Read Buenos Aires es leyenda 3 Online
Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes
Tags: #Cuento, Fantástico
Patricia, ama de casa, nos contó su experiencia:
«Ya de entrada no me gustó nada. Las paredes parecían transpirar y eso que no hacía mucho calor. Había bastante gente, algunas criaturas lloraban.
»Vino una persona muy bien vestida, pero tenía un aliento como a cebolla que te daba arcadas.
»Me senté y me hicieron llenar unos datos del nene. Al principio venía bien, pero cuando una de las preguntas fue si estaba bautizado, sentí como que me sonaba una alarma. ¿Qué carajos les interesaba si estaba bautizado?
»Como esa persona vio que me estaba poniendo inquieta, me hizo pasar a otra habitación más estrecha en donde había un foco enorme y un par de cámaras como las de la tele.
»Un señor de edad mediana miraba por la cámara y le decía a alguien más que estaba a su lado.
»—
¡Bienvenida!
, me dijo,
¿preparada para ganar plata?
»Miren, yo sé que los artistas se visten raro pero ese tipo se veía y tenía un olor extraño. No era el olor a cebolla del otro, no. Era muy raro, como a tierra vieja.
»—
¿Un baño?, el nene se hizo pis
, le mentí. Tenía que pensar. Necesitaba la plata pero… Entonces vino un tipo enorme con cara de matón y nos acompañó al baño. Y si antes estaba inquieta, después de entrar a ese baño quería irme lo antes posible. No me animé a ver bien porque estaba con el nene pero en la bañadera había restos de algo, un animal, no sé, algo muerto, pero la cortina lo tapaba. Me temblaban las piernas como loca y le pedí a San Expedito poder salir ahí con mi bebé, sanos y salvos. Cuando abrí la puerta, tenía la cara del tipo ese.
»—
Me quedé sin pañales
, dije,
tengo que comprar
.
El tipo tardó en contestar.
»—
Acá tenemos, si gusta pasar a
…
»—
Mejor los compro yo, faltaba más, de ninguna manera
, le decía mientras agarraba a mi hijo con todas mis fuerzas buscando la salida. Pero algo me detuvo el paso: era ese hombre con olor raro que ahora tenía un fajo de billetes impresionante en una mano y una cajita en la otra.
—
¿Justo ahora se me va? ¿Cuando estamos por empezar a ganar dinero?
»—
No, no, ya vengo, solo voy a la farmacia
, le contesté o algo parecido.
»Entonces, el del olor le hizo un gesto al grandote y me abrió la puerta de calle. Lo miré por última vez y todavía recuerdo esa cara. Los ojos no eran de este mundo. Al nene lo hice bendecir por un cura. Y prometí no querer ganar plata con él».
Seleccionamos este testimonio porque nos pareció el más emblemático. Pero lo llamativo del caso es que de todas las personas entrevistadas, ninguna podía recordar exactamente el lugar. Una especie de trauma o censura les inhibía ese conocimiento. Al comienzo, pensábamos que era solo una historia que funcionaba con un único propósito: la advertencia. Pero todos los entrevistados aseguraban haber estado en esa situación.
Debíamos recurrir a una ayuda externa y un amigo nos acercó el nombre de un detective privado.
Ellos existen, tal vez no tan épicos, pero se mueven entre las sombras de nuestra ciudad.
Más parecido a Columbo (lo llamaremos así para reservar su identidad), que a un Spade o un Poirot, este policía retirado se gana un dinero extra con lo que él llama «changas».
Nos atendió frente a un escritorio desordenado, cientos de fotos desparramadas, recortes de diario y una computadora que tenía rastros de haberse quemado, parte del teclado y la pantalla y todo, cubierto por una persistente capa de polvo.
—Generalmente son casos de infidelidad —afirmó—. Nada que ver con las películas, es un trabajo más bien rutinario. Pero el caso que ustedes investigan me pega muy mal. Yo no tengo pibes pero sí sobrinos y esos padres que usan a las criaturas no tienen perdón.
