Hubo un silencio al otro lado. Ése había sido mi gancho de izquierda; ahora tendría que noquearlo contándole algo que me disgustaba.
—Y luego está lo de su comportamiento destructivo. ¿Te imaginas qué pensará Eoín, con sus tres años, al ver a un extraño saltar y berrear a grito pelado, o peor, entrar en su habitación y encontrarle masturbándose? —mantuve los ojos cerrados, pero podía sentir que las lágrimas se escapaban mojándome las pestañas.
—Creo que estás exagerando, Illaun.
—Por favor, Richard. ¿Crees que podría exagerar con algo así? —pude oír de fondo a Greta llamándole.
—Escucha, me tengo que ir —me dijo—. ¿Podrás hacer algo con el maldito perro?
—¿Horacio?
—lo nombré a propósito. Al menos podría llamar al animal por su nombre.
—Sí,
Horacio.
Y en lo que a papá se refiere, ya hablaremos cuando esté allí. Quizá se pueda solucionar con un poco de medicación extra.
Miré el teléfono con incredulidad mientras al otro lado se oyó un lejano clic. Qué pérdida de tiempo había sido. Y encima tendría que volver a insistir. Colgué con furia el teléfono maldiciendo a mi hermano por su incapacidad para afrontar la verdad.
Estaba a punto de dejar la oficina cuando el teléfono volvió a sonar. Dudé un instante temiendo que pudiera ser Richard de nuevo; al descolgar, ya estaba preparada para hacerle frente.
—No hay manera de localizarte en el móvil —comentó una voz masculina.
No era Richard, era Malcolm Sherry.
—Hola, Malcolm. Me temo que me lo han robado.
—Mala suerte. Bueno, a lo que iba, te llamo desde Drogheda. La policía está interrogando a Seamus Crean sobre el asesinato de Traynor.
—¿Seamus? Eso es ridículo. Es imposible que haya matado a Traynor.
—Tenía razones para odiarle.
Recordé el momento en que Crean y yo, estando en la calle, vimos a Traynor, y cómo tuve que quitarle las esperanzas de recuperar un empleo por culpa de éste.
—Vamos, Malcolm. También las tenía yo, lo mismo que otros cientos de personas, supongo.
—Pero también está la cuestión de por qué tenía las mismas heridas que el cuerpo enterrado en la turba. Crean tuvo tiempo de sobra el pasado jueves para examinar los restos antes de que nadie llegara.
—Pero ella estaba dentro de media tonelada de barro húmedo.
—Pudo haber quitado un poco de tierra de alrededor de la cabeza y luego volver a colocarlo.
—Pero ¿por qué le iba a causar las mismas heridas a Traynor?
—Quizá Crean pensaba que la muerte no era suficiente castigo para lo que ese hombre le había hecho.
—Sólo le despidió de un empleo temporal; no era el fin del mundo —mientras lo estaba diciendo comprendí que era un flojo argumento.
Obviamente, sí era una cuestión importante para Seamus Crean. Yo misma había presenciado cómo rezaba en la iglesia de san Pedro pidiendo un trabajo.
—Y además está lo de la felicitación que dejaron junto al cuerpo —la ramita de acebo colocada en la boca—, una venganza por haberle despedido en Navidad.
No creía que Seamus fuera capaz de organizar una puesta en escena tan teatral, pero lo dejé estar. Había algo más improbable.
—La felicitación estaba escrita en latín, por Dios.
—Sí, debo confesar que eso no termina de encajarme. Aunque, de acuerdo con el detective con el que he estado hablando, parece que la madre de Crean es una católica a la antigua y una devota de la misa en latín.
—Claro, entonces va y le escribe una nota de asesinato en latín a su hijo. ¿De verdad están sugiriendo eso?
Esperaba que Sherry se sintiera avergonzado.
—Piensan que lo más probable es que simplemente la encontrara en casa y la usara sin saber lo que significaba.
—Pero… Va, olvídalo. —¿Qué conseguiría discutiendo semejante idea?— ¿Han encontrado ya el arma homicida?
—Por el momento no. No hay señales de sangre en sus ropas, ni en el lugar del crimen, ni en casa de Crean. Nada que lo relacione directamente con el asesinato. Pero los forenses han tomado muchas huellas y están comparándolas con las suyas.
—De momento sólo le están interrogando, ¿no?
—Sí. Ha sido detenido bajo el artículo 4 de la Ley de Justicia Criminal, lo que les da un plazo de doce horas antes de presentar cargos contra él o soltarle. Aunque siempre pueden ampliarlo.
—Gracias por llamar, Malcolm. Me gustaría hacer algo por él.
—Seguro que la policía se pondrá en contacto contigo. Hasta entonces, ahí se queda. Ah, por cierto, he puesto los dos cuerpos en la cámara frigorífica de aquí, hasta que sepamos quién va a hacerse cargo de ellos. Ya te llamaré con los resultados de los rayos X la semana que viene.
