Read Buenos Aires es leyenda 3 Online
Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes
Tags: #Cuento, Fantástico
Nuestra pregunta era lógica.
—¿Pero qué tiene que ver el viejo Parque Japonés con la maldición de Ordóñez?
—Es difícil de entender, pero si una vieja como yo lo entiende… Cuando Ordóñez decía que había maldecido con toda la furia, el tiempo no importaba. Él usaba una palabra… ¡atemporal! Su maldición era atemporal. Valía para todos los años.
Segunda hizo un gran esfuerzo para explicarnos a qué se refería con lo de «maldición atemporal». Creemos haberla interpretado: la maldición de Ordóñez fue lanzada con tanta «energía maligna» que la misma trasciende el flujo normal del tiempo, se expande tanto hacia el futuro como hacia el pasado. O sea, el viejo Parque Japonés se incendió… porque la tierra sobre la que se alzaba iba a ser maldecida por Ordóñez casi sesenta años más tarde. Increíble. Maravilloso.
—Después de la maldición de mi amigo, la desgracia cayó sobre toda la cadena de esas hamburguesas, y sobre el Italpark —comenzó su epílogo Segunda—. La tierra sigue maldita y lo va a estar siempre. Como les dije, cuando Ordóñez maldecía lo hacía en serio. ¿O por qué creen que no levantan ninguna construcción allí? ¿Por los caños que pasan bajo tierra? Mentira. ¿Cómo hicieron, entonces, para levantar dos parques de diversiones en el mismo lugar y no romper ningún caño? Tienen miedo, es por eso que no edifican.
Haya sido por un antiguo cementerio indio o por las palabras enfurecidas de un mortal indignado, la maldición, si es que realmente existe, parece no finalizar con el desmantelamiento de los parques de diversiones. Los mismos parques siguen atados a ella
post mortem
, de una manera que solo nuestro Olimpo porteño puede albergar.
Según nuestro análisis, todo habría nacido a partir de los comentarios de ciertas personas que, mientras paseaban por un poco concurrido Parque Thays, creyeron oír los sonidos de los juegos mecánicos, la risa de los chicos y el murmullo de una multitud, como si el Italpark aún estuviera allí. Luego, estos rumores derivaron hacia algo mucho más complejo e interesante, hacia una triste y no por ello menos hermosa fábula urbana. Júzguenla ustedes mismos:
Violetas, azules y naranjas, con las inscripciones de «Italpark» y «Hnos. Zanon», así eran las fichas que se usaban para entrar a los diferentes juegos del parque. Algunas de estas fichas, ante la repentina clausura, quedaron en poder de aquellas personas que, al no llegar a usarlas el día que las adquirieron; las guardaron para una próxima visita. Al verse privadas de esa «próxima visita», la mayoría las conservó como souvenirs, como recuerdos.
Y aquí viene el mito dentro del mito, la maldición dentro de la maldición.
Se dice que si aquel que posee alguna de estas viejas fichas de colores se detiene, de noche y con la ficha en la mano en el mismo lugar donde años atrás estaba la puerta de entrada al Italpark, Avenida del Libertador y Callao, sucederá lo imposible: el parque se materializará delante de sus ojos y, lentamente, la puerta se abrirá. Y así, el dueño de aquella ficha podrá ingresar al Italpark… una vez más.
Será como caminar por un pueblo fantasma. Los juegos, las boleterías, los puestos de comidas; estará todo bajo un deprimente estado de abandono, todo descascarado, oxidado, tapiado. El oprimente silencio se quebrará tan solo por el casual chirrido de alguna vieja carcaza movida por el viento. Entonces, el exclusivo visitante lo verá: el único juego abierto y en condiciones se tratará de aquel al que pertenece la ficha que lleva en la mano. Le deberá entregar la misma al pálido boletero que allí se encuentre, y así podrá jugar de nuevo a una atracción del Italpark.
Una vez terminado el juego, el visitante deberá salir de él y dirigirse hacia la puerta principal, la misma por la que ingresó al parque. En este último tramo de su singular experiencia, la persona no debe dudar, no debe dejarse llevar por la curiosidad o por la añoranza o por ambas cosas y desviarse del camino hacia la salida. Mucho menos acercarse a echar un vistazo en alguno de esos juegos corrompidos por el olvido para los cuales no tiene fichas. Si lo hace, algo terrible, algo indescriptible de tan horroroso, le pasará. Nadie sabe bien qué, pero existe la seguridad de que se trata de una ley inquebrantable: aquel que no se retire del parque inmediatamente después de terminado el juego, que se prepare para lo peor.
Por otro lado, si el visitante sale del parque como se aconseja, sin titubear, el Italpark desaparecerá a sus espaldas para siempre. Al menos para esa persona.
