Authors: David Wellington
—Porque estás diciendo gilipolleces. ¿Cómo que yo? ¡Yo no soy parte de tu equipo!
—Pero a mí me gustaría que lo fueras —respondió Caxton.
—¿Y qué quieres que haga? ¿Chillar cada vez que vea un vampiro para que sepas que está cerca? ¿O prefieres que los asuste con el flash de la cámara? Porque eso es lo que hago, Laura. Tomo fotografías de las escenas del crimen, de cadáveres y otras cosas desagradables. Y lo hago muy bien, pero no creo que necesites a ninguna fotógrafa en tu trabajo.
—Podrías ser mi experta en temas forenses. Como en CSI: Miami —insistió Caxton—. Podrías encargarte de todos los análisis de fibras y ADN.
La idea se le había ocurrido al oír a Fetlock hablar de su equipo forense. Pero Clara se rió.
—Vamos a ver, ¿qué dices? Esos tíos han estudiado para hacer eso, lo sabes, ¿no? Son científicos. Se pasan años y años preparándose, leen revistas científicas, van a conferencias y hablan con otros cerebritos sobre las patas que tiene una clase determinada de cucaracha. Yo estudié fotografía artística en Slippery Rock y ni siquiera aplico lo que aprendí allí.
Caxton sacudió la cabeza.
—Ya sé que no vas a convertirte en una experta leyendo un par de páginas web sobre medicina forense, pero podrías dedicarte a coordinar al personal de los marshals. Podrías dirigirlos. A estas alturas sabes muchas más cosas sobre vampiros que ellos, puedes guiarlos sobre qué deben buscar y cómo deben interpretar lo que encuentran.
—Hay un montón de personas mejor calificadas que yo para ese trabajo —le reprochó Clara—. ¿Por qué narices quieres contratarme a mí?
—Siempre dices que no pasamos suficiente tiempo juntas —confesó Caxton—. Dices que me paso el día trabajando y que en casa tampoco nos vemos nunca. Así, estaríamos las dos en el trabajo a la vez. Nos veríamos mucho.
Clara sacudió la cabeza con incredulidad.
—¿Y bien? —preguntó Caxton—. ¿No piensas responderme?
—¡No! —exclamó Clara—. Por lo menos no inmediatamente.
Se zamparon una mousaka de dimensiones considerables sin decir mucho más. Antes de que llegara el baklava, Clara se excusó diciendo que debía volver al trabajo.
—Nosotros también —le dijo Caxton a Glauer—. Venga, les diremos que nos preparen el baklava para llevárnoslo.
Regresaron los dos juntos a la jefatura de policía y durante el trayecto Caxton fue enumerando las cosas que tenían que hacer:
—Debemos identificar al siervo del motel. No queda demasiado material sobre el que trabajar, pero a lo mejor podemos hacernos una idea del aspecto que tenía y cotejarlo con la lista de personas desaparecidas. Quién sabe, a lo mejor suena la flauta. Luego está el prado de detrás del motel. Ya indiqué que lo rastrearan, pero a lo mejor se nos pasó algo por alto en la oscuridad. Reúna a varias personas y que vayan a echar un vistazo. Cuando tenga tiempo, debemos ponernos en contacto con los federales y averiguar si tienen algún archivo a nombre de Angus Arkeley. Él mismo me contó que hace unos años había tenido algunos problemas con la justicia. Aunque no dejó claro si lo habían juzgado o condenado, puede que descubramos algo. Ah, y puse a un vigilante a custodiar su cadáver, pero habrá que relevarlo. Encuentre a alguien y mándelo a la morgue. Yo intentaré ponerme en contacto con los familiares del siervo para que me permitan incinerarlo en cuanto se haya realizado la autopsia.
Incinerar a las víctimas de vampiros era una práctica habitual, pues de otro modo el vampiro podía hacerlas resucitar como siervos a voluntad.
Cuando llegaron a jefatura ya eran las cuatro de la tarde. El sol empezaba a ponerse y varias nubes rosadas atravesaban el cielo. Caxton salió del coche y estudió el horizonte como si éste pudiera arrojar alguna pista. La noche estaba cayendo. Eso significaba que Jameson Arkeley pronto volvería a estar activo. Había matado ya por lo menos dos veces. ¿Atacaría aquella noche?, se preguntó Caxton.
Todos los vampiros empezaban siendo personas individuales, con valores morales propios. Sin embargo, con el tiempo terminaban convirtiéndose todos en lo mismo. ¿Cuánto tiempo había durado Jameson antes de matar a su primera víctima? Probablemente más que la mayoría. Caxton estaba segura de que se había rebelado contra ello con todo su ser. Debía de haber pasado una noche tras otra acurrucado en su guarida, desesperado por salir a cazar, pero sabiendo en qué iba a convertirse si lo hacía.
