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Authors: James Luceno

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Agentes del caos II: Eclipse Jedi (23 page)

BOOK: Agentes del caos II: Eclipse Jedi
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El ritmo de la marcha que recibió al comandante supremo Nas Choka a bordo de la nave de guerra
Yammka
era mantenido por los guerreros mediante tambores, pero la melodía la proporcionaba todo un zoológico de insectos y aves biocreadas que zumbaban, trompeteaban y silbaban desde sus jaulas y perchas situadas a lo largo de la gran bodega.

Enormes transparencias villip rompían la monótona obsidiana del mamparo de estribor, proporcionando un panorama estelar de la flota anclada, además de una distante imagen del mundo hutt conocido como Príncipe Fugitivo, modificado para sembrar coral yorik, arbustos villip y otras necesidades bélicas. Las naves que se asemejaban a asteroides, los gigantes marinos y las gemas facetadas estaban ahora acompañadas de un espécimen todavía más grande y siniestro. Un orbe liso de lustroso negro, en cuyo denso centro giraba media docena de extremidades, en oscura imitación de la galaxia que los yuuzhan vong querían conquistar.

El comandante supremo Choka se desplazó sobre flotantes colchones de dovin basal situados a diferentes alturas sobre la cubierta, acompañado por sus comandantes y principales subalternos. Ante ellos flotaban cuatro colchones más pequeños, y sus diminutos creadores iban casi tapados por aleteantes criaturas semejantes a recuadros dibujados de tela. A ambos lados del grupo había cinco mil guerreros vestidos con túnica de combate, armados con anfibastones y cuchillos.

En un pequeño espacio en medio del grupo congregado a estribor había doscientos prisioneros asustados, capturados en Gyndine y ya purificados para el sacrificio. Excrecencias óseas sujetas a sus laringes y mandíbulas les impedían dar voz a sus miedos.

Tras Choka marchaban las tropas a su mando, y sus pisadas precisas aplastaban una alfombra compuesta por flores marrones que les llegaban a los tobillos y cuyo aroma, agitado por el rítmico batir de las alas, inducía a los insectos a cantar. Sus sonoros frotamientos de alas se intensificaban y disminuían, emitiendo notas surgidas de una escala musical de otro mundo. En un momento, la marcha era aguerrida e inspiradora, trocándose al siguiente en un sombrío lamento fúnebre.

Al otro lado del hangar de entrada, al final del perfumado pasillo del desfile esperaba el comandante Malik Carr con sus subalternos jefes, un cónclave de Sacerdotes y, a un lado, el Ejecutor Nom Anor, exhibiendo todo su tatuado y alterado esplendor.

Cuando la comitiva de guerreros de élite llegó hasta ellos, cesó el tamborileo y el sonido de insectos y Malik Carr avanzó hasta el borde de la plataforma en la que estaba.

—Bienvenido, comandante supremo Choka —dijo con un graznido; su voz resonó en los mamparos y el abovedado techo—. El
Yammka
y todos los aquí reunidos estamos a su servicio.

Un zumbido iracundo llenó el hangar. Diez mil puños saludaron golpeando simultáneamente su hombro opuesto.

El comandante supremo Choka, comandante militar de la recién llegada mundonave espiral, se desplazó desde el cojín del dovin basal hasta un asiento elevado situado en el centro de la plataforma. Mientras los cuatro colchones flotantes que le seguían se alienaban tras él, los Sacerdotes, los Cuidadores y los demás se situaban a ambos lados de él. Sólo cuando todos estuvieron sentados les imitó Malik Carr y su contingente. En cubierta, los guerreros ordenaron a sus anfibastones que se enroscaran alrededor del desnudo brazo derecho y clavaron ceremoniosamente una rodilla en el suelo, inclinando las cabezas en reverencia.

