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Authors: Jim Wynorski

Tags: #Ciencia-ficción

Vinieron de la Tierra (17 page)

BOOK: Vinieron de la Tierra
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HÉLÈNE, ANTES QUE NADA CUENTO CON QUE NO PIERDAS LA SERENIDAD NI HAGAS NADA PRECIPITADO, PORQUE SÓLO TÚ PUEDES AYUDARME. HE TENIDO UN GRAVE ACCIDENTE. NO ESTOY CORRIENDO NINGÚN PELIGRO EN PARTICULAR POR AHORA, AUNQUE SEA CUESTIÓN DE VIDA O MUERTE. ES INÚTIL QUE ME LLAMES O QUE DIGAS NADA. NO PUEDO CONTESTAR. NO PUEDO HABLAR. QUIERO QUE HAGAS EXACTAMENTE Y CON MUCHO CUIDADO TODO LO QUE TE PIDA. DESPUÉS DE HABER LLAMADO TRES VECES PARA INDICARME QUE COMPRENDES Y ACEPTAS, PREPÁRAME UN TAZÓN DE LECHE CON RON. NO HE TOMADO NADA EN TODO EL DÍA Y CON ESO BASTARÁ.

Temblando de miedo, sin saber qué pensar y reprimiendo un furioso deseo de llamar a André y aporrear la puerta hasta que abriese, di tres golpecitos como se me indicaba y volví corriendo a casa para preparar lo que él me había pedido.

En menos de cinco minutos estaba de vuelta. Otra nota había sido pasada por debajo de la puerta:

HÉLÈNE, SIGUE ESTAS INSTRUCCIONES AL PIE DE LA LETRA. CUANDO LLAMES ABRIRÉ LA PUERTA. HAS DE CAMINAR HASTA MI ESCRITORIO Y COLOCAR EL TAZÓN DE LECHE ALLÍ. LUEGO ENTRARÁS EN LA OTRA HABITACIÓN EN DONDE ESTÁ EL RECEPTOR. MIRA CON CUIDADO Y TRATA DE ENCONTRAR UNA MOSCA QUE DEBÍA ESTAR EN ESA SALA, PERO QUE YO NO PUEDO ENCONTRAR. POR DESGRACIA, NO VEO CON FACILIDAD LAS COSAS PEQUEÑAS.
ANTES DE QUE ENTRES HAS DE PROMETERME OBEDECER. NO ME MIRES Y RECUERDA QUE HABLAR ES DEL TODO INÚTIL. NO PUEDO CONTESTAR. VUELVE A LLAMAR TRES VECES Y ESO SIGNIFICARÁ QUE TENGO TU PROMESA. MI VIDA DEPENDE POR ENTERO DE LA AYUDA QUE PUEDAS PROPORCIONARME.

Tuve que esperar un rato para reaccionar y luego llamé despacio tres veces. Oí cómo André caminaba detrás de la puerta, luego palpaba la cerradura y el panel se abrió.

Por el rabillo del ojo, vi que estaba plantado detrás de la puerta, pero, sin mirar atrás, llevé el tazón de leche hasta su escritorio. Evidentemente me estaba mirando y tuve, a toda costa, que aparentar calma y serenidad.

—Querido, puedes contar conmigo —dije con suavidad. Y, dejando el tazón bajo la lámpara del escritorio, la única encendida, entré en la habitación contigua, donde todas las luces estaban encendidas.

Mi primera impresión fue que una especie de huracán había salido de la cabina receptora. Los papeles estaban esparcidos, toda una hilera de tubos de ensayo yacía destrozada en un rincón, sillas y taburetes estaban tumbados y una de las cortinas de la ventana colgaba medio rota de su riel doblado. En el suelo, en una gran jofaina esmaltada, un montón de documentos quemados humeaba aún.

Supe que no encontraría la mosca que André (perla que buscara. Las mujeres adivinan cosas que los hombres sólo suponen por razonamiento y deducción; es una forma de conocimiento que les es raras veces accesible y que ellos de manera exasperante llaman intuición. Ya sabía yo que la mosca que André buscaba era aquella que había atrapado Henri y que yo le hice soltar.

Oí como André caminaba arrastrando los pies por la habitación contigua, y luego un extraño burbujeo y un succionar como si tuviese dificultades en beberse la leche.

