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Authors: Alberto Bermúdez Ortiz

Tags: #Terror

Zoombie (2 page)

BOOK: Zoombie
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Tendré que agenciarme un arma: la manera más sencilla de acabar con un Z es volarle la tapa de los sesos con un calibre cuarenta y cinco. Existen otros métodos, como la desmembración, la decapitación o el abrasamiento, pero requieren una logística poco práctica y demoran en exceso la muerte del individuo. La profusa regulación legal a que están sometidas estas efectivas aniquiladoras de zombis y un informe psiquiátrico desfavorable me impidieron hacerme con una, y nunca he sido partidario de adquirir elementos de primera necesidad en el mercado negro. Quizá sea ésta la cuestión más peliaguda y la que entraña mayor dificultad. Como conseguir tabaco no plantea más complicación que la de acudir al establecimiento donde se dispensa, dedicaré estas líneas a pormenorizar cómo lograr mi segundo propósito. Sé de la existencia de una pistola, y aun encontrándose en este mismo edificio, hacerme con ella requerirá la elaboración de un plan maestro orquestado con el soporte de diferentes áreas cognitivas, en especial el de la psicología humana. La pistola en cuestión es de propiedad ajena, en concreto de mi vecino del piso de arriba, lo que explica que su inesperada decisión de quedarse en el pueblo mientras todos partían haya acabado jugando a mi favor. Sé de su existencia porque había hecho alarde de su puntería en la práctica de tiro en el club al que pertenece. En su día me pareció una afición detestable, pero reconozco que en estos momentos la considero de lo más oportuna. No conozco armerías cerca de aquí, pero en cualquier caso hacerse con ella en un establecimiento requeriría tiempo para el planteamiento y la ejecución de una acción compleja, por lo que resulta inviable. No creo que se preste a dejarme el arma, dada la precariedad en la que nos encontramos, por lo que es ésta la rémora más importante que he de salvar por el momento.

Como plan «A» sugeriré el canje del arma por comida. Cuento con cantidad suficiente de carne, entre la que se encuentra un jamón de pata negra que podría servir como moneda de cambio (aunque reservaré este manjar para requerimientos más extremos). En vez de eso, he decidido ofrecer un par de salchichones, unos chorizos y alguna vianda más para solventar el asunto, todos ellos de primera calidad y con denominación de origen. Sin duda, el estado de shock en el que se encontrará el propietario del arma y mi capacidad persuasiva harán que el trueque se haga efectivo. Puesto que auguro un éxito absoluto al plan A, no tengo plan «B».

Podrá parecer que esta acción no es del todo honesta, pero es de vital importancia que el arma esté en poder de alguien no ya con conocimientos prácticos en su uso y manejo, ámbito en el que reconozco mis limitaciones comparándolas con las del propietario, sino que cuente con una capacidad de raciocinio estable en situaciones de estrés y declarados estados de sitio o excepción y que pueda tomar las decisiones adecuadas para salvaguardar las vidas de los que lo rodean. Este punto se ve debilitado por el hecho de que en el edificio sólo somos dos, él y yo. Pero cuento con que entre en razón y me ceda el arma sin mayores complicaciones. En cuanto amanezca, pondré en marcha el plan. Ahora voy a dormir un poco, mañana será un día duro.

Informe-Diario de a bordo: día 2, 11.00 p.m., martes.

«Luego dijo Dios: Haya expansión en medio de las aguas, y separe las aguas de las aguas.»

La ejecución del plan para agenciarme el arma de mi vecino ha sido un estrepitoso fracaso y ha derivado en una escena ignominiosa e indigna. No ha entrado en razón, y además ha esgrimido cuestiones más bien egoístas y cortas de mira. Esto me coloca en una posición comprometida. Más aun teniendo en cuenta los últimos sucesos: la pasada noche, mientras disfrutaba de mi merecido descanso, las hordas «Z» han avanzado organizadamente, lo cual aporta un dato significativo que hay que tener en cuenta y que a la postre confirma otra de las teorías barajadas en la última obra al respecto: cuentan con cierta capacidad para pensar. Claro que su intelecto no tiene parangón con el humano, pero esto les proporciona un plus de peligrosidad, si cabe.

