Authors: David Wellington
Por primera vez, Fetlock mostró cierta sorpresa. Su rostro palideció ligeramente y sus ojos se abrieron un poco más.
—O sea, que quería convertir a su hermano en lo mismo que él, pero al ver que no podía, decidió impedir por lo menos que hablara con usted. Y utilizó intencionadamente a un siervo medio descompuesto para que usted no pudiera interrogarlo.
—Sí, me parece una teoría plausible —dijo Caxton.
—En ese caso, le tiene a usted mucho miedo.
Caxton soltó una carcajada.
—Sí, soy su mayor amenaza —dijo y le mostró al federal la ventana de encima del váter, por la que había huido Jameson—. Allí afuera —dijo— le he disparado a boca jarro dos balas de nueve milímetros al corazón. Entonces se ha levantado, me ha dejado impedida y se ha largado de aquí indemne. Soy una gran amenaza, vamos.
El miedo volvió a apoderarse de ella y no pudo evitar echarse a temblar. Le traía sin cuidado que Fetlock se diera cuenta de que estaba acojonada. No podía seguir escondiéndolo. Pero el federal se encogió de hombros.
—No hay ser en el mundo a quien tema tanto como a usted. Es la persona que mejor lo conoce. Conoce sus puntos fuertes. Algo es algo. Y no hay ninguna persona viva que sepa más cosas sobre cómo matar vampiros que usted.
«Viva no, pero no muerta seguramente sí», pensó Caxton. Jameson le había enseñado todo lo que sabía, pero ahora se daba cuenta de que no le había contado algunos secretos.
—Gracias —le espetó—. Me alegra mucho oír eso —añadió, pero se dio cuenta de que en cierto modo hablaba en serio. Era agradable saber que alguien creía en ella—. Y ahora, ¿me va a decir a qué ha venido?
—De acuerdo —respondió Fetlock, que se sentó en la tapa del váter—. Estoy aquí para ofrecerle una estrella.
—¿Una estrella? —preguntó Caxton con el ceño fruncido—. ¿Quiere darme una estrella? ¿Como cuando un maestro le da una estrella de oro a un buen estudiante?
—Bueno, en realidad ésta es de plata.
El federal se metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó una insignia de solapa: era una estrella dentro de un círculo. Obviamente, Caxton la reconoció al instante. Fetlock llevaba una. Jameson Arkeley solía llevar una también. El agente especial Jameson Arkeley de los marshals.
—Estoy autorizado a incorporar temporalmente a los marshals a cualquier agente de la ley durante el tiempo que me parezca oportuno.
—¿Como cuando un sheriff recluta a un grupo de vaqueros?
—Eso es, ni más ni menos —respondió Fetlock—. Los marshals son la rama más antigua del Departamento de Justicia. Originalmente el cuerpo fue creado para limpiar las fronteras, de modo que hubo muchos vaqueros que se convirtieron en marshals: Wyatt Earp, Bat Masterson, Bill Hickock...
Caxton sacudió la cabeza.
—No soy fan de las pelis del Oeste —le dijo.
—Fredrick Douglass también formó parte del cuerpo. Y más tarde el presidente Kennedy nos colocó en la primera línea del movimiento de defensa de los derechos civiles y la lucha contra la segregación racial. Somos los buenos de la peli —añadió con un brillo en la mirada.
Caxton miró la insignia que el federal sostenía en la mano pero no dijo nada. ¿Qué narices significaba todo aquello?
Al ver que Caxton no cogía la insignia al momento, Fetlock cerró el puño pero continuó con el brazo extendido.
—Me ha preguntado a qué he venido. Probablemente quiera saber también por qué asistí a la reunión de la USE. Me mandó el director de los marshals. Está muy preocupado por su investigación y quiere ayudarla en todo lo que esté a nuestro alcance. A lo mejor debería empezar por ponerla en antecedentes, contarle nuestra parte de la historia. Así entenderá mi papel en todo esto. El 21 de noviembre, en nuestra sede de Arlington, en Virginia, me pidieron que reuniera todos los expedientes de Jameson Arkeley que encontrara en nuestros archivos. Se suponía que debía fotocopiarlo todo y mandarle a usted los originales. Según el listado en línea no había demasiadas cosas: un puñado de libretas, varias carpetas de casos y su dossier personal. Ninguno de esos documentos estaba digitalizado, de modo que debía ir al archivo en persona y buscarlos manualmente uno a uno. Eso fue lo que hice, pero entonces me encontré con un sorprendente descubrimiento. Todas las carpetas que buscaba habían desaparecido.
Fetlock estudió la reacción de Caxton, pero la agente se negó a revelar ninguna emoción. No pensaba ni siquiera encogerse de hombros. Primero quería oír la historia completa.
—Naturalmente, mi siguiente paso fue ir a ver a la bibliotecaria del cuerpo y comprobar los archivos. Todos los documentos que yo buscaba habían sido retirados al mismo tiempo y nunca habían sido devueltos. Había una firma en el libro de la entrada del archivo. Apuesto a que adivina qué nombre figuraba: Jameson Arkeley.
