Read Buenos Aires es leyenda 3 Online
Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes
Tags: #Cuento, Fantástico
Y el sonido parecía venir a nuestro encuentro.
Seguimos caminando por la calle Paz Soldán, y entonces, cuando llegábamos a la esquina siguiente, lo vimos: por Ávalos apareció trotando «el loco de la motosierra».
Era él. No solo por el sonido que hacía con la boca, sino por su aspecto: vestía únicamente un pantalón jogging celeste, bastante gastado, y un cuello polar al tono. Tenía los pies y el torso desnudos, y eso que el viento que soplaba era cada vez más intenso y frío.
Casi nos lleva por delante en aquella esquina de Paz Soldán y Ávalos. Apenas nos vio, tuvo una reacción inesperada: bajó la cabeza y escupió, con semejante puntería que dejó su esputo chorreando en la punta del zapato de uno de nosotros. Acto seguido, se limpió los labios con el dorso de la mano y nos dijo mirándonos directamente a los ojos:
—Ahí tenés, Moreira. Te la tenía jurada. Ahora ya podés contar cuántos pares son tres botas.
—¿Perdón? —acertamos a decir.
—Los machos no piden perdón, los machos escupen y toman mate amargo. Vos, Moreira —el dedo acusador del loco nos señaló, primero a uno, luego al otro—, vos tenés jeta de yerba saborizada.
Era el loco, no podíamos dejarlo pasar, teníamos que sacarle algo interesante. Era el único testigo potencial de primera mano del que teníamos referencia, el único que habría estado sentado en la siniestra silla de Sarrasqueta y vivió para…, bueno, teníamos que averiguar si era capaz de contarlo o no. Decidimos atacar.
—Nos hablaron de usted —le dijimos—. Nos dijeron que conoció a Sarrasqueta, el dent…
—Muzzarella, Moreira —nos ordenó el loco, interrumpiendo—. No lo nombre al
tordo
del torno. ¿Está usted,
crazy
? Sí,
crazy
ha de estar, Moreira, como lo está Pancho Dotto —entonces levantó la vista al cielo encapotado y gritó—: ¡Dottoooooooooo!
El firmamento le respondió con el estruendo de un trueno.
Y más que el alarido o el trueno, nos paralizó otra cosa: la dentadura del loco. Pudimos verla con bastante detalle cuando el hombre semidesnudo gritó. Era un desastre. Le faltaban más de la mitad de los dientes, y los pocos que tenían estaban tan corrompidos y deformados que más que dientes parecían pezuñas.
—Por favor —tratábamos de domarlo—, por favor, necesitamos saber si lo que dicen es verdad, si usted conoció a Sarra… a ese dentista.
—Usted sabe que es verdad, Moreira. ¿Cómo no voy a conocer a Rentistas, el club del que fui hincha gran parte de mi vida? Todo muy lindo hasta que perdió con los de Juventud de Bernal. ¡Los muertos de Juventud! Ahí no más, le retiré el saludo a mi Rentistas querido y me hice de Mandiyú. ¿O no ven la remera que traigo puesta? Maradona nos va a sacar campeón.
Cada vez nos convencíamos más de lo difícil de nuestra empresa: sacarle algo de información racional sobre nuestro mito al loco de la motosierra. De todas maneras, aún no nos dábamos por vencidos.
—No, estimado —aclaramos de la manera más suave posible—, Rentistas no. Le preguntamos por el den-tis-ta asesino.
—Maradona y Pancho Dotto —el loco no daba señales de habernos escuchado—, ¿qué equipo tiene una dupla técnica como esa? Pelusa y Panchito… —tomó aire y, otra vez, lanzó su grito al cielo—: ¡Dottoooooooooo!
Increíblemente, obtuvo como respuesta otro trueno. Empezaron a caer las primeras gotas. No nos quedaba mucho tiempo antes del aguacero.
Intentamos seguirle el juego.
—¿Sabe usted que Sarrasqueta también es hincha de Mandiyú?
—¡Pero, la gran puta! ¿No me escucha, Moreira? ¿Quiere un hisopo? ¡No lo nombre más a ese hijo del demonio! Además está diciendo boludeces, el tipo es alemán, de la tierra de Frida y Otto… ¡Ottoooooooooo!
Un nuevo alarido dedicado a la esfera celeste. Esta vez no hubo trueno. Las gotas eran cada vez más grandes y más numerosas.
Los que ahora también queríamos gritar, pero de alegría, éramos nosotros. Acabábamos de obtener los primeros datos de boca de aquel delirante personaje. Teníamos que aprovechar aquel puntapié inicial.
