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Authors: John Le Carré

Tags: #Intriga

Un espia perfecto (42 page)

BOOK: Un espia perfecto
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Y añade para Lederer, su cabeza de turco:

–¿Qué demonios estás esperando?

Es hace diez días. Lederer está acurrucado en la sala de comunicaciones de la oficina de Viena. Es de noche y ha declinado dos invitaciones a cócteles y la de una cena pretextando una gripe ligera. Ha telefoneado a Bee y no ha ocultado la excitación de su voz y tiene pensado a medias volver aprisa y decírselo en seguida, porque en definitiva siempre se lo ha contado todo, y las veces en que había poca cosa algo más de lo debido para que su imagen no se resienta. Pero no suelta prenda. Y aunque la puta tensión le ha congelado las articulaciones de los dedos, continúa tecleando. Primero recuerda los horarios más recientes de los movimientos conocidos de Pym dentro y fuera de Viena y descubre, casi como algo que cae por su peso, que visitó Salzburgo y Linz exactamente en las mismas fechas que Petz, alias Hampel.

–¿Linz también? -le interrumpe bruscamente Brotherhood.

–Sí, señor.

–Le siguieron allí, supongo. En contra de lo acordado.

–No, señor, no seguimos a Magnus en Linz. Hice que mi mujer, Bee, visitara a Mary Pym. Bee obtuvo la información en el curso de una conversación inocente, de mujer a mujer, sobre otro tema, señor Brotherhood embargo, podría no haber ido a Linz. Podría haber contado a su mujer una historia falsa.

A Lederer le cuesta reconocer que es posible, pero en voz baja sugiere que apenas importa, señor, en vista de la señal de Langley de esa misma noche, señal que ahora lee en voz alta a los señores del espionaje angloamericano reunidos.

–Llegó a mi mesa cinco minutos después de que tuvimos la conexión de Linz, señor. Cito: «Petz-Hampel es asimismo Jerzy Zaworski, nacido en Carlsbad en 1926, periodista alemán occidental de origen checo que hizo nueve viajes legales a Estados Unidos en 1981-1982.»

–Perfecto -dice Brammel para sí.

–La fecha de nacimiento, por supuesto, es aproximativa en estos casos -continúa Lederer, sin arredrarse-. Nuestra experiencia revela que los pasaportes falsos suelen añadir al titular un año o dos.

Apenas la señal está en la mesa de Lederer, dice éste, mecanografía las fechas y destinos de las visitas de Herr Zaworski a América. Y fue entonces cuando -dice Lederer, aunque no con tantas palabras- con sólo pulsar un botón todo concordó, los continentes se unieron, tres periodistas pasaron a ser un único espía checo y Grant Lederer III, gracias al aislamiento intachable de la sala de señales, pudo gritar «¡Aleluya!» y «¡Bee, te quiero!» a las paredes acolchadas.

–Todas las ciudades americanas visitadas por Petz-Hampel-Zaworski en 1981 y 1982 fueron visitadas por Pym en las mismas fechas -salmodia Lederer-. Durante estas fechas fueron suspendidas las más importantes transmisiones clandestinas desde la terraza de la embajada checa, siendo la razón de ello, a nuestro juicio, que se estaba produciendo un encuentro personal entre el agente en activo y su controlador de visita. Las transmisiones de radio eran por consiguiente, superfluas.

–Qué bonito -dice Brammel-. Me gustaría encontrar al oficial de espionaje checo que concibió este tinglado para darle inmediatamente mi Óscar particular.

Con discreción afligida Mick Carver levanta suavemente una cartera hasta la mesa y extrae un mazo de carpetas.

–Éste es un perfil de Langley sobre el actual Petz-Hampel-Zaworski, presunto controlador de Pym -explica, a la paciente manera de un vendedor empeñado en exhibir una nueva tecnología a pesar del obstáculo del elemento más viejo-. Esperamos un par de precisiones en un plazo muy breve, quizás esta misma noche. Bo, cuando Magnus vuelva a Viena, ¿te importará comunicárnoslo, por favor?

