Ulises (83 page)

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Authors: James Joyce

Tags: #Narrativa, #Clásico

BOOK: Ulises
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CALÍGRAFO Y TAQUÍGRAFO:
(sin levantar la vista de sus cuadernos)
Desátenle las botas.

EL PROFESOR MACHUGH:
(desde la mesa de la Prensa, tose y grita)
Desembucha, amigo. Échalo fuera poco a poco.

(Continúa el careo en referencia a Bloom y al cubo. Un gran cubo. El mismo Bloom. Dolor de tripas. En la calle Beaver. Retortijón, sí. Muy malo. Un cubo de blanquear. De andar con piernas rígidas. Sufrió dolores indecibles. Angustia mortal. Hacia mediodía. Amor o borgoña. Sí, un poco de espinacas. Momento crucial. No miró en el cubo. Nadie. Más bien en desorden. No del todo. Un número atrasado del
Titbits
. Clamor y aullidos. Bloom, con levita desgarrada manchada de jalbegue, chistera abollada ladeada en la cabeza, una tira de esparadrapo en la nariz, habla inaudiblemente.)

J. J. O’MOLLOY:
(con peluca gris y toga de abogado, hablando con voz de dolorida protesta)
Este no es lugar para ligerezas indecentes a expensas de un mortal que ha errado extraviado por la bebida. No estamos en un reñidero de osos ni en una carnavalada de Oxford ni es ésta una parodia de la justicia. Mi cliente es un niño pequeño, un pobre inmigrante extranjero que empezó desde la nada como polizón y que ahora trata de ganarse la vida honradamente. El presunto delito fue debido a una momentánea aberración hereditaria, provocada por una alucinación, ya que familiaridades tales como ese presunto hecho culpable son sobradamente permitidas en la tierra natal de mi cliente, la tierra de Faraón.
Prima facie
, sostengo ante ustedes que no hubo intento de conocimiento carnal. No tuvo lugar ninguna intimidad y la culpa de que acusa la Driscoll, que su virtud fue puesta a prueba, no se repitió. Yo desearía referirme en especial al atavismo. Ha habido casos de naufragio y de sonambulismo en la familia de mi cliente. Si el acusado pudiera hablar podría contar… una de las más extrañas historias que jamás se han narrado entre las tapas de un libro. Él mismo, señor presidente, está físicamente arruinado, por la tuberculosis de los zapateros. Su excusa es que es de origen mongólico e irresponsable de sus acciones. De hecho, no existe en absoluto.

BLOOM:
(descalzo, con pecho de pollo, chaleco y pantalón de marinero, los dedos gordos de los pies encogidos como pidiendo excusas, abre sus diminutos ojos de topo y mira a su alrededor deslumbrado, pasándose la mano lentamente por la frente. Luego se sube el cinturón, como los marineros, y con un encogimiento de hombros de obediencia al modo oriental, saluda al tribunal, señalando al cielo con un pulgar)
Lí haci mucho buena nochi.
(Empieza a canturrear con simpleza.)

Li li poblé nenito
tlae pata de celdo todas las nochis
paga do chelí…

(Le abruman a aullidos.)

J. J. O’MOLLOY:
(acalorado, al populacho)
Esta lucha es demasiado desigual. Por los dioses del Hades, que no voy a consentir que un cliente mío sea amordazado y acosado de este modo por una jauría de sucios perros y rientes hienas. El Código de Moisés ha superado la ley de la jungla. Digo esto y lo digo con todo énfasis, sin desear ni por un instante entorpecer el curso de la justicia, que el acusado no ha sido cómplice anterior al acto y que la querellante no ha sido molestada. Esa joven fue tratada por el acusado como si fuera su propia hija.
(Bloom toma la mano de J. J. O’Molloy y se la lleva a los labios.)
Requeriré testigos de defensa para probar a fondo que la mano oculta está otra vez en su viejo juego: En la duda, perseguir a Bloom. Mi cliente, hombre tímido por naturaleza, sería el último del mundo en hacer nada impropio de un caballero que pudiera parecer mal a la modestia ofendida ni lanzar una piedra contra una muchacha que se descarrió cuando un malvado, responsable de su estado, usó y abusó de ella a su gusto. Él quiere actuar sin desvíos. Yo le considero como el hombre más inmaculado que haya. Actualmente, está de mala suerte debido a haberse hipotecado sus extensas propiedades en Agendath Netaím en la remota Asia Menor, de que ahora se mostrarán unas diapositivas.
(A Bloom.)
Le aconsejo que ahora haga una oferta decente.

