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Authors: Libertad Morán

Tags: #Romantico, Drama

A por todas (3 page)

BOOK: A por todas
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—Ella se llama Elena. Y enamorarse de momento,
nothing
de
nothing,
chata, que la conocí hace dos semanas.

—¿Y a qué dedica el tiempo libre? —vuelve a preguntar, insistiendo en su mala imitación de Perales.

—Es profesora de inglés en un instituto. Y su tiempo libre de momento me lo dedica a mí.

—¿Y?

—¿Y? ¿Qué?

—¿Cuántos años tiene? ¿Vive sola? ¿Tiene una buena cuenta corriente? ¿Es buena en la cama? ¿Fantástica, maravillosa, inteligente?

—Treinta y dos, sí, no lo sé, es asunto mío y sí, sí y sí. Por ese orden, no te vayas a confundir, cielo.

—Vaya, vaya con la Ruth. El resto todavía está aterrizando y ella ya ha pescado la primera pieza. —Le da un trago a su cerveza y me coge un cigarrillo del paquete que tengo sobre la mesa—. ¿Y la darás a conocer en sociedad próximamente o se la llevará el viento antes de que hayamos podido saber de qué color tiene el pelo?

—No sé, ya veremos. La verdad es que me gusta bastante. Y si quieres conocerla seré generosa contigo y te brindaré la oportunidad hoy mismo. He quedado luego con ella.

—Luego, ¿cuándo?

—A las diez y media, para cenar y salir a tomar algo con los chicos.

—Imposible, cariño, mañana tengo que trabajar.

—¿En sábado?

—Sí. —Se encoge de hombros—. Me toca un sábado al mes y a mi jefa se le ha metido entre ceja y ceja que sea justo mañana. Por si me había sabido a poco el jaleo de esta semana, vamos.

—Bueno, pues otro día.

—Eso espero.

Veo que Alicia sale del salón de actos y se dirige a nuestra mesa.

—Hola, chicas, que ya vamos a empezar con la reunión. Cuando queráis, podéis ir pasando —nos dice a las dos pero fijando la mirada en mí.

—Sí, ahora pasamos, en cuanto nos acabemos la caña —miento con una de mis mejores sonrisas.

Alicia se aleja de nosotras y procede a hacer lo mismo con la otra mesa del local ocupada por chicas.

—¿Y quién es ese yogurin? —me pregunta con expresión entusiasmada.

—Joder, tronca, como se nota que hace siglos que no vienes por aquí…

—Es que ya sabes que la ideología del GYLA
{1}
nunca ha sido muy afín conmigo… —dice meneando la cabeza.

— ¿Y la del GYLIS
{2}
sí? —le inquiero alzando una ceja— . Si hicieran un concurso a ver quiénes son los más tontos, seguro que la cosa andaría muy reñida…

—Oye, amor, vamos a lo que vamos y déjate de ideologías, que tú tengas novia no significa que las demás tengamos que dejar de buscar.

—¡Eh! ¡Que yo no tengo novia!

—Ya, vale, pues yo tampoco. Y como no tengo, te estoy preguntando que quién es esa niña —me dice con impaciencia.

Yo miro hacia Alicia y luego vuelvo a mirar a Pilar.

—Pues agárrate que vienen curvas. Ahí donde la ves, el yogurin este llegó al colectivo como un mes antes de las fiestas del orgullo. Y como resultó que era menor de edad, tuvo que traer una autorización firmada por sus madres.

Pilar mira de nuevo hacia Alicia con cara de admiración.

—Joder, qué guay, que padres más liberales.

—Madres —puntualizo—. He dicho madres.

—¿Madres? ¡No jodas, tía!

—Como lo oyes. Sus madres son dos históricas del feminismo. Y de armas tomar, además. Y la niña ha salido que ni calcada. Desde que llegó se metió en todo lo que pudo para organizar las fiestas y después de la mani ya se había hecho con la voz cantante en el grupo de mujeres. Además, creo que empezaba Sociología este curso y que se quería afiliar a Izquierda Unida.