Brammel, al igual que todos los demás, está examinando su carpeta, por lo que es natural que no conteste en el acto.

–Cuando se lo digamos, supongo -dice, descuidadamente, pasando una página-. No antes, eso seguro. Como tú dices, la muerte de su padre fue providencial. El viejo dejó un buen lío, sospecho, Magnus tiene muchas cosas que arreglar.

–¿Dónde está ahora? -pregunta Wexler.

Brammel consulta su reloj.

–Cenando, me figuro. Casi es la hora, ¿no?

–¿Dónde se aloja? -insiste Wexler.

Brammel sonríe.

–Oye, Harry, creo que no voy a decirte eso. Tenemos ciertos derechos en nuestro propio país, ya sabes, y os habéis propasado un poco en el juego de la vigilancia.

Wexler es ante todo un hombre testarudo.

–Lo último que supimos de él fue que estaba en el aeropuerto de Londres haciendo el embarque de su vuelo a Viena. Nuestra información es que había resuelto sus asuntos aquí y que volvía a su puesto. ¿Qué demonios pasó?

Nigel ha juntado las manos. Todavía unidas, las posa sobre la mesa para indicar que, pequeño o no, se dispone a hablar.

–No le habréis seguido aquí también, ¿no? Eso sería ya el colmo.

Wexler se frota la barbilla. Su expresión es de pesar, pero no de derrota. Se dirige a Brammel.

–Bo, necesitamos esa información. Si es un montaje para engañar a los checos es el caso más condenado e ingenioso que he visto en mi vida.

–Pym es un oficial muy ingenioso -replica Brammel-. Ha sido una espina para el bando checo durante treinta años. Es digno de que se tomen un montón de molestias.

–Bo, tenéis que frenar a Pym e interrogarle para que escupa toda la mierda. Si no lo hacéis, vamos a darle vueltas y más vueltas a este asunto hasta que a todos nos salgan canas y algunos estemos ya en la tumba. Ha estado jugueteando con nuestros secretos, y también con los vuestros. Tenemos preguntas muy serias que hacerle y personas muy bien adiestradas para hacérselas.

–Harry, tienes mi palabra de que llegado el momento tú y tu gente podréis interrogarle todo lo que queráis.

–Quizás ese momento es ahora mismo -dice Wexler, sacando la mandíbula-. Quizá deberíamos estar presentes desde que empiece a cantar. Zurrarle mientras esté blando.

–Y quizá deberías confiar en nuestro juicio suficientemente para esperar tu oportunidad -susurra Nigel melosamente, y lanza a Wexler una mirada muy tranquilizadora por encima del marco superior de sus gafas de lectura.

Un impulso muy extraño, entretanto, se está apoderando de Lederer. Lo siente crecer dentro de él y no puede contenerse, como si fuera una urgencia de vomitar. En este ciclo autorregenerador de transigencia y doblez, necesita exteriorizar la afinidad secreta existe entre Magnus y él. Afirmar el monopolio del conocimiento sobre Pym y subrayar el carácter personal de su triunfo. Mantenerse en el centro del terreno y no verse expulsado a la banda de donde procede.

–Señor, usted ha mencionado al padre de Pym -salta, hablando directamente a Brammel-. Señor, yo sé cosas de ese padre. El mío no es muy distinto en ciertos aspectos; sólo difieren en grado. Es un picapleitos oscuro y la honradez no es su punto fuerte. No, señor. Pero el de Pym era un estafador de guante blanco. Un artista del timo. Nuestros psiquiatras han elaborado un retrato realmente inquietante de ese hombre. ¿Sabe que cuando Richard T. Pym estuvo en Nueva York amañó todo un
imperio
de empresas falsas? ¿Que pidió préstamos a la gente más impensable, a personas realmente importantes? Me refiero a personas conocidas. Hay en eso una tensión grave de inestabilidad controlada. Tenemos un artículo al respecto. -Estaba yendo demasiado lejos, pero no podía detenerse-. Es decir, por Cristo, ¿sabe que Magnus se insinuó del modo más brutal a mi mujer? No se lo reprocho. Es una mujer atractiva. Lo que quiero decir es que el tipo está en todo. Está en todas partes. Esa frialdad inglesa que muestra es puro barniz.