BLOOM: Un penique por libra.

(Se proyecta en la pared el espejismo del lago de Kinnereth con ganado borroso pastando en un halo plateado. Moses Dlugacz, albino de ojos de hurón, vestido de mono azul, está de pie en la galería teniendo en cada mano un limón y un riñón de cerdo.)

DLUGACZ:
(roncamente)
Bleibtreustrasse, Berlín, W. 13.

(J. J. O’Molloy sube a un pedestal bajo levantándose con solemnidad una solapa de la chaqueta. Se le alarga la cara y se le pone pálida y barbuda, con ojos hundidos, las manchas de tuberculoso y los pómulos éticos de John F. Taylor. Se lleva el pañuelo a la boca y escudriña la galopante marea de sangre rosada.)

J. J. O’MOLLOY:
(casi sin voz)
Perdonen ustedes, sufro un fuerte resfriado, acabo de levantarme de la cama. Unas pocas palabras bien elegidas.
(Asume la cabeza de ave, el bigote zorruno y la elocuencia proboscídea de Seymour Bushe.)
Cuando llegue a abrirse el libro de los ángeles, si hay algo anímicamente transfigurado o transfigurador emprendido por el seno pensativo que merezca vivir digo yo concédase al prisionero en el banquillo el sagrado beneficio de la duda.

(Se presenta al tribunal un papel con algo escrito en él.)

BLOOM:
(en traje de corte)
Puedo dar las mejores referencias. Los señores Callan, Coleman. El señor Wisdom Hely, juez de paz. Mi antiguo jefe Joe Cuffe. El señor V. B. Dillon, ex alcalde de Dublín. Me he movido en el encantado círculo de las más altas… Reinas de la Sociedad de Dublín.
(Al descuido.)
Precisamente esta tarde estaba yo charlando en la residencia del virrey, durante el
lever
, con mis viejos compadres, Sir Robert y Lady Ball, astrónomo real. Sir Bob, le decía yo…

SEÑORA YELVERTON BARRY:
(en traje de baile ópalo muy escotado, con guantes marfil hasta el codo, llevando una capita forrada color ladrillo, guarnecida de marta, una peineta con brillantes y un penacho de avestruz en el pelo)
Deténgale, guardia. Me escribió una carta anónima con letra deformada cuando mi marido estaba en el distrito norte de Tipperary en la sesión de Munster, firmada James Lovebirch. Decía que había visto desde el paraíso mis impares esferas cuando yo estaba en un palco del Theatre Royal en una representación de gala de
La Cigale
. Yo le había inflamado profundamente, decía. Me hacía proposiciones impropias de que me condujera como no era debido a las cuatro y media de la tarde del jueves siguiente, hora de Dunsink. Ofrecía enviarme por correo una obra de ficción, por Monsieur Paul de Kock, titulada
La chica de los tres corsés
.

SEÑORA BELLINGHAM:
(con toca y mantilla de falsa foca, embozada hasta la nariz, desciende de su coche y escudriña a través de los impertinentes de concha que saca de su gran manguito de opossum)
También a mí. Sí, creo que es la misma objetable persona. Porque me cerró la puerta del coche delante de la casa de Sir Thornley Stoker un día de nevisca durante la ola de frío de febrero del noventa y tres cuando hasta el tubo de desagüe y el flotador del depósito de mí baño se habían helado. Posteriormente me envió una flor de edelweiss cogida en las cumbres, según dijo, en mi honor. La hice examinar por un experto en botánica y obtuve la información de que era una flor de la planta de la patata doméstica sustraída de un invernadero de la granja modelo.

