Read Buenos Aires es leyenda 3 Online
Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes
Tags: #Cuento, Fantástico
Nos llamó la atención cómo lo que parecía tratarse de una simple (o compleja) historia de fantasmas, se transformó, al menos en una de sus versiones, en un elemento de nuestro mito de la maquilladora. Algunos llaman a este tipo de paralelismo «sintonización entre mitos», y dicen que suele darse en lugares donde, gracias a un ambiente que estimula la imaginación, deambulan tantas historias que terminan confundiéndose unas con otras.
Un breve paseo por los alrededores de la «esquina de los espectros» basta para descubrir que estamos en una zona de esas características.
Primero podemos ver cómo, sobre Estados Unidos, las casas antiguas se suceden unas a otras, incluyendo la que exhibe el rostro de piedra. Los descascarados frentes, en algunos casos, están tapiados.
Luego tenemos, justo frente a la esquina en cuestión, la imponente iglesia Santa Cruz de los misioneros pasionistas, con un pequeño camposanto propio.
Y para completar el cuadro, nos acechan, aquí y allá, vidrieras de canterías repletas de figuras e ídolos, algunos escalofriantes.
No quedan dudas entonces de que el aire que se respira en este sector de San Cristóbal lo hace un semillero de mitos, desde cuentos de fantasmas y demonios, hasta la leyenda de un «club» de víctimas de Estela.
Es más, ¿no habrá nacido aquí la historia de la maquilladora? ¿No será el mito de Estela producto de la «sintonización» entre un relato oscuro contado en una santería, y algún comentario de la novela de la tarde en una peluquería?
Para sacudimos un poco las tinieblas y volver a nuestro camino, decidimos atacar el mito que investigábamos con especulaciones de carácter más científico, y consultamos a una profesional del maquillaje la posibilidad de que una venganza como la de Estela se llevara a cabo.
Nos asombramos cuando a G
ISELLE
B., cosmetóloga matriculada, no le resultó tan extraña la idea de un maquillaje eterno:
—Existen productos especiales que se utilizan para tapar cicatrices y manchas permanentes en la piel. Suelen tener más cuerpo que los maquillajes comunes, por eso es que pueden llegar a ofrecer mayor resistencia a ser removidos. Algunos duran las veinticuatro horas del día, y más también. Si algo como la depilación definitiva ya es una realidad, no veo por qué no puede serlo el maquillaje eterno. Quizás estos productos especiales sean el comienzo de algo así. Aunque la única veta comercial que les encuentro es esa: tapar imperfecciones que los demás no tapan. No podrían utilizarse para belleza. Ninguna mujer quiere, por más linda que la hayan dejado, llevar el mismo maquillaje facial de por vida.
Giselle no solo nos sorprendió en el campo de la cosmetología, sino también en el nuestro, el de la mitología.
—La historia que están investigando —nos comentó— se parece a una que, hace un tiempo, anduvo de boca en boca en nuestro ambiente.
Le pedimos más detalles, por supuesto. Giselle los entregó:
—Habían lanzado una nueva línea de lápices de labios y, al parecer, una de las partidas que pusieron en el mercado era defectuosa; creo que tenían un componente químico en una concentración mayor a la debida. Las primeras quejas hacían hincapié en el sabor del lápiz, decían que era muy amargo. Y entonces se murió una chica que, luego se supo, llevaba puesto el nuevo cosmético. Aunque los médicos llegaron a la conclusión de que la joven había muerto por una causa que ahora no recuerdo, una embolia cerebral, creo, no pudieron evitar los rumores que señalaban al lápiz de labios como el asesino. El rumor bastó para que aquella partida anómala fuera retirada del mercado. Y luego alguien echó a rodar el cuento: un pariente cercano de la chica fallecida se habría apoderado de cierta cantidad de estos «lápices de la muerte» para ofrecerlos a muy bajo costo, casa por casa, a manera de venganza contra aquellos que hacen prevalecer lo físico por sobre lo espiritual.
¿Tendrá esta historia relación con el mito urbano de la venganza de Estela? ¿Algún creativo narrador no habrá adaptado el incidente de los lápices labiales transformándolo en un final perturbador para un relato que no lo tenía, como la tragedia de una pobre maquilladora?
Puede que no, puede que Estela vague realmente por las calles de San Cristóbal buscando, casa por casa, más rostros en los que maquillar su venganza. Tal vez concrete sus obras con productos similares a los nombrados por Giselle, productos creados con modernas fórmulas mucho más duraderas, casi eternas…
O quizás Estela nunca existió, quizá solo sea un símbolo de nuestros tiempos, una fábula de empleados explotados y clientes impiadosos.
