Read Buenos Aires es leyenda 3 Online
Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes
Tags: #Cuento, Fantástico
Un lobizón con su maldición a cuestas, una bruja que enamora a sus víctimas, un descendiente de alquimistas que atesora el secreto de la eterna juventud, teléfonos que reciben llamadas del más allá, un dentista psicópata que se divierte con sus pacientes, un mago que hace desaparecer a un niño para siempre.
Guillermo Barrantes y Víctor Coviello volvieron a desandar las calles de Buenos Aires en busca de más mitos urbanos, más historias increíbles para sumarlas a las que nos entregaron en el primero y segundo volumen de
Buenos Aires es leyenda
.
Y la ciudad no los defraudó: como enterada del significado de este libro, el que cierra la escalofriante trilogía, les entregó una flora y una fauna mitológica alucinantes, un Olimpo aterrador y mágico, un Cosmos de ensueño al que, a través de estas páginas, los autores arrastran, una vez más, al lector.
«La mitología porteña no nos da tregua», dicen los autores, «está en constante movimiento. Hay mitos que nacen en el lugar menos pensado, y mitos que se hunden en la oscuridad del más profundo de los callejones, mitos que resucitan, mitos que gritan su historia, pero, sobre todo, mitos que evolucionan, que mutan para sobrevivir en nuestra salvaje Buenos Aires».
Guillermo Barrantes - Víctor Coviello
Buenos Aires es leyenda 3
Mitos urbanos de una ciudad misteriosa
ePUB v1.0
pigpen28.08.12
Título original:
Buenos Aires es leyenda 3
© 2008, Guillermo Barrantes y Víctor Coviello
Diseño de portada: Departamento de Arte de Editorial Planeta
Editor original: pigpen (v1.0)
ePub base v2.0
A los que llegaron: Dante y Luca.
A los que se fueron: Augusto y Teresa.
A las que siempre están: María Eugenia y Romina.
Caminar por las calles de Versalles lo llena a uno de paz y tranquilidad.
Tal vez sea su flora, con sus tilos, sus jazmines, sus jacarandas, con sus paraísos, sus palos borrachos, sus damas de noche.
Tal vez sea su silencio: según mediciones oficiales, es el barrio menos ruidoso de la Ciudad.
Tal vez sean sus breves y pintorescas edificaciones, las cuales, de estilo inglés, no pueden exceder los tres pisos de altura por tratarse de una zona residencial, conformando así una de las densidades de población más bajas de Buenos Aires.
Tal vez sean sus plazas: es el barrio con la mayor cantidad de espacios verdes por habitante.
O tal vez se trate de todos estos detalles al mismo tiempo. La cuestión es que Versalles, por todas estas características, bien puede ser visto como el equivalente a una Arcadia porteña.
Arcadia. Aquella tierra que idealizó el poeta Virgilio (71 a.C.-19 a.C.) en sus
Bucólicas
, aquel país imposible donde sus habitantes vivían en la más profunda comunión con la naturaleza, donde reinaban el amor, la sencillez y la música. Allí donde la juventud era eterna.
Pero hasta la utópica Arcadia esconde un costado oscuro: por sus paisajes pastoriles, cuenta la tradición, se pasearon los primeros hombres-lobo. Y, al parecer, sobre Versalles, nuestra Arcadia, pesa la misma maldición.
A
SCENSIÓN
T. (puesto de revistas): «¿Un lobisón suelto en el barrio? Yo nunca lo vi, pero a decir verdad, con tanto árbol, con tanto verde… ¿hay un lugar mejor que este para semejante bestia? Tiene carne fresca, tiene lugares donde esconderse. Definitivamente, si hay un lobisón en Buenos Aires, está acá, en Versalles».
J
OSÉ
M
ARÍA
C. (almacén): «Eso dicen, que cuando hay luna llena sale el bicho ese a matar gente. Muchos juran haberlo visto. Y está el borracho "Satanás", que dice haberlo enfrentado y todo: le asegura a Dios y a María Santísima que lo peleó mano a mano en la plaza. Pobre, el alcohol ya se le metió en la cabeza. Seguro que se peleó con un linyera barbudo por un vino y dice que fue contra el lobisón. Su palabra no tiene ningún valor».
Lo del valor del testimonio del presunto alcohólico estaba por verse. Por lo pronto, y ante el misterio del paradero del tal «Satanás», nos dirigimos a la susodicha plaza. José María nos comentó que se trataba de la plaza «Ciudad de Banff», la más importante del barrio. Delimitada por las calles Arregui, Lascano, Lisboa y Bruselas, este espacio verde toma su nombre de una ciudad escocesa que, allá por el año 1824, declaró ciudadano honorario al General San Martín.
Una vez allí, y luego de un par de intentos fallidos, abordamos a dos jovencitas que jugaban a las cartas sobre uno de los bancos del parque.
L
AURA
F.: «No sé si será verdad todo lo que se dice, pero de lo que estoy segura es de que algo raro tiene esta plaza. No sé qué es, pero ahí está. Quédense un día, cuando caiga el sol, y lo podrán sentir ustedes mismos».
X
IMENA
Y.: «Hay ruidos extraños todo el tiempo. De día uno se los atribuye al viento, a los pájaros, a las hojas secas. Pero de noche se hacen más nítidos, y muchos de ellos se oyen como voces».
