Read Buenos Aires es leyenda 3 Online
Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes
Tags: #Cuento, Fantástico
Montecastro, un barrio de jardines azotados por poderosos vientos, vientos que, también según su gente, soplan aquí con más fuerza que en ningún otro barrio.
Pero sobre todo, Montecastro, es un barrio con magia. Una prueba fiel de este último atributo es el relato con el que abrimos este capítulo. La historia de la misteriosa desaparición de Flavio (Fabio en algunas versiones, Guillermo en otras) en manos de su propio padre, el mago Equis, es un clásico en algunos rincones de estos elevados parajes.
S
EBASTIÁN
H. (taller mecánico): «La historia tiene sus buenos años. Mi abuelo ya me la contaba de chico. Siempre que salía el tema de la magia, se largaba a contar la historia de Equis y su hijo».
Á
LVARO
J. (jubilado): «Ningún mito, muchachitos. Pasan cosas extrañas bajo el sol, y la de ese desgraciado mago fue una de ellas. El chico desapareció en serio. No lo encontraron nunca».
F
RANCISCA
L. (ama de casa): «¿Cómo no me voy a acordar? No se habló de otra cosa durante semanas. Vinieron magos de muchas partes, hasta del extranjero. Uno podía percatarse porque iban por las calles del barrio vistiendo diferente. Habían llegado para intentar traer al chico de vuelta. Pero ninguno pudo».
Los testimonios que dan fe de los hechos detallados en el mito coinciden, por lo general, en la ubicación temporal de los mismos: fines de los años 20, comienzos de los 30.
Dicha época coincide con un marcado crecimiento barrial en lo que a tránsito de gente respecta; crecimiento que fue impulsado por diferentes circunstancias, de las cuales las más importantes, tal vez, hayan sido las relacionadas con los medios de transporte.
Por un lado se impuso la línea N°1 de tranvías que llegaba hasta Liniers por Rivadavia, mientras que por otro hicieron su aparición por las calles del barrio los primeros colectivos. Y por una simple regla mítica, a más gente, más historias. ¿Estaría entre esas nuevas historias el embrión de lo que luego sería el mito que tratamos? ¿Se deberá a esto que a la desafortunada función de Equis se la identifica con esta época?
También por aquellos años, más específicamente a fines de 1929, lo que convocó a personas de todos los rincones de la ciudad fue la inauguración, por parte de la familia Corradini, del «Cine Teatro Febo» en Álvarez Jonte al 4400, el cual no tenía nada que envidiarle a los modernos teatros del Centro. Por su escenario pasaron los más renombrados artistas de la época como Libertad Lamarque, Ignacio Corsini y Azucena Maizani, entre otros. Algunas versiones aseguran que entre esos
otros
se encontraba el mago Equis, y que fue en este teatro en donde aconteció la misteriosa desaparición que relata el mito. Es más, los que esquivan la parte sobrenatural de la historia, dicen que Flavio se habría escondido en la fosa construida para la orquesta o en alguno de los camarines que se ubicaban en el subsuelo, y que luego escapó del edificio sin ser visto. Habría intentado huir así de su padre quien, dicen, lo maltrataba además de obligarlo, en contra de sus deseos, a participar del show.
Un dato interesante: en 1958 se venden las instalaciones del «Cine Teatro Febo», dejándole el lugar a un banco que abrió sus puertas durante dos décadas. Existe el rumor de que tanto empleados como clientes de dicho banco solían escuchar…
—… una voz pidiendo ayuda —según R
ÓMULO
U., vecino de Montecastro—. Yo la escuché estando en el banco. Era la voz de un chico, y venía de abajo, como si estuviera enterrado bajo los cimientos. Cuando pregunté de quién era esa voz, me dijeron que era del chico ese que desapareció en un show de magia, que se lamentaba desde otra dimensión o algo así.
Como podemos apreciar, por más esfuerzo que hagamos, a una leyenda urbana no se la puede mantener durante mucho tiempo desprovista de su carga sobrenatural.
Sin embargo, fue un testimonio que no solo negó la realidad del costado quimérico del mito, sino que desestimó su total veracidad, el que nos condujo hacía una línea de investigación por demás interesante. Helo aquí:
R
AFAEL
L. (casa de antigüedades): «Equis nunca existió. Fue un invento de la gente de Montecastro para competir con Villa Luro. Es que ellos tenían a Baigorri».
Juan Baigorri Velar nació en Entre Ríos en 1891. Hijo de un militar, se recibe de ingeniero, y se especializa en Geofísica en la Universidad de Milán, Italia. Es contratado por diversas empresas petroleras, lo que lo lleva a viajar por diferentes partes del mundo. En 1929 vuelve a nuestro país ante el ofrecimiento de un cargo en YPF y se instala, con su esposa y su hijo, en Caballito, lugar en el que no duraría mucho ya que la humedad presente en el barrio no era buena para sus problemas bronquiales. Por consejo médico busca tierras más altas y es así que se muda a una casa en Ramón Falcón y Araujo, Villa Luro, barrio que limita con Montecastro que, como ya vimos, se alza sobre una de las zonas más elevadas de la Ciudad. Baigorri también elige la nueva casa por el altillo que esta posee, ideal para ubicar su laboratorio.
