Read Alien Online

Authors: Alan Dean Foster

Tags: #Ficción, Aventuras, Terror

Alien (7 page)

BOOK: Alien
3.83Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Allá en el cuarto de máquinas, hacía demasiado calor pese a los mejores esfuerzos de la unidad de enfriamiento del remolcador. El problema se debía a la cantidad de fundiciones que Parker y Brett tenían que hacer y al minúsculo espacio en que habían de trabajar. El aire cerca de los termostatos seguiría comparativamente frío, mientras que alrededor de la propia fundición todo se calentaría rápidamente.

El fundidor láser no era problema. Generaba un rayo relativamente frío. Pero donde el metal se fundía para formar un sello nuevo, generaba calor, como un derivado. Ambos trabajaban sin camisa y el sudor corría por sus torsos desnudos.

Por allí cerca, Ripley se apoyó contra una pared y se valió de una herramienta peculiar para sacar un panel protector. Complejos agregados de alambres de color y minúsculas formas geométricas quedaron expuestos a la luz. Dos pequeñas secciones se habían carbonizado. Con otra herramienta. Ripley sacó los componentes dañados y buscó en la funda que llevaba bajo un hombro los reemplazos adecuados.

En el momento en que colocaba el primero de ellos en su lugar, Parker cerró el rayo láser. Luego, con ojo crítico, examinó la fusión.

—Me atrevo a decir que no está mal. —Luego se volvió para examinar a Ripley. El sudor hacía que la túnica se le pegara al busto.

—¡Eh! Ripley, tengo una pregunta para ti.

Ella no levantó la mirada de su trabajo. Un segundo módulo nuevo entró en su lugar, con un chasquido, junto al primero, como un diente que se coloca en su cavidad.

—¿Sí? Estoy escuchando.

—¿Tenemos que ir con la expedición o nos quedaremos aquí hasta que todo pase? Ya hemos arreglado la energía. El resto de estas cosas —e indicó con un amplio ademán el desordenado cuarto de máquinas— es de cosméticos. Nada que no pueda esperar unos cuantos días.

—Los dos conocen las respuestas —dijo Ripley volviendo a sentarse y frotándose las manos mientras los miraba—. El capitán escogió a un par, y allí queda todo. Nadie más podrá salir hasta que vuelvan a informar. Tres fuera, cuatro dentro. Esa es la regla.

Luego se detuvo al pensar súbitamente en algo y los miró intencionadamente:

—No estás pensando en eso ¿verdad? Lo que te preocupa es lo que puedan encontrar. O bien todos te hemos juzgado mal y realmente eres un buscador de conocimientos, un verdadero devoto dedicado a hacer retroceder las fronteras del universo conocido.

—¡Diablos, no! —dijo Parker que no parecía ofendido en lo más mínimo por el sarcasmo de Ripley—. Estoy verdaderamente dedicado a hacer retroceder las fronteras de mi cuenta bancaria. Así pues... ¿Qué me dices de una repartición en caso de que encontrasen algo valioso?

Ripley parecía aburrida.

—No te preocupes. Los dos recibirán lo que les corresponda.

Luego empezó a buscar en la bolsa de herramientas cierto módulo en estado sólido, para llenar la última sección dañada en la pared de la nave.

—No trabajo más —anunció Brett súbitamente— hasta que se nos garanticen partes iguales.

Ripley encontró la pieza que buscaba para colocarla en la pared.

—A cada uno de ustedes su contrato les garantiza que recibirán una parte de todo lo que encontremos. Ambos lo saben. Ahora, déjense de eso y vuelvan a trabajar.

Luego se dio vuelta y empezó a asegurarse de que los módulos recién asegurados funcionaran bien.

Parker la miró duramente y abrió la boca para decir algo, pero lo pensó mejor. Ella era la encargada de las garantías. Echársela en contra no serviría de nada. El había planteado su argumento sin éxito. Más valía dejar las cosas allí, por mucha rabia que sintiera. Sabía proceder lógicamente cuando la situación lo exigía.