Pero si la plaza les despertaba semejantes sospechas, ¿qué hacían allí? Laura y Ximena nos respondieron que estaban acostumbradas a aquellas sensaciones, que era parte de ellas, que todos eran un poco brujos en Versalles.
Con respecto a este último comentario debemos decir que nos provocó un fugaz
déjà
vu de aquello que sentimos en Parque Chas (ver «Perdidos en Parque Chas» en
Buenos Aires es leyenda 2
), como si nuestras entrevistadas no nos estuvieran diciendo todo lo que sabían.
También nos recordó un rumor que conocíamos de antemano, uno que hablaba de la existencia de ciertas brujas en este barrio, rumor que intuimos relacionado con la relativamente cercana bruja de Puente Alsina (ver «La bruja del puente» en este mismo libro). ¿Y con nuestra leyenda no podría estar relacionado? Preguntamos.
—De noche no sólo los ruidos se acrecientan —nos respondió Laura con tono pausado y sombrío, como si les estuviera leyendo una fábula a un grupo de niños—, sino que las sombras se multiplican, y cuando hay luna llena muchos dicen poder identificar a una de esas sombras, la sombra de ese a quien ustedes buscan, la sombra de un lobo… de un hombre-lobo.
—Dicen que la bestia pasó por Versalles cuando todavía se la llamaba Versailles —interrumpió Ximena con el mismo aire siniestro de su compañera—. Se dirigía hacia el Centro, vaya uno a saber para qué, pero sucedió que escuchó el canto de nuestras brujas, y quien escucha ese canto no puede abandonar el barrio. Nunca más.
Ahora la que interrumpió fue Lama, y nos entregó su epílogo:
—Son cosas que se cuentan, nada más, como ese rumor que se escucha últimamente, ese que dice que Barrantes y Coviello se pasean por el barrio investigando algún mito.
Sin saber bien qué contestarles a estas singulares muchachas, les sonreímos, agradecimos sus testimonios y nos dispusimos a continuar nuestro recorrido. Ellas retornaron a su juego de cartas que, ahora vimos, no se trataban de naipes españoles: eran cartas con figuras extrañas, con símbolos y criaturas inclasificables, como las de tarot.
Lama y Ximena sabían quiénes éramos, aquel último comentario no había sido obra de la casualidad, sus miradas daban fe de eso.
En las jornadas siguientes fuimos recogiendo otras versiones con respecto al mito del licántropo barrial.
Algunas se referían al viejo Mercado Municipal que se ubicaba en Bruselas y Arregui. Inaugurado en 1932, parte de su estructura fue traída de Inglaterra, y, dicen, un hombre-lobo vino con ella, sin que los transportistas se dieran cuenta, aterrorizando a todo Versalles. Una de las tantas víctimas de esta bestia importada (las demás habrían muerto o emigrado a otras latitudes), es quien ahora carga con la maldición y anda suelta por el barrio en noches de luna llena.
Otros aseguran que el mito nació en los años 50, cuando un perro rabioso, más precisamente un husky siberiano, se escapó de la perrera y vagó por el barrio durante un buen tiempo. Por aquellos años aquella raza no era tan popular como lo es ahora, y su aspecto lobuno habría promovido cierto pánico entre los vecinos.
También se cuenta que algunos de los que participaron en la filmación de la famosa comedia
Esperando la carroza
, la cual se rodó en Versalles, dijeron haber visto en cierta ocasión «una figura extraña, como la de un perro enorme, que pasó corriendo a unos veinte metros de donde estábamos trabajando». Están los que especulan con que este comentario fue la chispa que encendió el mito. O puede pensarse, igualmente, que el rumor ya existía, y alguno de los cineastas, influenciado por el mismo, lanzó la alarma ante el primer gran danés que pasó corriendo.
Decidimos investigar los mismos orígenes del barrio y ver si allí hallábamos algo que guardara relación con nuestro mito.
Encontramos un dato: se cree que en tiempos remotos, cuando la tierra que hoy forma parte del barrio estaba habitada únicamente por yuyos y gauchos matreros, existía un gran osario donde se enterraban a aquellos que carecían de familia y a los excluidos de la sociedad. Esta creencia no solo habría generado ciertas historias, muy recientes algunas de ellas, acerca de luces malignas y fantasmas rondando lo que habría sido aquel enorme sepulcro, sino que también sería la culpable de propagar el mito del lobisón.
Ya hemos citado las
Bucólicas
de Virgilio. En la número VIII puede leerse:
Muchas veces he visto a Meris convertirse con ellos en lobo y esconderse en los bosques, sacar muchas veces las almas de las tumbas profundas y cambiar de sitio las mieses sembradas.
Los cementerios están relacionados con los hombres-lobo de manera directa, al menos en las viejas tradiciones.
Se dice que los licántropos, si tienen la posibilidad de elegir, optan por mutar de hombre a lobo sobre la tierra de un camposanto, habiendo defecado previamente entre los sepulcros. También se los suele describir hurgando las tumbas con sus pezuñas hasta desenterrar los huesos e incluso, una vez expuestos, revolcándose sobre ellos como un perro sobre el césped.