No contento con probar con animales, Delambre entra finalmente él mismo en la cámara atómica… con desastrosos resultados.
Herbert Marshall (
izquierda
) y Vincent Price ponen punto final a la pesadilla en un emocionante clímax que sigue dejando todavía sin aliento al horrorizado público.
Robert Sheckley
Filmada como
LA DÉCIMA VÍCTIMA
(Avco Embassy, 1965).
Experiencia La Doce Vita
,
1999
. Ese hubiera podido ser fácilmente el título alternativo para la adaptación italiana a la pantalla de
La séptima víctima
, inexplicablemente reticulada para incluirle tres cadáveres más.
Como lejano lamento de su habitual dieta de spaghetti westerns y películas épicas con musculosos actores, los cineastas europeos dejaron finalmente que su imaginación se desbordara cuando pusieron el extravagante relato de Robert Sheckley ante las cámaras en 1965.
Situada pasado mañana, la película se abre en un mundo donde la guerra ha sido declarada fuera de la ley, y ahora sólo los individuos selectos participan en un juego mortal llamado La Gran Caza. Visto por millones de espectadores de todo el mundo a través de gigantescos monitores de televisión, el violento espectáculo es presentado como una especie de catarsis contra la ansiedad y la agresión. Las balas, bombas y golpes son reales, y cada caza es llevada hasta su final, hasta que o cazador o presa muerden el polvo.
El director Elio Petri, que nunca antes se había enfrentado con un filme de ciencia ficción, realizó un notable trabajo ofreciéndonos una apocalíptica visión en sus inusuales escenarios. El
Monthly Film Bulletin
admite: «En su conjunto el mundo de La Gran Caza es convincentemente futurista, manteniendo un diestro equilibrio entre los decorados sintéticos y los no cambiados monumentos antiguos». Uno de los toques más sutiles se produce durante la secuencia en una biblioteca donde una primera edición de Flash Gordon es elevada al estatus de un millón de dólares.
Contribuyendo también al encanto de la película están las dos coestrellas internacionales, Ursula Andrews y Marcello Mastroianni… como cazadora y cazado, respectivamente. Durante el transcurso del filme, la sorprendente heroína utiliza todos los trucos —desde el lápiz de labios envenenado hasta un sujetador asesino— para intentar eliminar a su presa. Finalmente se descubre a sí misma más y más enamorada de ésta tras cada sucesivo encuentro asesino.
La sorprendente e inesperada confrontación final no puede revelarse aquí en la introducción. Este particular desenlace debe ser contado tal como únicamente Robert Sheckley puede hacerlo. Adelante, pues…
J
IM
W
YNORSKI
Sentado ante su escritorio, Stanton Frelaine se esforzaba en aparentar el aire atareado que se espera de un director de empresa a las nueve y media de la mañana. Pero era algo que estaba más allá de sus fuerzas. Ni siquiera conseguía concentrarse en el texto del anuncio que había redactado el día anterior; no lograba dedicarse a su trabajo. Esperaba la llegada del correo… y era incapaz de hacer nada más.
Hacía ya dos semanas que tendría que haberle llegado la notificación. ¿Por qué la Administración no se apresuraba un poco?
La puerta de cristal con el rótulo:
Morger & Frelaine
,
Confección
se abrió, y E. J. Morger entró cojeando, un recuerdo de su vieja herida. Era un hombre cargado de espaldas, pero eso, a la edad de setenta y tres años, suele tener poca importancia.
—Hola, Stan —dijo—. ¿Dónde está esa publicidad?
Hacía dieciséis años que Frelaine se había asociado con Morger. Tenía por aquel entonces veintisiete años. Juntos habían convertido la sociedad «El Traje Protector» en una empresa cuyo capital alcanzaba el millón de dólares.
—Echa una ojeada al proyecto —dijo Frelaine, tendiéndole la hoja de papel. Si tan sólo el correo llegara un poco antes, pensó.
Morger acercó el papel a sus ojos y leyó en voz alta:
—«¿Tiene usted un Traje Protector? El Traje Protector Morger y Frelaine, de corte insuperable en el mundo entero, es el atuendo del hombre elegante —Morger carraspeó, echó una ojeada a Frelaine, sonrió y prosiguió—: Es a la vez el traje más seguro y más chic. Se presenta con un bolsillo para revólver especial extraplano. Ningún bulto aparente. Sólo usted sabrá que va armado. El bolsillo para revólver, fácilmente accesible, le permitirá aventajar fácilmente a su contrincante sin la menor incomodidad.»
Levantó de nuevo los ojos.
—Excelente —comentó—. Sí, muchacho: excelente. Frelaine inclinó la cabeza sin excesiva convicción.