Con violencia encendió el rayo láser y empezó a sellar otra sección del ducto roto.

Brett, encargado de la energía de la fundición, dijo sin dirigirse a nadie en particular:

—Correcto.

Dallas, Kane y Lambert avanzaron por un estrecho corredor. Ahora llevaban botas, chaquetas y guantes, además de sus pantalones aislantes de trabajo. Llevaban pistolas láser, versiones en miniatura del fundidor que estaban usando Parker y Brett.

Se detuvieron ante una maciza puerta, marcada con símbolos y palabras:

CÁMARA DE PRESIÓN: SOLO PERSONAL AUTORIZADO.

A Dallas siempre le resultaba divertidamente redundante la advertencia, pues a bordo de la nave no podía haber más que personal autorizado, y cualquier autorizado para estar a bordo podía penetrar en la cámara de presión.

Kane tocó un interruptor. Surgió de la pared un escudo protector y reveló tres botones ocultos debajo. Los oprimió en sucesión.

Hubo un chirrido y la puerta se apartó. Todos entraron.

Siete trajes al alto vacío se hallaban dispuestos en las paredes. Eran voluminosos, incómodos y absolutamente necesarios para aquel paseo si los cálculos de Ash acerca de lo que podía haber en el exterior eran siquiera aproximados. Se ayudaron unos a otros a entrar en aquellas pieles artificiales y revisaron las funciones unos de otros.

Luego, llegó el momento de ponerse los cascos; esto se hizo con la debida solemnidad y cuidado; cada uno, a su vez, se aseguró de que tanto él como su vestido estuviesen herméticamente colocados.

Dallas revisó el casco de Kane, Kane revisó el de Lambert y ella lo hizo con el del capitán. Llevaron a cabo aquel juego con la mayor seriedad; los viajeros del espacio parecían tres simios que se imitaran unos a otros, por último se acomodaron los reguladores automáticos. Pronto los tres estuvieron respirando el aire inerte, pero saludable, de sus respectivos tanques.

Con una mano enguantada, Dallas activó el comunicador interno del casco:

—Estoy transmitiendo. ¿Me oyen?

—Estamos recibiendo —anunció Kane, y luego hizo una pauta para adaptar la energía de su propio micrófono—. ¿Me oyes?

Dallas asintió con la cabeza y se dirigió hacia Lambert que aún no había hablado.

—Estoy recibiendo —dijo, sin tratar de ocultar su descontento. No se había reconciliado con formar parte de la expedición.

—Vamos, Lambert —dijo Dallas, tratando de animarla—. Te escogí por tus habilidades, no por tu alegre carácter.

—Gracias por el cumplido —dijo ella secamente—. ¿Por qué no pudiste escoger a Ash o a Parker? Probablemente a ellos les habría encantado ir.

—Ash tiene que permanecer a bordo; ya lo sabes. Parker tiene quehacer en el cuarto de máquinas y no podría orientarse sin instrumentos en una bolsa de papel. No me importa si maldices a cada paso que des. Simplemente asegúrate que encontremos la fuente de esa maldita señal.

—Sí, divertidísimo.

—Muy bien, en eso quedamos, entonces. Mantente lejos de las armas a menos que te diga lo contrario.

—¿Esperas encontrar tipos amistosos? —preguntó Kane, dudando.

—Esperamos lo mejor, antes que lo peor —dijo Dallas, y luego tocándose los controles externos del traje, abrió otro canal—. Ash ¿estás ahí?

Fue Ripley la que respondió:

—Va camino a la cámara de ciencias. Dale un par de minutos.

—Con cuidado —dijo Dallas volviéndose hacia Kane—. Cierra la escotilla interna.

El ejecutivo tocó los controles necesarios y la puerta se deslizó tras ellos, hasta quedar cerrada.

—Ahora, abre la exterior.

