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Authors: John Le Carré

Tags: #Intriga

Un espia perfecto (33 page)

BOOK: Un espia perfecto
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Una vez más, Brotherhood esperaba.

–«Te quiero» -repitió ella-. Lo repetía continuamente. Como un ritual en el que trataba de creer. «Te quiero.» Supongo que pensaba que si se lo decía suficientes veces a suficientes personas, un día podría ser cierto. No lo era. No amó a una mujer en toda su vida. Éramos enemigos, todos nosotros. Tócame, Jack. ¡Tócame, Jack!

Él comprobó, sorprendido, que una oleada de afinidad le embargaba. La atrajo hacia él y la estrechó firmemente contra su pecho.

–¿Está Bo al corriente de algo de esto? -preguntó.

Notaba el sudor acumulándose en su espalda. Olía la proximidad de Pym en las hendiduras del cuerpo de Kate. Ella balanceó la cabeza contra él, pero Brotherhood la zarandeó suavemente, obligándola a decir en voz alta: «Bo no sabe nada. No, Jack. No sabe una palabra.»

–No mostró interés hasta que declaró el juego entero -añadió-. Podría haberme tenido en cualquier momento. No era suficiente para él. «Espérame, Kate. Voy a cortar las amarras y a ser libre. Kate, soy yo, ¿dónde estás?» «Estoy aquí, idiota, o no estaría contestando al teléfono, ¿no crees?» No tiene asuntos. Tiene vidas. Para él vivimos en planetas separados. Sitios adonde puede llamar cuando navega por el espacio. ¿Sabes cuál es su foto predilecta de mí?

–No creo que lo sepa, Kate -respondió Brotherhood.

–Una en que estoy desnuda en una playa de Normandía. Nos fugamos juntos un fin de semana. Estoy de espaldas a él, entrando en el mar. Ni siquiera sabía que tuviese una cámara.

–Eres una chica hermosa, Kate. Hasta yo me pondría caliente con una foto así -dijo Brotherhood, retirándole el pelo para poder verle la cara.

–Él amaba eso más que a mí. De espaldas a él yo era alguien… su chica en la playa. Su sueño. Dejaba sus fantasías intactas. Tienes que ayudarme a salir de esto, Jack.

–¿Estás muy metida?

–Bastante.

–¿Le escribes alguna carta?

Kate negó con la cabeza.

–¿Le haces pequeños favores? ¿Violas por él las normas? Es mejor que me lo digas, Kate.

Esperó, sintiendo la presión creciente de la cabeza de ella contra él.

–¿Me oyes? -Ella asintió-. Yo estoy muerto, Kate. Pero tú tienes todavía camino por delante. Si alguna vez averiguan que tú y Pym habéis tomado aunque sea un batido de fresas en un MacDonald mientras estabas esperando el autobús a tu casa, te raparán la cabeza y te mandarán a Desarrollo Económico antes de que puedas contárselo a ningún Jack. ¿Sabes esto, verdad?

Otro asentimiento.

–¿Qué hiciste por él? ¿Birlar unos cuantos secretos? ¿Algo jugoso sacado del plato mismo de Bo? -Ella negó con la cabeza-. Vamos, Kate. A mí también me engañaron. No voy a arrojarte a los lobos. ¿Qué hiciste por él?

–Había una reseña en su expediente personal -dijo ella.

–¿Y bien?

–Quería que la eliminara. Era de hacía mucho. Un informe militar sobre la época de su servicio en Austria.

–¿Cuándo lo hiciste?

–Hace tiempo. Salíamos desde hacía como un año. Él había vuelto de Praga.

–Y tú lo hiciste. ¿Revisaste su expediente?

–Me dijo que era una trivialidad. Por entonces él era muy joven. Todavía un muchacho. Había estado controlando a un agente de poca monta en Checoslovaquia. Alguien que pasaba clandestinamente la frontera, creo. Una pequeñez, en realidad. Pero apareció en escena aquella chica, una tal Sabina, que quiso casarse con él y desertó. No me enteré bien de la historia. Dijo que si alguien repasaba su expediente y descubría el episodio nunca conseguiría llegar al quinto piso.