—«El Traje Protector Especial —continuó leyendo Morger— posee un bolsillo para revólver eyector, la última palabra en defensa individual. Una simple presión sobre un botón disimulado, y el arma salta a la mano de su propietario, con el seguro fuera, lista para hacer fuego. ¿Qué espera usted para informarse en nuestro concesionario más próximo? ¿Qué espera usted para afianzar su propia seguridad?»
Dejó el papel sobre la mesa.
—Excelente —repitió—. Muy bueno, muy conciso. —Reflexionó por unos instantes, tironeándose su canoso bigote—. ¿Pero por qué no precisar que el Traje Protector se fabrica en varios modelos, recto o cruzado, con uno o dos botones, entallado o no?
—Sí, es cierto. Lo había olvidado —Frelaine tomó el borrador e hizo una anotación al margen. Se levantó, tironeando de su chaqueta para disimular su incipiente barriga. Tenía cuarenta y dos años, un poco más de peso del requerido, y un pelo que empezaba a clarear. Era un hombre de apariencia agradable, pero su mirada era gélida.
—Relájate —dijo Morger—. Llegará con el correo de hoy.
Frelaine hizo un esfuerzo por sonreír. Sentía deseos de echar a andar de un lado a otro, pero se contuvo y se sentó en una esquina de su escritorio.
—Cualquiera diría que es mi primer homicidio —dijo con forzada ironía.
—Sé lo que es eso —le tranquilizó Morger—. Cuando yo aún no había renunciado, pasaba a menudo más de un mes sin poder pegar ojo por la noche mientras esperaba mi notificación. Comprendo en qué estado te sientes.
Los dos hombres callaron. El silencio llegó a hacerse insoportable, hasta que la puerta se abrió y un empleado depositó el correo sobre la mesa.
Frelaine se arrojó sobre las cartas y las fue pasando febrilmente. Por fin halló la que tanto deseaba… el largo sobre blanco de la O.C.P., lacrado con el cuño oficial.
—¡Por fin! —exclamó, con un suspiro de alivio—. Aquí está.
—Felicidades —dijo Morger. Y su tono era sincero.
Morger estudió el sobre con ojos ávidos, pero no le pidió a su socio que lo abriera. Hubiera sido una falta de educación, y además estaba prohibido por la ley. Nadie podía conocer el nombre de la Víctima, a excepción del Cazador.
—Te deseo buena caza —dijo Morger.
—Eso espero —respondió Frelaine, con convicción.
La oficina estaba al corriente y en orden. Lo estaba desde hacía una semana. Frelaine tomó su cartera portadocumentos.
—Un buen homicidio te hará un gran bien —dijo Morger, palmeando su enguatado hombro—. Has estado tan febril últimamente.
Frelaine sonrió y estrechó la mano de Morger.
—Pagaría lo que fuera por tener cuarenta años menos —dijo Morger, mirando divertido su pierna impedida—. Verte así me hace sentir deseos de descolgar mi revólver.
Frelaine agitó la cabeza. Morger había sido un famoso Cazador en su juventud. Diez homicidios superados con éxito le habían abierto las puertas del muy exclusivo Club de los Diez. Y puesto que, naturalmente, tras cada uno de ellos había tenido que jugar diez veces el papel de Víctima, su palmarés era de veinte asesinatos en total.
—Espero que mi Víctima no sea alguien que tenga tu temple —hizo notar Frelaine, medio en serio, medio en broma.
—¡Ni pienses en ello! ¿Por cuál vas ahora?
—Por la séptima.
—Es una buena cifra. ¡Vamos, anda! Muy pronto te abriremos los brazos en el Club de los Diez.
Frelaine hizo un gesto con la mano y se dirigió hacia la puerta.
—Pero ándate con cuidado —advirtió Morger—. Un solo error, y me veré obligado a buscar un nuevo socio. Si no tienes ningún inconveniente, preferiría conservar el que tengo ahora.
—Iré con cuidado —prometió Frelaine.
En vez de tomar el autobús, regresó a su casa a pie. Necesitaba tiempo para calmarse.
¡Era ridículo comportarse como un chiquillo que va a cometer su primer homicidio!
Se obligó a mantener los ojos fijos ante él. Mirar a alguien equivalía prácticamente a una tentativa de suicidio. Cualquier persona a la que mirara podía ser una Víctima, y había Víctimas que disparaban sin pensárselo contra cualquiera que posara sus ojos en ellas. Había tipos muy nerviosos… Prudentemente, Frelaine mantuvo su mirada por encima de las cabezas de los transeúntes.
Observó un gigantesco anuncio. Era una oferta de servicios de J.F.Donovan.
