Read Alien Online

Authors: Alan Dean Foster

Tags: #Ficción, Aventuras, Terror

Alien (4 page)

BOOK: Alien
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Parker, disgustado, dio un puntapié a la mesa.

—¡Diablos! No me gusta decir eso, pero somos un remolque comercial con un gran cargamento difícil de manipular. No somos una unidad de rescate. Este tipo de trabajo no está en nuestro contrato —luego, las sombras se disiparon de su rostro—. Desde luego, si ese trabajo significa un dinero extra...

—Más te vale leer tu contrato —dijo Ash, tan claramente como la computadora principal, de la que estaba orgulloso— hay que investigar toda transmisión sistemática que indique un posible origen inteligente, bajo pena de pérdida completa de la paga y las primas debidas a la terminación de un viaje. No se dice una palabra acerca de bonificaciones por ayudar a alguien en peligro.

Parker dio otro puntapié al escritorio y mantuvo la boca cerrada. Ni él ni Brett se consideraban del tipo heroico. Cualquier cosa que pudiese obligar una nave a cambiar de ruta en un mundo extraño podía tratarlos a ellos de manera igualmente desconsiderada. No tenían ninguna prueba de que aquella llamada desconocida fuese para ellos; pero siendo un realista en un universo cruel, se inclinaba al pesimismo.

Brett sencillamente veía aquel retardo en relación con su cheque.

—Iremos a ver que pasa. Eso es todo lo que puedo decir —resumió Dallas, mirándolos uno tras otro.

Dallas estaba harto de los dos. No le gustaba aquella dilación, ni más ni menos que a ellos, y estaba tan ansioso por llegar a casa y cargar el cargamento como lo estaban ellos, pero había momentos en que desahogar el mal humor llegaba a ser casi una desobediencia.

—Correcto —dijo Brett, sardónicamente.

—¿Qué es lo correcto?

El técnico de ingeniería no era ningún necio. La combinación del tono de Dallas con la expresión de su rostro indicó a Brett que era el momento de relajar la tensión.

—Correcto, veremos qué hay...

Dallas continuó mirándolo y entonces añadió con una sonrisa:

—Señor.

El capitán volvió sus ojos irritados hacia Parker, pero éste ya se había amansado.

—¿Podremos aterrizar allí? —preguntó a Ash.

—Alguien lo hizo.

—Eso es lo que quiero decir —añadió significativamente—. "Aterrizar" es el término apropiado. Implica una secuencia de acontecimientos felizmente realizados que resultan en el suave posarse de una nave sobre una superficie dura. Ahora nos hallamos ante una llamada de socorro. Eso implica acontecimientos no muy gratos. Primero, veamos qué está pasando. Pero hagámoslo tranquilamente, con cuidado.

Sobre el puente había una iluminada mesa cartográfica. Dallas, Kane, Ripley y Ash se hallaban en puntos opuestos de la brújula, mientras Lambert se hallaba sentada en su puesto.

—Allí está —dijo Dallas, señalando con el dedo un punto brillante de la mesa y mirando a su alrededor—. Hay algo que quiero que oigan todos.

Volvieron a sentarse, mientras Dallas indicaba algo a Lambert con la cabeza. Sus dedos se hallaban sobre un interruptor particular.

—Bueno, oigamos. Cuidado con el volumen.

La navegante soltó el interruptor. Sonidos atmosféricos llenaron el puente. Cesaron de pronto, para ser remplazados por un sonido que envió escalofríos a la espalda de Kane y a la de Ripley. Duró doce segundos y luego fue remplazado por los sonidos atmosféricos.

—¡Santo Dios! —exclamó Kane con expresión tensa.

Lambert apagó los magnavoces. Sobre el puente volvió a imperar un ambiente humano.

—¿Qué demonios es? —dijo Ripley, como si acabase de ver algo muerto sobre un plato—. No suena como ninguna señal de socorro que yo conozca.

—Así es como lo llama Madre —les dijo Dallas—. Llamarlo "extraño" resulta el colmo de la discreción.

—Quizás sea una voz.

Lambert hizo una pausa, consideró las palabras que acababa de proferir; luego le parecieron desagradables sus implicaciones y trató de hacer como si no las hubiese dicho.

—Pronto lo sabremos. ¿Ya lo estudiaron?

—He encontrado la sección del planeta.

Luego, Lambert se volvió agradecida hacia su tablero, contenta de poder enfrentarse con matemáticas y no con pensamientos inquietantes.

—Estamos bastante cerca.

—Madre no nos hubiera sacado del hipersueño si no lo estuviéramos —murmuró Ripley.

—Viene de ascenso en seis minutos veinte segundos; declinación menos 39 grados, dos segundos.

—Muéstramelo todo en una pantalla.

La navegante oprimió una serie de botones. En una de las pantallas del puente algo parpadeó, y luego apareció allí un punto brillante.

—Albedo alto. ¿Puedes acercarlo un poco más?

—No. Tendrás que mirarlo desde lejos. Eso es lo que yo voy a hacer.