El tamborileo y las estridencias se reanudaron, tocando tanto para el cuerpo como para el oído. Algunos de los insectos callaron tras cinco sonoras fanfarrias, pero otros emitieron inmediatamente heroicos alaridos, como en respuesta a los anteriores. El contrapunto continuó durante algunos momentos. Entonces, Choka alzó un bastón ofidiforme del manto y el hangar se sumió en un silencio sobrenatural.

—Os traigo saludos del maestro bélico Tsavong Lah —canturreó—. Os felicita por el trabajo que habéis hecho preparando el camino, y espera impaciente el momento de poder unirse a vosotros en el combate.

La modesta estatura de Choka no le quitaba presencia. De caderas estrechas pero piernas gruesas y musculosas, se sentaba con rigidez en la silla de coral tallado y pulido, como si fuera una estatua a su vez, mientras aves de plumas negras refrescaban con sus grandes alas el aire que lo rodeaba. Los tatuajes faciales, la nariz aplanada y los ojos caídos sobre grandes bolsas azuladas le proporcionaban un aspecto regio. Su túnica sin adornos iba cubierta por una capa de mando rojo sangre que le caía de los hombros, y anillos de diferentes colores crecían desde sus dedos para rodearle muñecas y antebrazos. Sus largos y finos cabellos, completamente negros, estaban peinados hacia atrás desde la amplia frente y le llegaban casi a la cintura.

—Yo también os felicito por el éxito de vuestra cosecha —continuó diciendo al cabo de un momento—. Os habéis portado bien. Los cautivos que cogisteis en Obroa-skai, Ord Manten y Gyndine ensangrentarán vuestra nominación. Pero antes de llevar a cabo el sacrificio de los cautivos, o de que el comandante Malik Carr nos informe del estado de la invasión, debemos emplear este momento para recompensar a algunos de vosotros por el compromiso demostrado.

El Sumo Sacerdote que acompañaba a Choka se puso en pie y habló.

—Damos gracias a los dioses por traernos a este dominio prometido. Que la sangre que derraméis lo limpie y purifique para cuando llegue el sumo señor Shimrra. Honramos a los dioses con la savia nutritiva que fluye en nosotros para que puedan crecer y permitirnos continuar como albacea de sus creaciones. Todo lo que hacemos, es a imitación y veneración de ellos.

El Sacerdote se volvió hacia los colchones que flotaban detrás de Choka e hizo un gesto con la mano. Las aves alzaron el vuelo, descubriendo cuatro estatuas religiosas de cuatro metros de alto. La primera representaba a Yun-Yuuzhan
El Señor Cósmico,
carente de las partes de su ser que sacrificó para crear a los dioses menores y a los yuuzhan vong. La segunda y tercera estatuas representaban a Yun-Yammka
El Aniquilador
y Yun-Harla
La Diosa Oculta.
La cuarta estatua, y sin duda la más grotesca, era Yun-Shuno, la deidad de los muchos ojos patrona de los Avergonzados, aquellos cuyos cuerpos rechazan los implantes vivientes por falta de preparación o excesiva ambición.

Esta vez se levantó el comandante subordinado.

—Subalterno Doshao —empezó—, por sus actos en el mundo llamado Dantooine. Subalterno Sata’ak, por sus actos en el mundo llamado Ithor. Subalterno Harmae, por sus actos en el mundo llamado Obroa-skai. Y subalterno Tugorn, tanto por su labor sembrando el mundo llamado Belkadan como por sus actos en el mundo llamado Gyndine. —Hizo una pausa antes de añadir—: Den un paso para ser ascendidos.

Cuando los cuatro oficiales de menor grado ascendieron a los cojines, un cuarteto de implantadores salió de entre las grietas de la sala del trono. Cuando los candidatos se pararon en fila, mirando al Comandante Supremo, los implantadores asumieron su posición detrás de cada uno de ellos.

