Read El bacilo robado y otros incidentes - Cuentos del espacio y del tiempo Online

Authors: H. G. Wells

Tags: #Ciencia Ficción, Clásico, Cuento

El bacilo robado y otros incidentes - Cuentos del espacio y del tiempo (31 page)

BOOK: El bacilo robado y otros incidentes - Cuentos del espacio y del tiempo
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Al día siguiente los cazadores volvieron cansados trayendo una cría de ciervo, y Eudena observó el festín con envidia. Luego sucedió algo extraño. Vio a la vieja —la oía con claridad— chillando y gesticulando y apuntando hacia ella. Tuvo miedo y se alejó reptando como una serpiente. Pero pronto la curiosidad la venció y de nuevo estaba de vuelta en el puesto de espionaje y, al mirar, el corazón se le encogió, porque allí estaban todos los hombres con las armas en las manos caminando juntos hacia ella desde el montículo.

No se atrevió a moverse, no fueran a verla en el montículo, sino que se pegó contra el suelo. El sol estaba bajo y la dorada luz les daba a los hombres en la cara. Vio que llevaban una pieza de rica carne roja atravesada por una estaca de fresno. Pronto se detuvieron.

—Seguid —gritó la vieja.

Piel-de-gato refunfuñó y ellos siguieron buscando el matorral con los ojos deslumbrados por el sol.

Aquí —dijo Siss.

Y ellos cogieron la estaca de fresno con la carne y la tiraron al suelo.

—Uya —gritó Siss—, toma tu parte. A Ugh-lomi lo hemos matado. Verdaderamente lo hemos matado. El día de hoy matamos a Ughlomi y mañana te traeremos su cuerpo —y los otros repitieron las palabras.

Se miraron unos a otros, miraron hacia atrás, se volvieron parcialmente y empezaron a retroceder. Al principio caminaban medio vueltos hacia el matorral; luego, de cara al montículo, avanzaron más deprisa mirando por encima del hombro, después más deprisa, pronto echaron a correr, fue realmente una carrera hasta que estuvieron cerca del montículo. Entonces Siss, que iba el último, fue el primero en reducir el paso.

Pasó el crepúsculo y llegó el anochecer, los fuegos ardieron al rojo vivo contra el brumoso azul de los castaños distantes y las voces en el montículo sonaban contentas. Eudena yacía apenas sin moverse pasando la vista del montículo a la carne y luego de ésta al montículo. Estaba hambrienta, pero tenía miedo. Al fin volvió sigilosamente hasta Ugh-lomi. Éste, al leve ruido de su acercamiento, miró a su alrededor. Tenía la cara en sombra.

—¿Has conseguido algo de comida? —preguntó.

Respondió que no había podido encontrar nada, pero que buscaría más lejos, y volvió por la senda del león hasta que pudo ver de nuevo el montículo, pero no pudo decidirse a coger la carne. Tenía el instinto del animal para las trampas. Se sintió muy desgraciada. Volvió al fin reptando hasta Ugh-lomi y le oyó agitarse y gemir. Se volvió al montículo de nuevo, luego vio algo en la oscuridad cerca de la estaca y fijándose mejor distinguió un chacal. Súbitamente se sintió valiente y furiosa, se puso en pie de un salto, gritó y corrió hacia la ofrenda. Tropezó y cayó y oyó el gruñido del chacal alejandose. Cuando se levantó en el suelo sólo estaba la estaca de fresno, la carne había desaparecido. Así que volvió para ayunar toda la noche junto a Ugh-lomi, que estaba furioso con ella porque no había conseguido comida para él, pero no le dijo nada de las cosas que había visto.

Pasaron dos días y estaban casi a punto de morirse de hambre cuando la tribu mató un caballo. Entonces se repitió la misma ceremonia y un anca fue dejada en la estaca de fresno, pero esta vez Eudena no dudó.

Con gestos y palabras hizo comprender a Ugh-lomi, pero él comió la mayor parte de la comida sin enterarse y después, al ir captando el significado, se puso contento con la comida.

—Yo soy Uya —dijo—. Yo soy el león. Yo soy el gran oso de las cavernas. Yo que era sólo Ugh-lomi, soy Wau, el astuto. Está bien que me alimenten porque pronto los mataré a todos.

Entonces a Eudena se le alegró el corazón y se rió con él, y después comió lo que él había dejado de la carne de caballo con alegría.

Después de eso tuvo un sueño y al día siguiente hizo que Eudena le trajera los dientes y las garras del león —todo lo que de ellos pudo encontrar—, y que le cortara una maza de fresno e incrustó los dientes y las garras muy astutamente en la madera de forma que las puntas miraran hacia afuera. Mucho tiempo le llevó y dejó romos dos de los dientes mientras los introducía a golpes, y se enfureció y la tiró, pero después se arrastró hasta donde la había tirado y la terminó —una maza de un tipo nuevo engastada con dientes. Ese día hubo más carne para los dos, una ofrenda al león por parte de la tribu.

Ocurrió un día —más de los dedos de la mano en días, más de los que nadie tenía la capacidad de contar— después de que Ugh-lomi hubiera hecho la maza cuando Eudena, mientras él dormía, yacía en el matorral observando el campamento. No había habido carne en tres días. Y la vieja vino a adorar a su manera. Pues bien, mientras ella adoraba, la amiguita de Eudena, Si, y otra, la hija de la primera chica que Siss había amado, aparecieron sobre el montículo, estuvieron mirando su descarnada figura y pronto empezaron a burlarse. Eudena lo encontró divertido, pero de repente la vieja se volvió con rapidez y las vio. Durante un momento ella y las niñas se quedaron inmóviles, luego con un chillido de rabia se precipitó sobre ellas y las tres desaparecieron por la cresta del montículo.

Pronto las niñas reaparecieron entre los helechos más allá del recodo del monte. La pequeña Si corría la primera porque era una niña activa y la otra corría chillando con la vieja muy cerca de ella. Sobre el montículo aparecieron Siss, con un hueso en la mano, y Bo y Piel-de-gato obsequiosamente detrás de el, los dos con sendos trozos de comida, y se reían a carcajadas y gritaban al ver a la vieja tan furiosa. Con un grito la niña fue capturada y la vieja se puso a trabajar dándole de bofetadas y la niña a gritar, y fue una buena diversión vespertina para ellos. La pequeña Si continuó corriendo un trecho y se detuvo por fin entre el miedo y la curiosidad.

De repente vino la madre de la niña con el pelo ondeando, jadeando y con una piedra en la mano y la vieja se dio la vuelta como un gato salvaje. Tenía los mismos derechos que cualquier mujer, era la jefa de las cuidadoras del fuego a pesar de su edad, pero antes de que pudiera hacer nada Siss gritó y el clamor se elevó muy alto. Otras cabezas con mata de pelo aparecieron a la vista. Parecía que toda la tribu estaba en casa y festejando. Pero la vieja no se atrevió a continuar descargando su ira sobre la niña que Siss protegía.

Todos hicieron ruidos y la llamaron cosas, incluso la pequeña Si. Bruscamente la vieja soltó a la niña que había cogido e hizo un rápido movimiento hacia Si, porque Si no tenía amigos y ésta, dándose cuenta del peligro cuando estaba casi encima de ella, salió precipitadamente con un débil grito de terror sin reparar adónde iba, directamente hacia la guarida del león. Al darse cuenta de la dirección que llevaba, de inmediato torció bruscamente a un lado adentrándose en las cañas.

Pero la vieja era una anciana sorprendente, tan activa como despreciable, y cogió a Si por el ondeante pelo a treinta yardas de Eudena. Toda la tribu bajaba ahora corriendo por el montículo gritando y riéndose, dispuesta a disfrutar del espectáculo.

Entonces algo se agitó en Eudena, algo que nunca jamás la había conmovido, y, volcada completamente en la pequeña Si y olvidada de su miedo, salió de un salto de su escondite y avanzó rápidamente hacia adelante. La vieja no la vio porque estaba ocupada abofeteando la cara de la pequeña Si, golpeándola con todo su odio, y de repente algo duro y pesado le golpeó la mejilla. Se tambaleó y vio a Eudena con los ojos y las mejillas encendidos entre ella y la pequeña Si. Gritó de sorpresa y terror, y la pequeña Si, sin comprender, se dirigió hacia la tribu que estaba con la boca abierta. Se hallaban ahora muy cerca porque el ver a Eudena les había quitado de la cabeza el miedo ya atenuado al león.

En un momento Eudena había dejado a la vieja, encogida de miedo, y había alcanzado a Si.

—¡Si! —gritó—. ¡Si!

Cogió a la niña en los brazos cuando ésta se detuvo, apretó el afilado rostro contra el suyo y se dio la vuelta para correr hacia su guarida, la guarida del viejo león. La vieja se quedó, con las cañas hasta la cintura, vomitando sucias palabras y rabia inarticulada, pero no osó interrumpirla, y, en el recodo de la senda, Eudena miró atrás y vio a todos los hombres de la tribu gritándose unos a otros y a Siss que venía al trote por la senda del león.

Corrió en línea recta por el estrecho camino a través de las cañas hasta el umbroso sitio donde Ugh-lomi estaba sentado con su muslo cicatrizado, acabando de despertar por los gritos y frotándose los ojos. Se acercó a él, como una mujer, con la pequeña Si en brazos. Con el corazón palpitándole en la garganta, gritó:

—¡Ugh-lomi! ¡Ugh-lomi, viene la tribu!

Ugh-lomi continuó sentado mirando fijamente con estúpido asombro a ella y a Si.

Ella apuntó con Si en un brazo. Rebuscó entre su reducida reserva de palabras para explicar lo que pasaba. Podía oír a los hombres voceando. Aparentemente se habían detenido fuera. Puso a Si en el suelo, cogió la maza nueva con los dientes del león, se la puso a Ughlomi en la mano, corrió tres yardas y recogió la primera hacha.

—¡Ah! —dijo Ugh-lomi ondeando la nueva maza. En un momento se hizo cargo de la situación y dando una voltereta comenzó a ponerse en pie con esfuerzo.

Se puso en pie, pero torpemente. Se sostenía apoyando una mano en el árbol y únicamente tocaba el suelo ligeramente con el dedo gordo de la pierna herida. En la otra mano empuñaba la nueva maza. Miró el muslo cicatrizado. De repente las cañas empezaron a susurrar y cesó el susurro y volvió de nuevo, y, acercándose cautelosamente por la senda, inclinándose y agarrando su lanza de matar de fresno endurecida al fuego apareció Siss, se paró en seco y su mirada se cruzó con la de Ugh-lomi.

Ugh-lomi se olvidó de que tenía una pierna herida. Se puso firme sobre ambos pies. Sintió algo que fluía. Echó una mirada hacia abajo y vio que una pequeña gota de sangre había brotado por el extremo de la herida cicatrizada. Se frotó allí la mano para que se agarrara bien a la maza y fijó de nuevo la vista en Siss.

—¡Guau! —gritó, saltando hacia adelante, y Siss todavía observando agachado dirigió hacia arriba su lanza de matar muy rápido en un lanzamiento fallido. Desgarró el brazo con que se protegía Ugh-lomi y la maza bajó al contraataque que Siss no iba a entender jamás. Cayó, como cae el buey con la puntilla, a los pies de Ugh-lomi.

A Bo le pareció la cosa más extraña. Tenía una sensación de seguridad con las altas cañas a ambos lados y la inexpugnable fortaleza de Siss entre él y cualquier peligro. El Comecaracoles venía detrás y por allí no había peligro. Estaba preparado para empujar desde atrás y enviar a Siss a la muerte o la victoria. Ése era su puesto como segundo jefe. Vio el asta de la lanza que llevaba Siss salir lanzada y de repente un porrazo sordo y las anchas espaldas caían hacia adelante y él estaba mirando a Ugh-lomi a la cara por encima de su postrado jefe. Bo tuvo la sensación de que el corazón se le había caído por un pozo. Tenía una piedra arrojadiza en una mano y una lanza de matar de fresno en la otra. No vivió para terminar de decidir cuál de las dos utilizaba.

El Comecaracoles era un hombre más preparado, y además Bo no cayó hacia adelante como lo había hecho Siss, sino que cedió por las rodillas y la cadera, al abollarle la cabeza la maza dentada. El Comecaracoles arrojó su lanza hacia adelante rápida y directa y acertó a Ugh-lomi en el músculo del hombro, y luego le lanzó la piedra de matar que tenía en la otra mano con fuerza y gritando al tiempo que lo hacía. La nueva maza silbó ineficazmente entre las cañas. Eudena vio a Ugh-lomi volver tambaleándose desde el estrecho sendero al campo abierto, tropezando con Siss y con la punta de una estaca de fresno que le salía por encima del brazo. Y entonces el Comecaracoles, nombre que ella le había puesto, recibió la estocada final cuando su rostro exultante asomó entre las cañas a continuación de su lanza, pues Eudena blandió la primera hacha, rápida y alta, golpeándole de lleno en la sien, y él fue a caer encima de Siss a los pies del postrado Ugh-lomi.

Pero antes de que Ugh-lomi pudiera levantarse los dos pelirrojos salían a trompicones de las cañas, con las lanzas y las piedras de matar listas, y el Serpiente justo detrás de ellos. Eudena le dio a uno en el cuello; no lo derribó, pero dio un traspié a un lado y estropeó el golpe de su hermano a la cabeza de Ugh-lomi. En un momento Ugh-lomi dejó caer la maza, había cogido a su atacante por la cintura y lo había derribado de lado, despatarrado. Se lanzó rápidamente sobre la maza y la recuperó. El hombre que Eudena había golpeado la atacó con su lanza al tiempo que se tambaleaba a causa del golpe y ella involuntariamente retrocedió para evitarle. Él dudó entre ella y Ugh-lomi, se medio volvió, dio un grito vago al encontrar a Ugh-lomi tan cerca, y en un momento Ugh-lomi lo tenía cogido por el cuello y la maza se había cobrado la tercera víctima. Al tiempo que caía, Ugh-lomi dio un grito —nada de palabras—, un alarido exultante.

El otro pelirrojo estaba a seis pies de ella dándole la espalda y tenía en la cabeza una mancha de un rojo más oscuro que su pelo. Forcejeaba por ponerse en pie. Ella sintió un impulso irracional de impedir que se levantara. Le lanzó el hacha y falló, vio su cara de perfil, había dado un brusco viraje más allá de la pequeña Si y corría entre las cañas. Tuvo una visión pasajera del Serpiente de pie en la boca del sendero, medio vuelto hacia atrás y luego le vio la espalda. Vio la maza volando por el aire y la enmarañada cabeza de Ugh-lomi, con sangre en el pelo y en el hombro, desaparecer bajo las cañas persiguiéndole. Luego oyó al Serpiente gritar como una mujer.

Pasó a Si corriendo hasta donde el mango del hacha destacaba sobre una mata de helecho y, al volverse, se encontró jadeando y sola con tres cuerpos inmóviles. El aire rebosaba de voces y gritos. Durante un rato sintió náuseas y vértigo, y luego se le ocurrió que a Ugh-lomi le estaban matando por el sendero de las cañas y con un grito inarticulado saltó por encima del cuerpo de Bo y se apresuró tras él. Los pies del Serpiente yacían en medio del sendero, y tenía la cabeza entre las cañas. Siguió por el sendero hasta que hacía un recodo y quedaba abierto por los alisos, y desde allí vio en el campo abierto todo lo que quedaba de la tribu, esparcidos como hojas secas por el vendaval y volviendo por encima del montículo. Ugh-lomi se empleaba a fondo con Piel-de-gato.

Pero Piel-de-gato era ligero de pies y escapó, y lo mismo hizo el joven Wau-Hau cuando Ugh-lomi se volvió contra él, y Ugh-lomi persiguió a Wau-Hau hasta mucho más allá del montículo antes de desistir. Ahora sentía dentro de él la rabia de la batalla y la madera incrustada en su hombro le picaba como una espuela. Cuando vio que él no corría peligro, ella dejó de correr y se quedó jadeando observando cómo las activas y distantes figuras subían corriendo y desaparecían una a una por encima del montículo. En poco tiempo estuvo de nuevo sola. Todo había ocurrido muy rápido. El humo del Hermano Fuego se elevó recto y constante desde el campamento exactamente como había hecho hacía diez minutos cuando la vieja había estado allí adorando al león.

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