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Authors: Patrick Dunne

Tags: #Intriga

Villancico por los muertos (34 page)

BOOK: Villancico por los muertos
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—¿Te apetece una taza de té? ¿En mi zona?

—Muchas gracias, cariño, me encantará. Estaré ahí en un par de minutos. Quiero terminar de escuchar una historia.

Sabía que una taza de té era una invitación para iniciar una ronda de negociaciones que nos llevarían casi una hora.

—Tómate tu tiempo. No se admiten perros grandes, por supuesto —bromeé, porque
Horacio
tenía prohibido pasar a mi zona de la casa en horas en que podía tener clientes.

No era sólo que su tamaño pudiera intimidarles, sino que tenía tendencia a dejar restos de babas pegadas al suelo, para que se resbalaran en ellas. Era una de las características de su raza que menos me gustaba, pero mi madre no parecía tener ningún problema en limpiarlas. Además, a Richard no le hacía mucha gracia que su hijo pusiera la mano en los charcos de saliva del animal, y por eso
Horacio
debía formar parte de la negociación que, si salía bien, haría que nuestras Navidades discurrieran agradablemente.

Como si quisiera dejar muy clara su postura,
Boo
estaba sobre la alfombra del salón en posición de esfinge: las patas delanteras en paralelo y estiradas al frente, las traseras ocultas bajo su cuerpo, las caderas altas, y la cabeza mirando hacia delante con los ojos entrecerrados que parecían concentrarse en cosas de otro mundo —una lección abreviada de por qué los egipcios creían en la divinidad de los gatos.

Algunos minutos después, mi madre apareció. No quería darle mucha importancia a nuestra charla.

—Quiero que planeemos las visitas a papá en Navidad. ¿Qué quieres hacer?

Mantuvo la cabeza gacha.

—Vamos, mamá. No lo hagas más difícil. Tenemos que tomar una decisión.

Alzó el rostro, sus ojos estaban llenos de lágrimas.

—Era la época favorita de Paddy… pero, por supuesto, eso ya lo sabes. Disfrutaba tanto viendo vuestras caras la mañana de Navidad cuando nos enseñabais lo que Papá Noel os había traído…

Miré para otro lado, tratando de evitar que notara mi emoción.

—Y más tarde, cuando fuisteis mayores y empezamos a darnos los regalos después de la Misa del Gallo… tu padre… siempre cuidaba tanto mis regalos… —sollozó calladamente.

Luché para no imitarla.

—Ya lo sé, mamá. Eran tiempos muy especiales, y siempre lo serán. Pero las cosas ya no son iguales. Ya te tuviste que adaptar una vez, crecimos, y ahora las cosas han vuelto a cambiar. Papá ya no está en casa. Pero podemos ir a verle, estar con él y quizá incluso hablar sobre nuestros recuerdos mientras él escucha.

Se secó las lágrimas y se sentó muy erguida en el sillón.

—Dios te ha dado fuerza para enseñarnos a todos a soportar esto. Es un gran don, Illaun, y una gran carga. Te prometo que lo pensaré hoy mismo, y que incluso haré un calendario de visitas para no cansarnos nosotras ni a él. Y te apoyaré cuando tengas que convencer a Richard.

Como una mujer convaleciente de una parálisis, se acercó a mí con los brazos extendidos.

—Oh, mami —suspiré abrazándola—. Richard está muy decidido a salirse con la suya. Y me trata como si fuera su enemiga. Parece que quiere montar una escena.

—No pienso consentir ninguna discusión en esta casa sobre tu padre en Navidad. Es algo que le hubiera horrorizado. Todo se arreglará. Te doy mi palabra.

