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Authors: Libertad Morán

Tags: #Romantico, Drama

A por todas (5 page)

BOOK: A por todas
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Me doy la vuelta en la cama y decido dejar de pensar. Me concentro en conciliar el sueño. Ya veremos cómo será la próxima. Porque la habrá. Es de lo único que siempre he estado segura. Siempre habrá otra mujer que ocupe mis pensamientos.

INTERLUDIO

—¿Sí?, dígame.

—Hola, Diego. ¿Qué tal? ¿Cómo estás?

—¡Hola, Ruth! Pues nada, aquí en casa. Aunque estoy a punto de salir. Hoy me toca trabajo de calle.

—Bueno, pues no te entretengo. ¿Está Juan por ahí?

—Sí, espera, que por aquí hay un cacho… Te lo paso. Nos vemos, ¿vale? Un besito.

—Un beso,
ciao
.

—Hola, Ruth.

—Hola, cielo. ¿Qué tal?

—Yo bien, ¿y tú?

—Bueno, bien…

—No, en serio, Ruth.

—En serio, Juan. Estoy bien, no te preocupes.

—¿Te ha llamado?

—Sí pero no le he cogido el teléfono.

—Oye, a lo mejor tiene una explicación a lo del otro día.

—Me parece muy bien pero yo no quiero escucharla. Llámame radical, si quieres, pero me pareció muy fuerte.

—No, si fuerte fue. Pero oye, un mal día lo tenemos todos.

—Pero no todos nos liamos a bofetadas con la peña y menos con la persona con la que salimos.

—No, si ya… Joder, Ruth, lo siento. Elena parecía una tía muy maja.

—No, si maja era pero tenía una faceta que no va conmigo. Seguro que habrá alguna a la que le dé morbo pero no a mí. De todas formas, no te preocupes, ya te dije que tú no tenías la culpa.

—Ya, pero fui yo quien te animó a conocerla.

—Y yo quien la llamó. Y cuando decidí irme a la cama con ella no te vi cerca apuntándome con ninguna pistola. De todas formas, no pasa nada, ya estoy buscando sustituía.

—No, si ya sé que tú no te puedes estar un momento quieta.

—De hecho he quedado mañana con una posible candidata…

—A ver, sorpréndeme…

—¡No te rías, coño! ¿Qué quieres? Ayer estaba aburrida en casa, me metí en el
chat
y me puse a hablar con una tía. Es sueca, está aquí con una Erasmus y si la foto le hace justicia, la verdad es que no está nada mal.

—¿Rubia?

—Sí, rubia, claro, es sueca.

—Hay suecas morenas.

—Pues yo no conozco a ninguna.

—¿Y cómo se llama?

—Rebecca. Con dos ces.

—Mmmm, me gusta el nombre. A ver si esta es un poco mejor.

—Ya veremos. Pero, estando de Erasmus no creo que vaya a quedarse mucho tiempo en Madrid. Vamos, ideal para un rollito.

—¡Cómo eres! ¿Y si la chica se queda prendada de ti?

—¡No fastidies, Juan! Además, por lo que hablamos no creo que tenga más intención que la de conocer chicas y pasarlo bien.

—Pues nada, ya me contarás qué tal…

—No te hagas ilusiones, Juanito, que a veces pareces mi madre.

—No me hago ilusiones pero sigo pensando que una relación en condiciones te haría relajarte.

—Tú lo has dicho, una relación en condiciones. Pero como eso, de momento, parece difícil de conseguir, tendré que matar el tiempo de algún modo. Y mientras tanto voy tanteando al personal.

—En fin…

—En fin nada. A ver, ¿qué planes tenéis para el próximo fin de semana? Porque lo del viernes no se puede considerar como esa juerga que teníamos pendiente tú y yo.

—Yo no tengo ningún plan pero me parece que a Diego le toca trabajar todo el fin de semana.

—Pero él acaba a eso de las tres, ¿no? La mejor hora para ir a rematar la noche a una discoteca.

