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Authors: James Luceno

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Agentes del caos II: Eclipse Jedi (24 page)

BOOK: Agentes del caos II: Eclipse Jedi
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Capítulo 16

Desde un punto de vista completamente objetivo, las batallas espaciales no dejan de tener una belleza salvaje, un esplendor incendiario. Cualquier comandante de nave de guerra o piloto de caza lo admitiría si se le ordenase decir la verdad. Los más ingenuos hasta confesarían los momentos de emoción o, como mínimo, los momentos de hipnótica fascinación que sienten ante las descargas láser alineadas o el fulgor estroboscópico de las explosiones breves que bastan para poner a un piloto fuera de sí. Añade distancia a ese espectáculo y el encantamiento se multiplica por cien, pues junto a la luz violenta y coherente tenemos el terciopelo negro sobre el que se recortan estrellas, planetas, lunas… y toberas de naves encendidas, quemadas por la luz estelar, reducida a fugaces cometas, girando y haciendo piruetas en un lento y pirotécnico ballet de muerte.

La batalla de Tynna no fue una excepción.

Estar a setecientos mil kilómetros de distancia de la gema de color verde oscuro y frío azul castigada por las explosiones era como tener un palco de entresuelo en la Ópera de Coruscant, compensando la altura con la carencia de detalles. Y, al igual que en la Ópera, había ayuda tecnológica disponible para todo el que deseara presenciar la acción en primer plano.

El mayor Showolter podría haberse expresado así ante su compañera, la oficial de Inteligencia Belindi Kalenda, pero temía ser incomprendido. Por tanto, se guardó sus pensamientos mientras las dos mujeres al timón del KDY LightStealth-18 de reconocimiento (LSR) se echaban cada una a un lado para permitir que tanto él como Kalenda tuvieran una visión sin obstáculos de la destrucción de Tynna.

El LightStealth era una nave de seis pasajeros negra como el carbón, con un cuerpo ahusado y estabilizadores desproporcionados; era lo más parecido que había a una nave estelar capaz de permanecer oculta incluso siendo escaneada. A diferencia de la gran variedad de naves diseñadas por Raith Sienar en tiempos del Imperio, como el Sección Imperial 19 o los Brujos Warthanel, el LSR no tenía un sistema de ocultación, sino que se había construido para ser invisible y viajar a gran velocidad. Estaba erizado de antenas de bajo perfil y atiborrado de anuladores de sensores, transmisores de hipercomunicación en banda ciega, escáneres de cristal gravimétricos y un núcleo energético más apropiado para un crucero de línea, por lo que podía observar todo el universo que lo rodeaba y ser más veloz que cualquier cosa que pudiera percatarse de su presencia.

Las pilotos de la nave, cedidos temporalmente por el Escuadrón Fuerza Negra de la división de Inteligencia, garantizaron a Showolter que el LSR podía moverse dentro del alcance visual de los yuuzhan vong y aun así evitar su detección. Pero Showolter no sentía deseos de acercarse a ellos más de lo necesario. De todos modos, estaban allí sólo como observadores.

—Es horrible —dijo Kalenda, apartándose de los estrechos miradores—. No soporto quedarme aquí quieta, sin hacer nada.

—Mostrarnos haría que los yuuzhan vong descubrieran que hemos encontrado un fallo en sus planes —señaló Showolter, confirmando que no podían hacer nada. Dio punto final a sus meditaciones sobre la belleza de la batalla y frunció las comisuras de la boca—. Pero estoy de acuerdo en que es horrible.

Kalenda era delgada, de piel oscura y ojos algo vidriosos, mientras Showolter era robusto, pálido y llamaba la atención un poco más de lo que Inteligencia deseaba en sus agentes. No hacía mucho que trabajaron juntos para supervisar el caso de la desertora yuuzhan vong, que no sólo había dado pie a un debacle político de grandes proporciones, sino que además había acabado con los dos sumergidos en tanques de bacta.

En sus momentos de intimidad, Showolter seguía reprochándose el haberse dejado manipular tan fácilmente por Elan, la Sacerdotisa yuuzhan vong y falsa desertora que también estuvo a punto de matar a Han Solo. Showolter nunca había confiado en ella, pero había relajado la guardia pese a sus sospechas, y al final no consiguió entregarla en Coruscant. A menudo se preguntaba qué habría ocurrido de tener éxito. ¿Habría sido también víctima de su aliento venenoso, como estuvo a punto de serlo Solo? ¿Habría conseguido ella su objetivo de asesinar a Luke Skywalker y otros Caballeros Jedi? También se preguntó por el destino del extraño ser que acompañaba a Elan, la llamada Vergere, que había huido en una de las cápsulas de salvamento del
Halcón Milenario,
quizá para volver a manos enemigas o quizá no.