—André, aquí no hay ninguna mosca. ¿No puedes darme alguna indicación que me ayude? Ya que no puedes hablar, da golpecitos o algo por el estilo… ya sabes: una vez para decir sí, dos veces para decir no.

Había intentado controlar mi voz y hablar como si gozase de perfecta calma, pero tuve que reprimir un sollozo de desesperación cuando dio dos golpecitos para decir «no».

—¿Puedo acercarme a ti, André? No sé lo que ha podido ocurrir, pero sea lo que sea, seré valiente, querido.

Tras un momento de silenciosa duda, dio un golpecito sobre el escritorio.

En la puerta me detuve sorprendida al ver a André de pie, con la cabeza y los hombros cubiertos por el mantel de terciopelo pardo que había quitado de una mesa junto a su escritorio, la mesa en la que de ordinario comía cuando no quería dejar su trabajo. Reprimiendo una risa que pudo fácilmente convertirse en sollozo, dije:

—André, buscaremos concienzudamente mañana, de día. ¿Por qué no te vas a la cama? Te llevaré a la habitación de los invitados si lo prefieres y no dejaré que nadie más te vea.

Su mano izquierda dio dos golpecitos en el escritorio.

—¿Necesitas un médico, André?

—«No», contestó golpeando.

—¿No preferirías que llamase al profesor Augier? Quizá fuese de más ayuda…

Dos veces golpeó «no» con viveza. Yo no sabía ni qué hacer ni qué decir.

Y entonces le dije:

—Henri atrapó una mosca esta mañana que quería enseñarme, pero le hice soltarla. ¿Sería la que buscas? No la vi, pero el niño dijo que su cabeza era blanca.

André emitió un extraño suspiro metálico y tuve tiempo de morderme los dedos con fuerza para no gritar. Había dejado que cayese su brazo derecho y en vez de su mano musculosa de largos dedos, una especie de bastón gris, con brotes en él como la rama de un árbol, pendía de su manga casi hasta la altura de la rodilla.

—André, querido, dime lo que ha pasado. Sería de más ayuda para ti si lo supiese, André… ¡Oh, es terrible! —sollocé, incapaz de controlarme. Después de dar un golpecito para decir que sí, señaló hacia la puerta con la mano izquierda.

Salí y me desmoroné llorando mientras él cerraba con llave a mi espalda. Volvió a escribir a máquina y aguardé. Por fin avanzó hasta la puerta y pasó por debajo una hoja de papel.

HÉLÈNE, VUELVE POR LA MAÑANA. NECESITO PENSAR Y TENDRÉ QUE ESCRIBIRTE A MÁQUINA UNA EXPLICACIÓN. TOMA UNO DE MIS COMPRIMIDOS PARA DORMIR Y VETE A LA CAMA. TE NECESITO FRESCA Y FUERTE MAÑANA, MI POBRE QUERIDA. A.

—¿Quieres algo para esta noche, André?-grité a través de la puerta. Golpeó dos veces para indicar que no, y un poco más tarde oía otra vez la máquina de escribir.

Me desperté con un sobresalto al darme el sol de lleno en la cara. Había puesto el despertador para las cinco, pero no lo oí, probablemente a causa de los comprimidos para dormir. En verdad había dormido como un tronco, sin una pesadilla. Ahora volvía otra vez a mi pesadilla viviente y lloré como una criatura al saltar de la cama. ¡Eran las siete!

Precipitándome en la cocina, sin decir palabra a los asombrados criados, preparé rápidamente una bandeja con café, pan y mantequilla con la que bajé corriendo hasta el laboratorio.

André abrió la puerta en cuanto yo llamé y la cerró de nuevo mientras yo transportaba la bandeja a su escritorio. Tenía la cabeza todavía cubierta, pero por su traje arrugado y la deshecha cama turca deduje que había tratado por lo menos de descansar.

En su escritorio había una hoja mecanografiada para mí, que recogí. André abrió la otra puerta y tomando esto como una indicación de que quería que le dejase solo, entré en el cuarto contiguo. Cerró y le oí servirse café, mientras yo leía:

¿RECUERDAS EL EXPERIMENTO DEL CENICERO? HE TENIDO UN ACCIDENTE SIMILAR. ME «TRANSMITÍ» YO MISMO CON ÉXITO ANTEANOCHE. DURANTE UN SEGUNDO EXPERIMENTO, AYER, UNA MOSCA QUE NO VI DEBIÓ DE PENETRAR EN EL «DESINTEGRADOR». MI ÚNICA ESPERANZA ES ENCONTRAR ESA MOSCA Y REPETIR LA OPERACIÓN OTRA VEZ CON ELLA. POR FAVOR, BÚSCALA CON CUIDADO PUESTO QUE, SI NO SE LA HALLA, TENDRÉ QUE ENCONTRAR UN MODO DE ACABAR CON TODO ESTO.