Algunos dicen que la inventó en Italia y la trajo en el equipaje, otros dicen que la perpetró en aquel altillo de Villa Luro; la cuestión fue que en 1938 Juan Baigorri Velar declara poseer una máquina que podía hacer llover en cualquier momento y lugar. El artilugio en sí consistía en una caja cúbica con dos antenas prominentes, la cual se conectaba a una batería. En su interior se alojaban, según su creador, una argamasa de reactivos químicos.
Para probar que lo que decía no era ninguna locura, viajó a Santiago del Estero, a una estancia que había recibido su última lluvia 16 meses atrás. Una vez allí conectó su aparato, expandió las antenas… ya las pocas horas el agua comenzó a caer del cielo mojando la tierra agrietada.
El triunfo de Baigorri llegó a oídos del que era gobernador de la provincia, Pío Montenegro, quien inmediatamente solicitó su presencia en una estancia de su propiedad en la que no se registraban precipitaciones desde hacía ya tres años. El ingeniero se hace presente en el sitio indicado. Esta vez le cuesta tres días de trabajo, pero luego llueven 60 milímetros en dos horas.
A pesar de estas proezas, «el mago de Villa Luro» —como se lo comenzó a llamar a Baigorri— tenía numerosos detractores entre los que estaba el Director del Servicio de Meteorología Nacional, el señor A. Calmarini, quien llegó a decir que lo que hacía Baigorri era un atentado a la ciencia. Nuestro personaje le envió a modo de respuesta un paraguas con una tarjeta que decía: «Para que lo use el 2 de enero, a la madrugada». Se refería al segundo día del año 1939.
Aquellos festejos de año nuevo se realizaron dentro de un clima sofocante, con mucho calor y humedad, y con ninguna esperanza de lluvia, pues el cielo estaba totalmente despejado. En la mañana del 2 de enero la gente regresó a sus trabajos y, para asombro de todos, aparecieron las primeras nubes, raquíticas en un comienzo, luego corpulentas, oscureciendo el firmamento hasta ponerlo negro. N o tardó en desatarse una tormenta eléctrica con el agua cayendo a cataratas. «Como lo pronosticó Baigorri, hoy llovió», titulaba el diario
Crítica
en su quinta edición de aquel día mágico.
Las gestas del «mago de Villa Luro» no terminan con el cumplimiento de aquella profecía. Entre muchas otras se le adjudica el haber hecho llover en la localidad de Carhué hasta desbordar la laguna, luego de tres años que no caía una gota; así como hacer lo propio en una zona de San Juan que no había recibido precipitaciones en los últimos ocho años.
Medios extranjeros, como
The Times
de Londres, viajaron a Buenos Aires para entrevistarlo. Hasta se dice que un ingeniero norteamericano le ofreció una suma millonaria por su máquina de hacer llover, pero Baigorri no la aceptó aludiendo que su invento era para fortalecer a su país.
El final de la historia de este mítico «mago» no puede ser más novelesco: muere en 1972, a los 81 años llevándose su secreto a la tumba, pues nada más se supo de su increíble creación. Algunos dicen que fue destruida junto a todos los papeles que guardaban alguna información sobre ella, otros afirman que fue entregada, en forma reservada, al ejército, amén de los vínculos que había mantenido su padre con el General Julio A. Roca.
Cuando la tapa del ataúd que contenía los restos del ingeniero recibió el golpe de la primera palada de tierra, comenzó a llover. Este detalle, arriesga la mayoría, confirma que aquel misterioso discípulo que poseyera la tan deseada máquina en el momento en que enterraban a Baigorri, cumplió con la orden que este le diera en su último suspiro: «Ponla a funcionar cuando yo me esté yendo».
Regresemos ahora a Montecastro, al mito de este capítulo.
¿Será como dice Rafael? ¿La historia de Equis, el mago, solo fue ideada para no ser menos que el barrio vecino, al menos en lo que a personajes mágicos respecta?
Nuestra experiencia nos dice que sí, que es posible: el porteño ama su barrio, y no tiene dudas de que los relatos más extraordinarios ocurrieron allí, en su entorno, en sus calles. Y si algo amenaza aquella supremacía, el boca en boca se encargará de poner las cosas en su lugar, con algún rumor nuevo, algún mito.
Eso sí, esto no quita que la leyenda del mago Equis tenga una base real, algún acontecimiento que involucró a un mago, y que luego haya servido como disparador del mito que pasaría a competir con el de Villa Luro.