—¡Joder con la cría! —silba admirada—. Pero entiende, ¿no?

—Sí, claro, si no ¿qué iba a hacer aquí?

—¿Y es menor de edad, dices? —pregunta arrugando un poco el ceño.

—Bueno, creo que cumplía los dieciocho en agosto. Al menos si te lanzas ya no te podrán acusar de corrupción —bromeo con media sonrisa.

—Pues, está buena.

—Pssseee… No está mal… Demasiado jovencita para mi gusto —digo sin mucho interés encogiéndome de hombros—. ¿Y tú qué tal? ¿El verano te ha dejado algún recuerdo imborrable? —le pregunto con una sonrisa picara.

Pilar deja de mirar a Alicia y se recuesta en la silla con aire ligeramente abatido.

—Ni uno. Vamos, que no he ligado ni queriendo. Tampoco he salido mucho, la verdad. Ya sabes que el verano me aplatana mogollón. Prefiero reservar las fuerzas para el otoño, cuando hace frío y las mujeres buscan el calor humano…

—¿Y por el GYLIS qué se cuece?

—¡Puffff! —resopla—. Las movidas de siempre. ¿Te acuerdas que se formó un grupo de mujeres? —asiento con la cabeza—. Pues la cosa empezó bien pero acabó como el rosario de la aurora. Pero es que lo que digo yo, ¿qué sentido tiene un grupo de mujeres si no nos dejan hacer actividades para mujeres? A cada cosa que proponíamos la ejecutiva decía que no podía ser una actividad exclusivista, que tenía que estar abierta a hombres y mujeres, cuando a los tíos les trae al pairo cualquier cosa que hagamos. Y dentro del grupo no era mucho mejor. Las propias tías nos poníamos la zancadilla. Que si tú eres muy radical, que si tú eres una intransigente, que si esto va en contra de la ideología del GYLIS, que si estás hablando en nombre del grupo y no todas pensamos así… A las pocas que queríamos hacer algo se nos quitaron las ganas. Así que ahí están, ahora tienen un bonito club de costura al que llaman grupo de mujeres. Y como les dejan la salita una tarde a la semana para que hablen de sus cosas, todas tan contentas.

—Ya te dije que no me olía bien —le digo riéndome por lo bajo—. Que ha sido mucho tiempo oyendo hablar de la unidad y la integración y todos juntitos de la mano por la normalización y para acabar con el
ghetto…
Que Olga estuvo la tira metida allí y le dio tiempo de sobra para ponerme la cabeza como un bombo.

—Pero Ruth, sinceramente, ¿crees que esto es mejor? —me pregunta abarcando el local con un movimiento de su mano—. En el fondo no son más que gente que quiere ir al mismo sitio pero que se empeñan en ir en distintos barcos porque piensan que el suyo es más potente que el del contrario. De todas formas, aquí tampoco se les hace mucho caso a las mujeres.

—Algo más sí.

—Pero no mucho más, créeme.

Me encojo de hombros como única salida. La verdad es que ahora mismo no me apetece mucho una conversación sobre política gay. Mis neuronas activistas aún no se han recuperado del verano. Levanto mi vaso nuevamente vacío.

—¿Otra?

—Venga, vale —me dice Pilar.

A las diez y media, puntual como siempre, Elena emerge de las profundidades de la boca del metro de Chueca. Me sonríe mientras sube los últimos escalones y llega hasta mí. Rodea mi cintura con ambas manos y me besa efusivamente.

—¡Qué bien sabes! —es lo primero que me dice.

—Sin Smint no hay beso —le digo yo sacando la lengua y mostrándole la bendita pastillita que ha mitigado el regusto a zumito de cebada que expelía mi aliento.

—Así me gusta, que cuides los detalles —me dice antes de volver a besarme—. ¿A quién esperamos?

