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Authors: Jim Wynorski

Tags: #Ciencia-ficción

Vinieron de la Tierra (13 page)

BOOK: Vinieron de la Tierra
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»Eso es todo por ahora. Mis felicitaciones, y buena suerte. Dentro de poco tendremos a oportunidad de conocernos personalmente.

»Ahora retroceda. Cuando yo corte la conexión, el interocitor será destruido.

¡Retroceda!

Cal se alejó rápidamente hacia el extremo más alejado del cuarto. Vio al hombre asentir con la cabeza, su rostro sonriendo en un amable adiós, luego la imagen se desvaneció de la pantalla.

Casi instantáneamente se oyó el silbido de los aislantes quemándose, el crujir del cristal partiéndose. Del armazón del interocitor surgió una creciente humareda que lentamente llenó la habitación a medida que el cableado se fundía y los aislantes goteaban y caían al suelo.

Cal salió rápidamente del cuarto y tomó el extintor más cercano, que accionó contra el humo que surgía del cuarto. Lo vació por completo, y fue a buscar otro.

Lentamente, el calor y el humo fueron cediendo. Volvió a entrar en el cuarto y comprendió que el interocitor nunca podría ser analizado o duplicado a partir de aquella ruina. La destrucción había sido absoluta. Fue inútil intentar dormir aquella noche. Permaneció sentado en el parque hasta después de medianoche, cuando un policía suspicaz lo echó. Después de aquello simplemente caminó por las calles hasta el amanecer, intentando deducir las implicaciones de lo que había visto y oído.

Ingenieros de la Paz…

¿Qué significaba aquel término? Podía implicar un millar de cosas, un grupo secreto con ambiciones dictatoriales en posesión de una poderosa tecnología… una pandilla de chiflados con extraño acceso a la genialidad… o podía ser lo que el término implicaba literalmente.

Pero no había ninguna garantía de que sus propósitos fueran altruistas. Con su anterior conocimiento de la naturaleza humana se sentía más inclinado a creer en la posibilidad de que estaba siendo conducido a un melodrama tipo Sax Rohmer.

Al amanecer regresó a su apartamento. Allí se lavó y desayunó y dejó el importe del alquiler y una nota dando instrucciones al casero para que dispusiera a su antojo de sus pertenencias. A media mañana se dirigió a la planta y presentó su renuncia, en medio de una tormenta de protestas de Billingsworth y una oferta de un aumento de un cuarenta por ciento en su sueldo.

Cuando terminó con todo ello era casi mediodía, y subió a ver a Joe Wilson.

—Me preguntaba qué te había ocurrido esta mañana —dijo Joe—. Estuve un par de horas intentando llamarte.

—Dormí hasta tarde —dijo Cal—. Acabo de renunciar.

—¿Renunciar? —Joe Wilson se lo quedó mirando incrédulo—. ¿Por qué? ¿Y el interocitor?

—Me estalló ante las narices. Está completamente inutilizable.

—Esperaba que hubieras podido ponerlo en funcionamiento —dijo Joe, un poco tristemente—. Me pregunto si llegaremos a saber alguna vez de dónde venía.

—Seguro —dijo Cal descuidadamente—. Se trató evidentemente de algún error. Algún día sabremos lo que pasó.

—Cal… —Joe Wilson estaba mirándole directamente al rostro—. Lo descubriste, ¿verdad?

Cal vaciló un momento. No le habían exigido que guardara el secreto. Y además, ¿qué importaba? Comprendía algo de la fascinación del problema para un frustrado ingeniero convertido en un agente técnico de compras.

—Sí —dijo—. Lo descubrí. Joe sonrió irónicamente.

—Esperaba que lo hicieras. ¿Puedes hablarme de ello?

—No hay nada que decir. No sé quiénes son. Todo lo que sé es que hablé con alguien. Me ofrecieron un trabajo.

Allí estaba. Lo vio llegar rápido y bajo, un avión negro y naranja. Bajó los alerones, frenó, y tocó la pista. Ya era como un símbolo de un enorme e importante futuro que lo arrastraba consigo. Los conocidos alrededor de Ryberg empezaban a ser ya algo perteneciente a un difuso y poco importante pasado.

—Me hubiera gustado saber más del interocitor-dijo Joe.

Los ojos de Cal estaban fijos todavía en el avión mientras era dirigido por el campo. Estrechó solemnemente la mano de Joe.

—Yo también —dijo—. Créeme…

Joe Wilson permaneció de pie junto a la ventana, y cuando Cal se dirigió hacia el avión supo que había acertado en aquel atisbo que tuvo de la cabina de pilotaje silueteada contra el cielo. El avión no llevaba piloto.

Otro susurrado indicio de una tecnología poderosa, alienígena.

Sabía que Cal también tenía que haberse dado cuenta de ello, pero los pasos de Cal eran firmes mientras caminaba hacia el aparato.

Ficha técnica: La Máquina Alienígena

THIS ISLAND EARTH
(
ESTA ISLA LA TIERRA
). Universal-International, 1955.

Duración: 86 minutos. Producida por William Alland; dirigida por Joseph Newman; guión, Franklin Coen y Edward G. O'Callaghan; director de fotografía, Clifford Stine, A.S.C.; directores artísticos, Alexander Golitzen y Richard H. Riedel; efectos especiales, Clifford Stine y David S. Horsley; decorados, Russel A. Gausman y Julia Heron; ayudante de dirección, Fred Frank; montaje, Virgil Vogel; música, Herman Stein; maquillaje, Bud Westmore; vestuario, Rosemary Odell; sonido, Leslie I. Carey y Robert Pritchard; efectos ópticos, Roswell A. Anderson.

