Read Buenos Aires es leyenda 3 Online
Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes
Tags: #Cuento, Fantástico
Irrumpimos en una de estas locaciones y abordamos a un grupo de hombres que conversaban enérgicamente. En un principio pensamos que eran todos gitanos, pero luego percibimos que uno de los cinco allí reunidos era diferente, no tenía esos ojos vivaces, su vestimenta carecía de colorido, no sonreía en ningún momento. Definitivamente, no era gitano. Escuchaba al cuarteto que lo rodeaba con atención. Parecían querer venderle algo.
Nuestra intervención no fue bien vista. La eterna sonrisa se borró del rostro de los gitanos, y
el otro
dio un paso atrás, como si hubiera visto en nuestra aparición una oportunidad para escapar de aquel asedio.
Con variedad de gestos, ademanes y unas pocas frases que más que dichas fueron cantadas como si se trataran del estribillo de una extraña canción flamenca, los gitanos nos dieron a entender que de números de magia no sabían nada ni les interesaba, y que a los que les gustaría ver desaparecer era a nosotros.
Corrimos con una suerte similar en otros tres intentos de abordaje a otros tantos grupos de esta comunidad. Cuando nos retirábamos con las manos vacías de aquel ¿cementerio de autos?, ¿desarmadero?, detrás de nosotros surgió una voz temblorosa, pero potente, segura:
—¡Eh! ¡Manue'!
El singular llamado había sido pronunciado por una anciana ataviada con la tradicional ropa de gitana y sentada en una extraña mecedora. Como el tal Manue' no hizo su aparición, la anciana contraatacó:
—¡Eh! ¡Manue'!
Esta vez la mujer levantó una mano oscilante y su desteñido índice. Nos señaló. Manue' éramos nosotros. Luego nos enteramos que para Gioconda, tal el nombre de la anciana, Manue' era todo el mundo.
Al acercamos descubrimos que la mecedora estaba confeccionada con trozos de chatarra. La mujer tenía los ojos entrecerrados, como si le molestara el sol.
De pronto, al dedo extendido se le unieron sus otros cuatro compañeros: Gioconda nos mostraba la piel arrugada de toda su palma, lo que entendimos como una señal de que debíamos detenemos, que a esa distancia de la anciana estábamos bien.
—¡El Equi sta marrdito! —gritó, entonces. La palma volvió a ser un dedo, nuevamente el índice extendido hacia nosotros, que ahora intuimos acusador—. ¡Se lo ha gana'o! ¡El Equi merecía marrdición!
Y sucedió que sus párpados se abrieron mostrándonos unos ojos blancos de ciega, solo coloreados por algunos derrames brillantes. Y esta vez no gritó. Lo que dijo lo recitó como si fuera una sentencia. El índice apuntándonos:
—Si haces mal, mal hará a ti.
Yeso fue todo lo que pudimos obtener de aquella anciana, y de aquella comunidad. Por más que le insistimos a Gioconda sobre la historia de «El Equi», ella guardó su índice, cerró los ojos y comenzó a mecerse envuelta en un rítmico chirrido, como si, finalmente, hubiéramos desaparecido.
Algo se desprendió de la mecedora (¿el trozo retorcido de un caño de escape?), lo que provocó que la anciana detuviera inmediatamente su vaivén.
—¡Eh! ¡Manue'! —gritó, pero ya no se refería a nosotros, su dedo no nos señalaba. Habíamos dejado de existir para Gioconda.
Dábamos nuestros últimos pasos en el barrio, pasos un tanto lentos, no sólo por las pocas ganas que teníamos de abandonar su mágica atmósfera, sino porque, amén a la mítica altura de Montecastro, suponemos, uno se fatiga más rápido que en otros barrios.
Un cielo cada vez más encapotado acompañó este último paseo, y justo cuando transpusimos los límites barriales se largó un chaparrón, abundante pero breve, al minuto ya no llovía más, repentino como si lo hubiera generado la máquina de Baigorri, oculta en las cercanías, y fugaz como si luego lo hubiera hecho desaparecer el mago Equis, enviándolo al mismo limbo secreto donde aún aguarda su hijo, aquel chiquito de cinco años que, según la vertiente más difundida del mito, fue víctima de una maldición gitana. ¡Si tan solo su padre no hubiera hecho aquello!
—¡La maldición! ¡La maldición!
El mago Equis no podía parar de repetir aquello. Ahí estaba, de rodillas en el escenario donde había visto a su hijo por última vez.
—¿Pero de qué maldición habla, hombre? —le preguntó el dueño de aquel lugar, de pie a su lado.
—¡La maldición gitana! El gitano ese me maldijo y ya nunca veré a mi hijo. Ha desaparecido para siempre.
