–Pero, ¿no es divertido estar rodeado por todos nosotros?
–Cuando se canse de esta conversación, no dude en decírmelo, embajador –dijo Estray Lassils, en tono de disculpa.
–No, está bien. A veces sí es divertido, Chomba, a veces desconcertante, y a veces muy gratificante.
–Pero somos completamente diferentes, ¿no? Nosotros tenemos dos piernas. Ustedes tienen tres. ¿No echa de menos a otros homomdanos?
–Solo a una.
–¿A quién?
–A alguien a quien amé una vez. Pero, por desgracia, ella no me quería.
–¿Por eso decidió venir aquí?
–Chomba...
–Es posible, Chomba. La distancia y la diferencia pueden curar. Al menos aquí, rodeado por humanos, nunca tendré que ver a alguien a quien confunda con ella, aunque solo sea un instante.
–Vaya. Debió de quererla mucho.
–Supongo que sí.
–Aquí están –dijo el avatar del Centro. Se volvió a mirar al fondo de la sala. En la pantalla de la pared curvada, el grueso cilindro de
La resistencia fortalece el carácter,
se deslizaba a través de la oscuridad. Apenas se apreciaban partes del complejo campo de la nave, que se hacía visible progresivamente, como si el módulo estuviese atravesando capas de gasa mientras se acercaba a la aeronave mayor.
El módulo llegó a la popa, flotando hacia la unidad de alojamiento situada en la parte frontal de la antigua nave de guerra, donde una serie de luces pequeñas identificaban un rectángulo del casco. Se oyó un ruido sordo, apenas perceptible, cuando las dos naves se conectaron. Kabe miró el agua de la piscina. Ni siquiera se onduló. El avatar se dirigió al fondo de la sala, con el dron flotando tras su hombro izquierdo. La vista de popa desapareció para dejar paso a las grandes puertas traseras del módulo.
–Sécate los pies –ordenó Estray Lassils a su sobrina.
–¿Por qué?
Las puertas del módulo se abrieron, revelando un vestíbulo revestido con plantas y a un chelgriano de gran estatura, ataviado con un traje religioso oficial. Algo parecido a una gran bandeja flotaba a su lado, con dos modestas maletas encima.
–Comandante Quilan –saludó el avatar de piel plateada mientras se acercaba a él e inclinaba la cabeza a modo de reverencia–. Represento al Centro de Masaq. Sea usted bienvenido.
–Gracias –contestó el chelgriano. Kabe percibió un olor ácido en el ambiente cuando las atmósferas de la nave y del módulo se mezclaron.
Se hicieron las pertinentes presentaciones. Kabe pensó que el chelgriano parecía amable pero reservado. Hablaba marain, al menos igual de bien que Ziller, y con el mismo acento. Y, lo mismo que Ziller, había aprendido el idioma en lugar de recurrir a un dispositivo de traducción.
La última en ser presentada fue Chomba, que recitó su casi completo nombre al chelgriano, buscó en uno de los bolsillos de su chaqueta y le entregó un pequeño ramillete de flores.
–Son de nuestro jardín –le explicó–. Siento que estén un poco aplastadas, es que las llevaba en el bolsillo. Por eso no se preocupe, solo es polvo. ¿Quiere ver unos peces?
–Comandante, nos complace mucho su visita –dijo el dron Tersono, que flotaba entre el chelgriano y la niña–. Sé que no hablo solo en nuestro nombre, sino en el de cada uno de los habitantes del orbital de Masaq, cuando digo que nos sentimos verdaderamente honrados con su llegada.
Kabe pensó que aquella sería la oportunidad ideal para el comandante Quilan de mencionar a Ziller, si era de los que no compartían aquella imagen poco realista de la cortesía. Pero el chelgriano se limitó a sonreír.
Chomba miró al dron con los ojos llenos de furia. Quilan inclinó la cabeza para ver más allá del cuerpo de Tersono y observarla, mientras este, extendiendo un campo arqueado azul y rosado hacia los hombros de Quilan, lo invitó a seguirlo. La plataforma flotante que transportaba las maletas del chelgriano fue detrás de ellos hacia el módulo. Las puertas se cerraron y se convirtieron de nuevo en una gran pantalla.
–Todos los presentes nos encontramos aquí para darle la bienvenida, evidentemente, pero también para poner en su conocimiento que estamos a su entera disposición durante toda su estancia, que se prolongará el tiempo que usted desee.
–Yo no. Tengo cosas que hacer.
–Ja, ja, ja –repuso el dron–. Bueno, todos los adultos, en todo caso. ¿Cómo le ha ido el viaje? Espero que se haya sentido cómodo y satisfecho.
–Ha resultado muy satisfactorio, gracias.
–Por favor, tome asiento.
Se acomodaron en unos sofás mientras el módulo se ponía en marcha. Chomba volvió a sumergir los pies en la piscina. Detrás,
La resistencia fortalece el carácter,
efectuó una maniobra equivalente a una voltereta hacia atrás, se convirtió en un punto, y desapareció.