—Sí, creo que sí, pero cuando acaba está hecho polvo, no sé si le apetecerá mucho meterse en otro sitio que no sea la cama.

—De todas formas, tenedlo en cuenta. Y a lo mejor, con un poco de suerte el sábado os puedo presentar a la sueca. O a otra que me encuentre por el camino…

—Bueno, pues entonces hablamos para el sábado. Ya te diré qué pasa con Diego. Aunque si para el sábado estás con la sueca, yo no me lo pierdo.

—Si es que en el fondo tienes alma de maruja, Juan.

—Y tú eres un hetero escondido en el cuerpo de una lesbiana, no te jode.

—Mmmm, puede que tengas razón, me haré una investigación astral a ver si en alguna de mis anteriores vidas fui algún gigoló insaciable…

—Casanova, por lo menos… Cualquier otro se quedará corto a tu lado.

—¡Qué exagerado eres!

—Lo que tú digas… Bueno, te dejo, que va a empezar
C.S.I
.

—Pues nada, coméntale a Diego lo del sábado y ya me diréis qué hacemos al final.

—Vale, venga, un besito, cielo. Sé buena.

—Nooo, seré mala, es más divertido… Venga, un beso.

—Adiós.

—Adiós.

Halloqueen

P
or mucho que les pese a algunos, la noche de Halloween ya es de obligada celebración en estas tierras ibéricas tan amigas de los disfraces. Así que aquí nos tienes a Pilar y a mí, entregadas a la noble tarea de alterar nuestra personalidad durante las próximas horas. Se ha traído a mi casa una gran bolsa de Ikea en la que lleva su disfraz. Aún no ha querido decirme de qué se vestirá. Y eso que cuando le he abierto la puerta yo ya llevaba puesto mi disfraz. Pantalones de pinzas de corte masculino, camisa blanca, corbata y tirantes. En el respaldo de una silla descansaba una americana y sobre la mesa un sombrero negro de fieltro y una metralleta de juguete. Pese a tan aparentes pistas, Pilar adoptó una expresión extrañada.

—¿De qué coño vas, tía? —me espetó antes incluso de franquear la puerta.

—¿No se ve? —le pregunté yo sorprendida.

—Sí. De tío. Pero no entiendo dónde está la gracia.

—Voy de Clyde —aclaré.

Su cara fue suficientemente explícita. No tenía ni idea de lo que le estaba diciendo.

—Clyde. De
Bonnie and Clyde,
la película. Ya sabes, Warren Beatty, Faye Dunaway, gángsteres, metralletas… Esas cosas —le expliqué intentando que refrescara su memoria.

—Pues vale.

—Hija, que poca cultura cinematográfica tienes…

Después se metió en el cuarto de baño donde lleva encerrada más de quince minutos, tiempo en el que he mandado media docena de mensajes quedando con la gente en la puerta del Nike a medianoche. Cuando sale mi carcajada se escucha en todo el edificio.

—¿Vas a ir de monja? ¿Y para eso tanto misterio?

Pilar se lleva un dedo a los labios.

—De monja, sí. Pero una monja muy peculiar —dice alzando un pequeño neceser—. Falta el toque final: el maquillaje.

—Y supongo que seré yo quien tenga el honor de maquillarte, ¿no?

—Tu perspicacia aumenta con los años, cielo —me dice riendo y tendiéndome el neceser—. Voy a ser una monja siniestra así que procura esmerarte.

Me acerco a la cocina a por un par de banquetas y nos sentamos frente a frente. Comienzo a maquillarla sin dejar de reír.

—Deja de reírte, tía, que mi disfraz es más propio de Halloween, al menos yo daré miedo.

—Estate quieta, anda —le ordeno pintándole unas sombras moradas que le llegan hasta las cejas sobre una cara pálida a más no poder.

Pilar suspira y trata de moverse lo menos posible.

—Bueno —toma aire—. ¿Te cuento la última?