—¿Alemán? ¿Sarrasqueta?
—Sí, Moreira, alemán de Alemania. Otto Berger, ese es su verdadero nombre. Decile sí a Tita, decile sí a Terrabuuuusi, Moreira. Pero nunca le digas sí a Otto porque te rompe el otto, ja ja. Y la boca, por supuesto, si te agarra Otto te deja la boca como si te hubieras fumado un cartucho de dinamita.
—Usted estuvo bajo el torno de Otto, según nos dijeron.
—¿Y por qué pensás que tengo la boca como la tengo…? ¿Por comer mucho turrón en Navidad?
La conversación ya se desarrollaba bajo una lluvia de caudal considerable. Estábamos empapados. Al loco le chorreaba el cuello polar como cuando se aprieta una esponja.
—¿Y cómo hizo para escapar? —preguntamos.
—¿A qué viene tanta preguntita, Moreira? ¿Estás escribiendo un librito o algo así? Tenés pinta de escritor de libritos, ¿sabes? Pero ahora me toca preguntar a mí. ¿Qué es un «chizo»?
Si queríamos seguir preguntando teníamos que responderle algo. Un nuevo rayo quemó el cielo.
—¿Un tipo de murciélago? —fue la primera cosa delirante que se nos ocurrió.
—No, Moreira. Es la abreviatura de «chicito». Pero fue bueno el intento.
Supusimos que nos tocaba a nosotros.
—¿Cómo hizo para escapar del consultorio de Otto Berger? —tuvimos que repetirle la pregunta unas tres veces. La tormenta hacía cada vez más complicada la comunicación.
—Le rompí el grabadorcito choto que tenía arriba de un mueble. ¡Grabadorcito chotoooooooooo! —el loco gritó de cara al firmamento, una vez más. Las gotas le rebotaban en el rostro, le entraban por la boca abierta. Conseguimos arrastrarlo bajo el techito de una parada de colectivos. La lluvia igual nos mojaba, pero podíamos escuchar mejor. El loco continuó—. Yo ya estaba medio boludo por la sangre que perdí y por el dolor… ¡el dolor! ¡Moreira, querido! Me acuerdo y me duelen las encías, ja ja. Era como si masticara carbón al rojo vivo. Pero como soy igual que «Termidor», ¿viste?, el robot de la película, que cuando parece muerto saca energía de no sé dónde (luego coincidimos en que nuestro interlocutor se refería a «
Terminator
», el robot del futuro interpretado por Arnold Schwarzenegger para el cine), saqué fuerzas de algún lado, me solté una mano que no estaba muy bien atada, agarré un molde de dentadura que tenía cerca y se lo tiré a la jeta. El alemán se corrió y el molde le dio de lleno al grabadorcito ese que tenía todo el tiempo con música clásica. Fue como si le hubiera matado a Frida.
—¿Frida?
—Frida Agor, su esposa. Fue como si le hubiera pegado a ella. Otto se olvidó de mí y se puso a arreglar el aparato. Yo aproveché. Con la mano libre me desaté y me fui a la mierda. Rompí una ventana y salté.
El loco de la motosierra parecía transformado, como si el recordar aquella vivencia le hubiera anulado un poco el delirio que lo dominaba. Hasta parecía una persona normal. Una persona normal vestida con jogging y mello polar. Pero aquello no duró mucho. Un instante después el brillo de la demencia se reavivó en sus ojos y nos dijo.
—¿Y qué hago yo perdiendo el tiempo con vos? No te das cuenta de que es jueves, chiquito. ¡Jueves! Los jueves yo no hablo con nadie más de cinco minutos. ¿Sabés por qué? —el loco nos puso una mano en la cabeza a cada uno y acercó tanto su rostro a los nuestros que pudimos oler la peste que anidaba en sus fauces—. Porque me lo ordenó el Chómpiras —nos dijo en tono confidente.
Nos soltó y corrió bajo el diluvio.
—¡No se vaya! —le suplicamos dejando el techito. El mundo era una cortina de agua. No se veía a diez metros—. ¡¿Dónde está el consultorio?! ¡¿Qué más sabe de Sarrasqueta?!
Lo último que le escuchamos gritar antes de que se perdiera en la tempestad con su motosierra invisible fue:
—¡Moreiraaaaaaaaaaaa!
Cada uno sacará sus conclusiones acerca de este delirante encuentro. Lo que podemos decir es que este singular testimonio, al menos, volvió sobre ciertos elementos del mito urbano: el sadismo del dentista, la inmovilización del paciente-víctima y la música clásica en el consultorio. Y agregó otros, como el origen alemán del asesino y la existencia de una esposa.