Aunque hay algunos que dan vuelta la cosa:
H
ORACIO
E. (farmacéutico): «Fue al revés. Los de Villa Luro, envidiosos de la genial historia de Equis, agarraron al inventor ese de poca monta que tenían abandonado en un altillo, ese Baigorri Velar, y de un día para el otro lo ascendieron a la categoría de mago, exagerando el éxito de sus experimentos. Además, ¿mago?, ¿qué tipo de mago tiene un solo truco y lo hace mediante una maquinita? Equis te hacía desaparecer con una varita y un pedazo de tela, nada más. Y tenía doscientos trucos. Encima, los aciertos de Baigorri fueron pura casualidad, nadie habla de las veces que su aparato fracasó. Y fueron muchas».
De una o de otra manera, parece que en un pasado los mitos estuvieron relacionados. La coincidencia de que ambos «magos» no parecieran llevarse muy bien con su respectivo hijo (en el caso del de Villa Luro esta enemistad habría llevado a Baigorri a retraerse por largos períodos en la soledad de su altillo) quizá se trate de un vestigio de aquella abandonada simbiosis.
Además podemos resaltar un dato sospechoso: mientras algunas versiones de la historia de Equis, como ya dijimos, citan a su hijo bajo el nombre de Guillermo; el hijo de Baigorri Velar se llamaba William…
Otro posible vestigio de la relación entre las leyendas urbanas tiene que ver con el origen de la magia usada por ambos protagonistas.
Ciertos rumores que apuntan al ensamblaje de la famosa máquina que hacía llover, aseguran que su creador trajo de Italia todas las piezas del singular artilugio. Todas menos una. Esa pieza, la más importante, le habría sido entregada en Montecastro por un misterioso hombre de origen gitano. Supuestamente ese fragmento consistía en el componente «mágico» que le otorgaría a la máquina el don de la predicción pluvial.
Aires gitanos soplan también en la historia de Equis, pero con un matiz menos feliz. Pero antes de profundizar en este punto, veamos una opción realmente interesante.
«La historia del mago que hace desaparecer a alguien y ya no lo puede recuperar es vieja como la historia de la magia. Sé que hay muchas versiones literarias…», nos dijo la escritora argentina Ana María Shua después de consultada por el tema. Y acudimos a ella porque una de esas versiones literarias a las que se refiere es justamente de su autoría. El cuento se titula «Fiestita con animación» y narra, con magistral pluma, el caso de una niña que, en la celebración de su cumpleaños, hace desaparecer a su hermanita siguiendo los pasos de un truco de magia que aprendió por televisión. El problema residía en que la agasajada no sabía cómo realizar la segunda parte del truco, el acto de aparición: le habían cambiado de canal antes de que lo explicaran.
Otra versión literaria del mismo tipo de historia lo encontramos en un capítulo de la novela de Stephen King,
Tommyknockers
, en el que es un muchacho el que hace desaparecer a su hermano mediante un truco similar.
Y los de estos dos escritores no son los únicos ejemplos de ficciones basadas en la misma idea. Como dice Ana María, hay muchos más. Esto demostraría lo atractiva que resulta esta extraña situación para la mayoría de nosotros, la del truco que se transforma en verdadera magia.
¿Puede estar, la historia de Equis y su hijo, basada en alguna obra de ficción? Existen testimonios que coquetean con esta posibilidad, como los que nos recuerdan el paso por el barrio de Roberto Arlt, nada menos.
Como a Baigorri, los médicos le recomiendan al escritor buscar tierras altas para vivir, a raíz de una bronconeumonía. Es así que Arlt se termina instalando en una casa sobre la calle Lascano, entre Segurola y Sanabria, en la que viviría entre 1924 y 1926 (nótese la coincidencia de estas fechas con las supuestas para los acontecimientos del mito).
Durante el tiempo que permaneció en Montecastro, el escritor estuvo sumergido en la escritura de lo que sería
El juguete rabioso
. Ahora bien, según algunas fuentes, entre capítulo y capítulo de la que sería su obra más famosa, habría escrito, solo a modo de ejercicio, para despejar la mente, un cuento corto acerca de un desgraciado mago que pierde a su hijo al hacerla desaparecer definitivamente en uno de sus trucos. Un cuento inédito, por supuesto, y del cual se perdió todo registro… salvo por alguien anónimo que tuvo acceso a él y comenzó a difundirlo oralmente, de manera tal que fue perdiendo su carácter ficticio, transformándose en la leyenda urbana que nos ocupa.
Un cuento hecho mito. Una posibilidad.
Volviendo a los gitanos y a su relación con la historia de Equis, debemos decir que a los integrantes de esta singular comunidad se los ve, en la actualidad, deambular por las calles del barrio con su aire desenvuelto y —por qué no— mágico, como si supieran algo que el resto de los mortales desconocemos. Viven en terrenos en donde yacen apilados los cadáveres oxidados de decenas de autos, y entre los pastos y la chatarra van, vienen, hablan entre ellos, miran de reojo, sonríen.