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Authors: James Luceno

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Agentes del caos II: Eclipse Jedi (21 page)

BOOK: Agentes del caos II: Eclipse Jedi
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—El futuro será una mezcla de placeres y desafíos. Tiene mucho que meditar sobre los recientes acontecimientos que le han ocurrido. Su destino depende de su habilidad para razonar con claridad y estudiar la situación desde todos los ángulos…

Fasgo se rió con la boca llena.

—Tu gente me ha dicho lo mismo muchas veces.

—¿Y Randa se lo tragó? —dijo Skidder.

—Eso parece —Sapha hizo un gesto amplio para abarcar la bodega—. Estamos aquí y, por lo que sé, no se ha programado nuestra ejecución inminente.

Skidder entrecerró los ojos.

—¿Ha pedido volver a consultaron?

—Tras su sueño embellecedor. Probablemente para evaluar nuestros aciertos.

—¿Estaba presente Chine-kal?

—La primera vez. El comandante mostró interés en nuestra lectura de las marcas corporales de Randa y las líneas de la palma de su mano. En la segunda, se aburrió. Dudo que asista la próxima vez.

—Está siendo complaciente con el hutt —sugirió Roa—. Sospecho que los yuuzhan vong se consideran moldeadores del futuro, no seres destinados a acatar los designios del destino.

Skidder meditó el tema profundamente.

Uno de los ryn volvió con un cuenco de nutriente para Sapha, pero ella lo apartó con desagrado.

—Lo mismo en todas las comidas y para todas las especies.

—Las gachas sirven para todos —asintió Fasgo sin dejar de mirar el cuenco intacto que Sapha había dejado de lado—. ¿Te lo vas a comer? —preguntó finalmente.

—Sírvete —respondió ella.

Y lo hizo, vorazmente, deteniéndose únicamente para decir:

—Ya te acostumbrarás. Además, es la única manera de conservar las fuerzas.

—Contéstame a una pregunta —dijo Sapha—. Mientras nosotros utilizamos máquinas, los yuuzhan vong emplean tecnología orgánica, ¿correcto?

—De momento —aceptó Roa.

—Entonces, no utilizan máquinas o androides para preparar la comida. —No creo.

—Y no he visto ningún cocinero ni personal de cocina. Así que ¿quién la prepara?

Fasgo se detuvo con la cuchara a medio camino de su boca e intercambió una mirada con Roa.

Bichos —respondió a Sapha—. Criaturas.

La ryn contempló fijamente las gachas grises.

—¿Unas criaturas cocinan eso?

Roa y Fasgo volvieron a cruzar la mirada.

—En cierto sentido —admitió Roa con delicadeza.

—¿En qué sentido? —insistió Sapha.

Fasgo soltó el cuenco.

—No te preocupes por la comida. Quizá no deberías preguntarte de dónde viene o quién la cocina.

Sapha estaba a punto de replicar, pero Skidder despertó repentinamente de su ensueño meditativo.

—¿Randa ha traído a su séquito, a sus guardias personales?

—Rodianos, aqualish y twi’lekos —enumeró Sapha—. Lo habitual.

—¿Cuántos guardias?

Sapha se volvió hacia uno de sus compañeros de clan, que respondió:

—Diez.

—Más o menos el mismo número de guardias que vigilan el tanque del yammosk —murmuró Skidder. Volvió a callar unos segundos, y después miró con dureza a Sapha y al otro ryn.

—Escuchadme atentamente. La próxima vez que os llamen diréis a Randa que van a traicionarlo, que lo han traído a bordo para que el comandante Chine-kal pueda sacrificarlo, ¿entendido?

Los dos ryn se miraron contrariados.

—¿Y cuándo todo eso no ocurra? Nos lanzarán a todos al vacío. Skidder agitó la cabeza.

—Ocurrirá. Porque pienso implantar en el yammosk la idea de que Randa piensa traicionar a Chine-kal, y que sólo aceptó subir a bordo para liberarnos. El yammosk avisará a Chine-kal, y hasta puede que éste pida al yammosk que intente atisbar lo que tiene el hutt en la cabeza.

Sapha agitó la cabeza como si intentase aclarar sus ideas.

—La gente suele hacer proposiciones extrañas a los ryn, pero esto… Roa frunció el entrecejo.

—Oye, Keyn, que la criatura te haya cogido cariño no significa que puedas hablar con ella. Y mucho menos sembrar una idea en su cerebro. Skidder sonrió con desprecio.

—Te equivocas. He estado conversando con el yammosk.

Fasgo se atragantó con la comida e hizo un gesto cómico para indicar que estaba loco.

—Alguien ha pasado demasiado tiempo en el tanque —comentó con sinceridad.

Pero Roa no apartó sus ojos de Skidder.

—¿Estás diciendo en serio que has conversado con él?

—Gracias a la Fuerza.

—¿La Fuerza? —repitió Fasgo incrédulo, rompiendo el tenso silencio.

—Soy un Caballero Jedi —anunció Skidder, logrando combinar modestia y orgullo—. Mi verdadero nombre es Wurth Skidder.

