Read Buenos Aires es leyenda 3 Online
Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes
Tags: #Cuento, Fantástico
Viejo puente, solitario y confidente,
sos la marca que, en la frente,
el progreso le ha dejado
al suburbio rebelado
que a su paso sucumbió.
Puente Alsina
. Tango, 1926
Letra y música de Benjamín Tagle Lara
El lugar geográfico de la primitiva Buenos Aires —aunque muchos la sitúan en el Parque Lezama, una zona más alta— fueron justamente las cercanías del puente Tte. Gral. J. F. Uriburu (ex Puente Alsina). En los primeros tiempos llamado Paso de Burgos, por Bartolomé Burgos, uno de los primeros propietarios de la zona. Este paso poseía un fondo lo suficientemente duro para que pudiera cruzar la hacienda. En 1859 se hace una versión de madera que en 1910 es reemplazada por una de hierro. Finalmente, la construcción actual de estilo colonial se inaugura en 1938. Sitio de saladeros, luego de curtiembres y matarifes, y zona muy inundable, la hacía susceptible a todo tipo de alimañas.
Es allí que se empezó a hablar de extrañas muertes y no solo de animales.
Podemos citar un episodio ocurrido en 1880, cuando hubo un serio enfrentamiento cerca del puente, entre las fuerzas nacionales que apoyaban a Julio A. Roca y las revolucionarias a favor de Carlos Tejedor. El mito cuenta que la noche del 21 de junio y sobre los cadáveres se vio rondar una figura extraña, que no tocaba el piso. Algunos atribuyeron esta aparición al biguá, un ave de considerable tamaño, aunque la mayoría mencionó una forma netamente humana.
¿Pero cuál fue el origen de esos raros eventos?
Mucho se ha escrito acerca de la fallida primera expedición del adelantado don Pedro de Mendoza en 1536. Como se sabe, los españoles intentaron establecer un puerto con dos pequeños fuertes en una zona en apariencia reparada, con recursos de agua potable. Al principio, los pobladores naturales del lugar, los indios querandíes, fueron seducidos con obsequios por los conquistadores; sin embargo, al ser maltratados, empezaron los enfrentamientos.
¿Pero vieron algo más los querandíes aparte del engaño invasor?
Con el título de adelantado, lo que le habilitaba a conquistar tierras en su beneficio y en el de España pero invirtiendo sus propios recursos, don Pedro de Mendoza partió hacia el nuevo mundo en 1535. Zarpó el 24 de agosto del Puerto de Sanlúcar de Barrameda con aproximadamente 1.500 hombres y más de 11 naves. En la expedición iban, además de varios nobles, militares y ocho sacerdotes.
Si bien los datos son muy confusos y se han transportado de forma oral, no deja de ser inquietante el origen de estos extraños eventos, que tendrían relación con Las Brujas Acuáticas. Conocidas con este nombre, serían un aquelarre identificado en la antigua España y manifestaban una incontrolable fascinación por el agua. La historia dice que estas brujas también decidieron embarcarse para el nuevo mundo.
Si bien poseían la capacidad de pasar desapercibidas, por alguna causa fueron descubiertas. Por esta razón se produjo una batalla entre ellas y las fuerzas de don Pedro en un lugar concreto: frente a las costas de Brasil. Al parecer, la violencia del combate fue el detonante de una terrible tormenta que dispersó a la flota. Los sacerdotes lograron expulsarlas o eso creyeron…
Al menos una habría sobrevivido y no solo desembarcó con la expedición, sino que también maldijo a don Pedro, ya de por sí muy enfermo de sífilis. Precisamente, la falta de liderazgo del adelantado fue una de las causas del fracaso del asentamiento. Se cuenta que don Pedro veía alucinaciones y no paraba de quejarse, sobre todo por las noches.
Los querandíes, a través de sus hechiceros, habrían detectado el mal que venía e hicieron todo lo posible por expulsarlo.
A pesar de todo, la pequeña ciudad prosperó. Ya no solo eran casas de barro. Se sembraba y había hasta gallinas. No obstante, insólitamente y por luchas de poder entre los propios españoles, en 1541 se decidió destruirla por completo.
Los nativos respiraron con alivio: a través del fuego, se habían librado del invasor y de esa fuerza maligna. Se equivocaron.
El 7 de enero de 2007 encontraron a un hombre sin identificar flotando en el Riachuelo cerca de puente La Noria (Villa Riachuelo) entre las dos pasarelas del puente.
«A simple vista el cuerpo no presentaba signos de violencia —dijeron las fuentes policiales—. También se encontró un llavero con una bandera de España y un reloj pulsera».
Era una noticia curiosa y no dejaba de despertar ese sexto sentido agudizado de investigadores. Repasamos las noticias de los diarios y televisivos y finalmente lo encontramos: un par de tomas fueron suficientes para reconocerlo, anciano pero inconfundible: Genaro Badía.