Kalenda también tenía cicatrices del asunto, ya que la habían acusado de divulgar involuntariamente detalles vitales a un informador desconocido perteneciente al Senado o al Consejo de Seguridad e Inteligencia.

Era obvio que lo que motivó a Talon Karrde a recurrir a ellos fueron sus reputaciones mancilladas. Karrde y el hecho de que los Jedi hubieran descubierto pruebas que relacionaban al mercado de especia con los mundos de la Nueva República en inminente peligro de ser atacados por los yuuzhan vong. Pero la naturaleza de esta relación era tan tenue que pocos le habían prestado atención, exceptuando a dos oficiales difamados deseosos de limpiar su nombre a cualquier precio.

Al saber que los militares de alto rango no se sentirían inclinados a hacerles caso, Showolter y Kalenda sólo habían compartido la información de Karrde con miembros selectos de la comunidad de. Inteligencia. Uno de esos miembros les había mantenido informados de los movimientos de las flotas yuuzhan vong en el Espacio Hutt, y de todas las alteraciones de la HoloRed que tenían lugar en las rutas hiperespaciales que conectaban al Espacio Hutt con el sistema Tynanni. El salto de varias naves bélicas desde el Espacio Hutt había bastado para que Showolter y Kalenda apostaran por el lugar al que se dirigía esa flotilla. Iban camino de Tynna cuando les confirmaron las alteraciones en la HoloRed, y llegaron casi simultáneamente a las naves yuuzhan vong.

Kalenda se abrazaba el cuerpo con fuerza mientras miraba hipnotizada los distantes fogonazos de luz.

—¿Qué estamos pensando, Showolter? Debimos intentar traer a la Fuerza de Defensa.

—Ya hemos discutido eso —reflexionó amargamente—. No nos habrían oído. Y, en caso de hacerlo, habrían descartado la evidencia debido a la fuente de la información, diciendo que era poco sólida o basada en coincidencias. —Miró por encima del hombre al quinto y único pasajero civil del LSR—. Dicho sea sin ánimo de ofender, Karrde.

—No me ofendo —le aseguró Karrde desde uno de los asientos. Miró a Kalenda y añadió—: Recuérdele, mayor, cuál es el principal motivo para no hablar con el ejército.

Showolter bufó con pesar.

—Por si el almirante Sorv llegaba a hacernos caso y enviaba fuerzas de combate a Tynna.

Kalenda sopesó esa cuestión.

—Si los yuuzhan vong hubieran encontrado naves de la Nueva República esperándolos, habrían sabido que los hemos descubierto —miró la pantalla—. Tynna debe caer para que Corellia y Bothawui se salven.

Showolter se encogió de hombros.

—Y quizá deban caer docenas de mundos más.

—He estado en Tynna —dijo Kalenda con un suspiro significativo—. Es uno de los mundos más hermosos de la Región de Expansión. Y los tynnanos una de las especies mejor informadas e intencionadas del universo. —Se volvió hacia Karrde—. No puedo aceptar que no haya otra forma de corroborar la información que nos has proporcionado.

—Al menos será rápido —comentó una de las pilotos—. Las defensas espaciales de Tynna no superan los doscientos cazas y, según nuestros cálculos, ya tienen menos de treinta.

Kalenda entrecerró los ojos, como para apartarlos de la batalla.

—¿Por qué no se rinden? Es un suicidio. —Apretó los labios con amargura—. Si tan sólo supieran por qué mueren…

—Decírselo no habría cambiado nada —repuso Karrde, uniéndose a ellos ante el mirador—. ¿Qué harías tú si te dan a elegir entre luchar hasta el último aliento y dejar que te capturen para ser sacrificado?

Kalenda guardó silencio mientras Showolter estudiaba la pantalla verificadora del LSR.

—¿Reconocen los escáneres a alguna de las naves yuuzhan vong? La piloto buscó los datos.

—Clases de naves más que nada. Pero hay tres de ellas identificadas. Dos estuvieron en Obroa-skai. Una, la que parece un crucero pesado, estuvo en Gyndine.