Aunque en realidad también era posible que se hubiera rendido a las primeras de cambio. A lo mejor, como sabía que era inevitable, había decidido que no tenía ningún sentido torturarse para que un puñado de seres humanos pudieran vivir un día más. Los vampiros veían a los muertos (a los muertos humanos) a través de un prisma distinto. Para los vampiros, los humanos eran simples presas a las que se podía sacrificar sin contemplaciones. A Angus le habían dado la oportunidad de convertirse en uno de los depredadores. Al rechazar el ofrecimiento, Jameson debía de haber considerado que la segunda mejor opción para su hermano era la muerte.
Caxton estaba temblando.
—¿Está bien, Caxton? —le preguntó Glauer.
Caxton parpadeó y apartó los ojos de la puesta de sol. Las siluetas de lo que había estado observando le quemaban la piel interna de los párpados.
—Estoy bien. Entremos.
Al llegar al despacho, encendió el ordenador y empezó a redactar un informe sobre los acontecimientos sucedidos la noche anterior. Cuando trabajaba con Arkeley, cuando habían acabado con la estirpe de Malvern, o cuando habían defendido Gettysburg durante la masacre, nunca se había preocupado tanto por el papeleo. Quizá Jameson se pasaba las noches redactando informes, mientras ella se preocupaba fundamentalmente por seguir con vida. Ahora que era la jefa de la USE no tenía forma de evitarlo. El comisionado de la policía estatal quería que lo tuviera siempre al día de la investigación y la obligaba a rellenar un informe cada vez que disparaba el arma. Cada vez que descubría un cuerpo, debía rellenar un Informe de Investigación por Muerte No Relacionada con el Tráfico, un formulario mucho más complejo que los que estaba acostumbrada a rellenar. Debía invertir varias horas al día en redactar todos los documentos oficiales y varias horas más en crear los archivos de la base de datos de la USE. Aunque había asistido a un curso de mecanografía en la academia de Hershey para acelerar el proceso, la mayor parte del día la invertía en tonterías burocráticas.
A las cinco de la tarde, cuando la gente con trabajos normales terminaba su jornada laboral (o eso creía ella, aunque nunca había tenido un trabajo normal), Caxton se reclinó en su silla y se masajeó el puente de la nariz. Acababa de empezar a trabajar.
Cuando Fetlock se le acercó por detrás y carraspeó, Caxton dio un brinco y se golpeó las rodillas contra la mesa del despacho.
—Marshal —dijo, recordando que era así como debía saludarlo—. Estaba redactando un informe.
El federal asintió y se apoyó en el borde de la mesa.
—Quiero una copia, por supuesto. Mándemela por correo electrónico —dijo y le dejó una tarjeta entre dos hileras de teclas del teclado—. De hecho, mándeme todos los documentos que genere a partir de ahora. Así constarán también en el registro de los marshals.
—Sí, cómo no —respondió Caxton—. Le he pedido al agente Glauer, al que creo que conoció en la reunión de la USE, que organice un grupo y peine la escena del crimen del motel. Irá mañana y veremos si anoche se nos pasó por alto algo. Aún no he tenido noticias de su equipo forense...
—Ya han estado allí y se han marchado —dijo Fetlock—. Le dirán algo mañana.
Caxton asintió.
—Entre tanto he puesto a un agente a custodiar el cuerpo de Angus y...
—Bien —la interrumpió él.
Caxton frunció el ceño, confundida.
—¿No le interesa que le cuente todo esto?
—No, no mucho, la verdad. Como ya le dije, ésta es su investigación. No estoy aquí para controlarla, si es lo que cree —se explicó Fetlock y le dedicó una amable sonrisa—. Es posible que mi forma de trabajar sea distinta a la de otros jefes que haya tenido, menos intervencionista. En realidad, venía tan sólo a traerle esto.
Le entregó un sobre con su nombre. Caxton lo abrió con la esperanza de que le hubiera traído algo útil; por ejemplo, una descripción del hombre que había robado todos los registros de Jameson de los archivos de los marshals. Sin embargo, lo que encontró en el interior del sobre era un grueso folleto impreso en papel barato. Se trataba de un manual para empleados del gobierno federal en el que, entre otras cosas, se especificaba la naturaleza de su contrato como trabajadora independiente y los diferentes niveles salariales del funcionariado.
—Ah. Gracias —balbuceó.
—Tiene que firmar la última página y mandármela por fax tan pronto como le sea posible.
Caxton asintió y de pronto empezó a reírse. No pudo evitarlo. Fetlock sonrió y se la quedó mirando como si no entendiera nada.
—Es sólo que... —dijo Caxton, que sacudió la cabeza, incapaz de continuar hablando—. Hace menos de veinticuatro horas estaba luchando por mi vida y ahora tengo que ponerme a pensar en planes de pensiones.
Fetlock se levantó de la mesa y se colocó bien los puños de la chaqueta. Parecía algo molesto.
—Lo siento —se disculpó Caxton, que recuperó el control sobre sí misma—. Lo consideraré un asunto prioritario. ¿Había algo más que...?
Caxton se interrumpió porque su móvil había empezado a sonar. Miró a Fetlock, pero éste se encogió de hombros. Caxton se sacó el móvil del bolsillo y vio que la llamada era de Astarte Arkeley. «A ver qué querrá ésta ahora», pensó. A lo mejor la vieja bruja quería volver a acusarla de adulterio.