—¿Cuál es la versión que Ud. tiene?
—Que con la excusa del
casting
, les hacen un informe que lo disfrazan de
book
, totalmente detallado. Prácticamente les sacan una radiografía a los pibes. Todos esos datos llegan a los compradores que «eligen» por catálogo.
—¿Y no los pueden sustraer de una
nursery
de un hospital público, por ejemplo?
—Sí, por supuesto, pero esas son banditas. Yo me refiero a un negocio organizado. Se supone que cuando los llevan a un
casting
, son más estéticos, más linditos si se me permite la expresión. Inclusive me llegó una historia que no la creo privativa de nuestro país pero es una luz de alarma. El
modus operandi
es el siguiente: principalmente se da en un centro comercial o shopping, donde hay mucha circulación de gente. Tiene que ser un menor que ya pueda ir al baño solo. El padre o la madre lo espera en el pasillo. El niño se mete en los baños privados. Apenas cierra la puerta se da cuenta de que hay alguien adentro. La víctima es rápidamente reducida con algún tipo de droga y se le cambia la ropa, se le pone una peluca (en algunos casos se le tiñe el pelo) y/o una gorra. En breves minutos se completa la operación y el sujeto sale del baño. El padre espera y espera y ya impaciente entra al baño. ¿Te falta mucho?, pregunta. Alguien contesta, a lo mejor, pero no es la voz de su hijo. El padre se empieza a inquietar y golpea todas las puertas de los privados. Una puerta se abre sola. En el momento que ve la ropa de su hijo, generalmente el padre se desmaya.
—¿Esto puede ser posible?
—Analicemos fríamente. Casi siempre, en estos sitios hay una persona que está en los baños, una persona fija. Pongamos el caso de que no se encuentre momentáneamente. Una tintura es muy difícil que pueda ser aplicada en tan poco tiempo. ¿Cómo la prepara? ¿Y si entra otra persona?
—Suponemos que dice que está ocupado.
—Correcto, pero tiene que estar en el baño una cantidad de tiempo importante. Por supuesto, si son muy organizados, y lo admito, puede ser factible. Improbable pero factible.
Columbo nos dio una posible dirección, pero nos advirtió del peligro: «como dije, estos no son principiantes, tengan cuidado».
Decidimos ir directamente a esa mítica oficina, y lo que ocurrió fue una de las cosas más extrañas de las que hayamos tenido memoria.
Previamente, se nos planteaba cómo nos presentaríamos. Ambos tenemos hijos pequeños pero la posibilidad de un mínimo riesgo nos hizo desechar la idea de inmediato. ¿Entonces? Decidimos hacerlo de la siguiente manera: el padre, la madre y un tío. ¿La madre? Luna C., una víctima de estos castings impiadosos. Visto en retrospectiva se torna hasta imprudente pero en ese momento nos pareció una idea ingeniosa y divertida. ¿Qué podría pasarnos a nosotros? Habíamos investigado enanos vampiros, gigantes, fantasmas, recorrido túneles, edificios y casas abandonadas y conocido todo tipo de personas. Faltaba solucionar el problema del hijo de la parejita. Compramos un bebé en una juguetería. Los modelos actuales son asombrosamente reales. Al menos podríamos mantener la ficción el tiempo suficiente para comprobar el supuesto lugar del mito.