Se presenta un gran dilema: está claro que la posesión del arma otorga ventaja a su propietario a la hora de mantenerse con vida. Lo que más me ha molestado han sido sus modales: poco educados y totalmente fuera de tono; además, inconcebiblemente, no ha mostrado ningún interés por los manjares que pretendía ofrecer a cambio de su arma, e incluso ha llegado a ridiculizar el intento profiriendo insultos personales que no venían a cuento. Para que quede constancia del hecho reproduciré la escena fielmente: que sea la posteridad la que juzgue.

Para ser consecuente con el planteamiento del ID, la sucesión de hechos comenzaba esta mañana a las 10.00 a.m., tal como había programado en mi despertador, e igual que el resto de los días. Puede parecer un poco temprano, habida cuenta de que no tengo obligación alguna que reclame mi atención. Fui el agraciado con el gordo de Navidad hace unos años, lo cual me permitió desarrollar mis capacidades intelectuales profundizando en temas poco estudiados. Este afortunado acontecimiento me permitió, además, alojarme en una morada adecuada a mis necesidades.

He realizado mis ejercicios matutinos en el pequeño aunque completamente equipado gim que hice instalar en una de las habitaciones: todo hombre está obligado a mantener una buena forma física que le permita enfrentarse a los requerimientos que la vida pueda presentarle, y en mi caso con mayor motivo, ya que debía estar preparado para tal eventualidad. He de reconocer que en alguna ocasión había puesto en duda la idoneidad de la inversión, aunque, por razones obvias, ya ha quedado disipada toda duda al respecto.

Después de los ejercicios he desayunado mis habituales cereales con leche de soja, aderezados con un poco de miel y cacao en polvo, mientras veía en televisión las últimas noticias que ya he adelantado. La última hora presentaba a los Zs agenciándose algunos autobuses de línea, lo que les ha permitido moverse con libertad por la ciudad, aunque la merma de las facultades humanas en su nueva condición (y algunas amputaciones de miembros inferiores o superiores) parece que no les hace muy duchos en el arte de la conducción, y muchos han acabado empotrados en paredes después de llevarse por delante abundante mobiliario urbano, que nos tocará abonar a los que sobrevivamos a esta debacle. Además, su incapacidad para mantener el orden dentro del habitáculo para pasajeros ha contribuido al fracaso de la empresa. Por otra parte, se confirmaba que, efectivamente, sufren de una total intolerancia a los rayos ultravioleta, con lo que a primera hora de la mañana la actividad genocida casi ha desaparecido; parecen ignorar dónde se han retirado, aunque la teoría más probable es la que sostiene que se refugian en lugares resguardados del sol. No es por darme ínfulas, pero si me hubieran consultado, sabrían perfectamente de este y otros datos cruciales y evitarían pérdidas de tiempo innecesarias. En cualquier caso, esta tregua favorecía mis intenciones. Han informado de que toda la comunidad científico-militar se afana por encontrar un remedio, cura o arma capaz de acabar con ellos: se está utilizando armamento convencional, aunque es evidente que eso resta eficacia a la defensa, ya que éste se encuentra en manos de las fuerzas armadas y del orden público y de delincuentes. Por lo que respecta a estos últimos, no parecen estar por la labor, y se dedican a actividades lucrativas ilegales.

Tras la degustación de la abundante ración de cereales, he acometido las habituales pautas higiénicas matutinas. Una buena ducha con agua caliente, un buen afeitado y una buena limpieza bucal contribuyen a reafirmar la condición humana tan amenazada circunstancialmente. Un toque de AG pour homme ha puesto el punto final al rito. Había decidido vestir un chándal de deporte, lo cual me permitiría libertad de movimientos, teniendo en cuenta, sobre todo, que después del encuentro previsto tenía una cita con el centro comercial (por el tema del avituallamiento que mencioné anteriormente), pero al final me he decantado por un pantalón teja-no y una camiseta de algodón blanca. Lo correcto habría sido calzar un zapato negro, pero me he permitido una licencia estilística y he recurrido a mis NK con cámara de aire, por si se presentaban problemas. Una chaqueta Gk a juego con el pantalón ha completado mi vestimenta. La coyuntura, aunque teñida de desesperación para la población, no tiene por qué significar la renuncia al estilismo del que hago gala.

Con la indumentaria descrita, subí por las escaleras al piso de arriba, donde habita mi vecino, dispuesto a intercambiar las viandas por el arma. Me invadía la desazón: iba a desprenderme del sustento que era posible que echase de menos en unos días y que, además, estaba sin empezar, a excepción de unas morcillas de Burgos que había incluido en el lote in extremis para no resultar cicatero en el trueque y no dar lugar a posibles regateos, incómodos por otra parte.

Desactivé el sistema de seguridad de mi puerta blindada, me aseguré de que no había nadie —concretamente Zs dispuestos a satisfacer sus necesidades básicas conmigo— y salí al rellano. Hice un pequeño ensayo mental de cómo podía desarrollarse la conversación. Recién levantado, y sin haber entablado conversación alguna, era posible que mi habilidad verbal pudiera verse un tanto comprometida y no ser capaz de desarrollar todo mi poder de convicción. Era capital mantener el curso de la conversación por derroteros favorables al desenlace esperado. Un pequeño monólogo en voz alta fue suficiente para calentar la voz y la mente. Tras salvar los veinticuatro escalones que me separaban de casa de mi vecino, llamé al timbre. Tuve que insistir, ya que con el primer intento no logré respuesta alguna del inquilino; así que mantuve el dedo en el pulsador durante un buen rato, variando la secuencia de pulsado para que no se confundiera con otros posibles sonidos de la casa. Lo cierto es que esos minutos de espera fueron algo incómodos, teniendo en cuenta que portaba un salchichón, unos chorizos y las morcillas de Burgos. Además, el olor de los manjares empezaba a impregnárseme en la ropa y acabó por difuminar y confundir en la mezcla el agradable aroma de AG pour homme. Deduje que posiblemente el susodicho se encontrase aseándose (una ducha podía ahogar el sonido del timbre) o incluso atendiendo necesidades fisiológicas mayores, otro impedimento para acudir a la llamada. Pensé que quizá no se encontrase en casa, lo cual habría supuesto un contratiempo. Pero como ya anticipé antes, no sería éste motivo suficiente para que mi plan se fuera al traste. Volví a fustigar el timbre hasta que percibí movimiento en el interior de la casa. El sonido de la mirilla de la puerta descubrió el emplazamiento de mi interlocutor:

—¿Qué quieres?

—Hola, buenos días, vecino. Venía a hablar contigo, si no te importa.

—¿Con la que está cayendo?, ¿has visto la televisión?, ¿qué está pasando?, ¿de dónde han salido esos… esos… zombis?, ¿vamos a morir?

No era el momento de responder a todas esas preguntas, y menos teniendo en cuenta que estaba en el rellano de la escalera y cargando con unas viandas que, debido al tiempo que habían permanecido en suspensión, empezaban a parecerme pesadas. Así que decidí centrarme en el motivo de mi visita y, en todo caso, dejar para después del intercambio las posibles explicaciones a sus preguntas.

—Bien, sí, estoy al corriente de lo que acontece, aunque mi visita es por otro motivo… aunque relacionado.

—¿Cómo sé que no eres un bicho de ésos? —quedaba patente el desconocimiento del que hacía gala con semejante pregunta, aunque supe atribuirlo al estado de nervios en el que posiblemente se encontraba e intenté dar una explicación lógica y razonable.

—Bueno, supongo que el hecho mismo de estar manteniendo esta conversación demuestra que no lo soy. Si te fijas, no tengo heridas que manifiesten haber sido atacado, no doy muestras de cianosis y no me cuelga ningún miembro. Y por si fuera poco, te he traído esto —alcé el salchichón, los chorizos y las morcillas, para que no quedase duda al respecto. Al cabo de unos diez segundos, escuché el pestillo descorrerse y la puerta se abrió. No presentaba un aspecto muy saludable, y su indumentaria, a esas horas de la mañana, dejaba bastante que desear: con ojeras, despeinado y en albornoz, manifestaba bien a las claras que la imagen no era una de sus prioridades.

—¿Qué es eso?, parecen morcillas… chorizos. ¡Y un salchichón! —la agudeza visual, sin duda, la conservaba—. Sabía que no estabas muy centrado, ¿pero qué coño te pasa?, ¿crees que estoy celebrando algo? —interpreté que no mostraba empatía y que no iba a ser fácil proceder al trueque. Con el tiempo he aprendido a leer el lenguaje corporal como si de un libro abierto se tratase, y el suyo no era precisamente halagüeño.

No podía cometer ningún error en la gestión del incipiente conflicto y eché mano de las técnicas utilizadas en procesos de negociación con terroristas que había visto en un centenar de películas. Lo fundamental era no decir que «no» durante la negociación. Así que intenté apaciguar los nervios:

—Sí, efectivamente, pensé que quizá andabas un tanto escaso de víveres. Posiblemente tarden unos días, quizá semanas, en controlar el brote, y ya sabes: mejor que sobre que no que falte. A mí me sobra comida, quizá tú puedas… darme algo a cambio. Hay que mantenerse unidos.

—¿Tú eres tonto? Te presentas aquí con eso y pretendes que te escuche. Que te los cambie por… algo. ¿Qué coño quieres que te dé a cambio? Unas sardinas en escabeche. Mejor aun, podemos organizar una cena mientras vemos en el telenoticias cómo se comen a unos cuantos hombres. Tengo un vino en la despensa para ocasiones especiales.

No sé qué retahíla de despropósitos soltó después de esto, tuve que utilizar técnicas de yoga para evadirme. Con unas respiraciones controladas fue suficiente. Las cosas no iban como esperaba. Tenía que esgrimir el mejor de los argumentos para lograr que aceptase el trueque, así que puse a trabajar todo mi ingenio para la acometida final. Decidí también dejar los víveres en el suelo y poder utilizar todos los recursos expresivos para comunicarme.

—Bueno, no hace falta insultar. En cualquier caso, me gustaría que sopesases tus comentarios antes de esputarlos. Sólo pretendo mejorar tu estatus y, de paso, las expectativas de vida de ambos. Por otra parte, tu estado de nervios pone de manifiesto tu incapacidad para tomar decisiones en esta coyuntura, lo que fundamenta el motivo de mi visita. En las crisis, alguien tiene que comandar el grupo, y cuento con la formación necesaria para desempeñar esa tarea: mi buena forma física, junto con mis técnicas de combate y estrategia militar, me convierten en el mejor candidato. Déjeme decirle que he visto la mayoría de las películas bélicas que se han realizado y tomado buena nota de todo lo expuesto en ellas. Creo que lo más conveniente sería asumir la defensa del edificio y la de sus ocupantes, o sea, nosotros. El caso es que, aunque estoy preparado en lo que respecta a refugio y víveres, descuidé la logística armamentística, fruto de la exigente regulación legal y de un informe psicológico totalmente inadecuado para mis propósitos, aunque no me gustaría profundizar en este tema por lo doloroso que me resulta de por sí. Como iba diciendo, ese pequeño inconveniente es el que me ha llevado a ofrecer mis viandas a cambio de tu arma y, si no te importa, de unas clases particulares de tiro que podríamos realizar fuera, en el jardín.

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