Los implantadores eran una variante de la criatura responsable de las excrecencias que apresaban a los cautivos, y eran pequeños, grises y de seis piernas. Al igual que sus parientes estaban equipados con órganos ópticos botrioidales y un cuarteto de apéndices que podían cortar la carne e insertar coral en heridas abiertas. Pero si el calcificador empleaba partes de su ser en su trabajo, el implantador transportaba todo lo necesario para la escalada ritual. Cada uno de los cuatro que empezaba a trepar lentamente por la espalda desnuda de los subalternos cargaba con cuernos de coral de dos dedos de largo, de puntas ligeramente engaritadas.

Los implantadores no empezaron su trabajo hasta reafirmarse en la nuca de los subalternos, desde donde podían llegar a los dos hombros. Emplearon los apéndices más afilados para hacer cortes profundos en la parte superior de los músculos del hombro, hasta llegar a los huesos que conformaban la articulación. Una vez completadas las incisiones, mientras los acólitos recogían en cuencos la sangre derramada, los implantadores insertaron los cuernos engarfiados en el corte, empleando una exudación resinosa para unir los cuernos a los huesos del hombre y sellar las heridas a su alrededor. Al mismo tiempo, un ngdin babosoide dibujó entre los pies de los candidatos un rastro en hélice, enjugando la sangre que no pudieron recoger los acólitos.

Aunque el sudor corría libremente y las piernas les temblaban, ni uno solo de los oficiales gritó de dolor o hizo la menor mueca. Complacido con su sangre fría, Choka hizo una seña a cuatro de sus ayudantes, que se apresuraron a adelantarse hacia ellos con capas de mando de diferentes colores plegadas con cuidado.

Para entonces, los acólitos ya habían llevado al Sumo Sacerdote los cuencos llenos de sangre, y mientras éste vaciaba el contenido de los cuencos sobre los ídolos, los ayudantes de Choka desplegaron las capas y las colgaron de las protuberancias recién implantadas.

Los tamborileros tocaron un redoble corto y se detuvieron.

—Habéis ascendido y sido rehechos —pronunció Choka—, y ahora que lleváis la capa de mando, se os hará entrega de vuestra propia nave, se os nombrará jefes de sector y se os encomendará la labor de supervisar y reeducar al populacho de los mundos que conformen vuestro dominio.

—¡Por la gloria de los dioses! —gritaron guerreros y oficiales por igual. Choka contempló cómo los guerreros ascendidos bajaron de los cojines, volviéndose ligeramente hacia Malik Carr.

—Un asunto más antes de proceder, comandante. —Miró más allá de Malik Can, adonde estaba sentado Nom Anor—. Venga hacia aquí, Ejecutor.

Nom Anor, vestido de forma más llamativa que cualquier otro en la bodega, se levantó y caminó despacio por la plataforma. Se detuvo ante Nas Choka e inclinó la cabeza en gesto de asentimiento. Al ser miembro de la casta Administrativa no estaba obligado a saludar, pese a ser de rango inferior.

—Dado que no pertenecemos a la misma Orden, no tengo autoridad para ascenderlo. Pero sabed esto, Ejecutor: De tener yo esa autoridad, estaría más inclinado a degradarlo que a ascenderlo.

Claramente sorprendido, Nom Anor no respondió, aunque su boca se contrajo varias veces en rápida sucesión.

—Sus actos, Ejecutor, han sido vigilados de cerca y ampliamente discutidos, y en la corte de Shimrra hay muchos que opinan que se ha desviado del rumbo encomendado. Primero se alió a la Pretoria Vong, que creyó poder dirigir una invasión de esta magnitud sin padecer trágicas consecuencias.

—No me alié con ellos —dijo Nom Anor en cuanto pudo—. Mi misión era desestabilizar a la Nueva República en la forma que él considerase más adecuada. Eso es lo que hice entre los moff imperiales y en el sistema Osariano, y lo que he hecho desde entonces, en media docena más de sistemas.

Choka le miró fijamente.