Después del té con galletas, mucha charla y una llamada a mi tía Betty, los preparativos para la llegada de Richard y Greta quedaron solucionados. Esa misma tarde, un poco después, Betty se acercaría hasta Castleboyne para recoger a mi madre y
Horacio
y llevárselos a su casa, donde el perro se quedaría durante las Navidades. Mi madre se quedaría a pasar la noche para instalar a
Horacio
en su residencia de vacaciones; mañana por la tarde Richard y Greta llegarían al aeropuerto de Dublín, allí alquilarían un coche y pasarían a buscar a mi madre a casa de mi tía para estar aquí hacia las ocho. Entonces tendríamos que decidir lo de mi padre. No quería dejarlo pendiente para Nochebuena.

Cuando mi madre volvió a su zona, me dirigí a la oficina. Peggy había salido a comprarse algo para comer, por lo que decidí aprovechar para revisar el resto de mis
e-mails.
Había uno de Malcolm Sherry, otro de Keelan O’Rourke, y una nota de Peggy pegada en mi pantalla, diciéndome que Finian había dejado en el contestador el recado de que le llamara mientras yo estaba hablando con Gallagher. Finian se había marchado cuando regresé a casa, y seguramente pensó que continuaba sin móvil.

Abrí el correo de Sherry.

«Illaun,

Me han notificado el asesinato de O’Hagan y brevemente su autopsia. La cosa se complica.

Acabo de ver los resultados de la EMA. Estoy seguro de que te habrán decepcionado, pero quién sabe, puede que tu Mona arroje pronto algunas deducciones interesantes. Por lo que se refiere al bebé, su datación parece corresponder con lo que un colega mío, el doctor Gudrun Walder, me comentó ayer mismo mientras cenábamos: que la focomelia era un fenómeno muy extendido entre los niños nacidos por toda Europa en los primeros años sesenta (Alemania Federal, en concreto)».

El término focomelia aterrizó en mi cabeza —la diferencia entre escuchar y ver una palabra, supuse—. Pero mientras leía, lo recordé: fue en la fría morgue de Drogheda, Sherry señalaba los atrofiados pulmones del bebé.

«Las malformidades de los pulmones fueron causadas por la talidomida, una droga frecuentemente prescrita a las mujeres embarazadas como antídoto para el malestar de las mañanas. Como la focomelia no es un caso habitual en los diferentes síndromes que se suelen ver en los neonatos, mi opinión es que sufrió los efectos del envenenamiento por talidomida, como si la pobre criatura no tuviera ya suficientes problemas».

Pobre criatura, desde luego. Parecía que la única cosa buena que le sucedió fue tener a Mona como compañera en la tierra oscura bajo la que ambas descansaban.

¿Era la talidomida la razón de que Traynor se hubiera interesado por el bebé? Pensándolo mejor, me di cuenta de que él debía de ser apenas un niño en 1961.

Llamé a Finian.

Fue directo al grano.

—¿Quién se va a quedar contigo esta noche en tu casa?

—Mmm… nadie.

—Pues una de dos, o vienes aquí o yo me quedo contigo. Tú decides.

—Gracias. Te contestaré luego.

—Yo que tú lo haría. Y, por cierto, he seguido tu consejo y he llamado a Maeve, y adivina qué: ha funcionado. Papá y yo pasaremos allí la Nochebuena, como siempre, o sea que me encantaría si pudieras pasarte por aquí antes de que nos vayamos. Saldremos sobre las seis.

—Claro. Allí nos veremos.

Me alegré por Finian, pero todavía más por Arthur. Aunque eso me recordara que mi enfrentamiento con Richard estaba todavía pendiente. Me encantaría poder controlar a mi familia tan fácilmente como lo había hecho con la de Finian.

—Además, he estado pensando sobre por qué Mona acabó en ese terreno. Sólo necesito investigar algunas cosas más.

—Entonces, debes saber que acabo de recibir los resultados del laboratorio de radiocarbono. Es de la Edad Media, alrededor del año 1200.

—Eso es música para mis oídos. Encaja perfectamente con mis suposiciones. Y te recuerdo que no te vas a quedar sola esta noche.

—Recibido. Te veo luego.

