Un día perfecto (19 page)

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Authors: Ira Levin

BOOK: Un día perfecto
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Tras un momento de vacilación, Chip fue hacia él. Bob lo cogió del brazo y salieron al pasillo. Había muchas puertas abiertas y muchos miembros salían de ellas, hablando suavemente, caminando. Cuatro o cinco se habían agrupado delante del tablón de anuncios y leían las noticias del día.

—Bob —dijo Chip—, quiero que escuches lo que tengo que decirte.

—¿Acaso no escucho siempre? —dijo Bob.

—Quiero que intentes abrir tu mente —dijo Chip—. Porque no eres un miembro estúpido. Eres brillante, tienes buen corazón y quieres ayudarme.

Mary KK avanzó hacia ellos, con un montón de monos y una pastilla de jabón encima de ellos. Sonrió y dijo:

—Hola. —Y a Chip—: ¿Dónde estuviste?

—Estaba en el salón —dijo Bob.

—¿En mitad de la noche? —se sorprendió Mary.

Chip asintió, y Bob dijo:

—Sí —y siguieron su camino hacia las escaleras mecánicas. La mano de Bob sujetaba suavemente el brazo de Chip.

Bajaron.

—Sé que tu mente ya está abierta —dijo Chip—, pero tienes que intentar abrirla aún más, escuchar y pensar por unos minutos como si yo estuviera tan sano como digo.

—De acuerdo, Li; lo haré —dijo Bob.

—Bob —dijo Chip—, no somos libres. Ninguno de nosotros. Ningún miembro de la Familia.

—¿Cómo puedo escucharte como si estuvieras sano, cuando dices esas cosas? —murmuró Bob—. Por supuesto que somos libres. Libres de las guerras, la codicia, el hambre; libres del crimen, la violencia, la agresividad, el ego...

—Sí, sí, somos libres de cosas —dijo Chip—, pero no somos libres de hacer cosas. ¿Es que no lo ves, Bob? Ser «libres de» nada tiene que ver con ser libres.

Bob frunció el entrecejo.

—¿Ser libres de hacer qué? —preguntó.

Salieron de la escalera mecánica y se dirigieron a la siguiente.

—De elegir nuestras propias clasificaciones —dijo Chip—, tener hijos cuando queramos, ir donde deseemos, hacer lo que nos apetezca, rechazar los tratamientos si así lo deseamos...

Bob no dijo nada.

Montaron en la siguiente escalera mecánica.

—Lo único que hacen los tratamientos es embotarnos, Bob —dijo Chip—. Lo sé por experiencia. Hay sustancias en ellos que «nos hacen humildes, nos hacen buenos»... como dice la canción, ¿recuerdas? Llevo medio año subtratado —sonó el segundo campanilleo—, y me siento más despierto y vivo que nunca. Pienso con mayor claridad y mis sensaciones son más profundas. Jodo cuatro o cinco veces a la semana, ¿eres capaz de creerlo?

—No —dijo Bob, y miró el telecomp en su mano.

—Es cierto —insistió Chip—. Ahora estás más seguro que nunca de que estoy enfermo, ¿no? Por el amor de la Familia, no lo estoy. Hay otros como yo, miles, quizá millones. Hay islas por todo el mundo, puede que también haya ciudades en los continentes —se dirigían a la siguiente escalera mecánica— donde la gente viva en una auténtica libertad. Tengo una lista de las islas aquí mismo, en mi bolsillo. No están en los mapas porque Uni no quiere que sepamos que existen, porque se defienden contra la Familia, y la gente que vive en esos lugares no quiere someterse a ser tratada. Ahora, ¿quieres ayudarme? ¿Quieres ayudarme de verdad?

Montaron en la siguiente escalera mecánica. Bob le miró apesadumbrado.

—Cristo y Wei —exclamó—, ¿lo dudas, hermano?

—De acuerdo entonces —dijo Chip—. Esto es lo que me gustaría que hicieras por mí: cuando entremos en la sala de tratamientos, di a Uni que estoy bien, que dormí en el salón como te dije. No digas que no toqué los escáners o que fingí un dolor de muelas. Deja que la cosa quede en el tratamiento que me dieron ayer, ¿de acuerdo?

