Read Buenos Aires es leyenda 3 Online
Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes
Tags: #Cuento, Fantástico
Lo sorprendente de Ángel 23 es que se adelantaba a nuestros movimientos.
Abrió una puerta que, de tanto ruido, parecía que jamás podría volver a cerrarse y nos tomó con firmeza de los brazos.
—Es por acá.
Entramos a un lugar cerrado (ya las máquinas eran un leve murmullo) y el olor a pasto recién cortado fue reemplazado drásticamente por una especie de incienso. Otra vez, Ángel 23 se nos adelantó:
—El incienso favorece la meditación.
Nos hicieron sentar sobre una superficie blanda. Por un momento no pasó nada. No estábamos solos, eso era seguro. Podíamos percibir un par de respiraciones fuertes. Empezamos a inquietarnos. Esta vez una voz femenina respondió a nuestras dudas.
—Como dijo Ángel 23, no los hemos secuestrado, simplemente tomamos algunas precauciones. Lo que llevamos a cabo es muy serio y no queremos que se nos malinterprete. Muchos de nosotros somos personas reconocidas en cada una de nuestras especialidades.
—¿En qué consiste lo que ustedes hacen? —preguntamos.
La mujer hizo una larga pausa. Las respiraciones fuertes parecieron incrementarse; también los murmullos, algo así como mantras, se intensificaron.
—No somos una secta ni una logia, sé que piensan eso. Simplemente reconocemos algunas capacidades diferentes y nos hemos unido para mejorar el mundo. Seguimos básicamente los lineamientos de Carl Jung, por eso también se nos conoce como
Jungies
, aunque suena un poco despectivo para algunos. Básicamente, el universo es información y energía. Nosotros tomamos esa información y tratamos de hacer un bien.
—Suena ideal, demasiado utópico —arriesgó uno de nosotros.
—Tal vez lo sea, pero también hay motivos estrictamente personales. Ángel 23 me mencionó que estaban interesados en los eventos del accidente de
LAPA
. Bien. Yo «soñé» el accidente. Era tan vívido que recuerdo haber sentido que yo misma estaba ahí, ¡que me quemaba! Veía sufrimiento, llamas, mucho dolor, mucho fuego, gente corriendo. Pero no podía precisar en ese momento que se trataba de un sueño premonitorio. Cuando esa misma noche ocurrió la tragedia, lloré durante días enteros. A las pocas semanas, los
Jungies
se contactaron conmigo. Ahora, cuando ocurre algo así, estoy preparada. Muchos estamos en este preciso momento, me refiero a soñadores como yo, formando una red mundial. Entramos en estado Alfa. Tratamos de ver más allá y así salvar al mundo de eventos horripilantes. Para darles un ejemplo, algunos miembros pudimos salvar vidas el 11 de septiembre de 2001, evitando que varias personas fueran a trabajar ese día fatídico.
—Pero si es tan secreta, ¿por qué acudieron a nosotros?
—Por sus libros. Nos pareció un buen momento para ir acercándonos un poco a la gente. Y a gente de mente amplia, como suponemos que son sus lectores.
—¿Qué saben de «La Zona»? —preguntamos.
—Hay muchas cosas que tampoco nosotros entendemos… todavía. Aunque podemos pensar en las «zonas», en general, como una especie de agujeros témporo-espaciales, algo así como agujeros de ozono en el espacio-tiempo. Para darles un ejemplo, en el legítimo Triángulo de las Bermudas se habla inclusive de agujeros de gusano, pequeños orificios espacio-temporales que conectarían diferentes partes del universo.
—Por eso también los OVNI.
—Así es.
—¿Y los fantasmas o espectros?
—Cómo explicarlo… no les voy a decir nada nuevo. Ustedes bien saben que los que se denominan fantasmas son almas atrapadas en un plano de no ascensión por diferentes motivos, y pueden tener una carga positiva o negativa, según la muerte que tengan.
—¿Y los bailarines fantasmas, más puntualmente?
—El caso de los bailarines es complejo, pero digamos que «La Zona» los trajo ofreciéndoles, a los sobrevivientes, su corporización. En este caso ayudaron pero…
Alguien interrumpió a la mujer. Era una voz gruesa, muy gruesa.
—Es suficiente. Ahora deben irse. Ya les dijimos demasiado.
Fuimos levantados del suelo pero no sentimos que nadie lo hiciera, como si fuéramos impulsados por una fuerza invisible. ¿Algún tipo de droga que nos hacía alucinar? ¿Ese incienso tenía algo extra?
