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Authors: Patricia Cornwell

Una muerte sin nombre (30 page)

BOOK: Una muerte sin nombre
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—Date prisa —se oyó la voz impaciente de Gault, fuera de la estancia.

Carrie se detuvo ante el espejo de la cómoda y se arregló los cabellos. Por un instante, quedó en primer plano frente a la cámara y me asombró su deterioro. En otro tiempo la había juzgado muy guapa, con su tez clara, sus facciones perfectas y su larga melena de color castaño. La criatura que teníamos ante nosotros en aquel momento estaba demacrada y mostraba una mirada sin brillo y unos ásperos cabellos blancos. Finalmente, se abrochó la chaqueta y se marchó.

—¿Qué piensa de eso, capitán? —preguntó Tucker a Marino.

—No sé. He pasado la cinta una decena de veces y no se me ocurre nada.

—La mujer ha perdido algo —apuntó Wesley—. Eso parece evidente.

—Quizás era sólo una última comprobación —dijo Marino—. Para asegurarse de que no cometían algún descuido.

—Como no descubrir la cámara de vídeo —terció con sarcasmo Tucker.

—No creo que a Carrie le preocupase que se dejaran algo —insistió Wesley—. No hizo nada por recoger el pañuelo ensangrentado de Gault que encontramos en el suelo.

—Pero los dos llevaban guantes —señaló Marino—. Yo diría que demostraban bastante cautela.

—¿Se echó en falta dinero en la casa?—quiso saber Wesley.

Marino asintió:

—No sabemos cuánto, pero a Brown le limpiaron la cartera. Probablemente se llevaron también armas, drogas, más dinero...

—Espere un momento —le interrumpí—. El sobre.

—¿Qué sobre? —preguntó Tucker.

—No hemos visto que lo pusieran en el bolsillo de Brown. Hemos visto que vestían el cadáver
y
lo introducían en la bolsa, pero no aparecía ningún sobre. Rebobine la cinta, Marino —pedí a éste—. Vuelva a esa parte para asegurarnos de que estoy en lo cierto.

Marino rebobinó la cinta y volvió a pasar la parte en que Carrie y Gault sacaban el cadáver de la habitación. Era indudable que Brown había sido encerrado en la bolsa sin la nota en papel rosa que yo encontré en el bolsillo de su pijama. Pensé en otras notas que había recibido y en todos los problemas que tenía Lucy con CAIN. El sobre con la nota iba dirigido a mí y llevaba sello, como si la intención de su autor fuera enviarlo por correo.

—Puede ser eso lo que Carrie no encontraba —apunté—. Tal vez ha sido ella quien me ha enviado las notas. Y también tenía intención de enviarme esta última, lo cual explicaría por qué el sobre llevaba la dirección y el sello. Pero Gault, sin que ella lo supiera, lo colocó en el bolsillo del pijama de Brown.

—¿Por qué habría de hacer tal cosa? —murmuró Wesley.

—Quizá porque sabía el efecto que eso produciría —respondí—. Yo lo encontraría
en
el depósito y sabría al instante que Brown había sido asesinado y que era cosa suya.

—Pero lo que está diciendo es que Gault no es CAIN. Según esto, CAIN es Carrie Grethen —apuntó Marino.

Fue Lucy quien respondió:

—Ninguno de ellos es CAIN. Los dos son espías.

Todos guardamos un instante de silencio.

—Está claro —dije luego yo— que Carrie ha continuado ayudando a Gault con el ordenador del FBI. Forman un equipo. Pero sigo pensando que Gault cogió la nota que ella me había escrito. Y que lo hizo sin decírselo. Creo que era eso lo que Carrie buscaba.

—¿Y por qué había de buscarlo en el dormitorio de Brown? —se preguntó Tucker—. ¿Tenía alguna razón para pensar que se lo había dejado allí?