Kabe se puso a reflexionar sobre las diferencias entre Quilan y Ziller. Eran los dos únicos chelgrianos a los que había conocido en persona, aunque había estudiado minuciosamente a la especie desde que Tersono le pidió ayuda el día del recital en la barcaza
Soliton.
Sabía que el comandante era más joven que el compositor, y le pareció que su figura y su forma física eran mejores. Su pelo, de color marrón pálido, se veía más brillante y cuidado, y su musculatura más prominente. Incluso tenía una expresión algo más inquieta en los ojos y en el rostro. Tal vez aquello no era tan sorprendente. Kabe sabía mucho sobre el comandante Quilan.
El chelgriano se volvió hacia él.
–¿Representa usted aquí oficialmente a Homomda, embajador Ischloear?
–No, comandante... –empezó Kabe.
–El embajador Ischloear se encuentra aquí por petición de Contacto –aclaró Tersono.
–Me pidieron que actuase como anfitrión durante su estancia –explicó Kabe al chelgriano–. Me sentí humildemente honrado ante semejante halago y acepté de inmediato, pese a no ostentar ninguna formación diplomática real. Para ser sincero, soy más un cruce entre periodista, turista y estudiante que cualquier otra cosa. Espero que no le molesten mis palabras. Solo le digo esto por si cometo algún fallo en el protocolo. En caso de ser así, no quisiera que se reflejase en mis compañeros. –Kabe hizo un leve gesto con la cabeza a Tersono, que le respondió con una inclinación a modo de reverencia.
–¿Hay muchos homomdanos en Masaq? –preguntó Quilan.
–No. Yo soy el único –repuso Kabe.
El comandante asintió lentamente.
–Es a mi a quien corresponde la tarea de representar al ciudadano medio –intervino Estray–. El embajador Ischloear no es representativo, pero sí encantador. –La mujer dedicó una sonrisa a Kabe, que se percató de que nunca había dado con un gesto traducible para indicar humildad–. Pienso –prosiguió ella– que probablemente le pedimos a Kabe su ayuda como anfitrión para demostrar que, en Masaq, no somos tan terribles como para asustar a nuestros invitados no humanos.
–Ciertamente, mahrai Ziller parece haber encontrado irresistible su hospitalidad –dijo Quilan.
–El compositor Ziller continúa honrándonos con su presencia –coincidió Tersono. Su campo de aura se veía muy rosado en contraste con el tono cremoso de la butaca sobre la que reposaba–. El Centro se muestra muy modesto al no ensalzar las numerosas virtudes del orbital de Masaq, pero déjeme garantizarle que se trata de un lugar de innumerables placeres. El Gran...
–Supongo que mahrai Ziller no sabe que estoy aquí –interrumpió Quilan pausadamente, mirando al dron y al avatar alternativamente.
–Se le ha mantenido informado de sus avances –asintió la criatura de piel plateada–. Desgraciadamente, no se encuentra aquí para darle la bienvenida en persona.
–Tampoco esperaba que lo hiciera –repuso Quilan.
–El embajador Ischloear es uno de los mejores amigos del compositor Ziller –dijo Tersono–. Estoy seguro de que, cuando llegue el momento, tendrán muchos temas sobre los que hablar.
–Creo que puedo asegurar que soy el mejor amigo homomdano que tiene en Masaq, sí –añadió Kabe.
–Imagino que su propia conexión con el compositor Ziller se remonta a mucho más atrás, comandante –dijo Estray–. A la escuela, ¿verdad?
–Sí –contestó Quilan–. Pero no nos hemos visto ni hemos hablado desde entonces. Más que viejos amigos, somos amigos de la infancia. ¿Cómo se encuentra nuestro genio ausente, embajador? –preguntó a Kabe.
–Está bien –contestó este último–. Ocupado con sus composiciones.
–¿Echa de menos su hogar? –preguntó el chelgriano, mostrando poco más que un atisbo de sonrisa en el rostro.
–Según dice, no –respondió Kabe–, aunque en sus obras de los últimos años me ha parecido detectar una cierta nota de nostalgia y de regreso a los antiguos temas populares chelgrianos, con matices de resolución final en su desarrollo. –Por el rabillo del ojo, Kabe vio que el aura de Tersono se ruborizaba de satisfacción tras aquellas palabras–. Pero tal vez eso no signifique nada –prosiguió. El campo del dron se tornó en un azul glacial.
–Ya veo que es usted aficionado a su música, embajador –dijo el chelgriano.
–Bueno, creo que todos lo somos –se apresuró en decir Tersono–. Yo...
–Yo no lo soy.
–Chomba –dijo Estray.
–La adorable niña aún no tiene la suficiente madurez como para apreciar la música del maestro –continuó Tersono. Kabe observó un asomo de color morado en el campo de aura del dron, allanándose y disipándose en dirección a la criatura sentada al borde de la piscina. Vio moverse la boca de Chomba, pero sospechó que Tersono había erigido alguna especie de campo de separación entre ella y el resto del grupo. Apenas pudo oír sus palabras, pero la propia Chomba no se había dado cuenta de nada, o no le había importado. Estaba muy concentrada en los peces.
»Yo me considero uno de los admiradores más fervientes del compositor Ziller –decía el dron, en voz muy alta–. He visto a la señora Estray Lassils aplaudir con entusiasmo en varios conciertos y recitales de Ziller, y sé que el Centro disfruta en ocasiones recordando a los orbitales vecinos que su compatriota eligió a este como segundo hogar en lugar de a ellos. Todos estamos a la expectativa de escuchar la última sinfonía de Ziller dentro de unas semanas. Estoy seguro de que será espléndida.
Quilan asintió. Extendió las manos.
–Bien, como supongo que ya sabrán –dijo–, me han pedido que intente persuadir a mahrai Ziller de regresar a Chel. –Miró a todos uno por uno, y finalmente, fijó sus ojos en Kabe–. Imagino que no será tarea fácil. Embajador Ischloear...
–Por favor, llámeme Kabe.
–Bien, Kabe, ¿qué piensas al respecto? ¿Tengo razón al considerar que será un objetivo difícil?
Kabe pensó.
–No puedo imaginar –empezó Tersono– que el compositor Ziller pueda ni soñar con dejar pasar la oportunidad de reunirse con el primer chelgriano que...
–Pienso que tiene toda la razón, comandante Quilan –dijo Kabe.
–... ha puesto los pies...
–Por favor, llámame Quil.
–... en Masaq en...
–Francamente, Quil, te han asignado una misión jodida.
–... tantos y tantos años.
–Eso me temía.
~
¿De acuerdo?
~
Sí. Muchas gracias.
~
Sea usted bienvenido
–dijo Huyler en la cabeza de Quilan, imitando la profunda voz del avatar del Centro–.
Estaba casi demasiado ocupado como para pasarte comentarios al respecto.
~ Bueno, tampoco era estrictamente necesario.
Estaban preocupados por si la bienvenida a Quilan resultaba abrumadora, bien por accidente, bien deliberadamente. Su desliz momentáneo, cuando embarcaron en
La resistencia fortalece el carácter,
de responder en voz alta a un pensamiento transmitido por Huyler los puso en guardia, por lo que acordaron que, durante la primera parte de la recepción de Quilan, Huyler permanecería en silencio a menos que detectase cualquier incidencia alarmante por la que creyese que debía llamar la atención de Quilan.
~ Bien, Huyler. ¿Algo interesante?
~
Un grupo curioso, ¿no crees? Solo una de ellos era humana.
~ ¿Y la niña?
~
Bueno, y la niña. Si es que realmente es una niña.
~ No nos pongamos paranoicos, Huyler.
~
Tampoco seamos condescendientes, Quil. De todas formas, parece que se han decantado por el acercamiento amigable más que por el autoritario.
~ Podría darse el caso de que Estray Lassils fuera Presidenta del Mundo. Y el avatar de piel plateada podría encontrarse bajo el control directo del dios que ostenta el poder de la vida o la muerte sobre el orbital y todos sus habitantes.
~
Sí, y podría darse el caso de que la mujer fuese un testaferro sin poder alguno y el avatar una simple marioneta.
~ ¿Y el dron? ¿Y el homomdano?
~
La máquina afirma que procede de Contacto, con lo que podría pertenecer a Circunstancias Especiales. Pero el tipo grande de tres patas sí parece genuino, y yo le daría el beneficio de la duda por el momento. Posiblemente piensen que es adecuado porque tiene un mayor número de piernas del que acostumbran a ver. Él tiene tres piernas, y nosotros también, si contamos la extremidad media. Podría ser así de simple.
~ Supongo.
~
En cualquier caso, ya estamos aquí.
–Así es. Y es un «aquí» que impresiona bastante, ¿no te parece?
~
Todo marcha bien, imagino.
Quilan esbozó una mínima sonrisa. Se apoyó en la barandilla de cubierta y echó un vistazo a su alrededor. El río se estrechaba a lo lejos y el paisaje desfilaba rápidamente a ambos lados.
El Gran Río de Masaq era una simple curva de agua que recorría sin interrupción todo el orbital y fluía lentamente, como resultado de poco más que el efecto coriolis del mundo en rotación.
Alimentado por afluentes y arroyos en toda su extensión, se veía mermado por la evaporación cuando discurría por zonas desérticas o cuando se vaciaba por potentes cascadas y por las escorrentías hacia los mares, los pantanos y los canales de riego, y se veía absorbido por lagos gigantes, extensos océanos y colosales sistemas de canalización, para reaparecer a través de enormes estuarios que se entremezclaban hasta formar de nuevo una sola corriente de agua.
El río fluía por su interminable curso a través de laberintos de cavernas escondidas bajo continentes elevados, cuyas profundidades solo quedaban esporádicamente iluminadas por algún orificio hondo o por inmensas fosas profundas que parecían las raíces de las montañas. Atravesaba el decreciente número de topografías aún no formadas de la plataforma en túneles transparentes que desembocaban en paisajes que todavía se encontraban en proceso de modelación e inscripción por las vulcanologías prefabricadas de las técnicas de formación terrestre del orbital.