«¡Víctimas!», proclamaba con enormes letras, «¿por qué correr riesgos? Utilicen los servicios de nuestros Rastreadores acreditados. Nosotros nos encargaremos de localizar el homicida que le ha sido asignado. ¡Usted no pagará nada hasta después de haber dado cuenta del Cazador!»
Por cierto, pensó Frelaine, tengo que llamar a Ed Morrow apenas llegue.
Apresuró el paso. Se sentía terriblemente nervioso. Ardía en deseos de estar ya en su casa para abrir el sobre y conocer el nombre de su Víctima. ¿Sería alguien diabólicamente astuto o un simple estúpido? ¿Alguien rico como su cuarta presa, o pobre como la primera y la segunda? ¿Estaría rodeado de un equipo de rastreo organizado, o se las arreglaría por sus propios medios?
La excitación de la caza era algo maravilloso, que hacía hervir la sangre en las venas y aceleraba los latidos del corazón. De repente oyó el resonar de unas lejanas detonaciones. Dos disparos rápidos y luego, tras una pausa, el tercero. El último.
—Ese ha terminado con el suyo —se dijo a sí mismo Frelaine, en voz alta—.
¡Felicidades!
¡Era tan maravilloso sentirse vivir de nuevo!
Lo primero que hizo al entrar en su casa fue llamar a Ed Morrow, su rastreador. Morrow trabajaba en un garaje en sus horas libres.
—¿Ed? Aquí Frelaine.
—Oh, buenos días, señor Frelaine.
Frelaine observó en la pantalla el rostro de su interlocutor: un rostro obtuso, manchado de grasa, de protuberantes labios casi pegados al aparato.
—Me voy de caza, Ed.
—Buena suerte, señor Frelaine. Supongo que desea usted que esté preparado.
—Exacto, Ed. No creo estar fuera más de una o dos semanas. Probablemente recibiré mi designación como Víctima dentro de los tres meses siguientes a mi regreso.
—Puede usted contar conmigo, señor Frelaine. Le deseo buena caza.
—Gracias, Ed. Hasta pronto.
Colgó. Garantizarse los servicios de un rastreador de primera clase era una buena medida. Cuando hubiera cometido su homicidio, Frelaine pasaría a ser a su vez Víctima… entonces, una vez más, Ed Morrow sería su seguro de vida.
Era un magnífico rastreador. De acuerdo: de hecho, Morrow era un ignorante, un idiota; pero tenía ojo clínico. Descubría a los extraños al primer golpe de vista. Tenía una habilidad diabólica para preparar una emboscada. Era un hombre indispensable.
Echándose a reír ante el recuerdo de algunos de los retorcidos trucos que Morrow había inventado para sus clientes, Frelaine sacó el sobre de su bolsillo, hizo saltar el sello, o abrió, y examinó los documentos que contenía.
Janet-Marie Patzig
.
Su Víctima era una mujer.
Se levantó, y paseó arriba y abajo por la habitación. Volvió a tomar la carta. Leyó: Janet-Marie Patzig. No había ningún error: se trataba de una mujer. Los documentos anexos contenían tres fotografías, el domicilio del sujeto y los informes habituales que permitían identificarlo.
Frelaine frunció el ceño. Nunca había matado a una mujer.
Tras vacilar unos instantes, tomó el teléfono y marcó el número de la O.C.P.
—Aquí la Oficina de Catarsis Pasional —dijo una voz masculina—. ¿Dígame?
—Acabo de recibir mi notificación —dijo Frelaine—. Me ha correspondido una mujer.
¿Es eso normal? —Dio al empleado el nombre de la Víctima. El hombre verificó sus archivos microfilmados.
—Todo está en regla —dijo tras unos instantes—. Esta persona nos presentó una solicitud, actuando con pleno conocimiento de causa. En términos legales, goza de los mismos derechos y los mismos privilegios que un hombre.
—¿Puede decirme cuántas muertes tiene en su activo?
—Lo lamento, señor, pero las únicas informaciones que está usted autorizado a obtener son la situación legal de la Víctima y la información descriptiva que le han sido remitidas.
—Comprendo. —Frelaine reflexionó unos instantes, y luego preguntó—: ¿Puedo solicitar me sea adjudicada otra Víctima?
—Naturalmente, dispone usted de la posibilidad legal de rechazar la caza que le ha sido propuesta, pero no le será adjudicada otra Víctima hasta después de que lo haya sido designado usted mismo. ¿Desea declinar la oferta que se le ha hecho?
—Oh, no, por supuesto —se apresuró a responder Frelaine—. Le he preguntado esto tan sólo por pura curiosidad. Muchas gracias.