—¿Y eso te ayudará? —dijo Bob.

—Sí, lo hará —asintió Chip—. Sé que no crees que sea así, pero te pido como hermano y como amigo que..., que respetes lo que creo y siento. De algún modo iré a una de estas islas y no perjudicaré a la Familia. He devuelto a la Familia todo lo que me ha dado con el trabajo que he realizado hasta ahora, además nunca lo pedí, no tuve más elección que aceptarlo.

Fueron a la siguiente escalera mecánica.

—Está bien —dijo Bob mientras bajaban—. Te he escuchado, Li; ahora escúchame a mí. —Su mano en el brazo de Chip se crispó levemente—. Estás muy, muy enfermo, y no soy el único culpable; me siento miserable por ello. No hay islas que no estén en los mapas; los tratamientos no nos embotan; si tuviéramos la «libertad» de la que hablas no tendríamos más que desorden, superpoblación, codicia, crímenes y guerras. Sí, voy a ayudarte, hermano. Voy a decir a Uni la verdad, y serás curado, luego me lo agradecerás.

Se dirigieron a la siguiente escalera mecánica y montaron en ella. «Segundo piso-Medicentro», se leía en el cartel del fondo. Un miembro con un mono con la cruz roja que venía hacia ellos por la escalera mecánica ascendente sonrió y dijo:

—Buenos días, Bob.

Bob respondió con una inclinación de cabeza.

—No quiero ser curado —dijo Chip.

—Eso prueba que lo necesitas —dijo Bob—. Relájate y confía en mí, Li. No, ¿por qué odio deberías hacerlo? Confía en Uni. ¿Eres capaz de eso? Confía en los miembros que programaron Uni.

Al cabo de un momento Chip dijo:

—De acuerdo, lo haré.

—Me siento muy mal —dijo Bob. Chip se volvió hacia él y se desprendió de su mano de un tirón. Bob le miró, sorprendido. Chip apoyó sus dos manos en la espalda de Bob y lo empujó hacia adelante. Se volvió aprovechando el impulso del movimiento, se agarró al pasamanos —mientras oía a Bob caer y el telecomp resonar contra los escalones— y saltó a la rampa central que separaba las dos escaleras mecánicas. No se movía y el cambio de impulsos le hizo tambalearse. Trepó de lado, sujetándose con dedos y rodillas a los bordes de metal. Saltó al otro lado, a los escalones ascendentes. Recuperó rápidamente el equilibrio.

—¡Detenedlo! —gritó Bob desde más abajo.

Chip corrió hacia arriba, subiendo los escalones de dos en dos, uniendo su impulso al movimiento de la escalera mecánica. El miembro con la cruz roja estaba en la parte de arriba, fuera ya de la escalera, se volvió.

—¿Qué estás...? —Chip lo agarró por los hombros (era un miembro ya viejo y sus ojos estaban muy abiertos por la sorpresa), lo empujó a un lado y siguió corriendo pasillo abajo.

—¡Detenedlo! —gritó alguien. Otros miembros se unieron a la persecución:

—¡Agarrad a ese miembro!

—¡Está enfermo, detenedlo!

Delante estaba el comedor, los miembros de la cola se volvieron para mirar. Chip gritó mientras corría hacia ellos:

—¡Detenedlo! ¡Detened a ese miembro! ¡Está enfermo! —Chip pasó junto a ellos, cruzó la puerta y el escáner—. ¡Necesita ayuda! ¡Rápido!

Miró el interior del comedor y corrió hacia un lado, cruzó las puertas basculantes que conducían a la parte de atrás de la sección de distribuidores. Frenó su marcha, convirtió su carrera en un andar rápido, al tiempo que intentaba contener su respiración. Pasó junto a un grupo de miembros que cargaban pilas de galletas totales entre las hileras verticales de bandejas, junto a otro grupo de miembros que lo miraron mientras echaban polvo de té en los depósitos cilíndricos de acero. Había un carrito con cajas etiquetadas «Servilletas». Lo cogió por el asa, le hizo dar media vuelta y lo empujó ante él, pasó al lado de miembros que comían de pie, de otros dos que recogían galletas totales de una caja que se había roto.