—¿Quién ayudó a la Pretoria Vong a obtener un yammosk, y además uno imperfecto?

Nom Anor tragó saliva.

—Pude mencionarles algo…

—Se lo facilitaste tú.

—Sólo desde cierto punto de vista.

—No intente jugar con las palabras, Ejecutor. Quizá consiguiera distanciarse del prefecto Da’Gara y de los demás escapando al precio que pagaron ellos por su error de cálculo, pero no puede negar que concibió el plan que acabó con la muerte de la sacerdotisa Elan, hija del sumo sacerdote Jakan, el cual, debo añadir, está muy disgustado contigo.

—No existen pruebas de que Elan o su mascota Vergere hayan muerto. Y en caso de ser así, difícilmente se me puede hacer responsable de lo que les pasó.

—¿No asume la culpa por emplear agentes que actuaron sin órdenes suyas?

Nom Anor añadió fuerza a su tono de voz.

—Mis agentes pretendían complacerme, complacemos, recuperando a

Elan. No tuve conocimiento de sus planes hasta que fue demasiado tarde. —¿Es cierto que Elan debía asesinar a varios Caballeros
jedis?
—Lo es.

Choka atemperó su voz con curiosidad.

—¿A qué viene esta fascinación por los
jedi,
Ejecutor? Yo, por ejemplo, no estoy convencido de que supongan una amenaza seria a nuestra conquista.

—La amenaza no son los Jedi, sino la Fuerza, el poder místico que encarnan.

—La Fuerza no es más que una idea —dijo Choka sonoramente—, y la mejor forma de acabar con una idea es reemplazándola con otra mejor, como la que nosotros traemos.

Nom Anor se arriesgó a soltar un bufido complaciente.

—Como diga, Comandante Supremo.

—Y ahora el comandante Malik Carr me dice que ha sido usted básico para obtener la alianza de las criaturas que ocupan este espacio, esos hutt.

El ojo sano de Nom Anor se estrechó.

—Los hutt son vitales para un plan concebido por el comandante Malik Carr y por mí para infligir una derrota significativa a la Nueva República. De hecho —inclinó la cabeza a un lado—, llega en un momento muy auspicioso, pues pronto pondremos en acción parte del plan. Si nos acompaña en combate, podrá ver de primera mano cómo se desarrolla nuestro plan para conquistar los mundos del Núcleo antes de la llegada del maestro bélico Tsavong Lah.

Choka se tomó un momento para sopesar las consecuencias de una acción semejante, y luego gruñó afirmativamente.

—Iré. Pero deje que le prevenga contra los peligros de la ambición, Ejecutor. Resulta evidente que está sediento de ascenso, pero no hay atajos para conseguir el rango de Cónsul, y mucho menos para el de Prefecto. —Hizo un gesto sobre su hombro—. Pida consejo a Yun-Shuno, Ejecutor. El ascenso sólo se concede a quien cumple con sus obligaciones para con los dioses. Parece actuar en su propio beneficio, como si se jugara algo personal en los resultados. —Se inclinó ligeramente hacia delante—. ¿O es que le han corrompido esta galaxia y las creencias paganas de quienes la pueblan?

Nom Anor sostuvo la mirada, deseando llevar en la cuenca vacía de su ojo un plaeryin bol escupidor de veneno.

Sólo me importa lo que esta galaxia puede proporcionar a los yuuzhan vong. —Clavó la mirada en Malik Carr—. Con el debido respeto, comandante, nuestro objetivo nos espera.

Malik Carr asintió en dirección a Choca.

—Dice la verdad.

El Comandante Supremo cruzó los brazos.

—Realicemos los sacrificios y veamos lo que han pensado el comandante Malik Carr y el Ejecutor Nom Anor. —Señaló al grupo de prisioneros—. Que avancen los cautivos. Puede que su sacrificio ayude a que el Ejecutor Nom Anor obtenga la victoria que tanto necesita.

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