Kane repitió el procedimiento que les había dado entrada a la esclusa. Después de oprimir el último botón, permaneció de pie junto con los otros y esperó. Inconscientemente, Lambert oprimió su traje contra la puerta interna de la cámara, en reacción instintiva a lo desconocido que podía haber afuera.

La escotilla exterior se deslizó hasta quedar abierta. Nubes de polvo y de vapor aparecieron girando ante los tres seres humanos. La luz de la preaurora era del color de una naranja quemada. No era el jovial y reconfortante color amarillo del sol, pero Dallas tenía esperanzas de que aquello mejorara cuando el sol siguiera subiendo. Les daba luz suficiente para ver, aunque no había gran cosa que ver en aquel aire denso y lleno de partículas.

Salieron a la plataforma de un ascensor que corría entre zancos de soporte. Kane tocó otro interruptor. La plataforma descendió, y unos sensores colocados en su interior indicaron dónde estaba el suelo. Computó la distancia, y se detuvo cuando su base parecía besar el punto más alto de una piedra negra.

Encabezados por Dallas, más por hábito que por un procedimiento formal, avanzaron cuidadosamente hasta llegar a la propia superficie. La lava era dura bajo sus botas. Vientos con fuerza huracanada los azotaban mientras observaban el panorama barrido por el viento.

Por el momento no pudieron ver nada más que lo que pasaba entre sus botas, formando parte de una neblina color anaranjado y marrón.

"¡Qué lugar tan deprimente!", pensó Lambert. No era precisamente aterrador, aunque la incapacidad de ver lejos sí resultaba desconcertante. Le hizo pensar en un chapuzón nocturno en aguas infestadas de tiburones. Nunca se sabía lo que podía salirle a uno de entre las tinieblas.

Quizás estaba prejuzgando, pero no le pareció. En toda aquella tierra no había ni un solo color vivo. Ni un azul, ni un verde; tan sólo una continua mezcla de amarillo, anaranjado y marrones y grises cansados. Nada para animar el ojo mental que, a su vez, puede tranquilizar los propios pensamientos. La atmósfera era del color gris de un experimento fallido, el terreno del de las excrecencias compactas de una nave. Sintió lástima de todo lo que pudiera vivir allí. Pese a la falta de pruebas en algún sentido, tenía la sensación de que nada vivía por entonces en aquel mundo.

Quizás no tuviese razón. Quizás aquel fuese el concepto del paraíso que pudiera tener alguna criatura desconocida. Si tal resultaba el caso, pensó que no le gustaría mucho la compañía de semejante criatura.

—¿En qué dirección vamos?

—¿Qué? —La neblina y las nubes se habían mezclado con sus pensamientos, pero logró deshacerse de ellos.

—¿Por dónde tomamos, Lambert? —dijo Dallas, contemplándola fijamente.

—Estoy bien. Pensaba demasiado. —En su mente había visualizado su puesto a bordo del
Nostromo.
Aquel asiento con sus instrumentos de navegación, tan sofocante y limitado en condiciones normales, y ahora le parecía un pedazo del paraíso.

Verificó una línea que había en la pantalla de un pequeño aparato que tenía sujeto a su cintura.

—Por allí. En esa dirección —dijo, señalando.

—Te seguimos —dijo Dallas colocándose detrás de ella.

Seguida por el capitán y por Kane, echó a andar en mitad de la tormenta. En cuanto abandonaron la masa protectora del
Nostromo,
la tormenta los rodeó por todos lados.

Ella se detuvo, molesta, y manipuló los instrumentos de su traje.

—Ahora no puedo ver nada.

La voz de Ash sonó, inesperadamente, en su casco.

—Enciende el buscador. Está sintonizado con la llamada de auxilio. Déjate guiar, y no interfieras. Yo ya lo he hecho.

—Ya está encendido y sintonizado —respondió ella con violencia—. ¿Crees que no conozco mi trabajo?