¡Si al menos André hubiese sido más explícito! Me estremecí ante la idea de que estuviese terriblemente desfigurado, y luego lloré en silencio mientras imaginaba su cara vuelta al revés, quizá sus ojos en lugar de las orejas, o su boca en la nuca, o peor.¡Había que salvar a André! Para eso, era preciso encontrar a la mosca. Reaccionando, dije:

—¿Puedo entrar, André?

Abrió la puerta.

—No desesperes, André. Voy a buscar esa mosca. Ya no está en el laboratorio, pero no puede encontrarse muy lejos. Supongo que estás desfigurado, quizá terriblemente, pero ni hablar de acabar con todo esto, como decías en tu nota; eso nunca lo consentiré. Si es necesario, si no quieres que se te vea, te haré una máscara o una capucha para que tú puedas seguir con tu trabajo hasta que te pongas bien de nuevo. Si no puedes trabajar, llamaré al profesor Augier, y él y todos tus otros amigos te salvarán, André.De nuevo oí aquel curioso suspiro metálico mientras golpeaba violentamente en su escritorio.

—André, no te enfades; por favor, cálmate. Yo no haré nada sin consultar primero contigo, pero tienes que confiar en mí, tener fe y dejar que te ayude lo mejor que pueda. ¿Estás muy desfigurado, querido? ¿No puedes dejar que te vea la cara? No me asustaré… Soy tu esposa…

Mi marido replicó un decisivo «no» y señaló la puerta.

—Está bien. Voy a buscar ahora a la mosca, pero prométeme que no harás ninguna locura; prométeme que no harás nada precipitado o peligroso sin primero hacérmelo saber.

Extendió su mano izquierda y me di cuenta de que tenía su promesa.

Nunca olvidaré aquella incesante búsqueda de la mosca durante todo el día. En casa, lo volví todo del revés e hice que los criados se me uniesen en la búsqueda. Les hablé de que una mosca se había escapado del laboratorio del profesor, que era preciso capturarla viva, pero era evidente que ya me creían loca. Se lo dijeron después a la policía y esa búsqueda durante el día de una mosca probablemente me salvó de la guillotina.

Interrogué a Henri y no pudo comprender en seguida de lo que estaba hablando, le sacudí y le di una bofetada y le hice llorar delante de las asombradas doncellas. Dándome cuenta de que no debía perder la serenidad, besé y acaricié al pobre muchacho y por último conseguí que comprendiese lo que quería de él. Sí, recordó, había encontrado la mosca junto a la ventana de la cocina; sí, la había soltado en seguida como yo le dije.

Incluso en verano tenemos muy pocas moscas porque nuestra casa está en lo alto de una colina. A pesar de ello logré capturar aquel día docenas de moscas. En todos los alféizares de las ventanas y por el jardín coloqué platitos con leche, azúcar, mermelada, carne… todas las cosas que suelen atraer a las moscas. De cuantas capturamos, y de muchas que fallamos en capturar pero que vi, ninguna se parecía a la que Henri atrapara el día antes. Una a una, con una lupa, examiné cada mosca extraordinaria, pero ninguna tenía nada parecido a una cabeza blanca.

A la hora del almuerzo bajé hasta André con algo de leche y puré de patatas. También le llevé varias moscas de las que habíamos atrapado, pero me hizo comprender que no le eran útiles.

—Si hasta esta noche no se encuentra esa mosca, André, te propongo lo siguiente: me sentaré en la habitación contigua, y cuando no puedas responderme por el método sí-no de golpecitos, me escribirás a máquina lo que quieras decirme y luego pasarás la hoja por debajo de la puerta. ¿De acuerdo?

«Sí», contestó con los habituales golpecitos.

Al anochecer seguíamos sin encontrar la mosca. A la hora de la cena, mientras preparaba la bandeja de André, me desmoroné y sollocé en la cocina delante de las silenciosas sirvientas. Mi doncella pensó que había tenido una disputa con mi marido, probablemente por causa de la mosca perdida, pero más tarde averigüé que la cocinera ya estaba segura de que yo había perdido el juicio.