—A Juan y Diego. Y Pedro dijo que traería a alguna amiga. He reservado mesa para seis —le explico.

—Pedro es tu amigo hetero, ¿no?

—Sí, ¿por qué?

Elena tuerce un poco el gesto.

—No, por nada.

Por encima de su hombro veo acercarse a Juan y a Diego, ambos con un moreno conseguido —lo sé— tras largas horas de exposición al sol en las playas de Sitges. Elena se gira y sonríe al verlos. Ya los ha visto un par de veces y comienza a tomar confianza con ellos.

—¿Qué tal, chicos? —les pregunta.

—¡Hola, pareja! —exclama Juan llegando hasta nosotras. Yo pongo los ojos en blanco cuando acerca sus labios a los míos para darme un pico. Pero no es el momento más adecuado de recordarle que no me gusta utilizar el término pareja hasta que no haya pasado un tiempo prudencial. Algo así como cinco años y un día y una hipoteca en común.

Elena saluda a ambos con una amplia sonrisa en sus labios. Cuando todos ya nos hemos besado y saludado y ella se pone a hablar con Diego es el momento que Juan aprovecha para acercarse a mí.

—Bueno, ¿qué tal? Bien, ¿no? —me susurra al oído—. Aunque por esa sonrisa descomunal que luces intuyo que muy bien.
Joer,
niña, a ver si conseguimos casarte de una vez.

— ¡Uuuuh! —exclamo incrédula—. Pues no tiene que llover todavía para que me veáis casada.

Desde que Olga y yo lo dejamos —y de eso hace ya casi cinco años— Juan y Diego no han cejado en su empeño de volver a emparejarme, empresa en la que yo me resisto a participar. En estos cinco años de soltería recalcitrante ha pasado por mis brazos la mayor parte del producto femenino patrio, y bastante del extranjero, y en todo ese tiempo no han visto que una relación me durase más de tres meses. Mi circunstancial promiscuidad es algo que he tenido que meterles en la cabeza con calzador. Y es que ellos son el expediente X de los gays. A saber, se conocieron cuando ambos tenían dieciocho años y ahora tienen treinta y cinco. Viven juntos desde hace una década y han sobrevivido a todas las tempestades por las que puede pasar una pareja. A veces me paro a pensar en que llevan casi la mitad de su vida juntos y me pregunto intrigada qué se debe sentir en una situación como esa. En todos mis años de experiencia en el ambiente gay jamás he conocido a una pareja con sus circunstancias, ni de hombres ni de mujeres y, a decir verdad, en el mundo hetero semejante longevidad en una relación resulta cada vez más difícil de encontrar. Pero ellos se comportan como si fuese lo más normal del mundo llevar diecisiete años juntos y seguir queriéndose como si sólo hubieran pasado diecisiete meses. Por esa razón, no entienden que yo, siendo mujer además, no tenga el más mínimo interés en sentar la cabeza. En alguna ocasión les he intentando explicar que con veintinueve años no es algo que me apetezca, que ya intenté un simulacro de matrimonio a los diecinueve y no me dejó muy buen sabor de boca. Pero ellos, nada, erre que erre. Cada vez que alguna mujer me gusta y me dura lo suficiente como para llegar a la fase de presentarle a mis amigos, se emocionan incluso más que yo pensando que, tal vez, sí, por fin, haya encontrado a la mujer adecuada que me retire de la circulación.

De hecho a Elena la conocí gracias a una amiga de Juan. Mi querido amigo, en su empeño de buscarme novia, interroga a todas sus amigas y conocidas bolleras en busca de alguna soltera disponible de buen ver a la que pueda endosarme. Cuando llegué de vacaciones, Juanito había dejado en mi contestador un elocuente y excitadísimo mensaje en el que me decía que había conocido a una chica ideal para mí y que debería quedar con ella cuanto antes. Para facilitarme las cosas se había permitido averiguar su número de teléfono y acto seguido me lo repitió tres veces en el mensaje para que pudiese apuntarlo sin equivocaciones. Lo apunté, sobre todo debido a la insistencia y la ilusión que destilaba la voz de mi amigo. Sin embargo el papel en donde anoté el teléfono de Elena estuvo rodando varios días sobre mi escritorio hasta que reparé en él mientras me descargaba unas canciones de Internet. Sin pensármelo mucho agarré el teléfono y llamé a esa Elena que, según mi amigo, era perfecta para mí.