SEÑORA YELVERTON BARRY: ¡Qué vergüenza!

(Una turba de fulanas y bribones avanza en oleada.)

LAS FULANAS Y BRIBONES:
(chillando)
¡Al ladrón! ¡Hurra ahí, Barba-Azul! ¡Una ovación por Isaac Mosí!

GUARDIA SEGUNDO:
(saca unas esposas)
Aquí están las pulseras.

SEÑORA BELLINGHAM: Se me dirigió bajo diferentes caligrafías con repugnantes cumplimientos como a la Venus de las Pieles y alegó profunda compasión por mi aterido cochero Balmer aunque a continuación se manifestó envidioso de sus orejeras y sus pieles de cordero y de su afortunada proximidad a mi persona, de pie detrás de mi asiento ostentando mi librea con las armas de los Bellingham campo de sable con cabeza de ciervo cortada en oro. Elogiaba casi extravagantemente mis extremidades inferiores, mis curvas pantorrillas en medias de seda tensas hasta el límite, y elogiaba ardientemente mis otros tesoros escondidos en inestimable encaje que, decía, era capaz de conjurar ante sí. Me apremiaba (afirmando que sentía que su misión en la vida era apremiarme) a deshonrar el tálamo matrimonial, cometiendo adulterio en la más próxima oportunidad posible.

LA HONORABLE SEÑORA MERVYN TALBOYS:
(en traje de amazona, sombrero duro, botas altas con espuelas, chaleco bermellón, guantes de ante a la mosquetera con embocaduras bordadas, larga cola del traje al brazo y justa de caza con la que se azota constantemente las botas)
También a mí. Porque me vio en el campo de polo del Phoenix Park en el partido Nacional Irlanda contra Resto de Irlanda. Mis ojos, ya lo sé, brillaban divinamente mientras observaba al capitán de gastadores Dennehy, de los dragones de Innis, ganar el tiempo final en su potro favorito
Centauro
. Ese plebeyo Don Juan me observó desde detrás de un coche de alquiler y me envió bajo doble sobre una fotografía obscena, de esas que se venden por la noche en los bulevares de París, insultante para cualquier señora. Todavía la conservo. Representa una
señorita
parcialmente desnuda, frágil y linda (su mujer, me aseguraba solemnemente, tomada por él al natural), practicando ilícito coito con un musculoso
torero
, evidentemente un chulo. Me apremiaba a hacer lo mismo, a portarme mal, a pecar con oficiales de la guarnición. Me imploraba que manchara su carta de una manera inmencionable, a que le castigara como se merece de sobra, a saltarle encima y cabalgarle, a darle una violenta tanda de latigazos.

SEÑORA BELLINGHAM: A mí también.

SEÑORA YELVERTON BARRY: A mí también.

(Varias señoras altamente respetables de Dublín muestran cartas indecentes recibidas de Bloom.)

LA HONORABLE SEÑORA MERVYN TALBOYS:
(patalea con sus espuelas resonantes en un ataque repentino de furia)
Sí que lo haré, como que Dios nos ve. Azotaré a ese perro de hígado de paloma mientras pueda estar encima de él. Le desollaré vivo.

BLOOM:
(cerrando los ojos, se encoge en la expectativa)
¿Aquí?
(Se retuerce.)
¡Más!
(Jadea agachándose.)
Me gusta el peligro.

LA HONORABLE SEÑORA MERVYN TALBOYS: ¡Ya lo creo! Se lo voy a dar en caliente. Le voy a hacer bailar una jiga para que vea.

SEÑORA BELLINGHAM: ¡Déle una buena azotaina a ese impostor! ¡Márquele las barras y estrellas!

SEÑORA YELVERTON BARRY: ¡Qué vergüenza! ¡No tiene excusa! ¡Un hombre casado!

