaba al aire, tras la cara, áspera del viento. Detrás de su señor, compañera ayudante, tira allá, a la gran urbe. Cuando la noche esconde los defectos de su cuerpo, llama bajo su chal pardo, desde un soportal ensuciado por los perros. Su hombre está invitando a dos del Royal Dublin en O’Loughlin de Blackpitts. Besuquéala, cómetela, en la jerga pringosa del pícaro, por, Oh, mi chupadora tía cachonda. Una blancura de diabla bajo sus andrajos rancios. El callejón de Fumbally aquella noche: los olores de la tenería.

Blancas tus patas, roja tu jeta,
y tus magras son bien duras.
Ven al catre ahora conmigo.
Agárrate y besa a oscuras.

Delectación morosa llama a eso Panzo Tomás de Aquino,
frate porcospino
. Adán antes de la caída montaba y no se ponía cachondo. Déjale que brame:
tus magras son bien duras
. Lenguaje ni pizca peor que el suyo. Palabras de monje, cuentas de rosario charloteando sobre sus cinturones: palabras de pícaro, duras pepitas se entrechocan en sus bolsillos.

Pasan ahora.

Una mirada de reojo a mi sombrero de Hamlet. ¿Y si de repente estuviera desnudo, aquí mismo donde estoy sentado? No lo estoy. A través de las arenas de todo el mundo, seguida por la espada flamígera del sol, hacia occidente, marchando hacia tierras de poniente. Camina penosamente, schleppea, arrastra, remolca, trascina su carga. Una marea occidentalizante, tirada por la luna, sigue su estela. Mareas, de miríadas de islas, dentro de ella, sangre no mía,
oinopa ponton
, un mar vinoso oscuro. He aquí la esclava de la luna. En sueño, el signo húmedo marca su hora, la manda levantarse. Cama de esposa, cama de parto, cama de muerte, con velas espectrales.
Omnis caro ad te veniet
. Viene él, pálido vampiro, a través de la tempestad sus ojos, sus alas de murciélago ensanguinolando el mar, boca al beso de la boca de ella.

Ea. Clávale un alfiler, ¿quieres? Mis tabletas. Boca para el beso de ella. No. Debe haber dos. Pégalos para el beso de la boca de ella.

Sus labios labiaron y boquearon labios de aire sin carne: boca para el vientre de ella. Entre, omnienventrador antro. Su boca molde moldeó aliento que salía, inverbalizado: uuiijáh: rugido de planetas cataráticos, globados, incandescentes, rugiendo allávaallávaallávaallávaallávaallá. Papel. Los billetes, malditos sean. La carta del viejo Deasy. Aquí. Agradeciendo su hospitalidad arrancar el final en blanco. Volviendo la espalda al sol se inclinó sobre una mesa de roca y garrapateó palabras. Es la segunda vez que me he olvidado de llevarme papelitos de notas del mostrador de la biblioteca.

Su sombra se extendía sobre las rocas mientras él seguía inclinado, terminando. ¿Por qué no sin fin hasta la más remota estrella? Oscuramente están ahí detrás de esta luz, oscuridad brillando en la claridad, Delta de Casiopea, mundos. Yo, aquí sentado, con la vara augural de fresno, con sandalias prestadas, de día junto a un mar lívido, inobservado, en la noche violeta caminando bajo un reino de insólitas estrellas. Arrojo de mí esta sombra finita, inelectable forma de hombre, la llamo para que vuelva a mí. Sin fin, ¿sería mía, forma de mi forma? ¿Quién me observa aquí? ¿Quién, jamás, en algún sitio, leerá estas palabras escritas? Signos en campo blanco. En algún sitio a alguien, con tu más aflautada voz. El buen obispo de Cloyne sacó el velo del templo de dentro de su sombrero de teja: velo de espacio con emblemas coloreados tachonando su campo. Aguanta bien. Coloreados en un plano: sí, está bien. Plano lo veo, luego pienso la distancia, cerca, lejos, plano lo veo, oriente, atrás. ¡Ah, ya lo veo! Se echa atrás de repente, congelado en el estereoscopio. Chac, y ya está el truco. Encuentras oscuras mis palabras. La oscuridad está en nuestras almas, ¿no crees? Más aflautada. Nuestras almas, heridas de vergüenza por nuestros pecados, se nos aferran aún más, una mujer aferrándose a su amante, más cuanto más.