—¡Vaya, vaya! —bufó Roa—. Esto responde a muchas de las preguntas que me hacía sobre ti.

—Entonces, tenía razón —exclamó Sapha—. Te dejaste capturar deliberadamente.

Skidder asintió.

—Entonces no sabía que tenían un Coordinador Bélico en esta nave, pero una cosa está clara: lo llevan a un mundo que planean invadir y utilizar como base de operaciones. Tenemos que averiguar nuestro destino y encontrar una forma de pasar esa información a los Jedi o al ejército de la Nueva República.

Roa fue el primero en responder.

—Supongamos que consigues que Chine-kal y el hutt se enfrenten entre sí. ¿En qué nos ayudará eso a conseguir lo que quieres?

Skidder iba un paso por delante de él.

—Una vez me gane la confianza del yammosk, él me dirá hacia dónde nos dirigimos.

—De acuerdo —aceptó Roa.

—Y utilizaré al yammosk para controlar el dovin basal que impulsa la nave.

Roa y Sapha intercambiaron una mirada.

—¿Y entonces? —preguntó el anciano.

—Entonces, nos amotinaremos —contestó Skidder, sonriendo ferozmente.

El consulado hutt en Coruscant era un caos.

Sirvientes y docenas de obreros estaban ocupados vaciando el edificio de la inmensa cantidad de antigüedades, recuerdos y colecciones que Golga había reunido en su escaso tiempo como cónsul general. Se reclinaba en el diván que ocupaba el centro de la sala que llegó a considerar su hogar, procurando no perder la esperanza de que la galaxia volvería a la normalidad en un futuro cercano y que Borga
La Todopoderosa
seguiría confiando en él para seguir siendo el representante de Nal Hutta ante la Nueva República. Hasta entonces tendría que aceptar el puesto que Borga le asignase, aunque sentía escalofríos al pensar que podía enviarlo a planetas como Sriluur, Kessel o —¡los dioses no lo quieran!—… Tatooine.

—¡Cuidado con esos hookahs! —gritó a los tres gamorreanos que embalaban sus pipas de agua—. ¡Algunos pertenecieron al propio Jabba!

Bajó los rechonchos brazos, maldiciéndose a sí mismo por no haber tenido el buen juicio de pedir a los rodianos de su séquito que se ocupasen ellos de los hookahs. Pero éstos se encontraban en el dormitorio empaquetando cosas aún más personales, y todos los demás estaban demasiado ocupados destruyendo documentos, yendo y viniendo de la plataforma de embarque o impidiendo que los manifestantes arrasaran el consulado, tal y como habían intentado hacer la tarde anterior.

Los tumultos estaban a la orden del día desde que la HoloRed anunció que Nal Hutta había firmado un tratado de paz con los yuuzhan vong, y que los hutt rompían relaciones diplomáticas con la Nueva República. Gorga habría cerrado el consulado, de habérselo notificado Borga por adelantado, pero el ático de la torre Valorum, uno de los edificios emblemáticos de la Vieja República, se había convertido en objetivo de todos los refugiados del Borde Exterior en Coruscant y un lugar peligroso en el que residir.

Criados, agregados y miembros del personal habían huido, incluido el encargado de negocios de Golga. Los proveedores se negaron a entregarles comida y otros artículos de primera necesidad. La Compañía Energética de Coruscant había provocado diversos cortes de energía, y la Compañía de Aguas de Coruscant redujo tanto el suministro que se había hecho imposible su baño diario en la reformada fuente del ático. El número de amenazas de bomba superaba el centenar, aunque no habían descubierto ninguna, y por la HoloRed circulaban descontrolados los rumores que acusaban de todo a los hutt, desde traición a sabotaje, provocando que muchos pidieran el arresto de todos los hutt, incluso que se les declarase la guerra.

En ese momento, una multitud compuesta por seres de muy variadas especies se congregaba en la plataforma del observatorio de la torre clamando venganza, alzando los puños al aire y atrayendo la atención del incesante flujo de circulación aérea con enormes y coloristas holopancartas en las que se condenaba a los hutt. Al principio, Golga había tolerado las ruidosas manifestaciones, pero pidió que pusieran cortinas en las ventanas de transpariacero para no tener que verlas cada vez que entraba en la sala.

De todas formas, las furiosas multitudes pronto no serían más que un recuerdo desagradable; él estaría camino de Nal Hutta y de sus deberes diplomáticos en otra parte en la galaxia. Volvieron a asaltarlo los temores de acabar en Tatooine, pero se vieron interrumpidos por la llegada de su secretario twi’leko.

—Alteza, la senadora Shesh de la Nueva República solicita audiencia.

—¿Ahora? —inquirió Golga incrédulo—. ¿No sabe la senadora Shesh que estoy preparando mi partida?

—Lo sabe, Alteza, pero dice que es vital que hable con usted antes de marcharse. Afirma que si no le concede audiencia, estará dejando pasar una oportunidad única.

—Una oportunidad única, claro. ¿Es la senadora Viqi Shesh de Kuat?

—Sí, Alteza.

Golga hizo una mueca burlona.

