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Authors: James Joyce

Tags: #Narrativa, #Clásico

Ulises (81 page)

BOOK: Ulises
7.95Mb size Format: txt, pdf, ePub
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BLOOM:
(apresuradamente)
No me llame tan alto por mi nombre. ¿Qué se imagina usted de mí? No me descubra. Las paredes oyen. ¿Cómo está usted? Hace siglos que no. Tiene usted muy buen aspecto. De veras. Hace un tiempo muy razonable para esta época del año. El negro refracta el calor. Un atajo a casa por aquí. Un barrio interesante. Rehabilitación de la mujer caída, Asilo Magdalen. Yo soy el secretario…

SEÑORA BREEN:
(levantando un dedo)
¡No me venga ahora con cuentos! Conozco a alguien a quien no le gustará esto. ¡Ah, espere a que vea yo a Molly!
(Maliciosamente.)
Déme explicaciones en persona ahora mismo o si no, ¡ay de usted!

BLOOM:
(mira atrás)
Dijo muchas veces que a ella le gustaría visitarlos. Los barrios de mala fama. Lo exótico, ya comprende. Criados negros de librea también si tuviera dinero. Othello, negro brutal. Eugene Stratton. Hasta el que toca las castañuelas y el compadre de los cantantes negros Livermore. Los hermanos Bohee. El deshollinador, si a eso vamos.

(Tom y Sam Bohee, cantantes de color con trajes de tela de marinero blanca, calcetines escarlata, cuellos altos a lo Sambo muy almidonadas y grandes ásteres escarlata en el ojal. Los dos llevan banjos colgando. Sus manos negroides, más pálidas, rasguean las tintineantes cuerdas. Haciendo brillar blancos ojos cafres y colmillos, se lanzan a zapatear una jiga con torpes zuecos, rasgueando, cantando, espalda con espalda, punta y talón, talón y punta, con negroides labios gruesograsochasqueantes.)

TOM Y SAM:

Hay alguno en casa con Dina,
hay alguno en casa, lo sé,
hay alguno en casa con Dina
tocándole el banjo, olé.

(Se arrancan las máscaras negras de sus caras regordetas y patatosas; luego, risoteando, cloqueando, tamborileando, tintineando, se alejan bailando tiquitán tiquitán el cakewalk.)

BLOOM:
(con sonrisa tiernamente agria)
¿Un poquitín de frivolidad, vamos allá, si se siente de humor? A lo mejor le gustaría que la abrazara nada más que una fracción de segundo.

SEÑORA BREEN:
(chilla gozosamente)
¡Qué insolencia! ¡Debería mirarse a la cara!

BLOOM: Por mor del viejo amor. Quería decir yo simplemente una partida a cuatro bandas, un matrimonio mixto intermezclando nuestras conyugalidades. Ya sabe que siempre he tenido debilidad por usted.
(Sombríamente.)
Soy yo quien le mandé aquella carta de San Valentín con lo de querida gacela.

SEÑORA BREEN: Santo Dios, ¡qué espectáculo! Sencillamente matador.
(Extiende la mano inquisitivamente.)
¿Qué tiene escondido detrás de la espalda? Dígamelo, sea bueno.

BLOOM:
(le agarra la muñeca con su mano libre)
Josie Powell la de otros tiempos, la chica más guapa de Dublín. ¡Cómo vuela el tiempo! ¿Se acuerda, volviendo atrás en reorganización retrospectiva, aquella Nochebuena en la inauguración de la casa de Georgina Simpson, cuando jugaban al juego de Irving Bishop, lo de encontrar el alfiler con los ojos vendados y leer el pensamiento? Problema: ¿qué hay en esta tabaquera?

SEÑORA BREEN: Usted fue el héroe de la fiesta con su recitado serio-cómico; el papel le iba muy bien. Siempre fue usted el favorito de las damas.

BLOOM:
(caballero de las damas, de smoking, con solapas de seda, distintivo masónico azul en el ojal, corbata negra de lazo, gemelos de madreperla, una copa prismática de champán inclinada en la mano)
Señoras y caballeros, brindo por Irlanda, por el hogar y por la belleza.

SEÑORA BREEN: Esos días queridos han muerto y no volverán. La vieja y dulce canción de amor.

BLOOM:
(bajando la voz sugestivamente)
Confieso que estoy hirviendo de curiosidad por saber si cierta cosa de cierta persona está hirviendo un poquito en este momento.

SEÑORA BREEN:
(expansiva)
¡Terriblemente hirviendo! Londres hierve y yo estoy toda hirviendo, sencillamente.
(Se restriega el costado contra él.)
Después de las adivinanzas de salón y los triquitraques del árbol nos sentamos en la otomana de la escalera. Bajo el muérdago. Dos es la mejor compañía.

BLOOM:
(llevando un sombrero violeta a lo Napoleón con una media luna ámbar: le pasa a ella lentamente los dedos por la palma de la mano, que ella le entrega suavemente)
La hora embrujadora de la noche. Saqué la astilla de esta mano, con cuidado, despacio.
(Tiernamente, mientras le desliza en el dedo un anillo con rubí) Là ci darem la mano.

SEÑORA BREEN:
(con traje de noche de una sola pieza, realizado en azul clarodeluna, una diadema de sílfide, de oropel, en la frente, con su carnet de baile caído junto a la chinela de raso azul clarodeluna, curva suavemente la palma de la mano, respirando de prisa) Voglio e non
… ¡Estás acalorado! ¡Estás abrasando! La mano izquierda es la más cercana al corazón.

BLOOM: Cuando elegiste al que hoy tienes dijeron que era la Bella y la Bestia. Eso no te lo puedo perdonar.
(Apretando el puño junto a la frente.)
Piensa lo que eso quiere decir. Todo lo que significaste entonces para mí.
(Roncamente.)
¡Mujer, esto me destroza!

(Dennis Breen, con sombrero de copa blanco, como hombre-sándwich anunciador de Hely’s, pasa por delante de ellos arrastrando sus pantuflas de lona, con su barba mortecina hacia delante, mascullando a derecha e izquierda. El pequeño Alf Bergan, envuelto en el manto del as de piques, le acosa a derecha e izquierda, doblado de risa.)

ALF BERGAN:
(señalando burlón a los carteles del hombre-sándwich)
V. E.: Ve.

SEÑORA BREEN:
(a Bloom)
Retozos por todo lo alto debajo de las escaleras.
(Le guiña el ojo.)
¿Por qué no me besaste el sitio para que se curara? Tenía ganas.

BLOOM:
(horrorizado)
¡La mejor amiga de Molly! ¿Cómo podías?

SEÑORA BREEN:
(con la pulposa lengua entre los labios, ofrece un beso de paloma)
Hn-hn. La solución: Limón. ¿Tienes un regalito para mí ahí?

BLOOM:
(al desgaire)
Kosher. Un tentempié para cena. El hogar sin carne en conserva está incompleto. Estuve en
Leah
, Mrs. Bandman Palmer. Incisiva intérprete de Shakespeare. Por desgracia tiré el programa. Por allí hay un sitio fenomenal para los pies de cerdo. Toca.

(Richie Goulding, con tres sombreros de señora prendidos en la cabeza, aparece echado a un lado por el peso de la bolsa negra de los documentos del bufete Collis y Ward, que lleva pintada una calavera y unos huesos con enjalbegado blanco. La abre y enseña que está llena de salchichas, arenques ahumados, eglefinos Findon y píldoras bien empaquetadas.)

RICHIE: Por su precio, lo más arreglado de Dublín.

(El calvo Pat, fastidiado escarabajo, está parado en el bordillo, doblando la servilleta, para servir a servidores.)

PAT:
(avanzando can un plato ladeado del que se sale salsa de carne)
Filete y riñones. Botella de cerveza. Ji ji ji. Sirviendo un servidor.

RICHIE: Válgame Dios. Enmivi dahabíaco mido…

(Con la cabeza baja, avanza obstinadamente. El peón caminero, tambaleándose a su lado, le cornea con su horca llameante.)

RICHIE:
(con un grito de dolor, la mano en la espalda)
¡Ay! ¡El mal de Bright! ¡El mal renal!

BLOOM:
(señalando al peón)
Un espía. No llame la atención. Me fastidian las multitudes estúpidas. No me siento inclinado al placer. Estoy en un estado de ánimo serio.

SEÑORA BREEN: Como de costumbre, las hipocresías y los enredos de tus cuentos chinos.

BLOOM: Quiero contarte un secretito de cómo he venido a parar aquí. Pero no lo tienes que contar nunca. Ni a Molly. Tengo una razón muy especial.

SEÑORA BREEN:
(toda excitada)
Por nada del mundo.

BLOOM: Vamos a andar un poco. ¿Te parece bien?

SEÑORA BREEN: Vamos.

(La alcahueta hace una señal no atendida. Bloom echa a andar con la señora Breen. Les sigue el terrier, gañendo lastimeramente y moviendo la cola.)

LA ALCAHUETA: ¡Entrañas de judío!

BLOOM:
(con un traje sport color avena, una ramita de madreselva en el ojal, camisa cruda a la última, corbata escocesa con el plaid en cruz de San Andrés, botines blancos, trinchera flava al brazo, zapatos de golf rojo oscuro, gemelos en bandolera y un sombrero hongo gris)
¿Recuerdas hace mucho mucho tiempo, hace años y años, precisamente después de destetar a Milly, a Marionette como la llamábamos, cuando fuimos todos juntos a las carreras de Fairyhouse, verdad?

SEÑORA BREEN:
(en elegante traje sastre azul verdosa, sombrero blanco de terciopelo y velo de tul ilusión)
A Leopardstown.

BLOOM: Eso quise decir, a Leopardstown. Y Molly ganó siete chelines con un caballo de tres años llamado
Nocontarlonunca
y al volver a casa por Foxrock en aquel viejo cochecillo desvencijado de cinco asientos entonces tú estabas en tu época más florida y llevabas ese sombrero nuevo de terciopelo blanco con guarnición de topo que te aconsejó comprar la señora Hayes porque estaba rebajado a diecinueve con once, un poco de alambre y un trapo viejo de pana, y te apuesto lo que quieras a que lo hizo aposta…

SEÑORA BREEN: ¡Sí que lo hizo, claro, esa gata! ¡No me lo digas! ¡Buenos consejos!

BLOOM: Porque no te sentaba ni la cuarta parte de bien que aquel otro gorrito de toca con un ala de ave del paraíso encima con que te admiraba tanto yo y de veras que estabas arrebatadora con él aunque era una lástima matarlo, tú, cruel criatura, aquel pobre animalito con un corazón como un punto.

SEÑORA BREEN:
(le aprieta el brazo, sonriendo fijamente)
¡Qué mala y cruel era yo!

BLOOM:
(en voz baja, en secreto, cada vez más rápidamente)
Y Molly iba comiendo un bocadillo que sacó del cesto del almuerzo de la señora Joe Gallaher, de carne con especias. Francamente, aunque tenía sus asesores o admiradores, nunca me importó mucho su estilo. Era…

SEÑORA BREEN: Demasiado…

BLOOM: Sí. Y Molly se reía porque Rogers y Maggot O’Reilly imitaban el gallo al pasar delante de una granja y Marcus Tertius Moses, el comerciante de té, nos adelantó en un cochecito con su hija, Dancer Moses se llamaba, y el perrito de lanas que llevaba en el regazo se alborotó y me preguntaste si había oído decir o había leído o si sabía o si me había encontrado…

SEÑORA BREEN:
(ansiosamente)
Sí, sí, sí, sí, sí, sí, sí.

(Se desvanece de junto a él. Seguido por el perro que gañe, él avanza hacia las puertas del infierno. Bajo un pórtico, una mujer de pie, inclinada hacia delante, con los pies separados, orina como una vaca. Delante de una taberna cerrada, un grupo de vagos escuchan una historia que les cuenta roncamente, con áspero humor, su contramaestre, de jeta aplastada. Dos de ellos, sin brazos, luchan, se pelean, en mutilada lucha juguetona de muñones.)

EL CONTRAMAESTRE:
(acurrucado, con la voz retorcida en la jeta)
Y cuando Cairns bajó del andamiaje en la calle Beaver, en dónde se lo fue a hacer sino en el cubo de cerveza que estaba ahí en medio de las virutas para los blanqueadores de Derwan.

LOS VAGOS:
(risotada con paladares hendidos)
¡Su padre!

(Se agitan sus sombreros salpicados de pintura. Manchados de cola y cal de sus alojamientos, dan saltitos mutilados a su alrededor.)

BLOOM: Coincidencia también. Se creen que es gracioso. Cualquier cosa menos eso. En pleno día. Tratando de caminar. Menos mal que no hay mujeres por ahí.

LOS VAGOS: Coño, ésa sí que es buena. Sales purgantes. Coño, en la cerveza de los obreros.

(Pasa Bloom. Putas baratas, solas, en parejas, con chales, desgreñadas, llaman desde bocacalles, puertas, esquinas.)

LAS PUTAS:

¿Vas muy lejos, muchachito?
¿Qué tal tu pierna de en medio?
¿Tendrías una cerilla?
Ven acá y te la restriego.

(Se abre paso a través de su ciénaga hacia la calle iluminada, más allá. Desde un abultamiento de cortinas de ventana, un gramófono levanta su trompa metálica abollada. En la sombra, la patrono de una taberna sin licencia regatea con el peón caminero y los dos casacas rojas.)

EL PEÓN:
(eructando)
¿Dónde está la jodida taberna?

LA PATRONA: En la calle Purdon. A chelín la botella de cerveza. Una mujer respetable.

EL PEÓN:
(agarrando a los dos casacas rojas, avanza tambaleándose con ellos)
¡Adelante, ejército británico!

SOLDADO CARR:
(a sus espaldas)
Le falta un tornillo.

SOLDADO COMPTON:
(riendo)
¡Y que lo digas!

SOLDADO CARR:
(al peón)
En la cantina del cuartel de Portobello. Preguntas por Carr. Carr y basta.

EL PEÓN:
(grita)

Somos los muchachos. De Wexford.

SOLDADO COMPTON: ¡Oye! ¿Qué te parece el sargento mayor?

SOLDADO CARR: ¿Bennett? Es compadre mío. Quiero mucho al viejo Bennett.

EL PEÓN:
(grita)

La pesada cadena
y liberar a nuestra patria.

(Avanza tambaleándose, arrastrándoles con él. Bloom se detiene, sin saber qué hacer. Se acerca el perro, con la lengua colgando, jadeante.)

BLOOM: Esto es la caza del pato salvaje. Lugares de perdición. Dios sabe dónde se han metido. Los borrachos cubren la distancia al doble de velocidad. Bonita mescolanza. La escena en Westland Row. Luego saltar a primera clase con billete de tercera. Además demasiado lejos. El tren con la máquina detrás. Podía haberme llevado a Malahide o a un desvío para toda la noche o a un choque. El repetir la bebida es lo malo. Una vez es la buena dosis. ¿Para qué le sigo? Sin embargo, es el mejor de esa pandilla. Si no hubiera oído hablar de la señora Beaufoy Purefoy no habría ido y no me habría encontrado con Kismet. Perderá ese dinero. Aquí es la oficina de descarga. Buen trabajo para revendedores y organilleros. ¿Qué os falta? Como se viene, así se va. Podría haber perdido la vida también con ese hombretimbreruedavíatrolefaromastodonte si no es por mi presencia de ánimo. Pero no siempre le puede salvar a uno. Si hubiera pasado por delante de la ventana de Truelock aquel día me habrían pegado un tiro. Ausencia de cuerpo. Sin embargo si la bala sólo me hubiera agujereado la chaqueta indemnización por el shock nervioso, quinientas libras. ¿Quién era ése? Un presumido del club de la calle Kildare. Dios salve a su guarda de caza.
(Mira hacia adelante, leyendo en la pared un letrero garrapateado con tiza
Sueño Mojado
y un dibujo fálico.)
¡Qué raro! Molly dibujando en el cristal empañado del compartimiento en Kingstown. ¿A qué se parece esto?
(Muñecas pintarrajeadas se balancean en los umbrales iluminados, en los huecos de las ventanas, fumando cigarrillos Birdseye. El olor de la hierba dulzona flota hacia él en lentas guirnaldas lentas y redondas.)

BOOK: Ulises
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