—No quise ofender —respondió el científico.

Ella gruñó y echó a andar entre la neblina.

Dallas habló dirigiéndose al micrófono de su casco:

—El rastreador está trabajando bien. ¿Seguro que nos oyes bien, Ash?

Dentro de la cámara de ciencia de la parte baja de la nave, Ash desvió su mirada de las figuras oscurecidas por el polvo que se alejaban lentamente y contempló el tablero brillantemente iluminado que tenía enfrente. En la pantalla aparecían claras y nítidas las imágenes estilizadas. Tocó un control y hubo un ligero ruido cuando la silla corrió ligeramente sobre sus rieles, alineándose precisamente con la pantalla iluminada.

—Te veo claramente en la burbuja. Leo claramente, y los sonidos son altos. Buena imagen en la pantalla de aquí. No creo perderte. La niebla no es lo bastante espesa, y no parece haber mucha interferencia aquí en la superficie. La señal de auxilio está en una frecuencia distinta, por lo que no hay peligro de interferencia.

—Me parece bien —dijo la voz de Dallas, deformada por el micrófono—. Estamos recibiendo claramente. Hay que asegurarse de mantener abierto el canal. No queremos perdernos aquí.

—Verificaré. Si es necesario les daré instrucciones a todos a cada paso. No se preocupen, mientras no pase nada.

—Bueno, Dallas fuera. —Dallas dejó abierto el canal de la nave y vio que Lambert lo observaba desde el visor de su traje.

—Estamos perdiendo el tiempo. Hay que moverse.

Lambert se dio vuelta sin decir palabra, su atención volvió a concentrarse en el rastreador, y echó a andar por el limo flojo. La gravedad ligeramente inferior eliminaba el peso de los trajes y los tanques aun cuando todos seguían preguntándose por la composición de un mundo tan pequeño que, sin embargo, podía generar tanta gravitación. Mentalmente, Dallas se reservó tiempo para hacer un análisis geológico profundo. Quizás fuera la influencia de Parker, pero la posibilidad de que aquel mundo contuviera grandes depósitos de valiosísimos metales pesados no podía pasarse por alto.

Desde luego, la Compañía se arrogaría todo el descubrimiento, pues la expedición se había hecho con equipo de la Compañía y con el tiempo de la Compañía. Pero podía significar alguna generosa bonificación. Su parada no intencional podía resultar provechosa, después de todo. El viento los empujaba, azotándolos con polvo y piedrecillas como una lluvia sólida.

—No puedo ver más allá de tres metros en cualquier dirección —murmuró Lambert.

—Deja de quejarte —se oyó la voz de Kane.

—Me gusta quejarme.

—¡Vamos! Dejen de actuar como dos niños. Este no es el lugar.

—Sin embargo, es un bonito lugarcillo —dijo Lambert, sin dejarse intimidar—. No estropeado por el hombre ni por la naturaleza. Muy buen lugar para estar... si fueras una roca.

—Dije que ya basta.

Lambert se calló, pero no dejó de quejarse entre dientes. Dallas podía ordenarle dejar de hablar, pero no dejar de refunfuñar.

De pronto, a sus ojos llegó una información que momentáneamente apartó sus ideas de sus quejas del lugar. Algo había desaparecido de la pantalla del rastreador.

—¿Qué pasa? —preguntó Dallas.

—Espera.

Lambert realizó un ligero ajuste del aparato, con dificultad, por causa de los guantes voluminosos. La línea que había desaparecido en el rastreador volvió a aparecer.

BOOK: Alien
3.83Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Magically Delicious by Caitlin Ricci
Educating Emma by Kat Austen
Death in Summer by William Trevor
El capitán Alatriste by Arturo y Carlota Pérez-Reverte
The Dark Age by Traci Harding
Working It Out by Trojan, Teri
Bar Tricks by N. Kuhn
Sparkle by Rudy Yuly
A Guardian Angel by Williams, Phoenix