Y entonces la mente del mago retrocedió a la semana anterior, al show que había dado en aquel salón sobre la calle Desaguadero. Aquella noche había elegido como eje de la mayoría de sus chistes a un hombre de grandes aros y pañuelo en la cabeza. Había divertido a todo el auditorio a costa del aspecto de ese sujeto, de su inconfundible condición de gitano. Como siempre, el truco final culminó con la aparición de Flavio. Luego, aplauso cerrado y caída del telón. Se cambió de ropa junto a su hijo en unos improvisados camarines, y mientras lo hacía le prometió a Flavio que con el dinero que juntaran en aquella temporada los llevaría de viaje, a él y a su madre, al lugar que ellos eligieran.
Afuera del salón los esperaba un sujeto. Equis lo reconoció: era el gitano que había tomado de punto. En un principio se asustó, pues el hombre tenía cara de pocos amigos. Estaba enfadado, sin dudas, y lo miraba fijamente con aquellos ojos extraños. Puso a su hijo detrás de él cubriéndolo con el cuerpo. Sin embargo trató de aparentar tranquilidad.
—Hola, mi amigo —lo saludó Equis—. ¿Qué le pareció la función?
El sujeto no respondió.
—Y usted ha sido uno de los protagonistas —continuó el mago—. Espero que haya sabido comprender la inocencia de mis bromas, todo ha sido con el mayor de los respetos. Supongo que lo ha sentido así, ¿no?
—Te maldigo —fue la tajante respuesta del hombre—. A ti, y por ti, a tu hijo.
—No le permito…
—Yo te permití toda la puta noche. Ahora tú me permites a mí. Así que escucha: si el mal haces, el mal volverá a ti.
Y entonces, inesperadamente, de los ojos del gitano brotaron lágrimas.
—¿Qué le ocurre? —preguntó Equis.
—Son por tu hijo. El pobre no tiene la culpa.
Sin dejar de llorar, el gitano clavó aún con mayor intensidad su mirada en la del mago.
—Te va a pesar —dijo, y luego se dio media vuelta y se fue.
Desapareció en la noche, como por arte de magia.
28 de octubre de 2151
C
ÁPSULA DE INFORMACIÓN
D6-893:
OBRAS EN
P
ARQUE
T
AI
O
BJETIVO
: alzar Nuevo Planetario Flotante de Buenos Aires.
L
UGAR
: Parque Tai o Thays.
S
ERVICIOS
/A
TRACCIONES A OFRECER
: robotguía personal, inyecciones de Glucosa 665 antiempalagante sin cargo, baños con sistema de volatilización V7, teletransportación con cargo reducido, acceso al sector «Museo Palpitante» (se exhibirán restos del asteroide J-C-Zubczuk caídos sobre nuestro país en 2093), experiencia virtual 6D «Cosmoconciencia».
D
URACIÓN ESTIMADA DE OBRA
: nueve jornadas Tierra-Luna a cargo de cyberobreros positrónicos.
E
MPRESA RESPONSABLE
: Miratus Xalapu S. A. 858585-W99 31/0.
C
OMENTARIO OPCIONAL EN IDIOMA NO ENCAPSULADO (SOLO DISPONIBLE PARA RECEPTORES SIN IMPLANTES DE METALENA)
: el nuevo coloso se levantará en un singular terreno de nuestra domo-ciudad Nueva Buenos Aires. Decimos singular porque sobre el denominado Parque Tai (Thays, para algunos historiadores) se encumbraron, según la creencia popular, los andamiajes de lo que fuera un gigantesco parque de diversiones, símbolo de aquel añejo Buenos Aires. Hoy en día casi se tiene la certeza de que aquel parque nunca existió, pues no se hallan referencias de él en ningún documento de la época. Además cuesta creer que allí, en medio de lo que fuera una ciudad altamente urbanizada, hubiera espacio suficiente para contener una kermés de semejante envergadura…
Si bien durante nuestras investigaciones hemos hallado artilugios de diferente índole, quédense tranquilos que no nos hemos topado con ninguna máquina del tiempo abandonada, ni la hemos usado para viajar al futuro y recoger la noticia que precede a estas líneas. Al menos, por ahora.
Pero no podemos negar que los párrafos que abren este capítulo conforman una posibilidad de lo que puede llegar a pasar. ¿O no es verdad que ya en nuestro presente resulta raro pensar que alguna vez existió el Italpark en la intersección de las Avenidas del Libertador y Callao?
Y sin embargo existió. Justo allí, donde hoy se alza el Parque Thays.
Creado en 1960 por Adelino y Luis Zanon, inmigrantes italianos, el Italpark llegó a tener unos treinta y cinco juegos electromecánicos, convirtiéndose, en la década del ochenta, en el parque de diversiones más importante de Sudamérica.
«Súper Indianápolis», «El pulpo», «El tren fantasma», «Monza», «Las tazas», «Dumbo», «Las sombrillas voladoras», «Cinerama», «La Interplanetaria», «Bonanza», «El Samba», eran solo algunas de las atracciones que aguardaban a los visitantes en aquel limbo porteño, en aquella tierra de fantasía.