La mitología porteña no nos da tregua, está en constante movimiento. Hay mitos que nacen en el lugar menos pensado, y mitos que se hunden en la oscuridad del más profundo de los callejones, mitos que resucitan, mitos que gritan su historia, pero, sobre todo, mitos que evolucionan, que mutan para sobrevivir en nuestra salvaje Buenos Aires.
Es así que cuando nos hallábamos a punto de cerrar, este, el tercer volumen de nuestra saga, la realidad nos sorprendió.
Mayo de 2008. Nuestra ciudad recién comenzaba a librarse del humo generado por la quema de pastizales en el delta, cuando un nuevo humo, el humo implacable del miedo, comenzó a invadiría a raíz de la posibilidad cada vez más real de que Ricardo Barreda, el dentista culpable del cuádruple homicidio en La Plata, dejara la cárcel.
No importó demasiado que, en realidad, Barreda no fuera a quedar en libertad, sino bajo arresto domiciliario. Es más, muchos vecinos de Belgrano protestaron ante la casi certeza de que el asesino se instale en aquel barrio a cumplir dicho arresto, más precisamente en Vidal al 2300, donde se ubica el PH de su novia, Berta «Pochi» André, a quien conoció en la Unidad N° 9 de La Plata, lugar en el que Barreda estuvo desde su detención. Berta solía visitar a un familiar alojado en aquella prisión.
«No creo que se haya recuperado. No sé si le hicieron el tratamiento exacto en la cárcel. Habría que hablar con los demás vecinos a ver si se juntan firmas y este hombre puede vivir en otra parte».
«Que viva donde quiera, pero no me siento segura con él acá por los hechos que cometió».
«Es un asesino, y eso no cambia. Que no venga, no lo queremos».
Estos testimonios, recogidos por el diario
Clarín
en una nota del 9 de mayo de 2008, reflejan el miedo al que nos referimos, así como el dato de que ninguna de estas personas se animó a dar su nombre.
Y este mismo miedo, de alguna manera, reavivó el mito del Doctor Juan Enrique Sarrasqueta (o de Otto Berger, según el loco de la motosierra). Y decimos «de alguna manera» porque son muchos los caminos que puede tomar una leyenda urbana para surgir, aunque suponemos que el camino más directo habrá sido el de la asociación: al ver a Barreda nuevamente en los titulares, el «archivo mental de dentistas psicópatas» se les habrá activado a muchos trayéndoles el recuerdo de aquel odontólogo de Paternal que, según dicen, tortura hasta la muerte a sus pacientes mientras escucha música clásica. «Es un disparate. La gente inventa cualquier cosa», se dirán algunos ante el recuerdo del mito barrial. «Cómo puede un dentista guardar semejante monstruo adentro». Pero si siguen leyendo las noticias, tal vez cambien de opinión, sobre todo ante ciertas declaraciones, publicadas el 20 de mayo de 2008 por el diario
Infobae
, realizadas por el mismo Ricardo Barreda con respecto a la tragedia que ocasionó:
Creo que hubo un desdoblamiento de la personalidad, […] no era yo. Era medio como Dr. Jekyll y Mr. Hyde.
GUILLERMO BARRANTES
, nació en Buenos Aires en 1974. Sus cuentos forman parte de numerosas antologías. Uno de ellos, «Tierra virgen», obtuvo en 1998 una Mención de Honor en el concurso anual de cuentos organizado por el Círculo Argentino de Ciencia-ficción y Fantasía. Integró los programas radiales
Libros que muerden
(FM Palermo / 1999-2000),
Babel: realidad y ficción
(FM Suburbana / 2001) y
Mil horas
(FM Los Cuarenta Principales / 2007). Fue colaborador de la revista
Colegios & Empresas
. Tuvo a su cargo diferentes suplementos, tanto literarios como de cine.
VÍCTOR COVIELLO
, nació en Buenos Aires en 1967. Fue nominado varias veces con el «Premio Más Allá», el mayor galardón del género fantástico y de ciencia-ficción en la Argentina, y que ganó en 1997 con «El chip verde». Sus relatos fueron publicados en diversas antologías y próximamente editará un libro para jóvenes:
Buenos Aires de terror
, con el sello Emecé. Colabora con
Axxon
, la primera revista de formato electrónico del mundo. Es publicitario y librero.
Actualmente los dos autores participan en
Voces anónimas
, programa de la televisión uruguaya (Teledoce / temporadas 2006, 2008, 2009). Además integran el programa radial
Metrópolis
(Radio Continental AM 590 / FM 104.3).