—Lo que significa que se ha utilizado durante siglos.
—Es probable.
—Pero, si es así, ¿cómo es que Seamus Crean sólo desenterró los restos de un niño? Uno hubiera imaginado que habría cientos de ellos.
—Creo que sé por qué —le conté lo del descubrimiento de los vertidos ilegales.
—¿Estás diciendo que descuartizaban los cuerpos y guardaban sus partes en tarros?
—Sí, supongo que para investigación médica. Y creo que Traynor descubrió eso y algo más sobre Monashee.
—Pero, si no estaban enterrando bebés allí, entonces no es un
cillín
después de todo.
—Enterraron algunos niños, pero también tenía otra función, fue un lugar de ejecución para gente como Mona.
—Entonces ésa es la verdadera historia: rituales de ejecución para los vivos y, por contraste, cementerio para los muertos. Y dos hombres acaban muriendo de la misma manera.
—Debería de serlo, en teoría. Aunque Traynor no estaba interesado en Mona, sólo en el bebé. Estamos suponiendo que todo tiene relación con Mona y descartando al niño. Esa es la razón por la que se repiten las heridas.
Finian se pasó la mano por el pelo.
—Illaun, eso es tan rebuscado que sólo de pensarlo me duele la cabeza.
—No, Finian, es sólo tu resaca que comienza a incordiar.
—Vámonos a casa —gimió.
—No, subamos hasta la abadía de Grange —propuse saliendo a la carretera.
Finian se rió. Entonces comprendió que lo había dicho en serio.
—Eso es una locura, Illaun.
—¿Por qué?
—Porque… —le vi mirar el reloj del salpicadero—. Son ya las doce pasadas, estarán en la cama.
Ahora me tocaba a mí reírme.
—Tanto mejor —declaré dando un giro brusco a la izquierda y subiendo colina arriba.
—¿Para qué ir allí, por qué? ¿Para preguntarles si les pertenecen los niños de los tarros?
—Hay algo en ese lugar que parece falso. De hecho encuentro muy difícil de creer que estuviera ahí. Es como un sueño.
—Habrán cerrado el acceso, ya verás.
Pero la verja de la entrada estaba abierta, y la avenida serpenteaba hacia abajo como un lazo de lentejuelas blanco hasta la oscuridad del bosque del fondo. No había marcas de ruedas en la helada, un hecho que por algún motivo me pareció extraño.
—¿Y bien? —Finian esperaba que me diera por vencida. Y si hubiera estado en mis cabales, lo hubiera hecho.
Conduje hasta las puertas.
—¡Oh, mierda! —murmuró.
—Mira esto —le mostré apagando las luces del coche.
Finian se hundió en el asiento y cerró los ojos. Pero la luz de la luna era suficiente para conducir.
Ahí estaba la abadía, es cierto, aunque no había ni una sola luz encendida ni fuera ni dentro. Y el Land Rover tampoco estaba a la vista. Abandoné el camino y aparqué sobre la hierba, bajo unos tilos sin hojas, a unos treinta metros del borde del patio de la entrada.
—¿Contenta? —preguntó Finian ansioso por largarse.
—Aquí no hay señales de vida —comenté.
Forzó una sonrisa.
—Illaun, son las 00.30 de una noche de invierno. ¿Qué esperabas, una fiesta en el jardín?
—Schh —chisté—. Estoy oyendo algo.
Bajé mi ventanilla. Dos o quizá tres voces. En el exterior. Y sabía, por la manera en que el sonido llegaba en la noche cristalina, que no andaban demasiado lejos.
—Creo que esas voces vienen de algún lugar cercano a la iglesia —sugerí.
—Puede que sean las monjas volviendo de los maitines o como quiera que se llame lo que cantan a medianoche. ¿Podemos irnos ya?
—Voy a echar un vistazo.
—Estás loca, Illaun.
—¿Vienes?
La personalidad cautelosa por naturaleza de Finian solía provocarme el efecto contrario, y cuanto más insistía él para disuadirme, más ganas tenía yo de hacerlo. Había sido una característica de nuestra relación desde los tiempos de profesor y estudiante, y esta noche una buena dosis de ese espíritu de colegiala rebelde me había invadido, quizá porque sabía que lo único que él quería era volver a su casa para dormirse.
Finian me maldijo y de mala gana salió del coche. Atravesamos las puertas y le conduje hacia la arquería del claustro.
El afilado perfil de la luna estaba recubierto de un halo, cuya esfera interior semejaba el centro de una gran galaxia. Al llegar a un lateral de la arquería, nos pegamos a la pared y atendimos a cualquier sonido que pudiera llegar de la iglesia. Durante el par de minutos que empleamos en llegar hasta allí, habíamos vuelto a oír las voces una o dos veces, pero ahora estaban en silencio.