En cuanto colgué el teléfono volvió a sonar. Era Gallagher.

—Estoy saliendo de las oficinas del Concejo del condado. Tuve que colgarle antes, cuando estaba a punto de decir algo sobre Traynor y Monashee. ¿Qué era?

—Que probablemente no supiera que aquello era una sepultura de niños. Debía de estar buscando otra cosa y creyó que los restos desenterrados eran lo que buscaba.

—Hum… Es interesante que lo diga. Porque desde luego no tenía intención de construir un hotel allí.

—No… no entiendo.

—Puede llevarme siglos explicarlo. Escuche, estoy sólo a quince minutos de Castleboyne y existen algunos aspectos del caso que me gustaría discutir con usted. ¿Por qué no me pasó por allí?

Miré el reloj.

—Tendría que venir ya.

—¿Alguna posibilidad de tomar una buena taza de café cuando llegue?

Me reí.

—Por supuesto. Le daré una taza de plástico y se lo podrá servir usted mismo de la máquina.

Volví a la cocina e hice un poco de café. Entonces vi a Peggy aparcando fuera y fui a la oficina para verla.

—Estoy esperando al inspector Gallagher, que llegará en cualquier momento —le indiqué—. Pero hablaré con él en casa para que puedas seguir con los balances.

—Perfecto. ¿Has leído el mensaje de Keelan?

—No he tenido ni un minuto libre.

Sabía que Peggy estaba frunciendo el ceño, aunque estuviera oculto bajo su negro flequillo.

—Parece muy interesado en que lo leas.

—De acuerdo, lo leeré.

Me senté en mi mesa y abrí el mensaje.

«Llamó tu contacto en el EZP Los resultados preliminares sobre Monashee indican un alto nivel de polen de hierba, por lo que estamos en un periodo posterior a la reforestación. También hay indicios de plátano
(Plantago laceolata),
una semilla asociada con la agricultura de pastos de las zonas de alrededor (¿los cistercienses?). Todavía quedan muchas muestras por examinar, pero pensé que te gustaría saber por dónde nos movemos. Con respecto a las muestras macro-botánicas, estoy seguro de que coincidirás conmigo en que lo más importante hasta el momento, por razones obvias, son las semillas que encontramos, que han resultado ser los frutos del
Ilex aquifolium,
algo muy festivo, ¿no crees?»

Las pruebas del polen respaldaban lo que ya sabíamos por la datación de radiocarbono de Mona. Pero comprendí por qué Keelan quería que supiera lo del
Ilex
que, en comparación, era una noticia bastante sorprendente. Las siete bolitas parecidas a la pimienta, encontradas junto a la cabeza, eran bayas de acebo momificado. Y no era descabellado pensar que hubieran estado originalmente en la boca de Mona.

Quien fuera que asesinó a Traynor y a O’Hagan había repetido el mismo detalle desconocido para todos los demás, algo que sólo con la tecnología más avanzada acabábamos de confirmar. Era como si Mona nos hubiera mandado un recordatorio desde la Edad Media de que su muerte y la de los dos hombres estaban relacionadas —y que ella y el bebé representaban dos misterios independientes, y a la vez unidos.

Capítulo 25

De acuerdo con los funcionarios del Concejo del condado, nunca se concedió una licencia de urbanización para construir en Monashee.

Gallagher y yo estábamos tomando café en la barra de la cocina. Su pelo naranja brillaba todavía más bajo el haz de luz sobre su cabeza, pero su bronceado parecía menos agresivo y su nariz ya no estaba pelándose. Llevaba un traje marrón, una camisa blanca y una corbata verde manzana.

—Entonces, ¿dónde pensaba construir el hotel? ¿Iba a construir uno, no?

—No exactamente. Había solicitado un cambio de uso en un edificio ya existente.

—Oh.

—Sí, aparentemente la abadía de Grange.

—¿Qué? —sacudí la cabeza con incredulidad.