—Desde luego —respondí—. Carrie se había desnudado en el cuarto. Quizá llevaba el sobre en un bolsillo. Marino, por favor, pase esa parte en la que Gault recoge la ropa de la cama.

Marino volvió a la escena indicada y, aunque no alcanzamos a ver nítidamente que Gault sacara el sobre del bolsillo, quedaba claro que algo había hecho con la ropa de Carrie. Desde luego, podía haberse quedado el sobre en aquel momento. Y podía haberlo colocado en el bolsillo de Brown más tarde, en la parte de atrás de la furgoneta o tal vez en el depósito.

—Entonces, ¿de veras cree que es ella quien le ha estado enviando las notas? —preguntó Marino, escéptico.

—Me parece probable.

—Pero ¿por qué? —Tucker estaba desconcertado—. ¿Por qué habría de hacerle esto, doctora Scarpetta? ¿Conoce usted a esa mujer?

—No —respondí—. Sólo me he cruzado con ella, pero nuestro último encuentro fue bastante desagradable. Además, las notas nunca me han parecido cosa de Gault.

—Esa mujer desea destruirte —dijo Wesley con voz pausada—. Querría destruiros a las dos, a ti y a Lucy.

—¿Por qué? —intervino Janet.

—Porque Carrie Grethen es una psicópata —sentenció Wesley—. Ella y Gault son almas gemelas. Es interesante que ahora vistan igual. Parecen idénticos.

—No entiendo lo que hizo Gault con el sobre —dijo Tucker—. ¿Por qué no pedírselo a Carrie, en lugar de cogerlo sin decírselo?

—¿Pretendes que te diga cómo funciona la mente de Gault? —fue la respuesta de Wesley.

—Pues sí.

—No tengo ni idea.

—Pero debe de significar algo.

—Sí —dijo Wesley.

—¿Qué? —preguntó Tucker.

—Significa que Carrie piensa que tiene una relación con él. Piensa que puede confiar en él, y se equivoca. Significa que él terminará por matarla, si puede —sentenció Wesley mientras Marino encendía las luces.

Todos entrecerramos los ojos. Me volví hacia Lucy, que no tenía nada que decir, y percibí su angustia en un pequeño detalle: se había puesto las gafas, cuando no las necesitaba salvo para operar con el ordenador.

—Es evidente que actúan en equipo —comentó Marino.

—¿Y quién lleva la voz cantante? —intervino de nuevo Janet.

—Gault —respondió el capitán, terminante—. Por eso es él quien empuña el arma y ella quien actúa en la cama.

Tucker echó su silla hacia atrás.

—Esa pareja conocía a Brown —dijo—. Gault y la mujer no aparecieron en su casa por las buenas.

—¿El comisario habría identificado a Gault? —preguntó Lucy.

—Tal vez no —contestó Wesley.

—Pienso que se pusieron en contacto con él..., bueno, por lo menos la mujer, para conseguir drogas.

—Su número de teléfono no está en la guía, pero no es secreto —dije yo.

—En el contestador no había ningún mensaje de interés —añadió Marino.

—Pues quiero saber qué relación había entre ellos —exigió Tucker—. ¿Cómo conocieron esos dos al comisario?

—Yo diría que por asuntos de drogas —expuso Wesley—. También podría ser que Gault se interesara por el comisario a causa de la doctora Scarpetta. Brown mató a alguien en Nochebuena y los medios de comunicación se ocuparon de la noticia
ad infinitum.
No era ningún secreto que la doctora estuvo presente en los hechos y que terminaría testificando. Es más, cabía la posibilidad de que terminara en el estrado del jurado ya que, irónicamente, Brown la había convocado para formar parte de uno de ellos.

Recordé lo que había dicho Anna Zenner respecto a que Gault me traía regalos.

—Y Gault estaría al corriente de todo ello —asintió Tucker.

—Probablemente —continuó Wesley—. Si alguna vez descubrimos dónde vive, quizá comprobemos que recibe el periódico de Richmond por correo.