Delante había una puerta con un rótulo donde se leía: «Salida» que daba a una de las escaleras de la esquina del edificio. Empujó el carrito hacia ella, mientras oía crecer las voces a su espalda. Golpeó la puerta con el carrito, la abrió y salió al descansillo, después cerró la puerta y colocó el asa del carrito contra ella. Bajó por dos escalones y empujó el carro de costado hacia él, encajándolo entre la puerta y el poste de sustentación de la barandilla, con una negra rueda girando en el aire.

Echó a correr por las escaleras abajo.

Tenía que salir del edificio, llegar a las aceras y a las plazas. Podía dirigirse al museo —todavía no estaría abierto— y ocultarse en el almacén o detrás del tanque de agua caliente hasta la noche del día siguiente, cuando llegaran Lila y los otros. Hubiera debido coger algunas galletas totales. ¿Por qué no se le había ocurrido? ¡Odio!

Abandonó la escalera en la planta baja y cruzó rápidamente el vestíbulo, saludó con la cabeza a un miembro que cruzó en dirección contraria; era una mujer que bajó la vista hasta las piernas de Chip y se mordió preocupada los labios. Chip miró a su vez y se detuvo. Su mono estaba desgarrado a la altura de las rodillas y se veía un arañazo en la derecha: una ristra de pequeñas cuentas de sangre sobre su piel.

—¿Puedo ayudarte en algo? —preguntó la mujer.

—Ahora voy al medicentro —dijo rápidamente Chip—. Gracias, hermana.

Siguió su camino. Nada podía hacer ahora respecto a su herida; tendría que correr el riesgo y seguir con el mono roto. Cuando estuviera fuera, lejos del edificio, ataría un pañuelo a la rodilla y recompondría el mono de la mejor manera que pudiese. La rodilla empezaba a hormiguearle, ahora que sabía que se había hecho daño en ella. Caminó más deprisa.

Se detuvo al final del vestíbulo y dudó, miró las escaleras mecánicas descendentes a ambos lado y, al fondo, las cuatro puertas de cristal con sus escáners y la soleada acera al otro lado. Un buen número de miembros salían hablando por ellas, otros pocos entraban. Todo parecía normal. El murmullo de las voces era bajo, sin ningún signo de alarma.

Echó a andar hacia las puertas, caminaba normalmente, sin dejar de mirar al frente. Podía hacer su truco del escáner —la rodilla podía ser una excusa perfecta que justificara su tambaleo si alguien se daba cuenta—, y una vez estuviera fuera...

La música se interrumpió.

—Disculpad —dijo una voz de mujer por los altavoces—, ¿os importaría por favor quedaros todos exactamente donde estáis por un momento? ¿Podéis dejar de andar, por favor?

Chip se detuvo en medio del vestíbulo.

Todo el mundo dejó de andar. La gente miraba interrogativamente alrededor, y aguardó. Sólo los miembros que estaban en las escaleras mecánicas siguieron moviéndose, hasta que éstas se detuvieron también. Un miembro dio inadvertidamente unos pasos, bajando unos escalones más.

—¡No te muevas! —le gritaron varios miembros, entonces, avergonzado, se detuvo en seco.

Chip siguió inmóvil, miraba fijamente los enormes rostros de cristales de colores que había encima de las puertas: los barbudos Cristo y Marx, el lampiño Wood, el sonriente Wei con sus rasgados ojos. Algo se deslizó por su tobillo: una gota de sangre.

—Hermanos, hermanas —dijo una voz de mujer—, se ha producido una emergencia. Hay un miembro en el edificio que está enfermo, muy enfermo. Ha actuado agresivamente y ha escapado de su consejero —los miembros contuvieron el aliento—. Necesita que todos nosotros le ayudemos encontrándolo y llevándolo a la sala de tratamientos tan pronto como sea posible.