—El parque está obligado a aparecer de esa manera hasta que se use la última de las fichas —nos confesó J
ORGE
C., empleado de la Terminal de Ómnibus de Retiro—. Mi abuelo, que Dios lo tenga en su gloria, me contaba una historia parecida pero con el Parque Japonés. Me juraba haber conocido a la persona que tuvo en su poder la última entrada enterita, sin uso. Creo que se trataba de un coleccionista o algo así. Bien, entonces, un día, cuando hacía años que el famoso incendio lo había destruido, el Parque Japonés se le apareció, al coleccionista quiero decir. El tipo no se acobardó, entró, jugó y la maldición terminó. Mi abuelo decía que, al fin, después de eso, el Parque descansó en paz. Todo puede ser un cuento de viejos pero, por las dudas, yo les pediría a todos aquellos que recuerden con felicidad al Italpark y guarden alguna de esas fichas de colores, que vayan de noche a Libertador y Callao, y cumplan el ritual.
Pensemos por un momento que estamos ante algo real. ¿Por qué no pudimos dar, entonces, con alguien que haya vivido tan conmovedora experiencia? ¿Dónde está la gente gritando lo increíble, lo milagroso que resultó entrar y jugar una vez más en el Italpark?
La leyenda urbana cubre todos los flancos: se dice, primero, que no son muchos todavía los que se animaron a verificar el mito. Segundo, que la mayoría de los que sí se animaron, o suponen que se trató de un sueño, o quedaron traumados y tratan de borrar el recuerdo de lo que vivieron. Y tercero y último, que los que cumplieron con el ritual y salieron del «fantasma» del Italpark sin traumas mentales y sabiendo que lo que habían experimentado era real, son los menos. Su testimonio solo alcanza para mantener vivo el mito y nada más. Y, por supuesto, no es fácil encontrarlos.
Luego de semejante panorama fabulesco, uno no podía hacer otra cosa más que suponer, en el caso de hallar a un ex empleado del Italpark, que estaba ante una nueva fuente de historias asombrosas y sobrenaturales. Pero, para sorpresa de estos investigadores, sucedió todo lo contrario.
Carlos Barbagallo trabajó para el Italpark durante la década del setenta. Empezó operando una calesita acuática llamada «Lagunare» (no confundir con el juego «Piraguas», aclara él mismo) y terminó tras los mandos de, quizá, la montaña rusa más famosa que funcionó en nuestro país: la «Super 8 Volante».
—Manejar la «Super 8» era lo más grande para nosotros —nos confesó Carlos—. Si lo hacías, te ganabas el respeto de todos.
Cuando le preguntamos por el aura sobrenatural que envolvía al Italpark, Carlos fue terminante.
—Nunca escuché ninguna historia de fantasmas, aparecidos, almas en pena o tragedias por maldiciones con relación al Italpark, yeso que nosotros dormíamos en el parque, en los juegos o en los vestuarios; es que terminábamos muy tarde a veces. Jamás, pero jamás, pasó nada raro, yeso que el lugar era grande y con muchos recovecos.
El mito nos muestra sus dos extremidades. Una tiene la cara de Segunda hablando de la maldición atemporal de Ordóñez, alternando con el rostro de aquel hombre de la Terminal de Ómnibus y la fábula barrial de las fichas sin usar; la otra tiene la cara de Carlos Barbagallo, el ex empleado del Italpark y su tajante negativa a lo paranormal.
Usted decide a cuál de los dos semblantes le otorga el beso de la aceptación, si es que se decide por uno.
Pero no podemos dejar este mito sin un último dato que, tal vez, incline la balanza hacia el lado de la «maldición». O no.
El destino de los numerosos juegos mecánicos que dieron vida al Italpark es en sí un misterio. Se dice que durante algún tiempo algunos pudieron ser vistos en Avellaneda, más precisamente en el Shopping Sur. Pero cuando este complejo también desapareció, a mediados de los 90, se les volvió a perder el rastro. Residentes de Mar del Plata aseguran que aún pueden verse algunos cadáveres de estos juegos entre las ruinas del parque que fuera la sucursal del Italpark en aquella ciudad balnearia. También se afirma que muchos de estos ingenios se abandonaron en un predio de los hermanos Zanon en Pilar, mientras que otros fueron vendidos a Brasil. Incluso existe el rumor de que una gran cantidad de estos juegos los guarda, celosamente, la gente de los ferrocarriles de Retiro, en un sombrío «Hangar 39». ¿Por qué? Los Zanon no les habrían remunerado la importante participación que tuvieron en el desmantelamiento del parque.
Pero, quizá, la más firme de estas versiones sea la que ubica unas pocas de las viejas atracciones del Italpark en un parque de diversiones que funciona en la localidad bonaerense de Luján. Y este dato cobró aún más firmeza luego de que este parque (llamado «Buenos Aires» y conocido también como Argenpark, tal su denominación anterior) fuera noticia a raíz de una nueva tragedia: el primer domingo de diciembre de 2007, Rodolfo «El Alemán» Herrneder, de 51 años, encargado del mantenimiento de los juegos, murió al caer desde lo alto de una montaña rusa, luego de ser embestido por uno de los carritos.