—La senadora es miembro del Consejo Asesor y del Consejo de Seguridad e Inteligencia. ¿Quieres que te diga de qué se trata esa «oportunidad única»? Va a pedirme que me convierta en agente del Servicio de Inteligencia de la Nueva República. Me prometerá una generosa compensación por mantener a su comité informado de lo que sucede en la corte de Borga, de quién viene y quién va, y de qué asuntos se habla. Me dirá que los yuuzhan vong terminarán traicionando a los hutt y que Borga será derrocada. Me asegurará que la Nueva República denotará a los yuuzhan vong y que, llegado ese momento, mi contribución a su derrota se hará pública y podré recoger los frutos de mi traición con un cargo adecuado a mi nueva vida. Quizá en un palacio aquí, en Coruscant, o un cargo político en un mundo de mi elección.

El twi’leko esperó hasta estar seguro de que Golga había acabado.

—Entonces, ¿debo informarle de que Su Alteza no está interesado en hablar con ella?

Golga parpadeó y se humedeció los labios con su grasienta y puntiaguda lengua. Verbalizar lo que hasta ese momento sólo eran unas reflexiones muy privadas les había otorgado una súbita credibilidad. Movió sus manitas fingiendo sufrir enormemente.

—No, hazla pasar. Pero asegúrate de dejar claro que no puedo perder mi vuelo.

El twi’leko se inclinó ante Golga y salió de la estancia. Cuando volvió, un momento después, lo hizo acompañado de una hermosa humana de pelo negro cuyas grises vestiduras senatoriales le sentaban como un vestido de fiesta. Golga era un Besadii, pero tenía más de una gota de sangre Desilijic en sus venas y no era indiferente a las hembras humanas. Viendo a Viqi Shesh la imaginó bailando para él o alimentándolo con suculentos pedacitos de comida viva. Más sorprendente que su belleza era que hubiera acudido sola, sin un intérprete siquiera.

Golga se arrellanó en su diván e hizo a Shesh una seña para que se acomodase en cualquiera de las sillas de la sala.

—Que no se diga que Golga Besadii Fir ha dejado escapar una «oportunidad única» —dijo en Básico cuando su secretario se hubo marchado.

—Me alegra que opine así, cónsul Golga —sonrió Shesh con intención—. Simplifica mucho las cosas.

Golga se relamió los labios y esperó.

—Quizás esté al tanto, o quizá no, pero las últimas informaciones indican que los yuuzhan vong piensan atacar Tynna.

—¿Tynna? No sé nada de eso.

—Algunos grupos interesados pensaron que era extraño que no se estuviera distribuyendo especia en Tynna, y se lo hicieron notar al Servicio de Inteligencia de la Nueva República. Dada la alianza de los hutt con el enemigo, la comunidad de Inteligencia se preguntó si esa interrupción de las entregas no sería un mensaje encubierto de Borga…, una forma indirecta de revelar las intenciones de los yuuzhan vong.

Golga se interesó por lo que estaba oyendo.

Está claro que usted sabe más sobre ese asunto que yo mismo, senadora. En todo caso, no esperará que hable en nombre de Borga, ¿verdad?

—¿Acaso no es su representante?

—Sí, pero…

—Entonces, no se preocupe por hablar en su nombre. Sólo escuche como si fuera ella.

Sintiéndose insultado, Golga tuvo el impulso de llamar a sus guardias para que escoltasen a Shesh fuera de la sala, pero consiguió reprimirlo.

—La escucho, senadora…, como lo haría Borga.

Shesh exhibió su más cálida sonrisa.

—Si las sospechas de Inteligencia sobre Tynna resultan acertadas, habría que preguntarse si la suspensión de las entregas de especia a Bothawui y Corellia indica que estos sistemas también están amenazados. —Alzó un dedo cuidadosamente manicurado—. O si eso es precisamente lo que los yuuzhan vong quieren que pensemos, mientras se preparan para atacar otro sistema completamente distinto.

Concedió un instante a Golga para pensar en sus palabras, y después continuó.

—Ya ve, el Senado y las Fuerzas de Defensa están muy divididas al respecto. Con las flotas de la Nueva República demasiado dispersas para proteger a los Mundos del Núcleo, tenemos que decidir si trasladar más naves a Bothawui o Corellia.

—Senadora, no tengo la más mínima idea de los planes de los yuuzhan vong —rió Golga—. Además, es absurdo suponer que hayan informado a Borga de esos planes.

Shesh cruzó las piernas y se inclinó hacia delante.

—¿Puede asegurármelo?

—Sí. Todo el mundo ha dado demasiada importancia a esa supuesta alianza. Borga y los líderes del Gran Consejo deseaban evitar la guerra a toda costa. Para conseguirlo, permitieron que los yuuzhan vong tuvieran acceso a ciertos mundos de nuestro sector espacial, mundos de poca importancia, para extraer sus recursos o terraformarlos de alguna manera. Le concedo que es una forma de ayudar al enemigo, pero si hubiéramos optado por ir a la guerra, es muy posible que el resultado final hubiera sido el mismo. Somos poderosos, pero no tanto como el enemigo.

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