¿Qué es lo que dijo exactamente la hermana Campion cuando lo hablamos? «Nunca consentiríamos un hotel en Monashee… En otro lugar, sí…» y no mencionó en ningún momento que se estuviera construyendo. Debía de haber prestado más atención.

—¿Está diciendo que compró la abadía de Grange para convertirla en hotel? ¿Había obtenido el permiso del Concejo?

—Sí. Y el ministro está bastante metido en el asunto. Confidencialmente, los funcionarios del Concejo piensan que Ward tenía mucho que ganar.

—O quizá fue obligado a respaldarlo.

—Hum. Esa teoría suya sobre la extorsión, señorita Bowe, ¿o puedo llamarla Elaine? —preguntó Gallagher sacando su libreta del bolsillo interno de su chaqueta.

—No, por favor. Es Illaun. ¿De acuerdo, Matt?

—Entendido. Ahora, como estaba diciendo, esa teoría de la extorsión…

—Mira, Matt, dejemos esto claro: no es una teoría. Frank Traynor estaba hasta el cuello de usar información contra la gente —le conté lo que había sucedido entre Muriel Blunden y yo en Drogheda, y lo defensivo que había estado Derek Ward.

—No me había dado cuenta de que Derek Ward tuviera un
affaire;
no es muy inteligente en un hombre de su posición —opinó Gallagher cuando terminé. Había rellenado varias páginas de su cuaderno.

—Sí, pero como la propia Muriel sospechaba, Traynor debía de tener más información contra Ward. Jocelyn Carew, el diputado, también lo piensa.

—Dijiste que Traynor y Ward estuvieron enamorados al mismo tiempo de Geraldine Campion.

—Fueron rivales de su corazón, como en su día se dijo —creo.

—Entonces, crees que algo de su pasado les ha llevado a todo esto.

—Todo viene del pasado, Matt. La relación entre ellos tres en 1970, un bebé afectado por la talidomida una década antes…, pero hay que remontarse hasta la Edad Media. Puede que incluso tenga algo que ver con Newgrange, no estoy segura.

—Eh, espera un segundo. Estás manejando demasiadas cosas; tendrás que informarme primero. Aunque lo de Newgrange lo puedo entender. O’Hagan fue encontrado allí, o tan cerca que da lo mismo.

—¿Fue asesinado allí?

—No. Puede que incluso lo lanzaran desde un helicóptero.

—¿Qué quieres decir?

—Un granjero que estaba cazando por sus tierras encontró el cuerpo en una zanja. No había signos de lucha en los alrededores. O’Hagan estaba totalmente vestido, pero la tela de su uniforme se veía rozada y desgarrada, indicando que lo habían arrastrado desde bastante lejos, pero no por la tierra, no había restos de hierba ni de barro. Ni tampoco marcas de huellas en el suelo, aunque puede que eso se deba a que el terreno está bien drenado, incluso para esta época del año.

—¿Y sus heridas eran las mismas que las de Traynor?

—En todos los detalles, hasta el acebo en la boca. Creemos que usaron su cinturón para estrangularlo, pero no lo hemos encontrado. Llevaba muerto casi veinte horas, pero el forense piensa que estuvo en la zanja menos de la mitad de ese tiempo —no había señales de animales en el cuerpo—. Ninguna felicitación con él, aunque puede que saliera volando.

—¿Y qué se sabe de sus últimos movimientos?

—Su mujer dijo que se fue para reunirse con alguien en Slane a última hora del lunes, después de que se llevaran el cuerpo de Traynor a la iglesia. Ella se quedó con su cuñada, la mujer de Traynor, por lo que cuando no volvió supuso que se había ido a casa a dormir y que se verían en el funeral al día siguiente. Cuando no apareció dio la alarma. Encontramos su Vectra en el aparcamiento de un pub de Slane. No hay constancia de que nadie lo viera allí ni en el pueblo. Suponemos que después de conducir hasta el pub, se fue voluntariamente con quien lo mató.

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