Pero por más respuestas lógicas que encontremos, estas nunca dejarán satisfecho al porteño. Su naturaleza lo arrastra a buscar otras respuestas, más oscuras, respuestas que simpaticen con lo desconocido. Es por eso que nunca faltarán testimonios como el de A
LICIA
G.:
—Te marca. Si Estela pasa a tu casa y te maquilla, lo que en realidad está haciendo es marcarte, como se marca al ganado. Lo hace para las Melli, para que sus espíritus sepan a quién deben visitar esa noche.
Caprichosas complejidades en la trama cósmica han generado una insólita moda entre los porteños: el odio a los mimos. La gente que la practica no habla de una simple molestia o de cierta incomodidad, no, la palabra que utilizan es esa, odio. La moda ha llegado a tal punto que hemos podido ver a mimos masacrados en la apertura de programas televisivos, agrupaciones antimimos perpetrando sádicos planes, sitios en internet haciendo públicas sus macabras ideas en contra de estos payasos mudos.
Como muestra de esta tendencia y de los oscuros sentimientos que despierta, transcribimos el siguiente pasaje que integra una de las tantas páginas que conforman el cyberespacio, cuyo tipo ha tomado el onomatopéyico nombre de «Blog»:
Aquellos movimientos lentos y estilizados, me resultaban particularmente repugnantes; y cada vez que tenía la desgracia de toparme con uno
[un mimo],
nacía en mí un placer morboso por asesinarlo de un modo violento. Imaginaba al mimo atropellado por un automóvil que cruzaba el semáforo en rojo a más de 80 km/h; el mimo era lanzado varios metros por encima del coche, y luego caía sobre el parabrisas del auto que venía detrás, destrozándolo; el conductor pierde el control al intentar frenar, pero por supuesto no puede evitar estrellarse contra una camioneta mal estacionada: el mimo queda atrapado entre la parrilla del auto y la caja de la camioneta
.
No revelaremos la dirección del sitio que refleja semejante texto, pero si el lector siente deseos de visitarlo, solo le bastará con utilizar un buen buscador de internet.
Son inevitables las sospechas de conexión entre este odio hecho moda y el mito que trataremos en este capítulo, sobre todo después de leer el texto extraído de internet, ya que nuestra historia, la leyenda del Mimo Zombi, comienza cumpliendo el siniestro deseo del internauta.
Cuentan que en una esquina del barrio de Almagro, hasta no hace mucho, podíamos observar cómo, todos los fines de semana, un inocente mimo aguardaba cada semáforo en rojo para pisar el asfalto y hacer las delicias de los pacientes conductores. Segundos antes de que la luz cambiara a amarillo culminaba su rutina y se disponía a pasar su singular gorro entre los bólidos, permitiendo a los involuntarios espectadores premiar su breve performance con unas monedas y, por qué no, con algún que otro billete. El mimo recién subía a la vereda una milmillonésima de segundo antes de que el semáforo pasara de amarillo a verde.
Había estudiado y practicado durante incontables horas cada uno de los movimientos que componían su número callejero, y los había recreado en aquella esquina tantas veces que, dicen, aún quedan marcas de su rastro en el asfalto.
Manejaba de tal manera su energía corporal que nunca había fallado, siempre había llevado sus movimientos hasta la mueca final con éxito… menos en aquel día. El último día.
Estaba oscureciendo. Quizá se trataba de la representación que le pondría punto final a aquella jornada artística. A mitad de su show urbano, uno de los automovilistas, que hasta ese momento había permanecido observando como uno más, aceleró de repente y cruzó el semáforo en rojo a gran velocidad.
Si bien todas las versiones coinciden en que el auto atropelló al mimo, provocándole la muerte instantánea, hay algunas que brindan más detalles de aquel terrible momento. En ellas se asegura que el artista tuvo la posibilidad de salvar su vida, pues no se encontraba en la misma línea del automóvil cuando su conductor aceleró. Pero ocurría que el siguiente movimiento de su obra lo llevaba justo frente a aquella máquina lanzada hacia delante. Nuestro protagonista habría considerado una ofensa a la pantomima interrumpir su número, y no hizo otra cosa más que moverse, inmutable, hacia donde su muda rutina le indicaba. La vida por su pasión. Se cuenta que antes de ser embestido clavó la mirada en su asesino, a través del parabrisas. Sus ojos habrían guardado cada detalle de aquel rostro tras el volante, como si supiera que hacerlo era de suma importancia. Hay personas que afirman que antes de caer muerto sobre la calle, en el aire, ensayó una última mímica, la definitiva, con la que se despidió del mundo. Aunque también están los que dicen que solo se trató del azaroso ondular de sus miembros destrozados.