No es la primera vez que Lederer ha cometido suicidio. Nadie le oye, nadie le grita «¡Vaya, no me digas!» Y cuando Brammel habla su voz es tan fría como la caridad y llega con igual retraso.

–Sí, bueno, siempre doy por sentado que esos hombres de negocios son unos estafadores, ¿tú no, Harry? Seguro que todos lo pensamos.

Pasea la mirada alrededor de la mesa, mirando a todos menos a Lederer, y se dirige nuevamente a Wexler.

–Harry, ¿qué te parece si tú y yo parlamentamos durante una hora? Si va a haber un interrogatorio hostil en alguna fase del procedimiento, creo que deberíamos acordar algunas pautas de antemano. Nigel, ¿por qué no vienes tú también para que haya juego limpio? En cuanto a los demás… -Su mirada se posa en Brotherhood y le concede una sonrisa particularmente confiada-. Bueno, digamos simplemente que hasta luego. Saldrán por parejas, ¿de acuerdo?, cuando hayan terminado su lectura. No todos a la vez, que asustan a los campesinos del lugar. Gracias.

Brammel sale, Wexler anadea enérgicamente en pos de él, como un hombre que ha sostenido su criterio y le tiene sin cuidado quién lo conoce. Nigel aguarda hasta que todos se han marchado y entonces, como un funerario atareado, rodea la mesa apresuradamente y coge a Brotherhood del brazo, en un gesto fraternal.

–Jack -susurra-. Bien dicho, bien jugado. Les hemos jodido totalmente. Una palabra al oído lejos de los micrófonos, ¿vale?

Era a primera hora de la tarde. La casa franca donde se habían citado era una mansión seudorregencia con pantallas de joyero a través de las ventanas. Una niebla cálida sobrevolaba el sendero de grava y Lederer deambulaba por él como un asesino a la espera de que la mole de Brotherhood llenara el porche iluminado. Mountjoy y Dorney le sobrepasaron sin decirle una palabra. Carver, acompañado de Artelli y su cartera, fue más explícito.

–Tengo que vivir aquí, Lederer. Sólo confío en que esta vez consigas que la cosa cuele o que te destinen al quinto infierno.

Bastardo, pensó Lederer.

Por fin apareció Brotherhood, hablando crípticamente con Nigel. Lederer les observó celoso. Nigel se volvió y regresó al interior. Brotherhood siguió avanzando.

–¿Señor Brotherhood? Soy yo. Lederer.

Brotherhood aminoró el paso hasta detenerse. Llevaba una bufanda y su habitual gabardina mugrienta, y había encendido uno de sus cigarros amarillos.

–¿Qué quiere? -preguntó.

–Jack. Quiero decirle que pase lo que pase y haya hecho lo que haya hecho, lamento que sea él y lamento que sea usted.

–Probablemente no ha hecho nada de nada. Posiblemente reclutó a un agente del otro bando y no nos lo ha dicho. Muy propio de Pym. Mi opinión es que ustedes han desquiciado esta historia.

–¿Haría una cosa así? ¿Magnus? ¿Jugar una partida en solitario con el enemigo y no decírselo a nadie? Cristo, ¡eso es dinamita! Si yo intentara hacer eso, Langley me desollaría.

Sin haber sido invitado, empezó a caminar al lado de Brotherhood. En la puerta había un policía. Les llegó desde la explanada el sonido de cascos, pero la niebla ocultaba los caballos. Brotherhood caminaba aprisa. A Lederer le costaba esfuerzo mantenerse a su paso.

–Me siento francamente mal, Jack -confesó Lederer-. Nadie parece comprender lo que ha significado para mí tener que hacerle esto a un amigo. No solamente es Magnus. Es Bee y Mary y los críos y todo el mundo. Beckie y Tom son verdaderos novios. Todo esto nos hace reflexionar sobre nosotros mismos en muchos sentidos. Hay un
pub
ahí mismo. ¿Puedo invitarle a una copa?