Tucker permaneció pensativo unos instantes; luego, me miró.

—Entonces, ¿quién mató al agente en Nueva York? ¿La mujer de cabellos blancos?

—No —respondí—. Ella no podría darle un golpe como ése. A menos que sea cinturón negro de karate.

—Y esa noche, en el túnel, ¿también actuaban en equipo?

—No sé si la mujer estaba allí —dije.

—Bien, usted sí que estaba.

—Sí. Y vi una sola persona.

—¿Una persona con los cabellos blancos o pelirrojos?

Evoqué la figura iluminada en el arco. Recordé el largo abrigo oscuro y la cara pálida. No había alcanzado a ver sus cabellos.

—Sospecho que quien estaba allí abajo aquella noche era Gault —respondí—. Y, aunque no puedo demostrarlo, tampoco hay nada que apunte a que tuviera un cómplice cuando asesinó a Jane.

—¿A Jane? —preguntó Tucker.

—Hemos dado ese nombre a la desconocida que mató en Central Park.

Tucker continuó sus esfuerzos por encajar las piezas:

—Entonces, cabe deducir que no estableció esa asociación criminal con la tal Carrie Grethen hasta que volvió a Virginia, después de Nueva York.

—No lo sabemos con seguridad —reconoció Wesley—. Esto nunca será una ciencia exacta, Paul. Sobre todo cuando tratamos con delincuentes violentos que se corroen el cerebro con drogas. Cuanto más se descontrolan, más extraña es su conducta.

El jefe de policía se inclinó hacia delante, miró con severidad a Wesley y murmuró:

—Haz el favor de decirme qué deduces de todo esto, Benton.

—Gault y Carrie ya se conocían previamente. Sospecho que entraron en contacto a través de una tienda de artículos para espías del norte de Virginia —respondió Wesley—. Fue así como se vio comprometido el programa CAIN. Ahora parece que su relación ha pasado a otro nivel.

—Sí —comentó Marino—. Bonnie ha encontrado a su Clyde.

15

N
os dirigimos a mi casa por calles apenas holladas por el tránsito. La noche, ya avanzada, estaba en absoluta calma. La nieve cubría la tierra como algodón y absorbía los sonidos. Los árboles desnudos recortaban sus perfiles, negro contra blanco. La luna era una cara borrosa tras la bruma. Tuve ganas de salir a pasear, pero Wesley no me lo permitió.

—Es tarde y has tenido un día traumático. —Estábamos sentados en su BMW, aparcado frente a mi casa detrás del coche de Marino—. ¿Qué necesidad tienes de andar de paseo por ahí, a estas horas?

—Podrías acompañarme. —Me sentía vulnerable y muy cansada, pero no quería que se marchara.

—¿Qué necesidad tenemos cualquiera de los dos de dar ese paseo? —insistió mientras Marino, Janet y Lucy desaparecían tras la puerta de mi casa—. Lo que te conviene ahora es entrar ahí y dormir un poco.

—¿Qué harás tú?

—Tengo una habitación.

—¿Dónde? —le pregunté, como si tuviera derecho a saberlo.

—En Linden Row. En el centro. Ve a acostarte, Kay, por favor. —Hizo una pausa, con la mirada fija en el parabrisas—. Ojalá pudiera hacer algo más, pero no puedo.

—Ya lo sé. No te pido que hagas nada. Claro que no puedes; yo tampoco podría, si fueras tú quien necesitara consuelo. Si necesitaras a alguien. Por eso detesto quererte. Lo aborrezco. Sobre todo, cuando tengo necesidad de ti. Como ahora. —Luché por contenerme—. ¡Ah, maldita sea!

Benton me
abrazó y
me enjugó las lágrimas. Me acarició los cabellos y me cogió la mano como si fuera algo muy precioso y muy querido.

—Puedo llevarte conmigo al centro, si es eso lo que quieres de verdad.

Benton sabía que rechazaría la propuesta, porque era imposible.