–Bueno, eso no es el fin del mundo, ¿no crees?

Ella asintió con la cabeza.

–El agente tiene un nombre, ¿no? -preguntó Brotherhood.

–Un nombre cifrado. Mangasverdes.

–Qué bonito. Me gusta. Mangasverdes. Un agente cien por cien inglés. Cogiste el papel del expediente: ¿qué hiciste con él? Dímelo, Kate. Ya lo has contado. Vamos.

–Lo robé.

–Muy bien. ¿Qué hiciste con él?

–Lo que me pidió.

–¿Cuándo?

–Me telefoneó.

–¿Cuándo?

–El lunes pasado por la noche. Después de haber embarcado supuestamente hacia Viena.

–¿A qué hora? Vamos, Kate, vas bien. ¿A qué hora te llamó?

–A las diez. Más tarde. Las diez y media. Más pronto. Estaba viendo el noticiario de las diez.

–¿Qué noticia?

–Líbano. El bombardeo. En Sidón u otro sitio. Bajé el volumen en cuanto oí el teléfono y el bombardeo siguió y siguió como en una película muda. «Necesitaba oír tu voz, Kate. Lo lamento todo. Llamo para decirte que lo siento. No fui un mal hombre, Kate. No era todo fingido.»

–¿No lo era?

–Sí. No lo era. Estaba haciendo una retrospección. No lo era. Le dije que era sólo la muerte de tu padre, te repondrás, no llores. No hables como si tú también te hubieras muerto. Ven a verme. ¿Dónde estás? Iré yo. Dijo que no podía. Ya no más. Y luego lo del expediente. Que me sintiera libre de decir a todo el mundo lo que había hecho y que no intentara protegerle ya. Pero que le concediera una semana. «Una semana, Kate. No es mucho después de todos estos años.» Y luego me preguntó que si tenía todavía el papel que había robado para él. ¿Lo había destruido, había hecho una copia?

–¿Qué le dijiste?

Ella fue al cuarto de baño y volvió con el neceser bordado donde guardaba sus utensilios de aseo. Sacó de él un cuadrado doblado de papel de estraza y se lo entregó.

–¿Le diste una copia?

–No.

–¿Te pidió una?

–No. Yo no hubiera hecho eso. Supongo que él lo sabía. Robé el papel y le dije que lo había robado y él me creyó. Pensaba devolverlo algún día. Era un vínculo.

–¿Dónde estaba él cuando te llamó el lunes?

–En una cabina.

–¿A cobro revertido?

–Era conferencia. Conté cuatro monedas de cincuenta peniques. Fíjate, hasta podía ser Londres, conociendo a Magnus. Estuvimos hablando unos veinte minutos, pero gran parte del tiempo no podía hablar.

–Describe. Vamos, cariñito. Sólo tienes que contarlo una vez, te lo prometo, así que podrías contarlo de principio a fin.

–Le dije: ¿por qué no estás en Viena?

–¿Qué respondió él?

–Dijo que se le habían acabado las monedas. Eso fue lo último que dijo. «Se me han acabado las monedas.»

–¿Tenía un sitio donde te llevaba? ¿Un escondrijo?

–Usábamos mi apartamento o íbamos a hoteles.

–¿A cuáles?

–El
Grosvenor
de Victoria era uno. El Great Eastern, de Liverpool Street. Tiene habitaciones favoritas que dan a las vías del tren.

–Dame los números.

Estrechándola, la llevó caminando hasta la mesa, apuntó los números que ella le dictaba y luego se puso su viejo batín, se lo ató alrededor de la cintura y le sonrió.

–Yo también le quería, Kate. Soy más imbécil que tú. -Pero no conquistó una sonrisa a cambio-. ¿Alguna vez habló de un lugar? ¿Era algún sueño que tuvo?

Sirvió a Kate más vodka y ella se la tomó.

–Noruega -dijo-. Quería ver la migración del reno. Iba a llevarme algún día.