Apenas entramos al edificio se empezaron a suceder hechos curiosos. Al transponer la puerta de entrada había un macetón con una de esas plantas típicas para adornar entradas. Al avanzar por el pasillo, notamos que el macetón ya no estaba ahí… ¿alguien se lo había llevado? Recorríamos un pasillo interminable. A pesar del día fresco, en el lugar hacía un calor sofocante. Los ascensores no aparecían. Seguimos caminando. El pasillo daba una curva, bajaba y ¡ahí estaban el macetón, la planta y el ascensor! No se nos ocurre cómo ni quién podría haber movido ese objeto pesado y en tan poco tiempo, porque no cabían dudas de que era el mismo. Difícilmente alguien podría repetirse en tan mal gusto. El macetón obstruía la entrada al ascensor casi en su totalidad. Esperamos pacientemente. Subía y bajaba pero nunca llegaba a planta baja. Finalmente llegó, vacío. Seguramente, pensamos, no debe funcionar correctamente. Como no vimos la escalera y seguíamos sin cruzarnos con nadie, nos arriesgamos. El ascensor no era muy antiguo pero se veía avejentado. Cada piso que pasábamos hacía un mido como si el metal de la caja raspara algo, un sonido agudo como el que hacen los subtes. Calor, dentro de ese ascensor que era un horno móvil. ¿Ya no habíamos pasado el tercer piso? De pronto, las luces, que ya parpadeaban al subir, se apagaron. Uno segundos después, todo se detuvo. Nos quedamos en silencio esperando que volviera la energía. Nada. Encontramos el botón de alarma: no funcionaba. El calor, sentíamos náuseas. Tendríamos que salir de ahí. Orientados con la pequeña luz de un celular encontramos el mecanismo para abrir. ¿Una mano? Sin duda alguien quería ayudarnos. A lo mejor era el portero. No, la mano desapareció. Los mecanismos, cerrados. Fuerza, fuerza y se abrió la puerta con una queja espantosa. Salir, salir para arriba. Primero hicimos pasar «al bebé», después subió Luna y luego nosotros (padre y tío). Inmediatamente pasó algo que muchos, en nuestra peor pesadilla, solemos temer: el ascensor simplemente se desplomó. Un poco más y… sin embargo no escuchamos el ruido de la caída. ¿En qué piso estábamos? El pasillo era gris pero no había puertas. Las baldosas estaban flojas y hacían un mido indescriptible, el pasillo se angostaba, enrojecido como una lengua de dragón. Encontramos una puerta y cuando la abrimos: ¡daba al vacío! ¿Cómo habíamos llegado al último piso? Demasiado calor y también humo, que salía ¿del suelo? Nos quemábamos los pies y debíamos huir de ahí. Ahora las puertas se multiplicaban, pero el edificio estaba deshabitado. Sentíamos ya el olor del fuego, como una presencia, un único vecino mortal, cuando las escaleras, un gusano blanco y obeso, casi se nos viene encima. Nuestros mareos eran más agudos y nos sentíamos débiles. No sabemos de qué manera llegamos a la planta baja y ni siquiera tropezamos con ninguna maceta. En la calle paramos un taxi y con el aire fresco nos sentimos algo mejor. Para añadir un detalle tragicómico, se nos resbaló «el bebé» cuando subíamos al taxi y fue a dar contra el cordón. El taxista se puso a los gritos aun explicándole que no era de verdad. Cuando llegamos a destino, el mundo nos daba vueltas y no entendíamos qué había pasado.
Teníamos que volver a ese lugar pero con testigos. Algo muy peculiar nos había ocurrido y teníamos la posibilidad de documentarlo. Pero había un pequeño detalle: ni recordábamos la dirección ni podíamos encontrar dónde había quedado registrada. Llamamos a Columbo pero siempre nos atendía el contestador. Fuimos a su oficina pero no estaba. Interrogamos al encargado del edificio y nos dijo que la última vez que lo habían visto, Columbo se chocaba literalmente contra las paredes un segundo después que un hombre de sombrero se le había acercado. Como si hubiera actores invisibles peleando contra él, Columbo se debatía consigo mismo.
Dejamos pasar unos días y lo hallamos en su oficina en medio de una nube de oscuridad. Nos asustó su aspecto. Le comentamos lo que nos había dicho el encargado. Se sonrió y negó con la cabeza.