—No —respondí, pues, con un profundo suspiro—. No quiero, Benton.

Me apeé del coche y cogí un puñado de nieve. Me froté el rostro con ella mientras me encaminaba a la puerta principal. No deseaba que nadie advirtiera que había estado llorando en la oscuridad con Benton Wesley.

Él no se marchó hasta que me hube atrincherado en casa con Marino, Janet y Lucy. Tucker había ordenado tenerme bajo protección policial las veinticuatro horas del día. Marino se encargaría de ello. Y el capitán no confiaría nuestra seguridad a unos agentes uniformados aparcados en alguna parte en un coche patrulla o en una furgoneta. Nos aleccionó como si fuéramos guerrilleras o Boinas Verdes.

—Muy bien —dijo cuando entrábamos en la cocina—. Sé que Lucy sabe disparar. Y tú, Janet, será mejor que también sepas hacerlo, si deseas graduarte en la Academia algún día.

—Ya sabía disparar antes de mi ingreso —respondió la muchacha con su flema de costumbre.

—¿Doctora?

En aquel momento yo estaba inspeccionando el contenido del frigorífico.

—Puedo hacer pasta con un poco de aceite de oliva, queso parmesano y cebolla. Tengo queso en lonchas, si alguien quiere un bocadillo. Y, si me dan tiempo para descongelarlos, tengo
piccage col pesto di ricotta
y
tortellini verdi.
Creo que habrá suficiente para los cuatro, si lo caliento todo.

Nadie me hizo caso. Yo ardía en deseos de hacer algo normal.

—Lo siento —dije con desánimo—. No he pasado por la tienda, últimamente.

—Tengo que abrir su armero, doctora —indicó Marino.

—Tengo roscas de pan.

—¡Eh! ¿Alguien tiene hambre? —preguntó él.

Nadie respondió. Cerré el frigorífico. El armero estaba en el garaje.

—Vamos —le dije.

Me siguió y procedí a abrirlo como me había pedido.

—¿Le importaría decirme qué pretende? —le pregunté.

—Que nos armemos todos —respondió mientras examinaba una pistola tras otra y contemplaba mi surtido de munición—. ¡Carajo!, debe usted tener acciones en Green Top.

Green Top era una armería de la zona que no vendía a maleantes, sino a ciudadanos normales que disfrutaban con los deportes y querían seguridad en su hogar. Se lo recordé a Marino, aunque era innegable que, en comparación con la media, yo tenía demasiadas armas y demasiada munición.

—No sabía que guardara todo esto —continuó Marino, con medio cuerpo dentro del armero, grande y sólido—. ¿Cuándo lo compró? Yo no iba con usted...

—De vez en cuando salgo de compras sola, ¿sabe? —repliqué, incisiva—. Aunque no lo crea, soy perfectamente capaz de comprar cosas de comer, ropa y armas sin ayuda de nadie. Y estoy muy cansada, Marino. Dejemos el tema.

—¿Dónde tiene las armas largas?

—¿Cuáles quiere?

—¿Cuáles tiene?

—Varias Remington. Una Marine Mágnum. Una 850 Express Security.

—Eso bastará.

—¿Quiere que vea si encuentro unos cuantos explosivos plásticos? Quizá podría conseguir un lanzagranadas —sugerí.

Marino tomó una Glock nueve milímetros.

—Así que también es socia de un «club Tupperware» de armas.

—He usado el lanzagranadas en la galería cubierta para hacer pruebas de tiro —respondí—. La mayoría de las armas que guardo aquí son para eso. Tengo que presentar vanos informes en diversas reuniones. Todo esto me está sacando de quicio. ¿Qué se propone ahora? ¿Buscar en los cajones de la cómoda?

Marino guardó la Glock en la parte trasera de sus pantalones.

—Veamos... También voy a coger la Smith & Wesson nueve milímetros de acero inoxidable y el Cok. A Janet le gustan los Cok.

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