Sin decir palabra, recogí la bandeja y luego la volví a dejar mientras me detenía junto al teléfono. No tenía la menor duda de que esto era cuestión de vida o muerte para André. Tampoco dudaba de que tenía la plena intención de suicidarse, a menos que le hiciera cambiar de idea, o que consiguiese aplazar tan drástica decisión. ¿Sería yo lo bastante fuerte? Jamás me perdonaría que no cumpliese una promesa pero, dadas las circunstancias, ¿importaba eso en realidad?¡Al infierno con las promesas y el honor! ¡André tenía que ser salvado a toda costa! Y después de decidirme, busqué y marqué el número del profesor Augier.

—El profesor está ausente y no volverá antes del fin de semana —dijo una voz educada y neutra al otro extremo de la línea.

¡Eso era el colmo! Tendría que luchar sola y lucharía. Salvaría a André pasara lo que pasara.

Todo mi nerviosismo había desaparecido cuando André me dejó entrar y, después de colocar la bandeja de comida en su escritorio, entré en la otra habitación.

—Lo primero que quiero saber es lo que ha ocurrido con exactitud-dije mientras él cerraba la puerta a mis espaldas—. Por favor, ¿puedes decírmelo, André?

Esperé con paciencia mientras escribía a máquina la respuesta, que pasó por debajo de la puerta algo después.

HÉLÈNE, HUBIESE PREFERIDO NO CONTÁRTELO. DADAS LAS CIRCUNSTANCIAS, PREFERIRÍA QUE ME RECORDASES COMO FUI ANTES. HE DE DESTRUIRME A MÍ MISMO DE TAL MANERA QUE NADIE PUEDA CONOCER LO QUE ME HA OCURRIDO.
SIMPLEMENTE HE PENSADO EN DESINTEGRARME EN MI TRANSMISOR, PERO SERÁ MEJOR QUE NO LO HAGA PORQUE, TARDE O TEMPRANO, ENCONTRARÍA A ALGUIEN QUE ME REINTEGRASE. ALGÚN DÍA, EN ALGUNA PARTE, CUALQUIER CIENTÍFICO CONSEGUIRÁ SIN DUDA EL MISMO DESCUBRIMIENTO. POR TANTO, HE PENSADO UNA MANERA QUE NI ES FÁCIL NI SENCILLA, PERO TÚ PUEDES AYUDARME.

Durante varios minutos me pregunté si André no se había vuelto loco de remate.

—André —dije por último—, sea lo que sea lo que hayas escogido o pensado, yo jamás aceptaré tal cobarde solución. No importa lo terrible que sea el resultado de tu experimento o accidente. Estás vivo, eres un hombre, un cerebro… y tienes alma. No tienes derecho a destruirte. ¡Y lo sabes!

La respuesta fue pronto mecanografiada y pasada por debajo de la puerta.

ESTOY VIVO, DE ACUERDO, PERO YA NO SOY HOMBRE. EN CUANTO A MI CEREBRO E INTELIGENCIA, PUEDE DESAPARECER EN CUALQUIER MOMENTO. TAL Y COMO ESTÁ, YA NO ES UNA COSA INTACTA. Y NO PUEDE HABER ALMA SIN INTELIGENCIA… ¡Y TÚ LO SABES!

—Entonces, debes hablar de tu descubrimiento a los otros científicos. ¡Ellos te ayudarán y te salvarán, André!

Retrocedí asustada cuando él, furioso, golpeó dos veces la puerta.

—¿André… por qué?¿Por qué rechazas la ayuda que sabes que te darían de todo corazón?

Una docena de golpes furiosos sacudieron la puerta y me hizo comprender que mi marido jamás aceptaría esa solución. Tenía que encontrar otros argumentos.

Durante horas, según pareció, le hablé de nuestro hijo, de mí, de su familia, de su deber para con nosotros y para con el resto de la humanidad. No contestó de ninguna manera. Por último grité:

—André… ¿me oyes?

«Sí», golpeó con mucha suavidad.

—Bien, escucha pues. Tengo otra idea. ¿Recuerdas tu primer experimento con el cenicero?… Bueno, ¿crees que si lo hubieses pasado otra vez, en una segunda ocasión, hubiese salido con las letras normales, y no al revés?

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