Atisbé por el lateral del arco. La luna estaba justo encima de las almenas de la torre, esculpiendo el patio en diferentes ángulos de luz y sombra. Pensé que el espacio estaba vacío hasta que vi que la luna se reflejaba en algo, que resultó ser el Land Rover de la abadía. Estaba aparcado entre la iglesia y el muro lateral del jardín.
—Por aquí no hay nadie —susurré tratando de parecer convincente—. Deben de haber aparcado el coche para pasar la noche, y lo más probable es que hayan entrado a la residencia desde el claustro.
—Una vez más, ¿qué demonios hacemos aquí? —a medida que Finian volvía a estar sobrio se estaba poniendo un poco irritante.
Había cogido la linterna de la guantera.
—Quiero que veas el pórtico oeste y alguno de sus relieves para saber qué opinas.
—Ya pediré una cita personal con la abadesa para que me los enseñe, preferentemente de día.
Encendí la linterna y me apunté a la cara para que pudiera ver mi expresión.
—Lo estoy diciendo en serio, Finian. No creo que la gente visite este lugar salvo que llegue aquí por accidente. Creo que tenían sus motivos para permitirme venir —y apagué la linterna.
Respiró profundamente por la nariz un par de veces. Era su manera de tranquilizarse.
—De acuerdo. Veámoslos.
Anduvimos a través del arco, manteniéndonos en la sombra hasta que llegamos frente al ala oeste de la iglesia. Toda la fachada estaba en penumbra, por lo que volví a encender la linterna.
La sorpresa me hizo agarrarme del brazo de Finian.
La puerta estaba completamente abierta. Ambas hojas de la que debía de haber sido una entrada poco utilizada estaban abiertas de par en par, y pude ver el reflejo de mi luz moviéndose en el artesonado de dentro de la iglesia.
—¡Ay, mierda! —exclamó Finian por lo bajo—. ¡Vámonos de aquí!
Ya había apagado la linterna y estaba en marcha cuando algo me hizo volverme como a la mujer de Lot en la Biblia.
—Mira —señalé a Finian asiéndole del brazo.
Pudimos ver un resplandor que salía del interior de la iglesia.
—Vámonos —me instó Finian arrastrándome de la mano.
—Espera… —no podía creer que esa luz hubiera surgido así como así.
¿Qué podría habérnosla ocultado cuando nos acercamos a la puerta? Y entonces recordé el desnivel que existía en el lado oeste.
—Ya sé por qué no pudimos verlo hasta ahora —susurré.
—¿De qué estás hablando?
—El terreno se inclina hacia abajo, siguiendo el contorno de la pendiente. Por lo que el lado este no es visible hasta que te acercas a la entrada.
—Fascinante. Ahora mueve el culo.
—De acuerdo, vámonos.
Entonces oímos un ruido que nos congeló hasta la médula. Era el sonido de unos aplausos, como de un pequeño auditorio recibiendo a alguien en el escenario.
Los aplausos se apagaron, y una voz que parecía venir de las profundidades de la iglesia empezó a cantar.
El acebo tiene sus bayas
tan rojas como el vino,
adoramos al dios Sol,
nuestro Salvador divino…
—¿Qué demonios se está cociendo ahí dentro? —susurró Finian tan asombrado como yo, y no sólo por la extraña elección del tema para cualquier hora canónica.
Algunas voces empezaron a entonar, con el vigoroso tono nasal de los solistas de folk ingleses.
Adoramos al dios Sol
pues es nuestro salvador
y del bosque el primer árbol
fue el acebo…
Finian me agarró del brazo y me sacó de la iglesia.
—No entiendo nada —manifestó.
Tampoco yo. Porque todas las voces eran masculinas.
Condujimos rápidamente por la avenida, sin cruzar palabra hasta que dejamos atrás las verjas y salimos a la carretera.
Finian fue el primero en hablar.
—Ha sido todo tan extraño. Quizá sea por el
shock
de lo inesperado, hombres cantando en la capilla de un convento a estas horas de la noche. ¿Tú qué piensas?
Un rito anual de fertilidad fue la primera cosa que se me pasó por la cabeza. La orden se había auto-perpetuado engendrando a sus propios miembros. Sin haber reclutado nunca abiertamente, para no llamar la atención… podía haber sido su manera de sobrevivir. ¿Pero qué hacían entonces con la descendencia masculina? Debieron de enviarlos en adopción por los mismos cauces que los niños nacidos en el hospital de la maternidad de su orden, pero no a todos ellos: algunos fueron guardados como sementales. Y como consecuencia de la endogamia, eso se tradujo en alumbramientos frustrados. Y quizá por eso necesitaban recibir a extraños de vez en cuando…
—Illaun, tu silencio me dice que tu cabeza está trabajando a toda máquina. Comparte tus pensamientos antes de que tu imaginación se desboque.
Me conocía bien. Ya estaba embalada. Entonces, se me ocurrió una idea menos estrambótica.