Inmediatamente, la pantalla se concentró, con un zumbido, en el punto de luz revelando una forma nada espectacular, ligeramente ovalada, en el vacío.

—¡Asno! —exclamó Dallas, sin malicia—. ¿Estás seguro de que es eso? Es un sistema atestado.

—Eso es, exactamente; en realidad sólo un planetoide. Quizás unos doce mil kilómetros, no más.

—¿Tiene alguna rotación?

—Sí. Cerca de dos horas, si calculamos las cifras iniciales. Podré decirte algo dentro de diez minutos.

—Eso basta por ahora. ¿Cuál es la gravedad?

Lambert estudió diferentes cifras.

—Punto ocho seis; debe ser bastante denso.

—No les digas a Parker ni a Brett —imploró Ripley—. Pensarán que es metal sólido que se desprendió de alguna parte antes de que podamos verificar nuestra llamada desconocida.

La observación de Ash fue más prosaica:

—Se puede caminar sobre ella.

Todos se dedicaron a estudiar el procedimiento de orbitación.

El
Nostromo
se acercó a aquel pequeño mundo arrastrando su vasto cargamento de tanques y equipo de refinería.

—Nos acercamos al apogeo vital. Marca. Veinte segundos, diecinueve, dieciocho...

Lambert siguió contando hacia atrás mientras sus compañeros se ajetreaban a su alrededor.

—Ha rodado 92 grados a estribor —anunció Kane, completamente inexpresivo.

El remolque y la refinería giraban haciendo enormes piruetas en la inmensidad del espacio. Una luz apareció en la proa del remolcador, cuando se encendieron por unos instantes sus motores secundarios.

—Identificada órbita ecuatorial —declaró Ash.

Por debajo de ellos, aquel mundo en miniatura daba vueltas despreocupadamente.

—Dame una lectura de presión EC.

Ash examinó controles y habló sin volver su rostro a Dallas:

—Tres punto cuatro cinco en apertura EM al cuadrado... Cerca de cinco psia, señor.

—Grita si cambia.

—¿Está preocupado porque la administración de redundancia esté incapacitando el control de CMGS cuando estemos ocupados en otra parte?

—Sí.

—El control de CMG se desconecta por DAS/DCS. Aumentaremos con TAC y dirigiremos por medio de ATMDC y computadora de interfase. ¿Se siente mejor ahora?

—Mucho mejor.

Ash era un tipo raro, frío y a la vez cordial, pero soberanamente competente. Nada le perturbaba. Dallas se sintió confiado con el apoyo del oficial de ciencias, que aguardaba su decisión.

—Prepárense a despejar desde la plataforma.

Manipuló un interruptor y habló a un pequeño micrófono:

—Ingeniería, prepárense a despegar.

—Alineación L en el puerto, y a estribor verde —informó Parker, sin ninguna huella de su habitual sarcasmo.

—Verde en la separación umbilical espinal —añadió Brett.

—Estamos cruzando el terminador —les informó Lambert a todos—. Entramos en el lado de la noche.

Abajo, una línea oscura separó las densas nubes, dejándoles un reflejo brillante en un lado y negro como el interior de una tumba en el otro.

—Ya va subiendo, ya va subiendo. Manténgase —dijo Lambert maniobrando interruptores en secuencia—. Sosténgase. Quince segundos... diez... cinco... cuatro... tres... dos... uno. Cierre.

—¡Despeguen! —ordenó Dallas, tajante.

Minúsculas nubéculas de gas aparecieron entre el
Nostromo
y la densa masa de la plataforma con la refinería. Las dos estructuras artificiales, una pequeña y habitada, la otra enorme y desierta, fueron separándose lentamente. Dallas observó tensamente la separación en la pantalla número dos.

—Cordón umbilical separado —anunció Ripley, después de breve pausa.

—Precesión corregida —dijo Kane, echándose hacia atrás en su asiento y relajándose un momento—. Todo bien y en orden. Se logró la separación. Ningún daño.

—Verifica aquí —añadió Lambert.

—Y también aquí —dijo, aliviada, Ripley.

Dallas echó una mirada a su navegante.

—¿Estás segura que la dejamos en órbita fija? No me gustaría que los dos mil millones de toneladas cayeran y se incendiaran mientras nosotros estamos revisando unos aparatos allá abajo. La atmósfera no es lo bastante densa para darnos un escudo protector.

Lambert revisó los números.

—Se quedará allí durante un año poco más o menos, señor.

—Muy bien. El dinero está a salvo, y también nuestra piel. Hagámosle descender. Prepárense para un vuelo atmosférico.

Cinco seres humanos se afanaron ordenadamente, cada uno seguro de su tarea. El gato Jones se echó sobre un tablero y estudió las nubes que se aproximaban.

—Está cayendo —dijo Lambert, cuya tensión se hallaba fija en un aparato en particular—. Cincuenta mil metros; abajo, abajo. Cuarenta y nueve mil, entramos en la atmósfera.

