Authors: Ira Levin
Volar era imposible, a menos que Uni dijera que podía volar.
Solicitó la visita a sus padres. Le fue denegada.
Fueron asignados nuevos trabajos a su sección. Dos 663 fueron enviados a Afr, pero no él, que fue mandado a USA36104. Durante el vuelo estudió el avión. Efectivamente, no había ningún lugar donde esconderse. Dentro del aparato sólo se veía la larga cabina llena de hileras de asientos, el cuarto de baño delante, los distribuidores de galletas totales y bebidas en la parte de atrás y las pantallas de televisión, con un actor interpretando a Marx en todas ellas.
USA36104 estaba en el sudeste, cerca de la punta sur y más allá de Cuba. Podía salir en bicicleta un domingo y seguir pedaleando; ir de ciudad en ciudad, dormir en los parques e ir a las ciudades por la noche en busca de galletas totales y bebidas. Eran mil doscientos kilómetros, según el mapa del MLF. En ’33037 podía encontrar un bote, o comerciantes de la isla que acudieran a la orilla a hacer intercambios, como aquéllos en ARG20400 de los que había hablado Rey.
«Lila —pensó—, ¿qué otra cosa puedo hacer?»
Solicitó de nuevo visitar Afr, y una vez más le fue denegado.
Empezó a pasear en bicicleta los domingos y durante la hora libre, para entrenarse. Fue al Pre-U de ’36104 y encontró una brújula mejor y un cuchillo afilado que podía utilizar para cortar ramas en el parque. Comprobó el mapa. La parte de atrás estaba intacta, sin abrir. Escribió en ella: «Sí, hay islas donde los miembros son libres. ¡Pelea a Uni!»
A primera hora de un domingo por la mañana partió hacia Cuba, con la brújula y un mapa que había dibujado en uno de sus bolsillos. En la cesta de la bicicleta llevaba un ejemplar de
La sabiduría viva de Wei
encima de una manta doblada, un recipiente de
coca
y una galleta total. Dentro de la manta estaba su bolsa de viaje, con la navaja y la piedra para afilarla, una pastilla de jabón, tijeras, dos galletas totales, cuchillo, linterna, algodón, rollo de esparadrapo, una foto de sus padres y de Papá Jan y un mono de recambio. Bajo su manga derecha llevaba un vendaje en el brazo, aunque si lo cogían y era llevado a tratamiento seguramente lo descubrirían. Llevaba gafas de sol y sonreía, pedaleando hacia el sudeste por entre otros ciclistas que circulaban por el camino de bicicletas que conducía a ’36081. Los coches pasaban por su lado en una secuencia rítmica por la carretera que corría paralela al camino. Las piedrecitas arrojadas por los chorros de aire de los coches golpeaban de tanto en tanto la divisoria de metal.
Se detenía cada hora, más o menos, y descansaba unos minutos. Comió la mitad de una galleta y bebió algo de
coca.
Pensó en Cuba, y en qué podría coger de ’33037 para intercambiar allí. Pensó en las mujeres de Cuba. Probablemente se sentirían atraídas hacia un recién llegado. No estarían tratadas, por lo que serían apasionadas más allá de toda imaginación, tan hermosas como Lila o quizá más.
Pedaleó durante cinco horas, luego dio media vuelta y regresó.
Obligó a su mente a concentrarse en su trabajo. Era el miembro 663 de la división pediátrica de un medicentro. Era un trabajo aburrido, interminables exámenes de genes con pequeñas variaciones. Era la clase de trabajo del que uno raras veces era transferido. Podía permanecer allí el resto de su vida.
Cada cuatro o cinco semanas solicitaba una visita a sus padres en Afr.
En febrero de 170 su solicitud fue aceptada.