Otra vez el olor a pasto y la voz de Ángel 23 a nuestras espaldas, ahora sí tomándonos del brazo. La puerta de la vieja camioneta se abrió y de alguna manera la volvieron a cerrar. Antes de arrancar pasó algo que fue culminante: la voz gruesa y tremendamente poderosa habló una vez más.
—Un momento. Sé que uno de ustedes dos perdió un familiar en «La Zona», y no hace tanto tiempo. Quiero que sepan que, si bien lo que ocurrió no fue bueno y su alma está atrapada entre los dos mundos, el nuestro y el de
ellos
, su carga es positiva, como lo fue en vida, y ha ayudado inclusive en este plano. Quería que lo supieran.
Volvimos en silencio, pero uno de nosotros no pudo reprimir sus lágrimas durante casi todo el viaje, mojando los vendajes negros; el mismo que después volvió a ese lugar de la Costanera a hablar con su padre, su fantasma o su recuerdo. A hablarle al viento, al río. Simplemente a hablar con su padre.
¿Quién quiere vivir para siempre?
¿Quién quiere vivir para siempre?
¿Quién se atreve a vivir para siempre,
Cuando el amor debe morir?
A pesar de la emocionante letra de Queen en su canción «
Who wants to live forever
?», desde que la humanidad tomó conciencia de la muerte, siempre existieron aquellos que se lanzaron a la búsqueda de la «fuente de la eterna juventud», del «elixir de la vida», o de lo que fuera que ocultara la clave para demorar la mayor cantidad de tiempo el último suspiro.
Ya en la antigua Roma, según una vieja inscripción, un hombre llamado Claudio Hermippus consiguió vivir hasta la envidiable edad de 115 años gracias a un extraño sistema: inhalar el aliento de cuanta jovencita pudiera. Una de dos: o Hermippus era un vivo bárbaro o su mecanismo de longevidad estaba relacionado con la creencia de que el aliento era portador de vida, creencia que, a su vez, se originaba en el aliento creador de Dios.
Otros métodos para combatir la vejez fueron los baños en diferentes sustancias. Podemos citar las famosas inmersiones en leche de burra de Cleopatra, así como los siniestros baños de Erzsébet Bathory, condesa húngara que a comienzos del siglo XVII, si todo lo que se cuenta es cierto, se «duchaba» con la sangre de sus sirvientas.
Si abordamos técnicas extrañas de rejuvenecimiento, dos caballeros se debaten el primer puesto.
Uno es el Conde Alessandro di Cagliostro, cuyo verdadero nombre era Giussepe Balsamo. Este pseudoconde sedujo a la nobleza de la Europa del siglo XVIII con su teoría basada en la metamorfosis de la mariposa, según la cual si tomábamos a una persona y la envolvíamos en una manta, a manera de capullo, y la dejábamos así durante meses alimentándola solamente con caldo de pollo, esta perdería paulatinamente el pelo, los dientes y las uñas, llegando a un estado de debilidad extrema. Y entonces, cuando la salud del voluntario tocara fondo, se pondría en marcha una especie de regeneración que le devolvería pelos, dientes, uñas, y una renovada vitalidad.
Parece que los pocos que se sometieron al «Sistema Cagliostro», confirmaron la veracidad de la primera etapa, pero no así de la segunda.
El otro caballero de raros métodos fue, según cuentan algunos, Sir William Fafanda, quien entre los años 1930 y 1939 habría sostenido que la inmortalidad se escondía en el chimpancé, a pesar de tratarse de un animal que, como todos, poseía una existencia transitoria. «Si pudiéramos beber el alma de estas criaturas —habría declarado el singular investigador—, pasaríamos a ser impermeables a la vejez».
¿Cómo «beber» el alma de un chimpancé? Según Fafanda debíamos aplastar bajo nuestra axila el testículo de una de estas bestias, pues allí anidaba su alma. Y en ese lugar, bajo la axila, debíamos dejar el genital destrozado, hasta que los líquidos liberados fueran absorbidos por los poros de nuestra piel.
Cuando le preguntaban a este misterioso Sir por qué no mejor comer los testículos, este respondía que los poros de la axila eran «… los más aptos de todo el cuerpo humano para beber el espíritu salvaje del chimpancé. Además, el genital del simio no debe ser diseccionado previamente a dentelladas o con utensilio alguno. ¡No! El testículo debe colapsar entero bajo la axila, para no perder ni una gota de su preciado contenido…».
Nos reservamos nuestros comentarios con respecto a este método.
Otros que buscaron afanosamente el elixir que derrotara a la vejez, fueron los alquimistas. Algunos de ellos lo llamaron
aurum potabile
, y estaban convencidos de que podía obtenerse al disolver o licuar la Piedra Filosofal en agua destilada (se nombraba «Piedra Filosofal» a cierta sustancia que, según este grupo de estudiosos, podía, entre otras propiedades extraordinarias, transmutar cualquier metal en oro).
