Read A por todas Online

Authors: Libertad Morán

Tags: #Romantico, Drama

A por todas (2 page)

BOOK: A por todas
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Así que nos encontramos con que una visión heterosexual de la vida moderna no sólo es original sino que también es, y sobre todo, universal mientras que una visión lésbica del mismo asunto, aunque también pueda ser original, es particular y, para más inri, segregacionista. Y yo me pregunto, cuando yo sufría porque mi novia me había dejado tirada cual colilla consumida después de cuatro años de relación y convivencia, ¿qué le impedía a una mujer heterosexual sentirse identificada conmigo? Quizá pudiéramos diferir en el objeto de deseo pero el sentimiento de pérdida era el mismo. De pérdida y de desamparo. Exactamente el mismo. Pero mientras todas, heterosexuales, bisexuales y lesbianas, nos vemos a nosotras mismas en la pedorra de Bridget cada vez que mete la pata, tan sólo estas últimas, las lesbianas y bisexuales, se sentirán afines a mí cuando les cuente mis intentos frustrados de encontrar a la mujer —la persona, al fin y al cabo— que me haga feliz. Se supone que la búsqueda es la misma en cualquiera de los casos, ¿no?

Y eso es algo que me enerva sobremanera. Y, aunque muchos me tachen de ingenua, no dejaré de quejarme hasta que no vea que los heterosexuales en masa leen libros y ven películas con protagonistas homosexuales y lo hacen sintiendo que esos caracteres son sus iguales y no sólo un experimento sociológico que acometen para satisfacer su curiosidad morbosa. O para aparentar modernidad y mente abierta, lo cual diría que es aún peor.

En cuanto a la segunda cuestión… Permíteme que primero me eche a reír lanzando estentóreas carcajadas. ¿Que las lesbianas lo tenemos más fácil? ¿Que las mujeres nos comprendemos entre nosotras? ¿Que jugamos en el mismo equipo? ¿Que somos fieles, monógamas, detallistas, buenas amantes? ¿Que anteponemos las emociones y sentimientos al sexo? ¿Que cuando nos emparejamos es por siempre jamás? ¡Y una leche!

Claro que salir con otras mujeres tiene sus cosas buenas. Una mujer sabe exactamente a qué te refieres cuando tus labios pronuncian: «Creo que me va a venir la regla». Una mujer no suele poner el grito en el cielo si cuando te vas a la cama con ella ve que no has podido depilarte… incluso puedes descubrir que a ella tampoco le ha dado tiempo a hacerlo. Y en el sexo con otra mujer siempre es agradable dejarse llevar en lugar de acometer todos tus movimientos con la urgencia obsesiva que les imprime un hombrecito que, desde que le das el primer beso, no piensa más que en ensartarte con su (cree él ingenuamente) poderosa verga cuanto antes.

Sí, indudablemente sentirte atraída por el sexo femenino siendo mujer es algo distinto, divertido y positivo. Sin embargo no es el camino de rosas que se imaginan las heterosexuales. Estas señoritas olvidan que cada persona (o personaje) es siempre un mundo en sí mismo y que no por el mero hecho de acudir al mismo servicio en caso de incontinencia urinaria vas a comprender mejor a tu pareja o te va a comprender mejor ella a ti.

Pero nada, ahí siguen ellas, apalancadas en sus trece. Cada vez que un tío les juega una mala pasada, las putea o simplemente cuando se indignan porque ellos prefieren gastar el domingo viendo fútbol o carreras de motos (si supieran la cantidad de lesbianas que también tiene esa dichosa afición y que incluso también folla con los calcetines puestos…), ¡hala! ellas van y sueltan la recurrente frasecita: «Me voy a hacer lesbiana. Seguro que así lo tengo más fácil».

Las mataría, de verdad. Las mataría, les arrancaría su heterosexual hígado y me lo comería crudo con un buen Chianti, incluso puede que llamase a Hannibal Lecter para compartir el plato.

Además, ¿qué es eso de «me voy a hacer lesbiana»? Como si ser lesbiana fuese algo tan sencillo como ir a la peluquería a que te hagan un corte de pelo a la moda (vete tú a saber cuál). «Oye, mira, me cortas un poco las puntas y luego me lo tiñes de caoba y me lo peinas un poco, así, que me quede un poco como más, no sé, como más lesbiana.» ¡Por favor! Ya me gustaría a mí verlas un sábado a las tres de la mañana en el Escape, sudando la gota gorda, aferrando en la mano una copa de hielos derretidos para que nadie te la tire y luchando a brazo partido por ese trozo de baldosa que —crees que— te corresponde mientras observas atónita cómo la chica que hasta hace quince minutos te tiraba los trastos está ahora metiéndole la lengua hasta el esófago a una tía que, de tanto venir al bar, ya forma parte del mobiliario y a la que, puesto que desconoces su nombre, bautizaste tiempo atrás como «la del problema de transpiración» (por razones tan obvias que no es necesario explicar aquí). Ya verías tú cómo volverían corriendo despavoridas a refugiarse en los seguros brazos de sus hombres de las cavernas.

Y no es que me caigan mal las heterosexuales, al contrario, me parecen de lo más entrañable. Además, hay muchas que están muy buenas… En fin, bromas aparte, de verdad te digo que no acabo de entender ese empeño que ellas tienen en afirmar que ser lesbiana es más cómodo cuando esa es una realidad que, en la mayoría de los casos, no conocen ni de lejos. Con lo sencillo que sería dedicarse cada una a sus menesteres, las heteros con sus chicos (que los hay muy majos y sensibles… o eso dicen) y las bollos a nuestras tareas de repostería (a las que siempre se apuntará alguna que otra hetero, que las hay muy golosas).

Aunque no te dejes confundir por mi tono irónico. Adoro a las mujeres. A todas ellas. Heteros, lesbianas, bisexuales, murcianas, venusianas e incluso del Atleti (quizá las de Nuevas Generaciones me den un poco de repelús, pero mientras en sus juegos sexuales no pretendan incluir bigotitos ni himnos horteras como parte de la ambientación, todo irá tan bien como se supone que fue el país durante «aquellos» años). Me encantan, de verdad. Y no sólo porque no me gusten los hombres (sexual y sentimentalmente hablando, por supuesto). Las mujeres me fascinan, me cautivan, me subyugan, me excitan, me ilusionan, me cabrean, me marean, me hastían, me contrarían, me confunden (incluso más que la noche), me sacan de mis casillas y me hieren para luego mirarme con ojos tiernos y volverme a enamorar. Y aún y así nunca se me ocurriría decir: «Me voy a hacer heterosexual. Seguro que así lo tengo más fácil». Qué va, qué va. Ese peinado me sentaría fatal…

Luego está el tema de la llamada literatura lésbica. Si hay algo que me jode de esas historias de lesbianas es su gravedad. Me refiero a que tú coges cualquiera de esos libritos de imitadoras sáficas de Corín Tellado y ¿qué es lo que te encuentras? Relatos de amores sufridos, correspondidos o no correspondidos, con final feliz o sin él, protagonizados por niñas monísimas de la muerte que tienen unos trabajos de la hostia y una cuenta corriente que les permite hacer continuas escapaditas a bucólicos parajes donde van con la novia de turno, otra niña monísima de la muerte y profesión liberal, a hacer el amor durante horas y horas, lánguidas horas, tiernas horas, placenteras horas repletas de orgasmos sublimes, cósmicos, que elevan su percepción espiritual y las unen hasta el infinito y más allá… Porque esa es otra, las lesbianas no follan. No, señorita, está usted muy equivocada. Las lesbianas hacen el amor. Siempre. Los gays follan. Los heteros practican el coito. Los animales copulan. ¿Y las lesbianas? Las lesbianas hacen el amor. Claaaro.

Y yo me pregunto en qué país vivirán esas escritorzuelas de novelas lésbicas —sí, sí, con acento, no son novelas, son novelas lésbicas—. Porque yo, aunque, modestia aparte, no estoy nada mal y mi trabajo (en una agencia de publicidad, vale, lo admito, es una profesión liberal pero, ¿qué queréis? Es a lo que me dedico…) me da para bastante más que para comer y pagar el alquiler, llevo años sin hacer el amor. Y no será porque mi vida sexual no sea muy activa y, en algunos momentos, altamente satisfactoria. Y oye, que tampoco me quejo. Llevar casi cinco años sin una relación a la que poder considerar como tal no es algo que me quite el sueño. Casi diría que más bien es al contrario. Cuantas más mujeres conozco tantas o más son las ganas que me entran de comprarme un perro.

Porque anda que no hay lesbianas raritas… Supongo que tantas como habrá entre heteros pero claro, como ellas son más (aunque, entre tú y yo, creo que no muchas más) lo disimulan mejor. Si yo te contara la cantidad de zumbadas con las que me he ido encontrando a lo largo de la última década, te aseguro que alucinarías pepinillos en technicolor. Si en algún momento he llegado a dudar de mi verdadera orientación sexual no ha sido por una cuestión de autoaceptación o de discriminación social. Si he vacilado en la convicción de mi deseo por las mujeres ha sido justamente a causa de ellas, por no acabar de encontrar a una con más de dos dedos de frente y algún indicio de inteligencia dentro de la mollera.

Espera. Voy a parar un momento porque me estoy dando cuenta de que quizá haya muchas que puedan malinterpretar mis palabras. No estoy menospreciando ni denostando a las lesbianas, nada más lejos de mi intención. Y tampoco es que me considere infalible ni con derecho a generalizar sobre un grupo social tan amplio y diverso. Tan sólo me limito a constatar un hecho: hay muchas lesbianas a las que les falta un tornillo. Hay otras muchas a las que no, es obvio, y a lo largo de los últimos diez años también me he cruzado con mujeres que, además de ser lesbianas, eran excelentes personas, equilibradas, encantadoras, simpáticas, inteligentes y divertidas. Lo que pasa es que a la hora de irme a la cama con algunas me ha tocado la china. Mala follá que tiene una. Y nunca mejor dicho.

Y para muestra tengo varios botones. Pasa la página si quieres que te cuente cómo ha sido este último año…

Las entidades, locales, lugares y demás ubicaciones de la acción de la historia, tanto públicas como privadas, han sido utilizadas como mero escenario de la trama. cualquier situación narrada con ellas como telón de fondo que tenga que ver con la realidad ha sido pura coincidencia.

Las referencias y opiniones hacia cantantes, grupos musicales, actores, actrices, películas y demás sujetos, obras o sucesos de carácter público son totalmente subjetivas y no tienen por qué coincidir con la opinión o el juicio de la autora.

Esto es una obra de ficción. Los personajes y situaciones en ella expuestos son intencionadamente inventados. cualquier parecido con la realidad ha sido pura inconsciencia.

Si aún así alguien se siente aludido u ofendido durante la lectura de la novela, que se lo hubiera pensado mejor antes de comportarse como un animal de bellota.

Arrancando

H
e quedado con Pilar en la cafetería del colectivo y, por extraño que parezca en mí, soy puntual. Las circunstancias obligan. Después del verano casi todas andamos deseosas de reencontrarnos, contarnos los chismorreos acaecidos durante la época estival y ponernos al día en los amoríos de todas y cada una. Quién seguirá con quién, quién habrá cortado con quién, quién se habrá pasado el verano saltando de cama en cama y demás cotilleos. Me acerco a la barra y pido un tubo de cerveza mientras hablo con la camarera, la cual parece alegrarse sobremanera de verme de nuevo allí.

—¡Ruth! ¡Cuánto tiempo! ¡Y qué morena me vienes! ¿Dónde has estado esta vez? —me suelta de carrerilla mientras me sirve la cerveza.

—En Sicilia —le cuento—. Ya sabes, comprobando la fogosidad de las italianas… —le guiño un ojo cómplice.

—¿Y…?

—¡A ti te lo voy a contar! —bromeo—. Nena, eso hay que comprobarlo por una misma, no puedes conformarte con que te lo cuenten.

Pago la consumición y me siento en una mesa. Parapetada tras un ejemplar del último Shangay me dedico a observar a la gente que va entrando, no mucha dada la fecha. Apenas si hay cinco personas, yo incluida, en el local. Echo un vistazo a mi reloj. Pilar se retrasa. Y eso es más propio de mí que de ella. Hago tiempo hojeando el Shangay, sin mucho interés mientras fumo el enésimo cigarro de la tarde. Luego me levanto por la programación del grupo de lesbianas para este mes. A la actividad de hoy la han titulado
Arrancando. Cómo superar los estragos de la reentrè
. Aunque mucho me temo que mi charla con Pilar les impedirá contar con mi asistencia. Estoy a punto de levantarme a pedir otra cerveza cuando veo que entra ella por la puerta, lenta y parsimoniosa.

—Tranquila, bonita, tú sin prisas —la riño cariñosamente llamando su atención. Ella da un respingo y desvía un rumbo que parecía dirigirse inequívocamente hacia la barra—. No, no, tú sigue. Y de paso me pides otra a mí —le digo levantando mi vaso vacío.

Pilar llega hasta la barra, pide dos cervezas, le da algo de palique a la camarera y regresa hasta donde estoy dejándose caer pesadamente sobre la silla.

—Estoy muerta, tía —suelta con un gran suspiro—. Llevo toda la semana sin parar de currar.

—Es lo que tiene el curro. Por lo general se suele ir allí a currar —le digo riendo.

—Mira quién fue a hablar. Por el color que traes, o tienes rayos uva en la oficina o te has pasado el verano mandando faxes desde una playa del Caribe.

—Una playa de Sicilia, cielo. El Caribe ya no está de moda. ¿Y tú dónde te has metido? Porque tienes pinta de no haber visto el sol ni por la tele.

—Tooooodo el verano currando, tronca, tooooodo. —Se encoge de hombros con resignación—. Es lo que tiene trabajar para las putas ETT's. No sólo te chupan la sangre y el sueldo sino que han borrado la palabra vacaciones del diccionario.

Un grupo de chicas entra en el local y se sienta en una mesa. En la que se acerca a la barra a pedir reconozco a una chica que me tiró los trastos en la última
rave
que hicieron el Día del Orgullo. Vaya, el veranito le ha sentado pero que muy bien…

—¡Eh! —exclama Pilar pasando la mano frente a mi cara—. Que se te van los ojos, cielo. Otro día, si quieres, te vienes sólita y te dedicas a darle un repaso al ganado pero hoy te quiero sólo para mí, al menos un ratito.

—Tranquila, cielo. Desde que he vuelto a Madrid estoy de lo más tranquilita.

—Ya será menos… ¿Cuándo has estado tú tranquila si hay una mujer en tres kilómetros a la redonda?

—Bueeeno… Será porque tengo a una algo más cerca.

Pilar me mira de soslayo con una sonrisa divertida. Le correspondo alzando las cejas.

—¿Una mujer algo más cerca? —pregunta—. Como supongo que no tendrás la deferencia de referirte a mí, deduzco que mi lobita ha vuelto a sacar las zarpas. Pues empezamos fuerte la temporada —suspira estruendosamente—. A ver, ¿y quién es ella? ¿En qué lugar se enamoró de ti? —me inquiere cantando con voz quejumbrosa.

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