Dallas observaba sus propios instrumentos, trató de evaluar y de memorizar las docenas de cifras que cambiaban continuamente. Viajar por el espacio profundo era rendir el homenaje debido a los propios instrumentos y dejar que Madre hiciera el trabajo fuerte. El vuelo atmosférico era algo totalmente distinto. Para variar, era trabajo del piloto y no de una máquina.

Nubes grises y de color marrón besaron la parte inferior de la nave.

—Mira, no parece estar bien allá abajo.

"¡Típico de Dallas!", pensó Ripley.

Allá abajo, en un infierno sombrío, otra nave emitía un llamado de auxilio, regular, inhumano, terrorífico.

Todo aquel mundo no aparecía en las listas, lo que significaba que tendrían que comenzar desde el principio, por cuestiones como peculiaridades atmosféricas, terreno y similares. Y sin embargo, para Dallas, aquello "no parecía estar bien". A menudo ella se había preguntado qué hacía un hombre tan competente como su capitán en una bañera sin ninguna importancia, como el
Nostromo,
por todo el cosmos.

La respuesta, si Ripley hubiese podido leer en el cerebro de Dallas, la habría sorprendido. A él le gustó.

—Descenso vertical computado y realizado. Ligera corrección de curso —informó Lambert—. Ahora estamos en curso, acercándonos. Vamos directamente.

—Revisión. ¿Cómo nos va a ir con la propulsión secundaria en este clima?

—Hasta ahora vamos bien, señor. No puedo estar seguro hasta que estemos bajo aquellas nubes. Si podemos ponernos debajo de ellas.

—Me basta —dijo Dallas, mirando con el ceño fruncido ciertas cifras; luego oprimió un botón. Las cifras cambiaron y su rostro se iluminó.

—Házmelo saber si crees que vamos a perderlo.

—Lo haré.

El remolcador tocó algo invisible, invisible para el ojo, no para los instrumentos. Vibró una, tres veces, luego se acomodó mejor en el denso lecho de una nube obscura. La facilidad de la entrada era todo un tributo a la pericia de Lambert para planear y de Dallas como piloto.

Pero no duró. Dentro del océano de aire pronto se dejaron sentir enormes corrientes. Ellos empezaron a tropezar dentro de la nave que descendía.

—Turbulencias —murmuró Ripley, luchando con sus propios controles.

—Danos luces de navegación y aterrizaje —dijo Dallas, tratando de encontrar algún sentido en el remolino que oscurecía la pantalla—. Quizás podamos descubrir algo visualmente.

—No hay sustituto para los instrumentos —comentó Ash—. No en esto.

—Tampoco hay sustituto para la producción máxima. De todos modos, quiero ver.

Unas luces poderosas surgieron debajo del
Nostromo,
pero apenas si perforaron las oleadas de nubes y no les dieron el claro campo de visión que tanto deseaba Dallas, pero sí iluminaron las pantallas oscuras así como el puente y la atmósfera. Lambert ya no sintió que estaban atravesando un mar de tinta.

Parker y Brett no podían ver la cubierta de nubes del exterior, pero sí podían sentirla. La sala de máquinas se estremeció, luego se inclinó hacia el lado opuesto y volvió a vibrar bruscamente.

Parker maldijo entre dientes.

—¿Qué fue eso? ¿Oíste?

—Sí —contestó Brett examinando nerviosamente unas cifras—. La presión ha bajado en la toma número tres. Seguramente perdimos una coraza.

Luego oprimió botones.

—Sí, la tres se ha ido. Está entrando polvo por esa toma.

—¡Ciérrala! ¡Ciérrala!

—¿Qué crees que estoy haciendo?

—Lo que nos faltaba... Así que ahora tenemos una dosis extra de polvo.

—Espero que no haya dificultades —murmuró Brett ajustando un control—. Prescindiremos del número tres y arrojaré esa materia cuando tratemos de entrar.

—De todos modos hay daños —dijo Parker, a quien no le gustaba pensar en lo que la presencia de abrasivos azotados por el viento podría hacer al revestimiento—. ¿A través de qué demonios estamos volando? ¿De nubes o de rocas? Si no nos estrellamos, te apuesto dólares contra centavos a que en algún circuito tendremos un incendio eléctrico.

Sin enterarse de las maldiciones que no cesaban de oírse en el cuarto de ingenieros, los cinco que se hallaban en el puente seguían tratando de hacer que el remolcador se aproximara intacto a la fuente de las señales.

—Nos aproximamos al punto de origen —dijo Lambert estudiando unos controles—. Nos acercamos a 25 kilómetros. Veinte, diez, cinco...

—Más lento y dando vuelta —murmuró Dallas inclinado sobre el timón manual.

—Corregir el curso en tres grados, cuatro minutos a la derecha.

Obedeció las indicaciones.

—Eso es. Cinco kilómetros al centro del círculo giratorio, y mantenerse firmes.

—Está acercándose —dijo Dallas manipulando nuevamente el timón.

—Tres kilómetros, dos —dijo Lambert que parecía un tanto excitada, aun cuando Dallas no podía decir si era por el peligro o por la cercanía de la fuente de señales—. Prácticamente estamos circunvolándola por arriba.

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