El parque de los hermanos Zanon se convirtió en un referente ineludible de la Ciudad, incluso se vio convertido en escenario de varias películas nacionales, como
El tío disparate
, con Carlitos Balá,
Galería del terror
, con Porcel y Olmedo, y
Los Parchís contra el Inventor Invisible
, con Javier Portales y, por supuesto, Los Parchís. Estos films se transformaron, casi sin quererlo, en algunos de los pocos documentos que guardan imágenes del Italpark «vivo».
A treinta años de su inauguración, a este complejo de ensueño lo envolvería la tragedia.
Julio de 1990. Roxana Alaimo y Karina Benítez suben al juego denominado «Matter Horn». Antes de que termine la vuelta sucede lo inesperado: el carrito donde están las chicas se desprende del mecanismo central y sale despedido a una velocidad desesperante. El cubículo golpea contra la valla de contención del juego, y allí se queda. Roxana, de 15 años, muere instantáneamente. Karina, con heridas de importancia, sobrevive.
El que no sobrevivió fue el Italpark.
Luego del accidente, el parque se cierra provisoriamente para tareas de inspección y reparación. Pero ya nunca abriría sus puertas. A cuatro meses de la tragedia, el entonces intendente Carlos Grosso declaró al Italpark clausurado definitivamente.
Y, como pueden imaginar, fueron otras puertas las que se abrieron. Las que conducen al mito, a la leyenda.
—La tierra está maldita —nos aseguró S
EGUNDA
P., vecina de Retiro, refiriéndose a aquellos terrenos, y transformándose en la representante de una teoría que tiene muchos adeptos en el barrio.
—La primera desgracia no fue la del Italpark —continuó Segunda—. ¿O no saben lo que pasó con el Parque Japonés?
El Parque Japonés. Se inauguró en febrero de 1911 en el mismo lugar donde luego funcionaría la kermés de nuestro mito.
De características faraónicas para la época, este antecesor del Italpark poseía atracciones de todo tipo, desde réplicas del volcán Fujiyama y del Circo Romano, hasta una modernísima montaña rusa llamada «Looping the Loop», todo rodeado por diferentes construcciones de un exótico aire oriental.
En diciembre de 1930, el Parque Japonés fue víctima de un terrible incendio que sentenció su final. Un dato que no es menor: jamás fueron aclaradas las causas que originaron aquel fuego abrasador.
Sesenta años después de aquel siniestro y como si alguna de las llamaradas que lo formaron se hubiera prolongado en el tiempo hasta chamuscar cierto engranaje vital del «Matter Horn», la tragedia volvería a condenar a la desaparición a un parque de diversiones.
El tiempo. Ya hablaremos del tiempo.
La tierra está maldita…
Nos llegaron muchos rumores acerca del porqué de esta maldición. Algunos hablan de, ¿cuándo no?, un antiguo cementerio indio bajo el suelo de Libertador y Callao; otros conjeturan acerca de una confluencia de energías negativas en la zona. Nosotros transcribimos la versión que has entregó Segunda, ya que nos pareció la más original, la que mejor refleja la creatividad porteña. Aunque siempre existirá la posibilidad de que todo haya ocurrido tal cual nos lo contó esta vecina de Retiro:
—Al lugar lo maldijo Ordóñez, que fue amigo mío hasta que se mató hace unos quince años. Ordóñez era medio brujo, por no decir brujo del todo. No convenía pelearse con él. El tipo se calentaba de nada, te maldecía, y andá a cantarle a Gardel: te arruinaba la vida. En el Italpark laburaba gente que venía de lejos y no sabían nada de esto, no conocían a Ordóñez. Entonces pasó que un empleado de esas casas de hamburguesas que estaban de moda…
—Había un
Pumper Nic
en el Italpark —interrumpimos.
—Eso, nunca me sale el nombre, de lo que sí me acuerdo es de que estaba justo abajo del Teleférico. Bue', ¿en qué estábamos? Ah, sí, la pelea. Miren, es como si todavía escuchara las palabras de Ordóñez entre mate y mate, porque Ordóñez venía a tomar mate a casa, aunque van a escuchar por ahí que venía a otra cosa en realidad, pero es mentira, él venía por los mates y la charla, es que eran pocos los que se animaban a estar con Ordóñez, tenían miedo de que se calentara y…, perdón, perdón, los viejos nos vamos por las ramas siempre, la pelea, la pelea. Ordóñez me dijo: «Bien que la van a cagar. Maldije con toda la furia a ese…
Pumper
de mierda. Mirá que venir a decirme a mí dónde tengo que hacer la cola. Encima que les vaya pagar por sus sanguchitos patéticos, un pelotudo de gorrita me va a decir que me pare en la baldosa que a él se le ocurre. ¡Y encima me tocó el hombro! Ahí nomás eché la maldición, a todo ese parque para boludos se la eché, y a la misma tierra también. ¿Quién les manda a los Zanon a tener una casa de comidas como esa?». Palabra por palabra me acuerdo. Fue una de las últimas charlas que tuvimos.