Hay quienes creen que el hecho de que no se conozcan con certeza las fechas de la muerte de ciertos alquimistas se debe a que finalmente estos tuvieron éxito con sus experimentos y descubrieron la preciada poción; tal es el caso de Salomón Trismosin, Jean Lallemant y el famoso Conde de Saint Germain.
Acerca de ellos existen numerosos testimonios afirmando que fueron vistos con vida, sin signos de vejez, en diferentes momentos de la historia, con cientos de años de diferencia entre una aparición y otra.
Del Conde de Saint Germain se ha llegado a decir que ya vivía en tiempos de Jesucristo, continuando sus «avistamientos» hasta el día de hoy.
Y aquí podemos decir que nace nuestro mito urbano, aquel que da fe de la presencia de un verdadero alquimista entre nosotros: el Alquimista de Mataderos.
La historia que cuentan los vecinos de este rincón de Buenos Aires hace referencia a un hombre, descendiente de aquellos célebres experimentadores, que habitaría en algún lugar del barrio. Esta condición, la de pertenecer al linaje de los alquimistas, lo hace merecedor de una envidiable posesión: el tan mentado
aurum potabile
. Pero hay un detalle que hace aún más especial a esta persona. Escuchemos cómo lo cuentan algunas voces de Mataderos:
O
SVALDO
P. (quiosquero): «Hace rato que no escucho la historia, pero me la sé de memoria. Dicen que en el barrio hay un tipo, nieto del Conde de Saint Germain o de alguno de sus colegas, que tiene el secreto de la juventud eterna. Lo insólito es que este hombre no es ningún pibe, sino que es un anciano encorvado y todo arrugado».
F
LAVIO
J. (vecino): «Por alguna razón no quiso permanecer joven, pero, aunque esté viejo, no se muere nunca».
M
ERCEDES
S. (local de ropa): «Yo lo vi un par de veces. Para mí es un viejo ermitaño y nada más, de esos viejos que no le dan bola a nadie, que se mantienen apartados. Lo que pasa es que la gente inventa cosas y las dice como si fueran ciertas, y los que se las creen las siguen contando. Mirá si un tipo que sepa el secreto de la juventud eterna, va a dejarse envejecer, por más que siga saludable».
A su manera, Mercedes termina describiendo la matriz del mecanismo del boca en boca, el
aurum potabile
de las leyendas urbanas.
Pero toda historia que pretenda ingresar en ese circuito debe tener un origen, una piedra fundacional, por tenue que sea. En el caso del Alquimista de Mataderos debemos remontarnos a los tiempos de otro origen: el origen del barrio mismo.
A finales del siglo XIX se decide trasladar los mataderos de Parque Patricios, los cuales databan de 1872, después de que un desborde del Riachuelo los inundara seriamente.
Para los nuevos mataderos se eligió un sitio alejado de la ciudad, en el medio de lo que algunos conocían como los fondos de Flores, y otros simplemente como la Pampa. «… El lugar es el
finis terræ
; después de allí comienza el reinado de la nada», manifestaba el periodista Soiza Reilly refiriéndose a lo desolado de aquel territorio.
La zona fue bautizada como Nueva Chicago por la empresa constructora encargada de las flamantes instalaciones. El nombre homenajeaba a la ciudad norteamericana que recibió a los técnicos argentinos que fueron a conocer sus modernos sistemas de faena, matanza y comercialización de la hacienda. Sin embargo, las personas que fueron poblando los territorios alrededor de los recintos en construcción fueron imponiendo, poco a poco, el nombre con el que finalmente se identificó a aquel reducto: Mataderos.
Y con aquellos corrales de matanza bovina llegarían extraños rituales, entre ellos uno que nos recuerda inmediatamente nuestra leyenda: beber una copa de sangre del ganado recién degollado era todo un privilegio, pues se decía que curaba cualquier tipo de enfermedad y, por ende, alargaba la vida.
Suponemos que esta creencia guarda una profunda relación con lo sangriento y tortuoso que en aquellos tiempos resultaba el aniquilamiento de las bestias condenadas. Y cuando decimos sangriento y tortuoso sospechamos que nos quedamos cortos. Échenle un vistazo si no a una crónica que data del año 1825, que si bien no se refiere exactamente a los corrales de Mataderos (que aún no existían), describe con asombro y hasta con miedo la sanguinaria rutina que se aplicaba en la matanza del ganado. Dicha crónica pertenece a un inglés llamado Head y fue escrita durante su breve estadía en Buenos Aires: