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Authors: James Luceno

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Agentes del caos II: Eclipse Jedi (28 page)

BOOK: Agentes del caos II: Eclipse Jedi
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—No, gracias al Creador. Nunca he salido del Núcleo, salvo en el momento de mi activación, en los astilleros de Fondor…, según mi memoria mecánica, por supuesto.

Han se negó a aceptarlo. Rodeó a
Confuso
bajo la atenta mirada de Droma, fijándose en la rejilla que formaba su boca y su rígida forma de moverse.

—¿Nunca has sido propiedad de un técnico llamado Doc Vandangante?

—Ese nombre es nuevo para mí.

Sin previo aviso, Han golpeó la placa pectoral del androide con el puño, produciendo un sonido a hueco.

—¿Y nunca has llevado a otro androide ahí dentro? Uno de forma cúbica, así de grande —Han separó sus manos unos cuantos centímetros—, pero listo como una ardilla.

—¿Otro androide? ¡Naturalmente que no! ¿Por quién me toma? Han se acarició la barbay movió la cabeza desconcertado, hasta que estalló en carcajadas.

—Me estás tomando el pelo.

—Me adula recordarle a alguien, señor…, supongo —dudó
Confuso
haciendo honor a su apelativo.

—Bien, ¿qué decías del banco central de datos?

El androide los condujo hasta la pantalla de un ordenador ante la cual esperaban diversos seres. Han y Droma se colocaron al final de la cola, tras una pareja de duros, y esperaron a que todos hicieran sus consultas. Cuando les llegó el, turno, Han se situó ante el teclado.

—Los refugiados están agrupados por especies —dijo, frunciendo el ceño—, pero los ryn ni siquiera están en la lista.

—Pruebe con «otros» —sugirió el androide.

Droma hizo una mueca sarcástica.

—El androide tiene razón. Permíteme que haga los honores.

Han se apartó del teclado, pero manteniendo los ojos fijos en la pantalla.

—Aquí estamos —anunció Droma—. Donde teníamos que estar, entre los rybets y los saadules. ¡Y mis compañeros de clan están aquí! —se giró excitado hacia Han—. Bueno, al menos cinco de ellos.

—¿Tu hermana está con ellos?

Droma volvió a leer la lista y agitó la cabeza.

—Me temo que Leia tenía razón. Sapha debe de haberse quedado en Gyndine.

Los labios de Han formaron una fina línea.

—La buscaremos después. ¿Dónde están los demás?

—Campo 17… con treinta y dos ryn más.

—¡Oh, conozco muy bien ese campo, señores! —admitió
Confuso—.
Algunos de mis colegas han tenido ocasión de trabajar allí.

—¿Cuál es la forma más rápida de llegar?

—Mi taxi.

—¿Eres taxista?

Confuso
señaló la ventana del espaciopuerto, a través de la cual se veía un abollado deslizador SoroSuub.

—Allí, señor… Aquel al que le falta un parabrisas y necesita un poco de pintura.

Han miró el deslizador y otra vez al dentado y manchado androide.

—Creo que tu vehículo y tú acudís al mismo mecánico. ¿Seguro que esa cosa llegará al Campo 17?

—Sin problemas, señor. En realidad, podrían ir hasta el campo caminando… si tienen tiempo suficiente, claro está.

Los tres se dirigieron al taxi. El androide se situó en la cabina del conductor al aire libre y conectó el generador del campo repulsor de turbinas situado en la popa. Cuando Han y Droma se abrocharon los cinturones de seguridad de los asientos, situados bajo su cabina, el androide enfiló una carretera en buenas condiciones que se extendía entre campos inmaculadamente cultivados. Han pudo ver androides de infinitas variedades a través de los huecos de los arbustos que se encontraban a ambos lados del camino, aunque muchos menos de los que estaba acostumbrado a ver en mundos agrícolas similares.

—¿Por qué no estás ahí fuera con los demás? —gritó al androide.

—Oh, soy demasiado viejo para ese tipo de trabajo, señor.

—¿Salliche te ha marginado, ¿eh?

—Básicamente sí. Desde que Salliche Ag aceptó refugiados, Ruan se ha vuelto un poco caótico, así que fui reasignado para actuar de taxista de este fiable, aunque un poco destartalado, vehículo.

—Parece que llegan muchos más de los que se van —apuntó Han.

—Es muy observador, señor. La verdad es que muchos refugiados se han enamorado tanto de Ruan que prefieren quedarse en este mundo trabajando para Salliche Ag.

Han y Droma intercambiaron una mirada de desconcierto.

—¿Trabajando para Salliche? —preguntó Han—. ¿En qué?

—En labores agrícolas, señor. Gracias a la estación de control del clima de Ruan, ese trabajo resulta una labor muy agradable para la mayoría. Han dejó escapar una risita.

—Eso es una locura. Salliche tiene un ejército de androides a su disposición.

—Lo tiene, señor, es verdad, pero Salliche Ag ha desarrollado recientemente cierta preferencia por los trabajadores vivos.

Han volvió a mirar a Droma, que se encogió de hombros.

—Sólo estoy de paso por aquí, ¿recuerdas? —dijo el ryn.

Han podía haber seguido sonsacando al androide, pero en aquel momento tomaron una amplia curva y el campo de refugiados apareció a la vista.

—El Campo 17, buenos señores.

El androide los llevó hasta la verja de entrada, desde donde se podía acceder al interior a través de una especie de torretas de seguridad. Han golpeó la ventana de transpariacero con los nudillos, atrayendo la atención de un fornido guardia que se encontraba dentro. El hombre uniformado pegó la cara llena de cicatrices a la ventana, estudió detenidamente a Han y a Droma y frunció el ceño.

—Échale un vistazo a esto —dijo a otra persona de la torreta. Una mujer se unió al guardia, clavando también su mirada en la pareja de forasteros.

—¿Qué quieren?

—Estamos buscando a un par de amigos —explicó Han.

—¿No lo somos todos? —respondió el hombre, riéndose de su propio chiste.

—Son un grupo de ryn —insistió Han—. Llegaron hace aproximadamente dos semanas estándar.

—Un grupo de ryn, dices —el guardia señaló con su pulgar a Droma—. Como ése.

Han puso los ojos en blanco.

—Correcto, como éste. Si tiene algún problema con él, igual debería salir fuera para que lo discutamos.

—Yo no tengo ningún problema, tipo duro —dijo el guardia sonriendo ampliamente—, pero puede que tu amiguito sí los tenga.

Han oyó el zumbido de láseres cargándose y dio media vuelta para encontrarse con media docena de guardias uniformados surgiendo de tres lados de la torreta. Levantó las manos precavidamente hasta la parte superior de la cabeza, y Droma lo imitó.

—No buscamos problemas —aseguró Han—. Tal como le he dicho al comité de bienvenida, sólo estamos buscando a un par de amigos. Uno de los guardias lo ignoró y apuntó directamente a Droma.

—Hazte a un lado —Droma obedeció, y el guardia añadió—: Estás arrestado.

Han se quedó helado.

—¿Arrestado? ¿Con qué cargos…? ¡No hemos estado aquí tiempo suficiente ni para tirar la basura!

Con cuatro rifles láser apuntando a Droma y dos a Han, el guardia colocó un par de esposas cilíndricas en torno a las muñecas de Droma.

—El cargo es falsificación de documentos oficiales —informó a Han—. Y, si tienes sentido común, te largarás de Ruan antes de que te arrestemos por cómplice.

Capítulo 19

En reposo absoluto sobre su diván lleno de cojines y almohadones, Borga Besadii Diori concentró su mirada en Nas Choka mientras Leenik escoltaba al Comandante Supremo de los yuuzhan vong y sus favoritos hasta el salón de visitas de palacio. Aunque no solía refrenar sus impulsos, Borga se abstuvo de elevar el diván en el que yacía reclinada para tener con Choka un comienzo mejor que el que había tenido con el comandante Malik Carr durante su primera visita a Nal Hutta.

Siguiendo a Choka, y vestido de forma semejante —con casco y capa de mando—, iba Malik Carr y, tras él, Pedric Cuf, el traidor a la Nueva República, luciendo pantalones ajustados, negras botas bajas y chaqueta de cuello rígido. Consejeros y guardias armados se distribuyeron a ambos lados de la comitiva de Choka, tomando posiciones que buscaban la confrontación con los miembros del contingente de seguridad de la propia Borga.

—Os doy la bienvenida a Nal Hutta —saludó Borga en idioma yuuzhan vong, mientras Choka estudiaba los adornos del salón desde la silla que le había indicado el rodiano Leenik—. Estamos a vuestra disposición.

Choka sonrió sorprendido.

—Excelente, Borga. No sabía que dominases nuestro idioma.