Aquellos que conocían a la víctima quedaron conmocionados y desconcertados porque, según le dijeron al personal policial, Rodolfo extremaba las medidas de seguridad ante cualquier situación que revistiera cierto riesgo para su persona, aunque se tratara de aquella montaña rusa, juego que conocía como la palma de la mano.
La montaña rusa de la que cayó «El Alemán», según las fuentes, no es otra más que la mítica «Super 8 Volante», la misma que estaba en Libertador y Callao.
Esta noticia fue recogida por algunos para presentarla como prueba de que la maldición del Italpark no es ningún cuento, que los juegos que integraban el parque porteño la llevan consigo. «La gente de Luján fue advertida —dicen—, se les dijo que no le pusieran Argenpark a su parque de diversiones, que así llamarían a la maldición. No hicieron caso y empezaron a pasar cosas. Ahora se llama parque "Buenos Aires", pero es demasiado tarde, el parque ya está maldito».
El universo de los mitos y las leyendas urbanas es como un laberinto de espejos, la realidad y la ficción se deforman, se funden. ¿Con qué versión quedarse? ¿Cuál de todos los espejos refleja la verdad?
¿Será que el mundo de alegría, el paraíso que promete un parque de diversiones está condenado a pervertirse, a hundirse en la ruina, en lo fantasmal, siempre? ¿Será como lo plasman aquellas líneas en el inmortal libro
Juegos Malabares
del maestro Carlos Gardini?
En el parque de diversiones todos se ríen de sí mismos. Todos son muertos que hablan, altos cadáveres arrastrándose como imbéciles de un juego a otro, con su mal aliento, sus manos pegajosas de caramelos y gaseosas…
12:56 hs. - Magalí escribió:
Ya estoy en lo de mamá. Te esperamos. ¿A qué hora llegás?
13:00 hs. - Pablo escribió:
En un rato. Estoy a unas cuadras, en taxi. El tráfico es un infierno.
13:01 hs. - Magalí escribió:
Ok.
13:03 hs. - Mamá escribió:
¿A qué hora llegás? ¿Sabés algo de tu hermana?
13:05 hs. - Pablo escribió:
Ya le dije a Maga lo del tráfico. No estoy para bromas.
13:07 hs. - Mamá escribió:
Yo no te hice ninguna broma.
13:08 hs. - Pablo escribió:
Ya sé que Maga está con vos. Me escribió.
13:10 hs. - Mamá escribió:
¿Qué decís? Estoy sola. Tu hermana no llegó.
13:11 hs. - Magalí escribió:
Si podés antes de subir comprá una gaseosa. Mamá está cocinando. Te esperamos.
13:13 hs. - Pablo escribió:
Las dos son unas taradas.
Acaban de leer una serie de mensajes de texto guardados en el teléfono celular de P
ABLO
G., mensajes que reproducimos bajo su autorización (para evitar confusiones, los mensajes se reproducen sin errores ortográficos y sin abreviaturas). El último de ellos fue enviado por Pablo tanto a su hermana como a su madre. Su hermana no contestó. Su madre sí lo hizo, pero no mediante texto: un minuto después de recibir aquel mensaje, llamó directamente al celular de su hijo. Le manifestó que no le gustaba que la insultara, ni siquiera por intermedio de un mensaje escrito, y le pidió que le creyera, que Magalí no había llegado. Pablo le creyó y supuso que la bromista era pura y exclusivamente su hermana… hasta que llegó a su casa.
—Mamá me abrió la puerta y se me tiró a los brazos, llorando —nos dijo Pablo mientras esperábamos un café en un viejo bar de Villa Ortúzar, a dos cuadras del departamento donde su madre seguía viviendo sola—. Una amiga de Maga la había llamado unos minutos antes de que yo llegara. Le dijo que mi hermana había tenido un accidente. Al rato llegó la policía. Nos dijeron que un tren había arrollado el auto de Maga, que ella había muerto en el acto.
El accidente y el inmediato deceso de M
AGALÍ
G. acontecieron, según la policía, cuatro minutos antes del mediodía, a las 11:56 de aquel 13 de febrero de 2007, justo una hora antes de aquel primer mensaje de texto recibido por el celular de su hermano. ¿Cómo es posible que Pablo lo recibiera, entonces? ¿Cómo es posible que además recibiera los otros dos mensajes que indicaban a su hermana como remitente? Ella no se los pudo haber hecho llegar: Magalí no solo no llegó nunca a la casa de su madre, como aseguraba en sus mensajes, sino que en el momento en que fueron enviados, ella ya estaba muerta.