Ella se fía de mí, su mano suave, los ojos de largas pestañas. Ahora ¿a dónde demonios la estoy llevando más allá del velo? A la ineluctable modalidad de la ineluctable visualidad. Ella, ella, ella. ¿Cuál ella? La virgen en el escaparate de Hodges Figgis el lunes buscando uno de los libros alfabéticos que ibas a escribir. Ojeada penetrante le lanzaste. La muñeca a través del lazo bordado de su sombrilla. Vive en Leeson Park, con un dolor y cachivaches, dama literaria. Habla de eso con alguna otra, Stevie: una mujer fácil. Apuesto a que lleva esos malditos corsé ligas y medias amarillas, zurcidas con lana desigual. Háblale de tartas de manzanas,
piuttosto
. ¿Dónde tienes la cabeza?

Tócame. Ojos suaves. Mano suave suave suave. Estoy muy solo aquí. Ah, tócame pronto, ahora. ¿Cuál es esa palabra que saben todos los hombres? Estoy quieto aquí solo. Triste también. Toca, tócame.

Se echó atrás, tendido del todo sobre las rocas puntiagudas, metiéndose de mala manera en un bolsillo el apunte garrapateado y el lápiz, con el sombrero inclinado sobre los ojos. Es el movimiento de Kevin Egan el que he hecho, dando cabezadas al echar la siesta, sueño sabático.
Et vidit Deus. Et erant valde bona
. ¡Hola!
Bonjour
. Bienvenido como las flores en mayo. Bajo el ala del sombrero observó el sol sureante a través de pestañas trémulas a lo pavo real. Estoy cogido en esta ardiente escena. La hora de Pan, el mediodía faunesco. Entre plantas serpientes cargadas de goma, frutos rezumando leche, donde las hojas se abren anchamente sobre las aguas flavas. El dolor está lejos.

No te arrincones más a cavilar.

Su mirada caviló sobre sus botas de ancha puntera, desechos de un becerro,
nebeneinander
. Contó los pliegues de cuero arrugado donde el pie de otro había tenido tibio nido.
El pie que golpeó el suelo en orgía, ese pie yo desamo
. Pero te encantó cuando te pudiste poner el zapato de Esther Osvalt: chica que conocí en París.
Tiens, quel petit pied!
Amigo de veras, alma hermana: el amor de Wilde, que no se atreve a decir su nombre. Él me dejará ahora. ¿Y la culpa? Yo soy así. Todo o nada.

Desde el lago Cock, el agua fluía de lleno, en largas lazadas, cubriendo verdidoradas lagunas de arena, subiendo, fluyendo. Mi bastón de fresno se lo llevará la corriente. Tengo que esperar. No, pasarán allá, pasarán rozando las rocas bajas, remolineando, pasando. Mejor acabar pronto este asunto. Escucha: un habla de olas en cuatro palabras: siisuu, jrss, rssiiess, uuus. Aliento vehemente de aguas entre serpientes de mar, caballos encabritados, rocas. En copas de rocas se empoza: plof, chop, chlap: embridado en barriles. Y, agotado, cesa su habla. Fluye cayendo pesadamente, fluyendo anchamente, flotante remolino de espuma, desplegada flor.