—¿La última de qué? —pregunto dibujándole unas descomunales ojeras alrededor de los ojos.

—La última tía con la que estuve, ¿qué coño va a ser? —espeta exasperada.

Sonrío temiéndome lo peor. Pilar es la única persona cuyas relaciones superan en surrealismo a las mías.

—Venga, sorpréndeme.

—Pues nada, el sábado cuando te dejamos nos metimos en el Escape…

—Para variar —la interrumpo.

—¡Cállate, coño! Pues eso, que estaba en el Escape, estas se habían ido ya y yo estaba haciendo tiempo para que abriera el metro y largarme a casa. Y en esas estoy pululando por allí, cuando me pongo a hablar con un grupo de gente…

—La clientela del Escape siempre tan amiga de hablar hasta con las paredes… —suspiro.

—¡Que te calles! —vuelve a ordenarme Pilar—. Si yo te interrumpiera tanto cuando me cuentas algo me colgarías del palo mayor así que haz el favor de cerrar el pico y escucharme —me llevo los dedos a los labios y hago como que los cierro con una cremallera—. Gracias… Pues lo que te decía, que me pongo a hablar con esa gente y de repente, no sé muy bien cómo, estoy hablando con una de las chicas. Una chica muy normalita, no te creas, nada del otro jueves, pero ya sabes que a las cinco de la mañana ya tengo el listón por debajo del nivel del mar…

—Ya, ya… —digo mordiéndome la lengua para no hacer ningún otro comentario.

—Y nada, que me pongo a hablar con esta tía y yo ya toda envalentonada que me digo: «Venga, Piluca, que llevas mucho sin echar un polvo y esta tía es lo mejor que se te ha aparecido en meses». Total, que me lanzo y le planto un beso en los morros. Y la chica que se hace la tímida pero tampoco me rechaza.

—Razón de más para que sigas atacando.

—Claro. Entonces le digo que la invito a desayunar a mi casa. Y ella que se hace la remolona. Y yo que insisto e insisto. Entonces me dice que es que es de Ávila y que ha venido con una amiga hetero y que la amiga hetero se tiene que ir a las nueve para Avila porque tiene el billete cerrado o no sé qué leches. Y yo que le pregunto que si ella también tiene que irse.

—¿Y?

—Me dice que no, que ella sólo compró el billete de ida. Y yo que pienso: «Bien, ahora únicamente queda deshacerse de la amiga».

—¿Y a todo esto la amiga qué decía?

—La amiga lo tenía más claro que ella. No hacía más que animarla a quedarse conmigo. Total, que al final dice que se queda pero que tenemos que acompañar a la amiguita a Chamartín a que coja el tren. Así que ahí nos ves a las tres que nos vamos para Chamarán. Y yo intentando meterle mano a la tía y la tía que se ponía como un tomate. Y cuando llegamos a la estación aún faltaba como media hora para que saliera el tren así que nos vamos a tomar un café. Café que pagué yo, todo hay que decirlo. Y la tía que vuelve a dudar.

Y la amiga que se la lleva aparte y veo cómo intenta convencerla.

—¿No hubiera sido más fácil liarte con la amiga? Parece que lo tenía más claro que la interesada.

—Ya te digo… Pues nada, nos bajamos al andén y despedimos a la amiga. Y como yo no tenía cuerpo para aguantar el trayecto en metro hasta casa, nos salimos fuera y nos pillamos un
teki
. Sin acordarme de que cobran la salida de estación. Doce eurazos que me costó la carrerita…

—Como se nota que coges pocos taxis, cariño —le digo dándole los últimos toques a su siniestro maquillaje—. Mírate a ver qué te parece.

Pilar se levanta y va hasta el baño para verse en el espejo. Yo la sigo. Aparte de la cara blanca, las sombras moradas y las ojeras, le he pintado unos labios también morados que son el doble de los suyos y en la frente le he dibujado una cruz invertida, una estrella de David y el triángulo rosa.