–Me temo que tengo que ir a ver a un hombre por un asunto de un perro.

–¿Quiere que le deje en algún sitio? Tengo un coche y chófer a la vuelta de la esquina.

–Prefiero ir andando, si no le importa.

–Magnus me habló mucho de usted, Jack. Supongo que violó alguna de las reglas, pero así fue. Compartíamos realmente cosas. Era una gran amistad. Ésa es la locura. Realmente
éramos
la Relación Especial. Y yo creo en eso. Creo en la alianza anglosajona, en el Pacto del Atlántico, en todo. ¿Recuerda aquel allanamiento de morada que usted y Magnus perpetraron juntos en Varsovia?

–Me temo que no.

–Oh, vamos, Jack. ¿Cuando usted le descolgó por una claraboya, como en la Biblia? ¿Y lo de aquellos falsos policías polacos que estaban abajo, en la puerta, por si la víctima volvía a casa inesperadamente? Me dijo que usted era como un padre para él. ¿Sabe lo que me dijo de usted una vez? «Grant -me dijo-. Jack es el auténtico campeón del gran juego.» ¿Sabe lo que pienso? Que si los escritos de Magnus le hubieran salido como él quería, habría estado a gusto. Tiene demasiadas cosas dentro. Tiene que expresarlas en algún sitio.

Respiraba con cierta precipitación entre cada palabra, pero insistía en seguir el paso de Brotherhood, tenía que aclarar la situación con él.

–Verá, señor, últimamente he leído mucho sobre la creatividad de la mente criminal.

–Ah, entonces, ¿ahora es un criminal?

–Por favor. Permítame que le cite algo que he leído.

Habían llegado a un cruce y estaban esperando a que cambiara el semáforo.

–«¿Qué diferencia moral hay entre la criminalidad del artista, que es endémica en todas las finas mentes creativas, y la habilidad artística del criminal?»

–Me temo que no lo entiendo. Demasiadas palabras largas. Disculpe.

–Demonios, Jack, somos estafadores tolerados, es lo único que digo. ¿Cuál es nuestro negocio? ¿Sabe cuál es? Es poner nuestro temperamento de ladrones al servicio del estado. Por eso me pregunto: ¿cómo voy a cambiar mis sentimientos por Magnus simplemente porque se ha equivocado un poco en la mezcla? ¡Magnus sigue siendo exactamente el mismo hombre con quien he pasado magníficos ratos! Y yo sigo siendo el mismo que pasó esos ratos con Magnus. Nada ha cambiado, aparte de que hemos aterrizado a distintos lados de la valla. ¿Sabe que una vez hablamos de la deserción? ¿De adonde iríamos si alguna vez poníamos pies en polvorosa? ¿Dejar el trabajo, la mujer y los hijos, y lanzarse a la aventura? Hasta ese punto estábamos unidos, Jack. Literalmente pensábamos lo impensable. De verdad. Éramos increíbles.

Había entrado en la High Street de St. John’s Wood y se encaminaban hacia Regent’s Park. Brotherhood había avivado el paso.

–¿Dónde dijo que iría? -preguntó de golpe Brotherhood-. ¿A Washington? ¿A Moscú?

–A casa. Dijo que sólo había un sitio. El hogar. Eso lo demuestra. El hombre ama a su país, señor Brotherhood. Magnus no es un renegado.

–No sabía que tuviese un hogar -dijo Brotherhood-. Siempre me dijo que había tenido una infancia vagabunda.

–El hogar es una pequeña ciudad costera de Gales. Tiene una iglesia victoriana muy fea. Tiene una casera muy estricta que le encierra en casa a las diez de la noche. Y uno de estos días Magnus va a enclaustrarse en esa habitación de arriba y va a perder el culo hasta que salga con los doce volúmenes de la réplica de Pym a Proust.

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