Colgué el teléfono y pensé en todos los acontecimientos que estaban ocurriendo desde que Mona fue desenterrada. Alguien más supersticioso que yo hubiera creído que se había destapado algún tipo de maldición con ella.
Cuando
Bess
vino trotando para recibirme por un lateral del cobertizo, supe que Finian estaba trabajando cerca, seguramente en alguno de los invernaderos. Nos fuimos juntas a buscarlo. Observé con asombro a una bandada de estorninos darse un baño y batir enérgicamente las alas sacudiéndose el agua de la espalda, que caía al suelo helado del jardín. Las gotas parecían esquirlas de cristal bajo el filtro de luz del atardecer. Imaginé que Finian habría vertido agua caliente para deshacer el hielo. Un poco más lejos, un mirlo removía algunas hojas secas del borde de un estanque helado, adentrándose furtivamente en el hielo para observar la vegetación desde más cerca. Por encima, verderoles y carboneros comían de una cesta de cacahuetes colgada de una rama.
Paseé bajo el voladizo de los tres primeros invernaderos con
Bess
acompañándome; al acercarnos al cuarto se metió por una puerta entreabierta. La seguí, cerrándola tras de mí.
—¿Qué pasa si no cierro la puerta? —le grité a Finian, sabiendo que no andaba lejos.
—No pasa nada —contestó una voz desde detrás de unos arbustos trasplantados a grandes tiestos de terracota.
Finian estaba subido a una escalera colocando un cristal en uno de los lucernarios. Llevaba puesta ropa de jardinero: una camisa a cuadros de viyela y un acolchado chaleco verde con cordones beige. Parecía estar tan integrado en el lugar como las plantas, la luz del sol y el olor a clorofila del aire; es una de esas personas que habitan la tierra con la confianza de un nativo, haciendo que el resto de nosotros parezcamos incómodos visitantes.
—Estoy cambiando un cristal roto —comentó mientras colocaba masilla en los bordes del marco con una pequeña pala—. Debió de romperse anoche a primera hora de la madrugada… —estudió un momento su arreglo—. Se necesita un poco de masilla justo aquí; ¿puedes alcanzármela, por favor? —me pidió señalando un tubo de plástico apoyado en un banco.
—¿Cómo lo sabes? —pregunté pasándole el tubo.
—¿Que necesito poner más?
—No. Que el cristal se ha roto esta madrugada.
—Lo oí desde el dormitorio cuando estaba a punto de apagar la luz. Debía de ser la una más o menos —cogió un poco de masa con la esquina de la pala y me devolvió el tubo.
—¡Qué casualidad! A mí me rompieron la ventanilla del coche prácticamente a la misma hora.
—¿Estaban tratando de robarlo? Quiero decir, el coche. —Aplicó la masa a una esquina y presionó fuerte con el pulgar.
—No lo creo. Sin embargo se llevaron mi móvil.
—Menudo fastidio. Pensé que robar móviles estaba ya muy pasado, ahora que las compañías pueden desactivarlos.
—Tienes razón. De todas formas, lo que vi anoche fue muy extraño —y le describí la escena en el patio y la conducta de
Horacio.
Finian dejó lo que estaba haciendo y me miró, su cara mostraba preocupación.
—Debió de ser un buen susto. ¿Quién demonios podría ser? ¿Y qué hacía allí?
—No tengo ni idea. Pero vi a alguien vestido de blanco unas horas antes en la puerta de la morgue de Drogheda, cuando volvíamos del lugar en que Traynor fue asesinado.
Finian bajó de la escalera, dejó la pala en el banco y se limpió las manos con un trapo. En ese momento, ahí mismo, con su olor masculino, la masilla en las manos, metidos en el invernadero, hubiera querido que me abrazara.
—Ver a alguien que ha sido asesinado debe de ser una experiencia terrible —declaró—. ¿Es posible que te afectara más de lo que creías? ¿Fue tu imaginación la que te hizo ver otra cosa?
Una vez más, consideré la posibilidad. Mi famosa imaginación no suele caer en alucinaciones, pero sí en la exageración, algunas veces. La figura deforme de la morgue podría haber sido algún efecto de luces y sombras.
—Estoy segura de no haber imaginado a una persona en el patio —repliqué—. Pero el traje de apicultor… no lo sé; quizá sí. La niebla no ayudaba mucho. Y yo estaba asustada.
Finian alargó el brazo y me apartó un rizo de la mejilla.
—Estás pasando una mala época, cariño. Tratemos de olvidarlo. ¿Qué te parece si tomamos una copa de vino?
—Primero prefiero un abrazo.
—Por supuesto. ¡Qué torpe soy! —me rodeó con sus brazos y me perdí en ellos durante lo que me pareció un siglo.
—No puedo beber vino a estas horas del día —dije finalmente sonriéndole.
—Venga, estamos en Navidad —enganchó su brazo con el mío y me sacó fuera del invernadero mientras
Bess,
intrigada por nuestro juego, saltaba y ladraba alrededor.