Cuál no sería mi sorpresa cuando, tras decirle quién era, ella me dijo que ni su amiga ni Juan le habían comentado nada de mí. Lo cual quería decir que o me estaba mintiendo para hacerse la interesante y poder manejar mejor la situación, o no tenía ni idea de los tejemanejes de Celestinos que su amiga y mi amigo pensaban llevar a cabo con nosotras. Pero en contra de lo que pudiera parecer, lejos de molestarle, le divirtió enormemente la situación y me propuso que, ya que estábamos, podríamos tomar un café para, al menos, vernos las caras. Así que al cabo de una hora estábamos pidiendo un par de cafés con hielo en el Colby, dos horas más tarde bebiendo chupitos de tequila en el Truco y poco después de las doce decidiendo dónde pasaríamos la noche. Fulminante. Por una vez Juan acertó de lleno al decir que una mujer era perfecta para mí.

—¿Pedrito viene solo? —me pregunta Diego haciéndome volver a la realidad.

—No sé. Me dijo que a lo mejor traía a una amiga.

—Otro cabra loca este Pedro —dice Juan meneando la cabeza—. Lástima que todas las mujeres heteros que conozco estén casadas. Me va a ser más difícil buscarle una.

—Me
parece que te está gustando demasiado tu papel de Celestino, cariño —le digo con una sonrisa.

—¡Te podrás quejar! —exclama viendo como Elena rodea mi cintura y me estrecha contra ella.

—No, no creo que se queje —dice Elena apoyando la cabeza sobre mi hombro y besándome en el cuello—. Más le vale no hacerlo —añade.

—¡Mírale, por ahí viene! —advierto viendo que Pedro está subiendo las escaleras de la boca de metro.

—¡Por fin te veo, cacho pendón! ¡Pero qué morena estás! ¡Cómo se nota donde hay pasta para pasar el verano al sol! —me dice Pedro abrazándome efusivamente y dándome un pico—. Tú debes de ser Elena —añade después dirigiéndose a ella—. Yo soy Pedro.

Elena se acerca a él y le da dos besos. Cuando se separan y Pedro va a saludar a Juan y a Diego, veo una expresión un tanto rara en el rostro de Elena.

—¿Qué pasa? —le susurro al oído.

—Nada —contesta ella secamente.

—¿Y esa cara larga?

Elena me mira aviesamente.

—No es nada, Ruth —insiste con tremenda seriedad.

Yo me encojo de hombros y me vuelvo hacia los demás. Pedro me agarra de la cintura.

—Bueno, ¿dónde cenamos?

—He reservado en Momo ahora, a las diez y media —miro mi reloj—. Y como ya llegamos tarde será mejor que vayamos para allá.

Echamos a andar casi a la vez. Pedro aún sigue agarrado a mí. Elena se coloca a mi lado, se engancha de mi brazo y, poco a poco pero con algo de brusquedad, me arranca del abrazo de Pedro. Él hace como que no se da cuenta y se pone a la altura de Juan y Diego para hablar con ellos. Yo miro acusadoramente a Elena.

—A ti te pasa algo, no me digas que no —le inquiero.

Ella agacha la cabeza.

—Mira, Ruth, te voy a ser muy sincera. Nunca me ha gustado mucho estar con tíos hetero y menos que se tomen tantas confianzas con las mujeres lesbianas. Me da la sensación de que están empeñados en convertirlas.

Me cuesta creer lo que estoy oyendo. La vuelvo a mirar, está vez con la incredulidad pintada en el rostro.

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