Caxton pestañeó, tal vez demasiado rápido.
—Suena absurdo, ¿verdad? Eso sucedió mucho después de que se convirtiera en vampiro y más de un año después de que se jubilara. Habría necesitado una tarjeta con una fotografía para retirar esos documentos. De hecho, habría necesitado esa tarjeta hasta para acceder al edificio. Hablé con los responsables de la unidad que expide las tarjetas y me dijeron que, en principio, tienen la obligación de destruirlas cuando un agente abandona el cuerpo, pero que mucha gente no las devuelve cuando limpian sus escritorios. Unos se la quedan como recuerdo, otros simplemente ni se acuerdan de devolverla. La unidad nunca comprueba si las tarjetas han sido devueltas y destruidas. Me comunicaron que a partir de ahora lo harían. Probablemente, alguien termine en la calle por esto.
—Los vídeos —dijo Caxton.
Fetlock se la quedó mirando como si esperara que añadiera algo más, pero a Caxton le pareció que el federal debía de saber ya a qué se refería.
—¿Me está preguntando si disponemos de cámaras de video-vigilancia en la entrada? Desde luego. Yo mismo me encargué de repasar las cintas de vídeo... aunque en realidad no son cintas, ya me entiende. Está todo guardado en archivos comprimidos en nuestros servidores. Estudié las imágenes correspondientes a las seis horas anteriores y posteriores al momento en el que supuestamente Arkeley sacó los documentos. Si se está preguntando si vi a un albino gigante sin pelo y con las orejas puntiagudas, la respuesta es no. Ni nada parecido. Pudo mandar a uno de sus siervos, desde luego, pero yo creo que la bibliotecaria se habría dado cuenta de que el tipo no tenía piel en la cara.
—Pues entonces tuvo que mandar a un socio humano.
Fetlock asintió.
—No hay otra opción. Por el momento desconocemos la identidad de esa persona. Cuando le conté la historia al director del cuerpo, tomó una decisión rápidamente. No podemos tomarnos un fallo de seguridad como ése a la ligera. Puede que usted piense que no hay para tanto, que tan sólo se trata de un robo en los archivos, pero eso pone de relieve algo mucho más grave. Demuestra que Jameson Arkeley conoce nuestros trucos y que sabe cómo burlarlos. Jameson Arkeley conspiró para acceder sin autorización a un edificio propiedad del cuerpo de los marshals, aparte de los demás crímenes que pueda haber cometido. Desde ese momento se le considera un traidor al cuerpo y pasa a ocupar el primer lugar en nuestra lista de Casos Principales... que supongo podría describirse como nuestra versión de la lista de criminales más buscados del FBI.
Caxton se preguntó por qué los marshals tenían tanto interés en Jameson. A lo mejor Fetlock quería lograr tan sólo un ascenso y estaba ansioso por apuntarse un tanto cerrando un caso pendiente. Pero también podía tratarse de subsanar, en la medida de lo posible, un error. Al fin y al cabo, el cuerpo no quedaría demasiado bien cuando se supiera que uno de sus ex agentes se había convertido en un asesino de masas. O a lo mejor era que el director estaba sinceramente preocupado por la seguridad, aunque a juzgar por sus anteriores experiencias con la policía federal, lo dudaba.
Fetlock levantó el puño y agitó la insignia como un jugador agita los dados antes de lanzarlos.
—Mientras aún no había herido a nadie, decidimos no mencionarle ni en la página web ni en los medios de comunicación, pero me temo que después de lo sucedido, esta noche no nos va a quedar otra. Estamos decididos a atraparlo y vamos a emplear todos los recursos que estén en nuestras manos. Queremos que usted sea uno de esos recursos.
Caxton sacudió la cabeza.
—Yo ya tengo un trabajo.
—Y lo seguirá teniendo —dijo—. Se trata de un nombramiento estrictamente temporal. Durará tan sólo hasta que lo cace. Después podrá volver a lo que hacía antes de ponerse a luchar contra los vampiros.
Si era sincera, Caxton debía admitir que ya casi ni se acordaba de qué era eso. Llevaba tanto tiempo jugándose la vida que no se había planteado qué haría si un día lograba que los vampiros se extinguieran. A lo mejor debería retirarse y trabajar como entrenadora de perros. Eso estaría bien.
Pero aún no había llegado el momento. Por ahora era policía.
—¿Y yo qué ventajas saco de eso? —preguntó. Porque la verdad era que no lo veía. ¿Se suponía que debía aceptarlo así, sin más?
El federal se reclinó y pareció dudar un instante antes de responder.
—Le abriría muchas puertas. De entrada, le permitiría perseguir a un fugitivo a través de todos los estados. Ahora mismo, legalmente, si Jameson huyera a Virginia Occidental no podría perseguirlo.
Caxton lo haría de todos modos, desde luego, fuera legal o no. Pero sí, realmente podría resultarle útil contar con respaldo policial en todo el país. De hecho, se había planteado varias veces qué sucedería si Jameson abandonaba Pensilvania. De haber sido ella el vampiro, lo habría hecho hacía meses.