Intérpretes: Rex Reason (Cal Meacham), Faith Domergue (Ruth Adams), Jeff Morrow (Exeter), Lance Fuller (Brack), Russell Johnson (Steve Carlson), Douglas Spencer (el monitor), Robert Nicholls (Joe Wilson), Karl Lindt (doctor Adolph Engelborg), Eddie Parker (el mutante).

Imágenes

Esta isla la Tierra

Una de las más emocionantes secuencias de
Esta isla la Tierra
se inicia cuando la gigantesca nave alienígena rapta a una avioneta en pleno vuelo.

Indudablemente una inspiración para
La Guerra de las Galaxias
y
Encuentros en la tercera fase
,
Esta isla la Tierra
incluía batallas espaciales a gran escala y ataques con rayos láser.

El hombre de los efectos especiales Clifford Stine, ganador de un premio de la Academia por
Terremoto
, proporcionó al film varios momentos espectaculares, tales como este efectista panorama visual.

El «característico» monstruo fue animado por el especialista Eddie Parker, que anteriormente había hecho de Frankenstein y de Hombre Lobo para la Universal.

LA MOSCA

George Langelaan

Introducción: La Mosca

Filmada como
LA MOSCA
(Twentieth Century-Fox, 1958).

Esta aterradora mezcla de ciencia ficción y horror fue un éxito sin precedentes entre los lectores cuando apareció por primera vez en el número de junio de 1957 de
Playboy
. Ganó el Premio al mejor Relato de Ficción y fue seleccionada para ser incluida en
La mejor ciencia ficción del año
. No es extraño pues que La mosca fuera inmediatamente atrapada por la
Twentieth Century-Fox
y ésta hiciera de ella una película de gran éxito con el mismo nombre.

El director Kurt Neumann, que previamente había filmado uno de los primeros grandes éxitos de ciencia ficción,
Cohete X-M
, infundió en el filme exactamente el equilibrio necesario de terror y humor negro. Gracias a la creíble interpretación y el soberbio maquillaje y efectos, los ánimos quedan en suspenso cuando el científico André Delambre revela su obra y entra en su teleportador de materia de fabricación casera. Desafortunadamente, no se da cuenta del pequeño insecto que ha penetrado volando en la cámara con él. Y ahí empieza la historia.

La horrible visión de Langelaan produjo su impacto en las pantallas de cinemascope un año después de la primera aparición en revista. Fuera de los cines, en carteles y marquesinas, los productores ofrecían la suma de mil dólares a cualquiera que pudiera probar «que realmente no podía ocurrir». Considerando que otros competidores del género tales como
Ello
:
el terror de más allá del espacio
y
El hombre de la Cuarta Dimensión
estaban dispuestos a pagar cincuenta mil y un millón respectivamente por la misma razón, esa parece más bien una suma ridícula. Pero no importa… ningún espectador consiguió ni un centavo durante la explotación de la película en los años 50.

Y tampoco les importaba, puesto que el filme proporcionaba la exacta dosificación de estremecimientos y excitación. La mosca era un éxito en ambos aspectos. El
Times
de Nueva York la calificó como «el más originalmente sugestivo erizacabellos desde
El enigma de otro mundo
».
Variety
la etiquetó como «sorprendentemente creíble».

Incluso el autor, el malogrado periodista George Langelaan, se sintió complacido con la traslación de letra impresa a pantalla luminosa. Por una vez, ningún hecho de la historia había sido alterado para complacer los deseos de un productor, una estrella o un director. Incluso los nombres originales de los personajes-hasta el gato de la casa,
Dandelo
— fueron retenidos en el guión cinematográfico por James Clavell (
Tai Pan
,
Shogun
).

Desgraciadamente, el ímpetu se perdió en dos secuelas inferiores,
El regreso de la mosca
(1959) y
La maldición de la mosca
(1965), las cuales fueron pálidos refritos de la primera versión. La fuerza y el impacto del original siguen imbatidos. Lean y vean.

J
IM
W
YNORSKI

La Mosca

Los teléfonos y sus timbres siempre me ponen nervioso. Hace años, cuando los teléfonos eran principalmente aparatos de pared, les tenía antipatía, pero hoy, que aparecen en cada repisa y rincón, son una franca intrusión. Decimos en Francia que el carbonero es el amo de su propia casa; con el teléfono eso ya no es cierto, y sospecho que incluso el inglés ha dejado ya de ser rey en su propio castillo.

En la oficina, el súbito sonar del teléfono me enoja. Significa que, sin importar lo que esté haciendo, a pesar de la telefonista, a pesar de mi secretaria, a pesar de puertas y paredes, alguna persona desconocida entra en la sala y se acerca hasta mi escritorio, para hablarme al oído, confidencialmente… tanto si me gusta como si no. En casa, la sensación es todavía más desagradable; pero lo peor es cuando el teléfono suena en plena noche. Si alguien pudiese verme encender la luz y levantarme parpadeando para contestar, supongo que yo tendría el aspecto de cualquier otro hombre adormilado molesto al verse arrancado del sueño. La verdad, sin embargo, es que lucho contra el pánico, reprimiendo la sensación de que un desconocido irrumpe en la casa y está en mi dormitorio. Para cuando logro descolgar el aparato y decir: «
Ici Monsieur Delambre
.
Je vous écoute
», aparezco exteriormente tranquilo, pero sólo vuelvo a un estado más normal cuando reconozco la voz al otro extremo y sé lo que desea de mí.

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