—Unas pocas frases —siguió Borga, cambiando al Básico—. Gracias a las lecciones de Pedric Cuf.

Choka miró fijamente a Nom Anor antes de volver sus ojos hacia Borga.

—Me han dicho que ya has sido extremadamente complaciente.

—Somos famosos por nuestra hospitalidad —sonrió Borga—. Sobre todo por la que ofrecemos a nuestros más respetados invitados.

—«Invitados» —repitió Choka cambiando el tono de su voz. Deliberadamente o no, el conjunto de las protuberancias y cicatrices de su rostro le daban el aspecto de alguien recién salido de quince durísimos asaltos con un luchador hapano—. Una interesante elección de palabra, Borga. A menos que quieras implicar que los yuuzhan vong sólo son visitantes en esta galaxia.

—Los visitantes que saben adaptarse a su nuevo entorno se convierten en residentes —contestó Borga, negándose a ponerse nerviosa—. Cuando se hayan instalado en Coruscant, me sentiré muy honrada en llamarlos vecinos.

—Harías bien en llamarme «señor» —dijo Choka sonriendo levemente. Los grandes ojos de Borga parpadearon.

—Lo haré… cuando el título se adecue a las circunstancias.

Choka asintió con la cabeza, aparentemente satisfecho.

—No soy diplomático, Borga. Respecto a tu amable oferta de supervisar el transporte de cautivos a cambio de información sobre los sistemas estelares en peligro, he decidido que tales servicios no son necesarios en la fase actual de nuestra campaña. Sin embargo, en gesto de buena voluntad, de vez en cuando seguiremos ofreciéndote algunas noticias de nuestras actividades. —Hizo una pausa—. Por ejemplo, podéis reanudar las entregas de vuestra especia euforizante en el sistema bothawui sin miedo a encuentros imprevistos.

—Os damos las gracias —Borga se relamió los labios—. Y seguro que los bothanos también os las dan.

Choka la estudió un segundo.

—Por la especia, querrás decir.

—Naturalmente. Por la especia.

La expresión de Choka no cambió.

—Confío en que no estarás compartiendo esta información privilegiada con terceras partes.

—¿Con quién iba a compartirla? —Borga extendió sus manitas enseñando las palmas—. Nuestra principal preocupación es mantener el comercio… y, por supuesto, no interferir en vuestros asuntos, sean cuales sean.

—Me reconforta oír eso —dijo Choka—. Quedas avisada de que si descubrimos alguna prueba de que has violado nuestra confianza… Bueno, no creo que necesite enumerar los horrores que sufrirían los hutt, ¿verdad?

—También somos famosos por nuestra vívida imaginación —agregó Borga apresuradamente.

—Espléndido —Choka gesticuló hacia Malik Carr—. Mi segundo al mando me ha informado de que también expresaste el deseo de repartir la galaxia, previendo nuestra completa y absoluta conquista.

Borga tragó saliva de forma audible.

—Quizá me haya precipitado, excelencia.

Choka volvió a exhibir su sonrisa cruel.

—Nada me complace más que una respuesta bien razonada. Sitiaremos cualquier mundo que queramos o necesitemos, incluyendo esta «joya gloriosa» tuya… y no es que pensemos hacerlo. De momento, claro, aunque nadie lo sabe… excepto Tsavong Lah, nuestro Maestro Bélico, que mañana mismo podría decidir que Nal Hutta debe ser arrasada. ¿Nos entendemos?

—Tanto como nos es posible, dadas las limitaciones del Básico, nuestras muchas diferencias y, naturalmente, lo reciente de nuestra asociación…, a pesar de que ya hemos profundizado mucho en nuestras relaciones.

—Muy bien —Choka sonrió con sinceridad—. Apreciamos la esgrima verbal por encima de todo, exceptuando el valor. Y, hablando de valor, Borga, ¿los hutt tienen relaciones con esa banda de rufianes que se llaman a sí mismos los Caballeros Jedi?

Borga dejó entrever una mirada de desagrado.

—Algunas, excelencia. De hecho, antes de que os dignarais agraciar a esta galaxia con vuestra presencia, los Jedi nos estaban poniendo las cosas bastante difíciles interfiriendo con nuestras muchas operaciones.

—Sí, también a nosotros nos han causado problemas —susurró Choka—. Conseguimos que algunos cayeran en nuestras manos, pero se nos escaparon entre los dedos —contempló a Borga un largo momento—. Sería beneficioso para vosotros ayudarnos a aislar uno del rebaño.

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