–¿Qué más sitios?

–España. El norte. Dijo que compraría un chalé para los dos.

–¿Te habló de sus escritos?

–No mucho.

–¿Dijo dónde le gustaría escribir su gran libro?

–En Canadá. Invernaríamos en algún paraje nevado y viviríamos a base de latas.

–El mar… ¿Nada junto al mar?

–No.

–¿Alguna vez te mencionó a Poppy? ¿A una mujer llamada Poppy, como en su libro?

–Nunca mencionaba a ninguna de sus mujeres. Ya te lo he dicho. Éramos planetas separados.

–¿Y qué me dices de alguien llamado Wentworth?

Ella negó con la cabeza.

–«Wentworth fue la némesis de Rick» -recitó Brotherhood-. «Poppy fue la mía. Los dos consagramos nuestra vida a tratar de reparar el daño que les habíamos hecho.» Has oído las cintas. Has visto las transcripciones. Wentworth.

–Está loco -dijo ella.

–Quédate aquí -dijo él-. Quédate todo el tiempo que quieras.

Volviendo a la mesa, barrió los libros y los papeles con un solo movimiento del brazo, encendió la lámpara de lectura, se sentó y colocó la hoja de papel de estraza junto a la carta arrugada de Pym a Tom, con matasellos de Reading. Los listines de teléfonos de Londres estaban en el suelo, junto a él. Eligió primero el hotel
Grosvenor
, en Victoria, y pidió al portero de noche que le pusiera con el número de habitación que Kate le había dado. Contestó un hombre soñoliento.

–Le habla el detective del hotel -dijo Brotherhood-. Tenemos motivos para creer que tiene una mujer en su habitación.

–Por supuesto que tengo a una puta mujer en mi habitación. Estoy pagando una habitación doble y ella es mi esposa.

No era ninguna de las voces de Pym.

Brotherhood se rió pensando en lo que se reiría la mujer, llamó al hotel
Great Eastern
y obtuvo un resultado similar. Llamó al noticiario de
Independent Television
y preguntó por el director nocturno. Le dijo que era el inspector Markley de Scotland Yard con una investigación urgente: quería saber la hora de emisión del reportaje sobre el bombardeo en Trípoli en las
Noticias de las diez
del lunes por la noche. Sostuvo el auricular todo el tiempo que tardó la consulta, mientras continuaba hojeando las páginas de la carta de Pym. Matasellos de Reading. Enviada la noche del lunes o la mañana del martes.

–Las diez diecisiete y diez segundos. A esa hora exacta te llamó -dijo, y giró la cabeza para asegurarse de que ella se encontraba bien. Estaba recostada contra la almohada, con la cabeza hacia atrás, como un boxeador en un descanso entre asaltos.

Telefoneó al servicio de investigación de Correos y habló con la oficial de noche. Le dio la contraseña de la Casa y ella replicó con un lúgubre «Le escucho», como si la tercera guerra mundial estuviese a punto de sobrevenir.

–Le estoy pidiendo lo imposible y lo quiero para ayer -dijo él.

–Haremos todo lo posible -dijo ella.

–Quiero un rastreo de todas las llamadas a Londres hechas desde una cabina del área telefónica de Reading entre las diez dieciocho y las diez y veintiuna de la noche del lunes. Duración: alrededor de veinte minutos.

–No puede hacerse -respondió ella orgullosamente.

–La amo -dijo Brotherhood a Kate por encima del hombro. Ella se había dado media vuelta y estaba tumbada otra vez sobre el estómago, con la cara hundida en el brazo.