Salió del avión a las cuatro de la madrugada, hora de Afr, y se dirigió a la sala de espera, sujetándose el codo derecho y con aspecto de sentirse incómodo, con la bolsa colgando de su hombro izquierdo. La miembro que salió del avión detrás de él y que le había ayudado a levantarse cuando cayó, puso su pulsera en un teléfono por él.
—¿Estás seguro de que te encuentras bien? —le preguntó.
—Sí, estoy bien —respondió con una sonrisa—. Gracias, y disfruta de tu visita. —Al teléfono le dijo—: Anna SG38P2823. —La mujer se alejó.
La pantalla parpadeó y vibró al establecerse la conexión, luego quedó en blanco y siguió en blanco. «Ha sido transferida —pensó—; está fuera del continente.» Aguardó a que el teléfono se lo dijera. Pero en lugar de ello fue una voz de mujer que recordaba muy bien la que le dijo:
—Un momento. No puedo... —Y allí estaba, turbadoramente cercana. Se sentó en el borde de la cama y se frotó los ojos, en pijama—. ¿Quién es? —preguntó. Tras ella, un miembro se volvió. Era sábado noche. ¿O estaba casada?
—Soy Li RM —dijo.
—¿Quién? —preguntó ella. Le miró y se acercó más; parpadeó. Era más hermosa de lo que recordaba. Un poco más madura, hermosa. ¿Dónde podía haber unos ojos como los suyos?
—Li RM —repitió, mostrándose cortés, como correspondía a un miembro—. ¿No me recuerdas? De IND26110, en 162.
Lila, inquieta, frunció el entrecejo por un instante.
—Sí, por supuesto —dijo entonces, y sonrió—. Claro que te recuerdo. ¿Cómo estás, Li?
—Muy bien —dijo Chip—. ¿Y tú?
—Estupendamente —respondió ella, y dejó de sonreír.
—¿Casada?
—No. Me alegro que llamaras, Li. Quiero darte las gracias. Ya sabes, por ayudarme.
—Gracias a Uni —dijo él.
—No, no —insistió ella—. Gracias a ti. Aunque sea con retraso. —Sonrió de nuevo.
—Lamento llamarte a estas horas —dijo—. Estoy de paso por Afr, en una transferencia.
—Está bien —dijo ella—. Me alegro que lo hayas hecho.
—¿Dónde estás? —preguntó él.
—En ’14509.
—Ahí es donde vive mi hermana.
—¿De veras?
—Sí. ¿En qué edificio estás?
—En el P51.
—Ella está en un A-algo.
El miembro detrás de ella se sentó en la cama. Lila se volvió y le dijo algo. El hombre sonrió a Chip. Ella se volvió de nuevo al teléfono y dijo:
—Éste es Li XE.
—Hola —dijo Chip, pensando: «’14509, P51; ’14509, P51.»
—Hola, hermano —dijeron los labios de Li XP; su voz no llegó al teléfono.
—¿Le ocurre algo a tu brazo? —preguntó Lila.
Todavía se lo sujetaba. Lo soltó.
—No —dijo—. Me caí al salir del avión.
—Lo siento —murmuró ella. Miró más allá de él—. Tienes a un miembro aguardando. Será mejor que nos digamos adiós.
—Sí —asintió Chip—. Adiós. Fue agradable verte. No has cambiado en absoluto.
—Tú tampoco —respondió ella—. Adiós, Li. —Se levantó, adelantó una mano y su imagen desapareció.
Chip cortó la comunicación y dejó paso al miembro que estaba esperando.
Estaba muerta. Era un miembro sano y normal, que se acostaba con su amigo en ’14509, P51. ¿Cómo podía arriesgarse a hablar con Lila de nada que no fuera tan normal y sano como ella misma? Tendría que pasar el día con sus padres y volar de vuelta a Usa, salir en bicicleta el siguiente sábado, y esta vez no regresar.
Recorrió la sala de espera. Había un mapa de Afr en una pared, con luces en los emplazamientos de las principales ciudades y finas líneas naranjas que las conectaban. Cerca de donde ella estaba, al norte, se hallaba ’14510. A medio continente de distancia de ’71330, donde él se hallaba en esos momentos. Una línea naranja conectaba las dos luces.