Bajo la marea hinchada vio las algas retorcidas elevarse lánguidamente y balancear brazos reluctantes, subiéndose las enaguas, en agua susurrante meciendo y volviendo a lo alto esquivas frondas de plata. Día tras día: noche tras noche: elevadas, sumergidas y dejadas caer. Señor, están fatigadas: y, en respuesta al susurro, suspiran. San Ambrosio lo oyó, suspiro de hojas y olas, esperando, aguardando la plenitud de sus tiempos,
diebus ac noctibus iniurias patiens ingemiscit
. Reunidas para ningún fin: vanamente soltadas luego, fluyendo allá, volviéndose atrás: telar de la luna. Fatigadas también a la vista de amantes, hombres lascivos, una mujer desnuda resplandeciendo en su reino, ella atrae hacia sí una redada de aguas.

Cinco brazas allá.
A cinco brazas de fondo yace tu padre
. A la una dijo. Hallado ahogado. Marea alta en la barra de Dublín. Empujando por delante un suelto aluvión de broza, bancos de peces en abanico, conchas tontas. Un cadáver subiendo blanco de sal, meciéndose hacia tierra, paso a paso una marsopa hacia tierra. Ahí está. Échale el anzuelo pronto.
Aunque hundido en el suelo de las olas
. Ya le tenemos. Despacio ahora.

Bolsa de gas cadavérico macerándose en sucia salmuera. Un temblor de pececillos, gordos de esponjosa golosina, sale como un relámpago por los intersticios de su bragueta abotonada. Dios se hace hombre se hace pez se hace lapa ganso se hace montaña de edredón. Alientos muertos respiro yo viviente, piso polvo muerto, devoro un urinoso excremento de todos los muertos. Izado rígido sobre la borda alienta hacia arriba el hedor de su tumba verde, con el leproso agujero de la nariz roncando hacia el sol.

Un cambio marino éste, ojos pardos azulsalado. Muertemarina, la más suave de todas las muertes conocidas del hombre. Viejo Padre Océano.
Prix de Paris
: cuidado con las imitaciones. Simplemente póngalo a prueba. Nos hemos divertido enormemente.

Ven. Tengo sed. Se está nublando. No hay nubes negras en ninguna parte, ¿verdad? Tormenta. Cae todo él luz, orgulloso rayo del intelecto.
Lucifer, dico, qui nescit occasum
. No. Mi sombrero con venera y mi bordón y sus mis sandalias. ¿A dónde? A tierras de poniente. El poniente se encontrará a sí mismo.

Tomó el puño de su fresno, esbozando suavemente unas fintas, demorándose todavía. Sí, el poniente se encontrará a sí mismo en mí, sin mí. Todos los días llegan a su fin. Por cierto, el siguiente, ¿cuándo es? El martes será el día más largo. De todo el alegre año nuevo, madre, tralará lará. Lawn Tennyson, caballero poeta.
Già
. Para la vieja bruja de dientes amarillos. Y Monsieur Drumont, caballero periodista.
Già
. Mis dientes están muy mal. ¿Por qué, digo yo? Toca. Ése se pierde también. Conchas. ¿Debería ir a un dentista, quizá, con este dinero? Este. El desdentado Kinch, el superhombre. ¿Por qué es eso, me pregunto, o quizá significa algo?

Mi pañuelo. Él lo tiró. Me acuerdo. ¿No lo recogí?

Su mano hurgó vanamente en los bolsillos. No, no lo recogí. Mejor comprar uno.

Dejó el moco seco sacado de la nariz en el filo de una roca, cuidadosamente. Por lo demás, que mire quien quiera.

Detrás. Quizá hay alguien.

Volvió la cara por sobre un hombro, retrorregardante. Moviéndose a través del aire, altas vergas de un barco de tres palos, las velas recogidas en las crucetas, en arribada, a contracorriente, moviéndose silenciosamente, barco silencioso.

2
[4]

El señor Leopold Bloom comía con deleite los órganos interiores de bestias y aves. Le gustaba la sopa espesa de menudillos, las mollejas, de sabor a nuez, el corazón relleno asado, las tajadas de hígado rebozadas con migas de corteza, las huevas de bacalao fritas. Sobre todo, le gustaban los riñones de cordero a la parrilla, que daban a su paladar un sutil sabor de orina levemente olorosa.