—También tendría acceso a los recursos de nuestro Programa para Fugitivos de Casos Principales —dijo. Entonces soltó un suspiro y se levantó—. Permítame enseñarle algo que probablemente ya haya visto. —Se sacó un bolígrafo del bolsillo y señaló el marco combado de la ventana—. Fíjese —dijo, mostrándole un fragmento de tela negra que había quedado pegado en una esquina—, restos de tejido. Puede que se trate de algo útil, puede que la conduzca hasta Jameson Arkeley.
—Puede —respondió Caxton—. Ya lo había visto. También puede ser que sea tela de mis pantalones. En cualquier caso, nuestro servicio forense está de camino. Se pasan la vida trabajando en la identificación de fibras y de ADN, pero aún es hora de que yo vea la utilidad de alguna de esas pruebas.
—Eso es normal. Su unidad desempeña un papel estrictamente instructivo, sólo toman cartas en el asunto cuando el sujeto se encuentra bajo custodia. ¿Cuánto tiempo tardan en realizar una investigación a fondo? ¿Seis semanas?
—Más o menos —admitió Caxton.
—En seis semanas pueden amontonarse muchos cuerpos. Mis hombres podrían recoger esas muestras, cotejarlas con todas las bases de datos del país y devolverle los resultados en veinticuatro horas. Basta una llamada telefónica y estarán aquí a la hora de comer.
—Los vampiros no tienen pelo y tampoco llevan demasiada ropa. Por no tener, no tienen ni siquiera ADN, nadie ha sido capaz de localizarlo.
Fetlock soltó un suspiro.
—Vale, ¿y qué me dice entonces de los recursos humanos? Su USE cuenta con dos empleados a tiempo completo, y uno de ellos es usted. No dispone de recursos para contratar a nadie más y por eso debe recurrir al trabajo de voluntarios a tiempo parcial. Si se incorpora a los marshals, podrá contratar con dinero federal a quien desee mientras dure su investigación.
Debía admitir que era tentador.
—¿Y cuáles son los peros?
Fetlock se encogió afablemente de hombros.
—Deberá seguir las directrices del Departamento de Justicia. El papeleo es una lata, pero puede contratar a alguien que rellene los impresos por usted —dijo. Entonces se volvió ligeramente y se quedó mirando hacia la bañera—. También significa que trabajará para mí.
—Pero yo seguiría dirigiendo la investigación —dijo Caxton, que quería dejar muy claro ese punto.
—¡Desde luego! —respondió Fetlock con una sonrisa—. Como ya he dicho, es usted quien lo va a cazar. Yo sólo estaré apoyándola en todo lo que necesite. Ni siquiera soy un agente de campo, sino un chupatintas. Para serle honesto, éste no es mi medio.
—Vale —accedió Caxton.
—¿Cómo dice?
Ella le abrió el puño y cogió la insignia.
—Que vale, que acepto. Todo lo que me ayude a echarle el
guante es bienvenido. ¿Qué tengo que hacer? ¿Un juramento sobre la Biblia?
Fetlock le dedicó una sonrisa radiante.
—Creo que podemos ahorrarnos las formalidades. Estoy seguro de que va a ser una relación muy beneficiosa, para ambos.
Entonces le estrechó la mano. Salieron del baño y regresaron al aparcamiento. El sol era un disco anaranjado sobre el horizonte, roto en pedazos por las ramas negras de los árboles muertos.
Caxton se rascó la cabeza (tenía el pelo grasiento y despeinado) y empezó a andar hacia el coche.
—Bueno, Fetlock, llame a la Brigada Científica y dígales que vengan cuanto antes —dijo mientras se colocaba la insignia en una solapa del abrigo—. ¿Quién sabe? A lo mejor descubren algo. Voy a regresar a la jefatura de policía para poner al corriente de todo a mi comisionado. Creo que debe saberlo.
—Agente especial —la llamó Fetlock cuando ella abrió la puerta de su coche.
Al principio no cayó en la cuenta de que aquél era el tratamiento oficial que iba a recibir a partir de entonces y que la estaba llamando.
—¿Qué? —preguntó finalmente.
—A lo mejor, ahora que soy su jefe, podría empezar a llamarme «marshal» en lugar de «Fetlock».
Caxton se mordió la lengua para no decirle lo que realmente le parecía la propuesta. No sentía muchas simpatías hacia los marshals. Había trabajado como policía estatal el tiempo suficiente como para no fiarse de los federales. Sin embargo, si lo único que quería Fetlock era que le mostrara un poco de respeto, Caxton imaginó que podía darle el gusto.
—¿Cómo no? —dijo—. Por favor, llame a su Brigada Científica, marshal. ¿Mejor así?
—Por ahora será suficiente, sí —respondió éste.
Pero Caxton ya se había metido en el coche y se estaba alejando.
Se le hacía extraño llevar aquella estrella plateada en el abrigo. Nunca antes había llevado una insignia. Los agentes estatales de Pensilvania nunca lo hacían. Según su juramento, una buena conducta era la única insignia que necesitaban. En fin, ya se acostumbraría.