Él colgó y volcó su atención sobre las páginas que Kate había sustraído del expediente personal de Pym. Tres de ellas, extraídas del historial militar del teniente Magnus Pym, destinado al Cuerpo de Espionaje, adjunto a la Unidad de Interrogación de Campaña n.° 6 de Graz, descrita en una nota al pie como una unidad de espionaje castrense ofensiva, con permiso limitado para controlar a informantes locales. Fechada el 18 de julio de 1951, redactor desconocido, pasaje relevante encuadrado por el Registro. Fecha de la anotación del expediente personal de Pym, 12 de mayo de 1952. Motivo de la anotación: la candidatura formal de Pym para el ingreso en este servicio. El extracto era del informe de conducta del oficial al mando al término del turno de servicio de Pym en Graz, Austria:

«… joven oficial excepcional… popular y cortés en la residencia… conquistó una gran reputación por su hábil control de la fuente MANGASVERDES, que en el curso de los once últimos meses ha suministrado a esta unidad información secreta y ultrasecreta sobre el orden de batalla soviético en Checoslovaquia…»

–¿Estás bien ahí? -le llamó a Kate-. Escucha. No hiciste nada malo. Nadie echó de menos este material. Nadie se habría dado cuenta, nadie habría intentado investigarlo.

Pasó una página: «… estrecha relación personal establecida entre la fuente y el oficial del caso… La autoridad serena de Pym durante la crisis… La insistencia de la fuente en operar únicamente a través de Pym…» Leyó rápidamente hasta el final y después recomenzó desde el principio más despacio.

–Su oficial jefe también estaba enamorado de él -le dijo a Kate-. «… su excelente memoria para el detalle» -leyó-, «… lúcida redacción de informes, a menudo realizada en las primeras horas de la mañana, después de un largo interrogatorio… grandes dotes de animador…». Ni siquiera menciona a Sabina -se quejó a Kate-. No entiendo por qué demonios estaba tan preocupado. ¿Por qué arriesgar su relación contigo para suprimir un pedazo de papel de hace treinta años que no contiene más que alabanzas? Debe ser algo que hay en su sucia mollera, no en la nuestra. Tampoco me sorprende.

El teléfono estaba sonando. Miró a su alrededor. La cama estaba vacía, la puerta del baño cerrada. Asustado, se puso en pie de un brinco y la abrió rápidamente. Kate estaba sana y salva delante del lavabo, mojándose la cara. Cerró la puerta y corrió hacia el teléfono. Era un mezclador de color verde musgo con botones de cromo. Descolgó el auricular y gruñó:

–¿Sí?

–¿Jack? Vamos a repasar. ¿Preparado? Ya.

Brotherhood pulsó un botón y oyó la misma voz de tenor trinando en la tormenta electrónica.

–Te va a gustar, Jack… Jack, ¿me oyes? ¿Sí?

–Te oigo, Bo.

–Acabo de hablar con Carver -Carver era el jefe de la sede americana en Londres-. Insiste en que su gente ha descubierto nuevas pistas respecto a nuestro amigo mutuo. Quieren reabrir inmediatamente la historia sobre él. Harry Wexler vuela desde Washington para supervisar el juego limpio.

–¿Eso es todo?

–¿Te parece poco?

–¿Dónde creen que está? -preguntó Brotherhood.

–Ese es el quid de la cuestión. No han preguntado, no les preocupaba. Presumen que todavía está arreglando los asuntos de su padre -dijo Brammel, muy contento-. En realidad han insistido en que sería una ocasión excelente para reunirse. Mientras nuestro amigo está ocupado con sus asuntos personales. Todo sigue como estaba por lo que a ellos respecta. Excepto en las nuevas pistas. Sean las que sean.

–Excepto en lo de las redes -dijo Brotherhood.

–Quiero que vengas conmigo a la reunión, Jack. Quiero que les lleves la contraria, como sueles hacer. ¿Lo harás?

–Si es una orden, haré lo que sea.

Bo parecía estar organizando un grupito divertido:

–Cuento con todos los que normalmente están. No voy a excluir ni añadir a nadie. No quiero que nada salga a relucir, ni un susurro mientras seguimos buscándole. Toda esta historia podría no ser más que una tormenta en un vaso de agua. Whitehall está convencido. Sostienen que estamos afrontando una secuela de la última cosa, no una situación nueva en absoluto. Últimamente tienen algunas lumbreras. Algunos son incluso funcionarios públicos. ¿Te duermes?

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