—¡Sí! —exclamó un miembro detrás de Chip.

—¿Qué debemos hacer? —preguntó otro.

—Creemos que está por debajo del tercer piso —dijo la mujer—. Tiene veintisiete años... —Una segunda voz le dijo algo, una voz masculina, rápida e ininteligible. Un miembro junto a las escaleras más próximas miraba fijamente las rodillas de Chip, que clavó su mirada en la imagen de Wood.

—Probablemente intentará abandonar el edificio —dijo la mujer—; así pues, los dos miembros más próximos a cada salida sitúense delante de ella y bloqueen la puerta, por favor. Nadie más se moverá; sólo los dos miembros que estén más próximos a cada salida.

Los miembros más cercanos a las puertas se miraron; dos de ellos avanzaron hasta cada puerta y se situaron inquietos al lado de los escáners.

—¡Es horrible! —musitó alguien. El miembro que había estado mirando las rodillas de Chip contemplaba ahora su rostro. Chip le devolvió la mirada. Era un hombre de unos cuarenta años; desvió la mirada.

—El miembro que estamos buscando —dijo una voz masculina por el altavoz— es un hombre de veintisiete años, numnombre Li RM35M4419. Repito, Li, RM, 35M4419. Primero debemos comprobar que no esté entre los miembros más cercanos a nosotros, luego registraremos los pisos donde estamos. Es un minuto, sólo un minuto, por favor. UniComp dice que el miembro es el único Li RM del edificio, así que podemos olvidar el resto de su numnombre. Todo lo que tenemos que hacer es buscar un Li RM. Li RM. Comprobad las pulseras de los miembros que tenéis alrededor. Estamos buscando a Li RM. Aseguraos de que los miembros que están alrededor de vosotros son comprobados por al menos otro miembro. Los miembros que estén en sus habitaciones saldrán a los pasillos. Li RM. Estamos buscando a Li RM.

Chip se volvió hacia el miembro que tenía a su lado, tomó su mano y miró su pulsera.

—Déjame ver la tuya —dijo el otro. Chip alzó su muñeca y se volvió, se dirigió hacia otro miembro—. No vi tu pulsera —dijo el primero. Chip tomó la mano de otro miembro. El primer miembro sujetó su brazo desde atrás—. Hermano, no he visto tu pulsera.

Chip corrió hacia las puertas. Fue sujetado y alguien le hizo girar en redondo dándole un tirón del brazo..., el miembro que le había estado observando desde el pie de las escaleras. Cerró su mano hasta convertirla en un puño y golpeó al miembro en el rostro; cayó hacia atrás.

Algunos miembros gritaron.

—¡Es él! —exclamaron varias voces—. ¡Está aquí! ¡Ayudadle! ¡Detenedle!

Corrió hacia la puerta y dio un puñetazo a uno de los miembros que había allí. El otro sujetó su brazo y dijo en su oído:

—¡Hermano, hermano!

Su otro brazo fue sujetado por varios miembros; le aferraron por el pecho y por detrás.

—Estamos buscando a Li RM —seguía diciendo el hombre por el altavoz—. Puede actuar agresivamente cuando lo encontremos, pero no debemos sentir miedo. Depende de nosotros, de nuestra ayuda y de nuestra comprensión.

—¡Soltadme! —gritó Chip, intentando liberarse de los brazos que cada vez lo sujetaban más fuertemente.

—¡Ayudémosle! —exclamaban los miembros—. ¡Llevémosle a la sala de tratamientos! ¡Ayudémosle!

—¡Dejadme solo! —chilló—. ¡No quiero que me ayudéis! ¡Dejadme solo, odiosos hermanos peleadores!

Fue arrastrado escaleras mecánicas arriba por un grupo de miembros jadeantes y temblorosos, uno de ellos con lágrimas en los ojos.

—Tranquilo, tranquilo —decían—. Te estamos ayudando. Te pondrás bien, te estamos ayudando. —Pateó, pero alguien sujetó sus piernas.

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