—Eran bien reales, les puedo asegurar —decía el investigador mientras nos mostraba unos moretones en sus brazos y un corte cicatrizado en su cuero cabelludo—. Se ve que a los muchachos no les gustó que averiguara algunas cosas.
—¿Qué le pasó?
—Fue la semana pasada. Era de noche y en la cortadita no había nadie. Cuatro
monos
. Me dieron para que tenga y guarde por un largo tiempo. La próxima sos boleta me dijeron. Y les creo.
Columbo rebuscó algo en sus bolsillos llenos de agujeros y sacó un pequeño objeto. Se parecía mucho a un juguete infantil.
—Me dejaron este sonajerito. Más claro hay que echarle agua. Hasta acá llego yo.
Le preguntamos por la dirección y nos dijo que había quemado todo.
Solo nos quedaba recorrer las calles del centro hasta recordar el lugar exacto. Eso tardaría bastante. Hasta que la realidad nos dio una nueva oportunidad.
Conocido como «el ladrón hipnotizador», un hombre con aspecto de Rasputín excedido de peso utilizaba las técnicas del hipnotismo para poder robar en diferentes comercios de Italia. Inclusive había videos de este hombre en los que claramente se acercaba a, por ejemplo, una cajera, murmuraba unas palabras y como si nada, esta le entregaba el dinero. Después del hecho, juraban no recordarlo. ¿Cabía la remotísima posibilidad de que alguien nos hubiera hecho algo similar, y no solo a nosotros sino también a Columbo?
Consultamos a F
AUSTINO
B., licenciado en parapsicología y, en teoría, experto en técnicas de hipnosis.
Le explicamos pacientemente nuestro caso. Los rasgos relajados. Su cara, con una cierta cercanía a la del perro bóxer, nos escrutaba desde unos ojos como piedras negras brillantes.
«Un
locker
, es un
locker
», dijo sin titubear. Preguntamos a qué se refería.
«Es una traba, un cepo que el operador coloca para bloquear un recuerdo. Se utiliza terapéuticamente para inhibir un trauma. Lo que me plantean ustedes es de otra índole, más parece lo que vulgarmente se conoce como trabajo».
Que tuviéramos conocimiento, nadie nos había hipnotizado en ningún momento y lugar.
«Hipnosis a distancia, o telehipnosis. Puede hacerse. Inclusive se pueden programar sensaciones asociadas a ese cerrojo. Es una técnica sumamente complicada y yo no la utilizo. No me convence. Esto requiere algunos días y no surte efecto de inmediato. También tiene funciones terapéuticas y se le hace a la persona que uno está interesado en curar sin que esta se entere. Se utiliza la radiónica. Insisto, es un método muy discutible».
Faustino bajó las luces de su consultorio dispuesto a investigar lo que realmente había ocurrido. Nuestro último recuerdo antes de caer en trance fueron esas piedras-ojos penetrantes. Y su voz como un mantra constante:
Cuento uno, dos, tres y cerramos los ojos. Tenemos los brazos pesados, muy pesados. Nos relajamos, relajamos…
El primer recuerdo después del trance fue el rostro muy pálido de Faustino. Sus ojos se habían tomado huidizos y se lo notaba visiblemente nervioso. Una pequeña gota de sangre asomaba de su nariz. Preguntamos si había podido descubrir algo.
«Sí, pude indagar pero recomiendo que lo dejen así».
Insistimos.
«Estamos hablando de fuerzas muy poderosas. Es gente que evidentemente tiene oscuros intereses. Les programaron cosas sumamente perturbadoras. Aléjense de ahí. Aléjense. Es, es algo sumamente dañino, podríamos decir maligno. Ustedes fueron sometidos a ese
locker
directamente en ese lugar porque se dieron cuenta de quiénes eran o para qué iban. Tienen mucha suerte de estar vivos, se los aseguro. El
locker
se los saqué pero fue doloroso y no sólo para ustedes. Mejor les alcanzo unos pañuelos».