Contempló el horario de vuelos que brillaba y parpadeaba a un lado, revisó el horario del «Domingo 18 feb.». Un avión con destino a ’14510 salía a las 20.20, cuarenta minutos antes que su vuelo de regreso a USA33100.
Fue a las cristaleras y contempló el campo. Observó la cola de pasajeros que se dirigían a la escalera mecánica del avión que él acababa de abandonar. Un miembro con un mono naranja se acercó y aguardó junto al escáner.
Se volvió y observó la sala de espera. Estaba casi vacía. Dos miembros que habían viajado en el mismo avión que él, una mujer que sujetaba en brazos a un niño dormido y un hombre que llevaba dos bolsas de viaje, apoyaron sus muñecas y la muñeca del niño en el escáner de la puerta que conducía al autopuerto —«sí», brilló tres veces— y salieron. Un miembro con un mono naranja, de rodillas al lado de un surtidor de agua, desatornillaba una placa de su base; otro empujaba una pulidora de suelos hacia un lado de la sala de espera, tocó un escáner —«sí»— y siguió empujando la pulidora a través de una puerta basculante.
Chip pensó por un momento, mientras observaba al miembro que trabajaba junto a la fuente; luego cruzó la sala de espera, tocó el escáner de la puerta al autopuerto —«sí»— y salió. Un coche para ’71334 aguardaba, con tres miembros dentro de él. Tocó el escáner —«sí»— y subió al coche, disculpándose ante los miembros por haberles hecho esperar. La portezuela se cerró y el coche se puso en marcha. Se sentó con la bolsa de viaje sobre las rodillas, sin dejar de pensar.
Cuando llegó al apartamento de sus padres, entró silenciosamente, y después de afeitarse los despertó. Se mostraron complacidos, incluso felices, de verle.
Hablaron los tres, desayunaron y siguieron hablando. Solicitaron llamar a Paz, en Eur, y les fue concedido. Hablaron con ella, Karl y sus hijos Bob y Yin, de diez y de ocho años, respectivamente. Luego, a sugerencia de Chip, fueron al Museo de los Logros de la Familia.
Después de comer durmió tres horas, y más tarde fueron a los Jardines de Recreo. Su padre se unió a una partida de balonvolea, y él y su madre se sentaron en un banco y miraron.
—¿Estás enfermo de nuevo? —le preguntó de pronto ella.
La miró.
—No —dijo—. Por supuesto que no. Estoy estupendamente.
Ella le escrutó detenidamente. Tenía ahora cincuenta y siete años, el pelo gris, la bronceada piel llena de arrugas.
—Has estado pensando en algo —dijo—. Todo el día.
—Estoy bien —insistió—. Por favor. Eres mi madre; créeme.
Ella le miró directamente a los ojos, preocupada.
—Estoy bien —volvió a insistir.
Al cabo de un momento ella suspiró.
—De acuerdo, Chip —dijo.
Se sintió de pronto lleno de amor hacia ella; de amor, gratitud y una sensación infantil de unión. Apoyó una mano en su hombro y le dio un beso en la mejilla.
—Te quiero, Suzu —dijo.
Ella se echó a reír.
—¡Cristo y Wei —exclamó—, qué memoria tienes!
—Eso es porque estoy sano —dijo él—. Recuérdalo, ¿quieres? Estoy sano y me siento feliz. Quiero que lo recuerdes.
—¿Por qué?
—Porque sí —dijo.
Les explicó que su avión partía a las ocho.
—Nos despediremos en el autopuerto —les dijo—. El aeropuerto estará demasiado lleno.
Su padre quería ir de todos modos, pero su madre dijo que no, que se quedarían en ’334; estaba cansada.