—Cazas enemigos y naves de desembarco entran en la atmósfera —anunció la copiloto—. Van rumbo al complejo de Tanallay Surge.

—¿Podemos acceder a las comunicaciones por satélite? —preguntó Showolter.

La copiloto movió varios conmutadores.

—En pantalla. Estamos viendo lo que se transmite en directo a todas las ciudades de Tynna.

La pantalla mostró la gran estructura de muchos pisos que era el complejo Surge; con sus piscinas, fuentes y cascadas circundantes. En los anchos escalones de la entrada del complejo había varios cientos de bípedos de piel oscura y brillante, todos con orejas puntiagudas, colas erectas y morros de temblorosos bigotes alzados hacia el cielo.

De pronto, la cámara pasó a un contraplano de las naves yuuzhan vong descendiendo por la atmósfera como meteoros a cámara lenta. Las cámaras siguieron el descenso de las más cercanas hasta el complejo Surge, y no se apartaron de ellas mientras aterrizaban al otro lado de los puentes que cubrían el pintoresco lago sobre el que se alzaba el complejo y donde se habían reunido los tynnanos.

—No hay señales de armas en el contingente tynnano —dijo Showolter cuando la cámara volvió a un plano medio de los alienígenas de dientes saltones y dedos palmeados—. Debe de ser un comité de bienvenida.

—Debe de serlo —musitó Kalenda—. La astucia y la inteligencia siempre fueron las mejores armas tynnanas, pero necesitarán tiempo para poder desplegarlas.

—Mientras tanto, parecen dispuestos a rendir los códigos de la ciudad —dijo Showolter.

Karrde se alisó el bigote.

—Sigo sin entender qué pueden querer los yuuzhan vong de Tynna. Vale, es un planeta rico en recursos naturales, pero no tiene nada que no pueda encontrarse en el Espacio Hutt.

—Tynna está un paso más cerca del Núcleo —sugirió el piloto. Showolter negó con la cabeza.

—Karrde tiene razón. Tiene que haber algo peculiar en Tynna.

El plano volvió a variar, esta vez enfocaba a los guerreros y oficiales yuuzhan vong que llenaban una de las naves de desembarco más grandes. La cámara se centró en dos oficiales acuclillados en dos asientos flotantes. El que parecía tener más rango de los dos era de pelo negro y relativamente más bajo para la media yuuzhan vong. El otro era muy delgado y tenía elaborados tatuajes.

—No creo que pueda acostumbrarme nunca al aspecto de esos carniceros —dijo Kalenda.

Karrde lanzó un bufido e hizo un gesto de brindis.

Brindo porque nunca tengas que hacerlo.

Showolter tenía los ojos clavados en la pantalla. Tocó a la copiloto en el hombro.

—Quiero todo esto grabado con copia por triplicado.

—Ya estoy en ello —repuso ella.

El que manejaba la cámara debió de pensar que los yuuzhan vong cruzarían el puente para encontrarse con los tynnanos reunidos al otro lado, porque la cámara se adelantó momentáneamente a los que enfocaba cuando el enemigo se paró en seco ante el lago.

—Quieren que los tynnanos vayan a ellos —supuso Showolter.

—No sabría decirte —dijo Karrde escéptico—. Creo que buscan otra cosa.

Mientas decía eso, la cámara se centró en el oficial de pelo negro cuando hacía un gesto hacia las naves de desembarco. Entonces se movió por el paisaje, centrándose en una de las naves, a tiempo de ver cómo se abrían unos compartimentos en su base y un enjambre de minúsculas esferas rojas salía al terreno y rodaba hacia ella como si fueran autopropulsadas.

—Pero, ¿qué…? —dijo el piloto.

Kalenda buscó instintivamente, y con clara aprensión, el brazo más cercano, encontró el derecho de Karrde y lo agarró.

El borde del grupo de esferas rojas había llegado a la costa del lago, y la primera de ellas se sumergía ya en las frías aguas azules. Los tynnanos de los escalones se amontonaban hacia delante, olisqueando con los hocicos con inquieta curiosidad.

Showolter, Karrde y Kalenda se amontonaron ante el monitor. De pronto, el lago perdió color.

Lo primero que pensó Showolter fue que le había pasado algo a la señal del satélite. Pero cuando alzó los ojos hacia el mirador del LSR, vio, incluso a esa gran distancia del planeta, que el brillante azul de las aguas del norte de Tynna cambiaba rápidamente a un enfermizo tono amarillo pálido.

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