Mientras el automovilista huía, la gente se agolpaba alrededor del cuerpo inerte del mimo.
—Estaba muerto pero no había perdido su sonrisa de caricatura —nos reveló H
ÉCTOR
C., quien, según sus propias palabras, habría estado junto a los despojos del artista—. Y no me refiero a su maquillaje. «El Selenita», ahí tirado, tenía la sonrisa de un chico.
«El Selenita», así le habrían puesto amén a que una de sus más celebradas mímicas recordaba a aquel paso de baile que Michael Jackson eternizó bajo el nombre de «caminante lunar». También están los que lo mencionan utilizando el que habría sido su verdadero nombre: Xavier.
—Era el Marcel Marceau del barrio —declaró una vecina que se dio a conocer simplemente como Mimí—. Todos le tenían mucho respeto. Salvo aquel hijo de puta. Hoy le dan el carnet de conducir a cualquiera.
Según los vecinos, uno podía ver al mimo realizar su show en cualquiera de las cuatro esquinas de la plaza Almagro, aunque la mayoría concuerda que encontró la muerte en el semáforo de Sarmiento y Salguero.
Con aquella tragedia, con el fin de nuestro artista, nace el mito.
Se asegura que nadie reclamó el cuerpo del mimo, que la poca familia que le quedaba vivía en Europa, en la lejana Andorra (otras versiones hablan de Gibraltar), y nunca aparecieron.
—De la morgue del hospital lo retiró una señora que tenía una santería, o eso fue lo que me dijo un amigo —nos confió L
UCAS
G., un joven estudiante del Conservatorio de Música, ubicado a cuatro cuadras de la plaza—. Coimeó a un enfermero y se llevó el cadáver. Parece que la mujer conocía gente rara.
—Al enfermero le pagaron, eso es verdad —nos dijo C
ARLOS
A., portero de un edificio sobre la calle Humahuaca, mientras barría la vereda—. Por eso no quedó registro de la desaparición del cuerpo, como si el tipo nunca hubiera existido. Dicen que los que se lo llevaron practicaban brujería.
¿Por qué estas extrañas personas querrían llevarse el cadáver de Xavier?
Habíamos citado ya, como un elemento presente en el mito, el excelente manejo que «El Selenita» hacía de su energía corporal. Y esto no parece ser intrascendente para J
URGOS
B
RANDON
P., parapsicólogo porteño.
—Antiguos rituales de magia, la mayoría de origen africano, se basan en el «nommo», la energía vital que llena todas las cosas y les da vida. Incluso el ritual que convierte a un muerto en zombi se basa en ella; ya que al morir, esta energía no nos abandona de inmediato, sino que lo va haciendo paulatinamente. La velocidad con la que se produce esta pérdida depende mucho del aura que mantuvimos en vida. Aquellos que utilizaron su aura para estructurar y educar su energía vital, su «nommo», son los que dejarán, cuando descansen en paz, un cadáver altamente energético; y cuanto más hayan profundizado en esta educación, más lenta será la pérdida de esta energía. O sea: se tratan de los mejores cuerpos para utilizar en esta clase de rituales.
Veamos ahora qué dice Alberto Ivern en su libro
El Arte del Mimo
sobre la energía en el ámbito de la pantomima:
«Somos energía, liberada durante el entrenamiento y también luego, al constatar los cambios que produce en nosotros dicha liberación.
[…]
»La energía es "mensaje" en la medida en que modifica la calidad de los movimientos, de las acciones, de las posturas y demás caracteres del personaje. Pero si quisiéramos definir cuál es el punto de llegada del entrenamiento del ser energía, diríamos que el ser energía es la vivencia de sí mismo como energía global.
[…]
»… somos la energía universal. La energía universal que se despereza…, que se levanta…
[…]
»Soy una energía que asume posturas escultóricas elocuentes. Paso de una a otra en cámara lenta, me disuelvo y me transformo en otro ser…».
Ante semejante panorama de «disciplina energética» en el mundo de los mimos, nuestro parapsicólogo no duda:
—Podemos decir que el cuerpo de uno de estos artistas, por su entrenamiento y filosofía en lo que a energía vital se refiere, es ideal para practicar en él la zombificación.