A las 19.30 les dio el beso de despedida —primero a su padre y luego a su madre, susurrándole al oído: «Recuerda»—, y se puso en la fila para coger el coche que lo llevaría al aeropuerto de ’71330. Su escáner, cuando lo tocó, dijo «sí».
La sala de espera estaba más llena aún de lo que esperaba. Miembros con monos blancos, amarillos y azul pálido iban de un lado a otro, estaban de pie, se sentaban y aguardaban en las colas, algunos con bolsas de viaje, otros sin ellas. Había miembros con monos naranjas que se movían entre ellos.
Miró el horario de vuelos. El avión de las 20.20 a ’14510 despegaría de la pista dos. Había ya miembros en la cola y al otro lado de los cristales un avión se estaba situando en posición junto a la escalera mecánica que estaban levantando del pozo. Su puerta se abrió y apareció un miembro, luego otro detrás.
Chip se abrió paso entre la multitud hacia las puertas basculantes que se hallaban a un lado de la habitación, fingió tocar su escáner y entró a una área de almacenamiento donde se apilaban, alineadas, cajas de diferentes tamaños bajo una fría luz blanca, como los bancos de memoria de Uni. Descolgó su bolsa de viaje del hombro y la metió entre una caja y la pared.
Siguió andando normalmente. Una carretilla llena de contenedores metálicos se cruzó en su paso, la conducía un miembro vestido con un mono naranja que le miró e hizo una inclinación de cabeza.
Chip le devolvió el saludo, siguió andando y observó cómo el miembro llevaba la carretilla hasta una amplia puerta abierta al iluminado campo.
Tomó la dirección por la que había venido el miembro, hacia una área donde otros miembros vestidos de naranja metían contenedores de acero en la transportadora de una máquina limpiadora y llenaban otros con
coca
y humeante té de los grifos de gigantescos depósitos. Siguió andando.
Fingió tocar un escáner y entró en una habitación llena de monos ordinarios colgados de perchas, donde dos miembros se estaban quitando sus monos naranjas.
—Hola —dijo.
—Hola —respondieron.
Fue a la puerta de un armario y la abrió; dentro había una pulidora de suelos y una serie de botellas de un líquido verde.
—¿Dónde están los monos? —preguntó.
—Ahí dentro —respondió uno de los miembros, señalando con la cabeza.
Fue hacia donde le había indicado y abrió un armario. Había una serie de estantes llenos con monos naranjas, cubrepiés naranjas, pares de pesados guantes naranjas.
—¿De dónde vienes? —preguntó el miembro.
—De RUS50937 —respondió, mientras cogía un mono y un par de cubrepiés—. Allí los monos los guardamos nosotros mismos.
—Aquí se supone que los guardamos en este lugar —dijo el miembro, mientras cerraba su mono blanco.
—He estado en Rus —dijo el otro miembro, que era una mujer—. Tuve dos trabajos asignados allí: el primero durante cuatro años, y con el segundo estuve tres años más.
Chip se tomó su tiempo calzándose los cubrepiés, y terminó cuando los otros dos miembros arrojaron sus monos naranjas por la tolva y salieron.
Se puso el mono naranja sobre el blanco que llevaba y lo cerró hasta el cuello. Eran más pesados que los monos normales y llevaban bolsillos extras.
Miró en los otros armarios, encontró una llave inglesa y un trozo grande de paplón amarillo.
Volvió al lugar donde había dejado su bolsa, la recogió y la envolvió con el paplón. La puerta basculante le golpeó.
—Lo siento —dijo un miembro, y entró—. ¿Te hice daño?
—No —respondió. Sujetó con la mano la bolsa envuelta en el paplón.
El miembro, que llevaba un mono naranja, siguió adelante.
Chip aguardó un momento hasta que el otro se alejó. Luego se metió la bolsa bajo el brazo izquierdo y sacó la llave inglesa de su bolsillo. La sujetó con la derecha, de forma que esperó pareciera natural.