Descolgó el teléfono.
—Hola, señora Arkeley.
La voz de Astarte en el otro extremo de la línea sonaba metálica y distorsionada por las interferencias. Caxton apenas entendió lo que la mujer le decía.
—... agente, yo... ayuda... muy grave...
Caxton maldijo entre dientes. Se había olvidado de que en aquel despacho tenía muy poca cobertura.
—Un momento, señora Arkeley, no la oigo nada bien. Déme un segundo e intentaré moverme de sitio.
Movió los labios diciendo «lo siento» para Fetlock, salió del despacho y se dirigió hacia la escalera. Astarte continuaba hablando. A lo mejor no había oído lo que Caxton le había dicho.
—... de verdad... no habría llamado si...
En el hueco de la escalera perdió otra de las barras de cobertura, de modo que subió los peldaños de dos en dos. Una vez arriba, abrió la puerta de un empujón y salió al vestíbulo principal de la jefatura de policía. Había numerosos agentes con uniformes distintos apelotonados alrededor de la mesa del sargento de guardia, probablemente recibiendo las órdenes para aquella noche.
Caxton se abrió paso entre ellos y salió por la puerta principal al exterior, donde la recibió una ráfaga de nieve y oscuridad. Cuatro barras. Bien.
—¿Puede repetirlo todo, señora Arkeley? —le rogó Caxtón—. Lamento los problemas de conexión.
—No hay tiempo —respondió Astarte. Su voz sonaba forzada y no era culpa del teléfono—. Ya se lo he dicho: ¡está aquí!
—Señora Arkeley, no cuelgue, por favor —dijo Caxton y apartó el teléfono. Entonces entró corriendo en jefatura y llamó al primera agente que vio—. Usted, vaya a buscar al agente Glauer. Está en el sótano. —Entonces señaló a otro agente—. Usted, llame a la comisaría de la policía de Bellefonte y comuníqueles que hay una emergencia.
Echó un vistazo al teléfono y les dio el número de Astarte para que realizaran una comprobación inversa y dieran con su dirección. No le gustaba nada mandar a policías locales contra un vampiro (no estaban preparados para lo que iban a encontrar), pero no tenía más opción. Ella iba a tardar más de una hora en llegar allí, aunque condujera a una velocidad temeraria. Salvarle la vida a Astarte podía ser cuestión de minutos.
—Señora Astarte, ¿sigue ahí? —preguntó finalmente, hablando de nuevo al teléfono.
—Sí, querida. De momento. Ahora mismo está fuera de la casa. —Caxton oyó un estallido distante—. Ah, creo que acaba de romper la ventana de la cocina. No llegará a tiempo, ¿verdad?
—He mandado varias unidades. A lo mejor si ve que se acerca la policía, se marcha —dijo Caxton, esforzándose para dar la impresión de que se lo creía—. Voy a ir tan rápido como pueda. Enciérrese en algún lugar, si puede. Debemos frenarlo.
—Entonces, ¿cree que hablaba en serio cuando dijo que la única otra opción era la muerte? Sí, Laura, lo oigo en su voz. Es raro, siempre creí que cuando llegara mi hora, recibiría a la Parca con los brazos abiertos.
—Enciérrese en un lugar seguro, tan seguro como pueda —insistió Caxton—. ¡Estoy de camino!
Glauer subió corriendo la escalera y llegó al vestíbulo. No hizo falta que le contaran lo que sucedía. Cuando Caxton le hizo una seña y salió disparada hacia el aparcamiento, él la siguió.
Al llegar junto a su Mazda, éste estaba cubierto por una fina capa de nieve en polvo. No tuvo tiempo de limpiarla. Se metió dentro, cogió la sirena estroboscópica que guardaba para casos de emergencia, la colocó en el techo del coche y la enchufó al encendedor eléctrico. Su coche no disponía de sirena auditiva, pero por lo menos las luces evitarían que la parara la policía. Esperó a que Glauer se encajonara en el reducido espacio reservado para el copiloto, pisó el acelerador a fondo, salió del aparcamiento y se dirigió hacia la autopista. Los limpiaparabrisas apartaban rápidamente la nieve de su campo de visión, pero la ventisca se amontonaba de nuevo sobre el capó. Al llegar a la vía de aceleración, se abrió paso entre el denso tráfico típico de la hora punta (por una vez, la gente se apartaba al ver las luces de la sirena) y se colocó en el carril rápido, sentido noreste.
—Es la mujer de Jameson, su viuda, o lo que sea —explicó Caxton. Glauer no hizo preguntas, pero Caxton se dijo que debía de estarse preguntando adonde iban con tantas prisas—. Está en peligro.
Se arriesgó a apartar la vista de la carretera y mirarlo un instante. Glauer estaba pacientemente sentado, con la mirada fija al frente y las manos en el salpicadero para agarrarse cada vez que ella pisaba el freno.
—Por lo que he entendido, no le queda mucho tiempo.
Glauer echó un vistazo al indicador de velocidad.
—Llegaremos a tiempo —le prometió, aunque sabía tan bien como ella que se trataba de una afirmación muy optimista.