—¡Es total, tía! —exclama mirándose desde todos los ángulos—. Me encanta… Venga, ahora las uñas.

—¿Las uñas?

—Sí, uñas rojo sangre. Monja siniestra y putón.

Meneo la cabeza volviendo al salón. Saca el paquete de uñas postizas de la bolsa y me las tiende.

—Bueno y cuando llegáis a casa, ¿qué?

—Pues nada. Ya eran como las diez de la mañana y como yo la había invitado a desayunar y una es muy cumplida, me pongo a preparar café. Además, después del trajín de la noche, si no me tomaba otro café iba a caer redonda en la cama. Así que nada, nos tomamos el café las dos sentadas en el sofá y la tía cada vez más cortada. Y en cuanto nos acabamos el café, empiezo a atacar. Pero la tía como que me rechazaba. Y yo pensando: «A ver, tronca, te has ido con una desconocida a su casa, ¿qué es lo que pensabas que ibas a hacer? ¿Encaje de bolillos?».

—Oye, a lo mejor sólo quería tomarse un café en compañía —le digo con sorna.

—No me jodas, Ruth —me dice arrugando el morro—. El caso es que me la quedo mirando y le pregunto que qué pasa. Y alucina, tronca, va la tía y me dice que es virgen.

—¿Virgen? —pregunto extrañada.

—Sí, virgen. Veinticinco tacos y en su vida había estado con nadie, ni con chicos ni con chicas. Es más, yo era la primera persona a la que besaba en su vida.

No puedo evitar la carcajada.

—Joder, qué marrón…

—¿Marrón? No, marrón no. Marronazo. Pero bueno, me digo que no pasa nada, que no es la primera vez que me ocurre, y aunque me jode que siempre esperen a estar en mi casa para decírmelo, bueno, ¿qué le vamos a hacer? Así que me pongo en plan delicado y sensible. Y la tía que va entrando al trapo. ¡Y no veas de qué forma! Pasó de doncella virginal a amante desaforada en cuestión de décimas de segundo.

—Hija, compréndela, que eran muchos años de abstinencia…

—¡Y tanto! Creo que ha sido la tía que más rápidamente me ha quitado el sujetador… Bueno, el caso es que le digo que nos vayamos a la cama. Y allá que nos vamos. Y la tía ya completamente desatada. Cuando ya estábamos desnudas daba la sensación de que la tocase donde la tocase se corría como por ciencia infusa.

—Lo que te digo, que la abstinencia es muy mala…

—Pero espera, que ahora viene lo mejor… —me dice con una sonrisa enigmática que augura que lo que dirá superará a muchas de sus últimas historias.

—Miedo me das…

—Miedo me dio a mí, tía… Estábamos ya en plena faena, yo ahí trabajándola y la tía soltando unos gemidos que seguro que se oían al final de la calle, cuando de repente me suelta con una vocecita tremendamente inocente: «Oye… y… ¿ya lo estamos haciendo?».

Miro a Pilar un momento esperando que me diga que es una broma pero por su mirada veo que no. Mis carcajadas son tan fuertes que me hacen doblarme.

—¡No me jodas, tía! —exclamo con lágrimas en los ojos y sin dejar de reír.

—Como te lo estoy contando —dice frunciendo los labios con aire circunspecto—. Que si lo estábamos haciendo. Te juro que me dieron ganas de decirle: «No, bonita, lo
estábamos
haciendo, ya puedes ir cogiendo tus cosas y largarte a Avila pero ya».

—Pero no lo hiciste, que te conozco.

—No, le di un beso para que se callara y traté de acabar pero ya estaba cansada y se me había bajado todo.

—Normal.

—Pero la cosa no acaba aquí.

—¡No jodas que hay más!

—Sí. Nos echamos a dormir y yo me quedé sopa enseguida. Y horas después cuando abro los ojos me la encuentro mirándome con esa mirada de devoción que tan nerviosa me pone.

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