—Cuando la abadesa me habló de los votos de la orden, dijo que una vez al año estaban dispensadas de ellos…
—Y piensas que se dedican a cosas sucias en su día libre. ¿Una orgía de medianoche, quizá?
Evité mencionar mis especulaciones más salvajes.
—Una celebración. La abadesa mencionó que Enrique II fundó su orden en Navidad; puede que lo conmemoren de alguna manera.
Finian se rió entre dientes.
—Imagina que las buenas hermanas estaban simplemente disfrutando de un festival de villancicos con algunos invitados. Recaudando fondos para la restauración del tejado de la iglesia, quizá. Por lo que sabemos puede que incluso hubiera carteles anunciándolo en el pub esta noche.
—Finian, como tú mismo has dicho, eran las doce y media de una noche de invierno. De la noche del solsticio para ser más exactos. ¿Una colecta? No me lo creo. Fuera lo que fuese, tenía algo que ver con el fin del año, y nada con la Navidad.
—Creo que tienes razón. Sólo trataba de verlo desde otra perspectiva, eso es todo —se quedó callado durante un rato y después dijo—: Debo admitir que ese villancico tenía más de un soplo de paganismo.
—Eso mismo sucede con todo en ese lugar. Y la idea de que el acebo pueda estar jugando un papel principal en sus rituales es verdaderamente terrorífica, teniendo en cuenta que vi lo que Traynor tenía metido en la boca.
—Escucha, no llevemos las cosas más lejos. Ha sido una larga noche, dale un descanso a tu cerebro.
—Ha sido un largo día que todavía no ha acabado. Tú te vienes conmigo a casa —por si había alguna posibilidad de que malinterpretara mis palabras añadí—: para ayudarme a descifrar el enigma de la abadía de Grange.
Finian volvió a gemir.
Mientras él hacía un poco de té, yo fui a la oficina a imprimir algunas de las imágenes que había descargado en mi portátil. Habiéndolas obtenido con alta resolución, pude ampliar algunos segmentos de la puerta oeste manteniendo una perfecta nitidez.
Cogí los folios y me los llevé a la cocina junto con una lupa. Finian había servido dos tazas de té y estaba sentado en la mesa, leyendo el periódico del sábado y acariciando distraídamente al gato.
—Vamos a echarles un vistazo bajo la luz —propuse sentándome en la mesa de comer, mientras empujaba a
Boo
para que se largara y desplegaba las fotografías.
Las libélulas verdes con brillantes ojos rojos de los cristales de mi lámpara Tiffany parecían mirarnos por encima del hombro, examinando las fotos.
—Tú eres la experta en esto —comentó Finian echándoles un vistazo—. Se puede ver que los relieves están bien conservados, pero no me pidas que los interprete.
—Me ayuda a ver las cosas más claramente cuando alguien está sugiriendo ideas. Tú sólo sígueme.
—Soy todo tuyo.
Llevando mi dedo por la larga curva del arco exterior, empecé a señalar algunos relieves.
—En este friso se recoge el bestiario medieval —apunté—. Este personaje con una parte de león y otra de águila es un grifo; aquél, un dragón de dos patas; aquí hay un basilisco; y aquí una mantis, con cola de escorpión.
Finian la estudió a través de la lupa.
—¿Qué es lo que hacen en el exterior de la iglesia?
—Estas figuras probablemente representan lo que se llama una función apotropaica —protegen del demonio según el principio de enfrentarse iguales con iguales—. Se aseguran de que ningún demonio entre en la iglesia.
—Parece que hay una especie de escorpión en medio de ellos.
Le quité la lupa y confirmé su opinión.
—Una advertencia moral. Por lo que recuerdo, el escorpión se equiparaba a la lujuria. Ves, tiene cara de mujer, la idea era que te seducía con su belleza sólo para envenenarte con su aguijón.
—Relieves como ése debieron de estar policromados, ¿verdad?
—Sí, y patinados. Algo parecido a los colores de la lámpara.
Finian contempló las libélulas durante un momento y dio un ruidoso bostezo confirmándolo.
—Ahora, vamos a concentrarnos en los dos arcos interiores —señalé—. Son los que mejor se han conservado de las inclemencias del tiempo; los relieves son todavía nítidos y precisos.
—¿Qué tenemos aquí?
—Los productos de una imaginación medieval, otra vez: los fabulosos habitantes de las tierras lejanas. No he tenido tiempo de estudiarlos con atención, pero ahora reconozco algunos más que cuando los vi por primera vez. Aquí hay una representación de una raza monstruosa llamada
blemmya
—hombres sin cabezas o, para ser más precisos, con las orejas y los ojos en el pecho—. A su lado hay un cíclope, y después varios más para los que no tengo nombre: algo que parece un pulpo; un hombre con zarpas en vez de manos, otro con la cabeza de un león. Y ¿ves éste de aquí, que parece casi humano con una gran separación entre los ojos y un largo hocico? Este es un cinocéfalo, un hombre con cabeza de perro. Hay también una sirena…