En riñones pensaba mientras andaba por la cocina suavemente, preparándole a ella las cosas del desayuno en la bandeja abollada. La luz y el aire en la cocina eran gélidos, pero fuera, por todas partes, hacía una suave mañana de verano. Un poco de vacío en el estómago le daba.

Los carbones se enrojecían.

Otra rebanada de pan con mantequilla: tres, cuatro: está bien. A ella no le gustaba llenarse el plato. Está bien. Dejó a un lado la bandeja, levantó el cacharro del agua de la parte de atrás del fogón y lo puso de medio lado al fuego. Allí se quedó asentado, opaco y rechoncho, con el pico saliendo para arriba. Taza de té pronto. Muy bien. Boca seca.

La gata andaba rígidamente dando la vuelta a una pata de la mesa, cola en alto.

—¡Mkñau!

—Ah, estás ahí —dijo el señor Bloom, apartándose del fuego.

La gata maulló en respuesta y anduvo de nuevo rigidamente alrededor de una pata de la mesa, maullando. Igual que como anda por mi mesa de escribir. Prr. Ráscame la cabeza. Prr.

El señor Bloom observó con benévola curiosidad la flexible forma negra. Limpia de ver: el brillo de su lustrosa piel, el lunar blanco bajo la punta de la cola, la ojos verdes destellantes. Se inclinó hacia ella, con las manos en las rodillas.

—Leche para la michina —dijo.

—¡Mrkñau! —gritó la gata.

Les llaman estúpidos. Ellos entienden lo que decimos mejor de lo que nosotros les entendemos a ellos. Ésta entiende todo lo que quiere. Vengativa también. Cruel. Su naturaleza. Curioso que los ratones nunca chillen. Parece que les gusta. No sé qué le pareceré a ella. ¿Altura de una torre? No, puede saltar por encima de mí.

—Miedo de las gallinas, es lo que tiene —dijo, burlón—. Miedo de las pitas-pitas. Nunca he visto una michina tan estúpida como esta michina.

Cruel. Su naturaleza. Curioso que los ratones nunca chillen. Parece que les gusta.

—¡Mrkrñau! —dijo la gata, fuerte.

Miró a lo alto, cerrando de vergüenza en un guiño sus ojos ávidos, maullando largo y quejumbroso, enseñándole los dientes blancoleche. Él observó las oscuras estrías de las pupilas estrechándose de avidez hasta que los ojos fueron unas piedras verdes. Entonces se acercó al aparador, tomó el jarro que el lechero de Hanlon acababa de llenarle, y echó leche de tibias burbujas en un platillo, que dejó despacio en el suelo.

—¡Gurrjr! —gritó la gata, corriendo a lamer.

Él observó cómo le brillaban los bigotes como cables en la débil luz, al inclinarse tres veces a lamer con ligereza. No sé si será verdad que si se los cortan ya no pueden cazar ratones. ¿Por qué? Brillan en la oscuridad, quizá, las puntas. O una especie de tentáculos en la oscuridad, quizá.

La escuchó lam-lamer. Huevos con jamón, no. No hay huevos buenos con esta sequía. Necesitan agua dulce pura. Jueves: tampoco buen día para un riñón de cordero en Buckley. Frito en mantequilla, un poquito de pimienta. Mejor un riñón de cerdo en Dlugacz. Mientras hierve el agua. La gata lamía más despacio, dejando luego limpio el platillo con la lengua. ¿Por qué tienen la lengua tan áspera? Para lamer mejor, toda agujeros porosos. ¿Nada que pueda comer ésta? Echó una ojeada alrededor. No. Con suave crujir de las botas subió la escalera hasta la entrada, y se detuvo junto a la puerta de la alcoba. A ella le podría gustar algo sabroso. Rebanadas finas con mantequilla, eso le gusta por la mañana. Sin embargo, quizá, por una vez.

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