Finian cogió la fotocopia de un artículo de periódico de entre los muchos que había en la mesa. Por su maquetación y ausencia de fotografías podía asegurar que era del siglo XIX o de principios del XX.
—Voilà
—exclamó mientras me lo pasaba—. Voy a calentar el vino. Lee esto, empezando por aquí.
Me dejó sola y empecé a leer el artículo que había subrayado con rotulador fluorescente verde. Era de un semanario, el
Meath Chronicle,
con fecha de febrero de 1898.
«EXTRAÑO SUCESO EN NEWGRANGE.
»Un cuerpo que se cree tiene una gran antigüedad ha sido encontrado flotando en el Boyne, cerca de Drogheda, la semana pasada. Un par de pescadores de salmón lo descubrieron corriente abajo, en una presa de Newgrange. Al remolcar el cuerpo color ébano, los hombres vieron que estaba seriamente mutilado y alertaron a las fuerzas del orden del cercano Donore, quienes a su vez avisaron al doctor Wyatt, también de allí. El facultativo apaciguó los ánimos declarando que el cuerpo era de una gran antigüedad, presuponiendo que se habría desprendido de la ciénaga de Monashee a causa de las recientes riadas, cuyos niveles han aumentado este invierno hasta una altura sin precedentes y sólo ahora empezaban a bajar. El conservador de antigüedades del condado de Meath, el señor Canty, fue posteriormente informado del hallazgo y el cuerpo, que se cree corresponde a un hombre, fue retirado por la policía para los análisis pertinentes».
El siguiente recorte estaba fechado en abril del mismo año. Era una carta dirigida al editor del
Chronicle
por el reverendo Reginald Maunsell, un representante de la asociación británico-israelí, la cual, según explicaba, sostenía que los pueblos anglosajones y celtas descendían de las diez tribus perdidas de la casa de Israel. Su carta empezaba así:
«En estos días en los que la ciencia discute las irrefutables verdades de la Biblia (me refiero al difunto señor Darwin y compañía), es una pena desaprovechar la oportunidad de reforzar esas verdades eternas. Tal ocasión fue el reciente descubrimiento del cuerpo de un esclavo nubio en el río Boyne».
Continuaba explicando que una princesa judeo-egipcia llamada Tea-Tephi había llegado a Irlanda en el 585 d. de C., se había casado con el gran rey Eochaidh de Tara (lo que no sorprende a nadie, ya que el druidismo es un tipo de religión a medio camino entre Sinaí y el Calvario) y, habiendo plantado la semilla de David en estas islas, se trajo finalmente una banda de obreros y esclavos trabajadores de su país de origen, para construirse una tumba en las orillas del Boyne, a imitación de las pirámides del Nilo. En consecuencia, el cuerpo que hallaron flotando en el Boyne, que poseía rasgos negroides, tuvo que haber sido de un esclavo nubio que trabajó en el proyecto de construcción de la misma.
Fue, por tanto, la carta de este reverendo caballero la que dio pie al mito de El Nubio de Newgrange, cuyo cuerpo debió de oscurecerse probablemente por estar enterrado en la turba. Teorías absurdas aparte, la cronología estaba completamente alterada —las tumbas de corredor de Newgrange fueron construidas muchos años antes que las pirámides—, y además reflejaba la opinión, muy popular por aquel entonces, de que la población nativa no pudo haberlas construido, de la misma forma que ahora atribuimos cualquier artefacto misterioso a los extraterrestres. Pero, por muy extravagantes que fueran sus puntos de vista, el reverendo Maunsell había hecho un esfuerzo por seguir la pista del cuerpo de turba, y una breve mención de ese intento llevaba su carta a una inquietante conclusión:
«Debo añadir que, habiendo viajado el pasado mes a la zona con la esperanza de ver el cuerpo por mí mismo, no pude satisfacer mi curiosidad. Los rumores apuntan a que los restos han sido retirados por una orden de monjas católicas para proporcionarle cristiana sepultura, aunque cuando pregunté a la abadesa si eso era así, ésta lo negó, no sé si por reticencia a compartir la verdad con un representante de la Iglesia reformista, o para evitar que la comunidad sufriera el acoso de los coleccionistas».
La similitud de las circunstancias era llamativa: un cuerpo mutilado que se ha desprendido accidentalmente de Monashee, y las monjas de la abadía de Grange —porque… ¿qué otra comunidad vecina podía ser?— entrando en escena. Cada vez me parecía más urgente hacerles una visita.
Finian entró trayendo una bandeja con un antiguo bol de plata para ponche del que colgaban varias tazas. Mientras servía el vino caliente, su especiado aroma inundó la habitación.
—Mmm… —cerré los ojos y aspiré—. Sólo olerlo ya es suficiente.
—Bien, puedes quedarte sentada y olerlo. Eso significará que tendré más vino para mí —dijo mientras fingía que devolvía una taza de líquido a la ponchera.
—Ni hablar. Déjalo donde está —exclamé alcanzando mi taza y sujetándola con ambas manos mientras tomaba un sorbo.
Estaba delicioso.