BLOOM: Toda esta gente. Yo me refería sólo a la idea de los azotes. Un cálido cosquilleo encendido sin efusión de sangre. Un refinado vareo para estimular la circulación.

LA HONORABLE SEÑORA MERVYN TALBOYS:
(riendo despectivamente)
Ah, ¿con que sí, amiguito? Bueno, como que nos ve Dios, le voy a dar ahora la sorpresa de su vida, créame, la desolladura más despiadada que nunca ha merecido un hombre. Usted ha despertado a latigazos a la tigre que dormía en mi naturaleza.

SEÑORA BELLINGHAM:
(sacudiendo con aire vengativo el manguito y los impertinentes)
Haz que le escueza, querida Hanna. Dale pimienta. Azota a este chucho hasta que agonice. El gato de nueve colas. Cástrale. Vivisecciónale.

BLOOM:
(estremeciéndose, encogiéndose, junta las manos con aire de perro apaleado)
¡Qué frío! ¡Qué tiritones! Fue su belleza ambrosial. Olvide, perdone. Kismet. Déjeme ir por esta vez.

(Ofrece la otra mejilla.)

SEÑORA YELVERTON BARRY:
(severamente)
¡No le deje, se lo digo yo, señora Talboys! ¡Habría que darle una buena paliza!

LA HONORABLE SEÑORA MERVYN TALBOYS:
(desabotonándose un guante violentamente)
No voy a dejarle en absoluto. ¡Cerdo sucio, que no ha sido otra cosa desde que le destetaron! ¡Atreverse a dirigirse a mí! Le voy a azotar en la vía pública hasta dejarle negro y azul. Le hundiré las espuelas hasta meterle las rodajas. Es un cornudo bien conocido.
(Hace chascar salvajemente en el aire su fusta de caza.)
Bájenle los pantalones sin perder tiempo. ¡Venga usted acá, señor! ¡Deprisa! ¿Preparado?

BLOOM:
(temblando, empieza a obedecer)
Está haciendo tanto calor últimamente…
(Pasa Davy Stephens, el pelo en ricitos, con una pandilla de chicos descalzos vendiendo periódicos.)

DAVY STEPHENS:
El Mensajero del Sagrado Corazón
y el
Evening Telegraph
con el Suplemento del Día de San Patricio. Conteniendo las nuevas direcciones de todos los cornudos de Dublín.

(El muy reverendo Canónigo O’Hanlon, con revestimientos bordados en oro, eleva y expone un reloj de repisa de chimenea. Ante él, el Padre Conroy y el reverendo John Hughes S. J. hacen una profunda inclinación.)

EL RELOJ:
(abriendo la puertecita)

Cucú.
Cucú.
Cucú.

(Se oyen tintinear las arandelas de bronce de una cama.)

LAS ARANDELAS: Tintín, tintirintín, tintín.

(Un panel de niebla se desliza a un lado rápidamente, revelando rápidamente en los bancos de los jurados los rostros de Martin Cunningham, presidente del jurado, con chistera, Jack Power, Simon Dedalus, Tom Kernan, Ned Lambert, John Henry Menton, Myles Crawford, Lenehan, Paddy Leonard, Nosey Flynn, M’Coy y el rostro sin facciones de un Innominado.)

EL INNOMINADO: Cabalgar en pelo. Peso según edad. Coño, se la organizó bien a ella.

LOS JURADOS:
(volviendo todos la cara hacia su voz)
¿De veras?

EL INNOMINADO:
(con un gruñido)
El culo para arriba. Cien chelines contra cinco.

LOS JURADOS:
(todos con la cabeza baja en asentimiento)
Eso es lo que pensábamos la mayor parte de nosotros.

GUARDIA PRIMERO: Es un hombre marcado. Otra trenza cortada a una chica. Se busca: Jack el Destripador. Mil libras de recompensa.

GUARDIA SEGUNDO:
(impresionado, susurra)
Y de negro. Un mormón. Anarquista.

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