Este hombre era un muy joven periodista en la década del 30 y le tocó cubrir una tragedia que enlutó el despertar de lo que luego se denominó «la década infame». Estamos hablando de la tragedia de un tranvía de la línea 505 de la Compañía de Tranvías Eléctricos del Sur, que cayó al Riachuelo el 12 de julio de 193o y en donde murieron 56 personas.
Genaro Badía empezó a entrevistar a testigos que tenían versiones diferentes a las que salían en los matutinos. En su niñez, uno de nosotros, guardó prolijamente, una nota que salió para el cincuentenario de la tragedia, en el periódico barrial
Aires de Nueva Pompeya
, ya sin circulación, forzada por el gobierno militar de entonces.
PERIODISTA: Usted insiste en que no fue una fatalidad. ¿Puede ampliarnos este concepto?
G. B.: Yo lo llamo «El Día del Festín» y a medida que fui teniendo pruebas me fui convenciendo de mi verdad.
P
ERIODISTA
: Refresquemos a los lectores. A eso de las 6 de la mañana y por el puente Bosch, circulaba el denominado «tranvía obrero», repleto de trabajadores —muchos de ellos niños, que explotaban por un mísero jornal en talleres y frigoríficos—. Era una madrugada de mucha niebla y el puente se elevaba para dejar pasar embarcaciones por el Riachuelo. Justamente, la chata petrolera «Itaca II» debía pasar en ese momento. El empleado del puente empezó la elevación de una parte de dicho puente al tiempo que activaba las luces de advertencia. Para estupor del empleado, el tranvía no solo no aminoró su marcha sino que la incrementó y se precipitó sin dudarlo a las negras aguas del río. La investigación arrojó como resultado una conjunción de hechos lamentables. Una falla mecánica habría dejado sin posibilidades de frenar al convoy, acusando también a la empresa por negligencia y desidia, y al Estado por no hacer algo al respecto. Como siempre, los pobres, las principales víctimas.
G. B.: Así es, y acá por partida doble. Como usted citó, fallecieron 56 personas, pero «milagrosamente», hubo 4 sobrevivientes y me contaron otra historia.
P
ERIODISTA
: ¿Podría explayarse al respecto?
G. B.: Cómo no. Dos de los sobrevivientes, Remigio Benadasi y Cabina Carrera me contaron algo que, con diferentes detalles, me erizó la piel. Como usted bien señala, era una mañana muy brumosa. El señor Benadasi declaró al prestigioso diario
Crítica
que «viajaba sentado en uno de los asientos delanteros. Cuando el tranvía dio vuelta para llegar al puente, vi las luces rojas de peligro y me extrañó que no se detuviera. Sentí una sensación parecida a las ascensores que bajan rápido y me encontré en el agua». Pues a mí me dijo otra cosa. Se lo transcribo textualmente: «estaba bastante dormido pero eso es algo de todos los días. Vi las luces rojas pero también vi a la
ragazza
—Remigio era italiano—. No se notaba bien la cara por la niebla pero ella estaba por completo desnuda, de eso estoy muy seguro, y en medio del puente». La señorita Gabino me declaró algo similar pero con un hombre. «Estaba sin ropas. Al principio pensé que quería arrojarse del puente o que el tranvía lo pasara por encima. Estaba desnudo, lo recuerdo bien. Cuando caímos y antes que se llenara el tranvía de agua me pareció ver a ese hombre delante mío, pero eso no puedo afirmarlo. Gracias a Dios, sé nadar muy bien, y lo único que pensé en ese momento fue en salir de allí». Esto coincide con el testimonio de un buzo de rescate que me declaró que mientras buscaba los cadáveres y, a pesar de la escasa visibilidad, pudo distinguir algo en el agua merodeando por ahí.
P
ERIODISTA
: Pasemos en limpio para los lectores. Señor Badía, usted me habla de unas especies de sirenas como las que hostigaban a Ulises en
La Odisea
.
G. B.: ¡Espérese! Déjeme darle más información. El empleado del puente, Manuel José Rodríguez, un español con mucha experiencia, me amplió el testimonio de los otros testigos. Apenas escuchó el alerta de la embarcación que debía pasar vio una forma humana posarse en el puente en medio de la bruma. Intentó llamarle la atención en vano. Era una mujer y estaba vestida de blanco o no tenía ropas. Se paseaba felinamente por el borde de los hierros del puente Bosch. La teoría de Rodríguez es que esta mujer distrajo al motorman del tranvía.
P
ERIODISTA
: Entonces era una mujer.
G. B.: No exactamente. Para los hombres es una mujer y para las mujeres un hombre, siempre muy atractivo. Pero solo cuando caza. Porque lo que hizo esa madrugada fue eso. Por eso lo de «El Festín». Se llevó la energía de la vida de esas personas. Sobre todo de esos pobres muchachitos.
P
ERIODISTA
: ¿Se refiere al alma?
G. B.: ¿Yo dije eso? No tiene ese poder, porque es de carne y hueso. Se alimenta de la energía de la vida de esos moribundos para seguir viviendo.
P
ERIODISTA
: Una pregunta personal. ¿Por qué no continuó en el periodismo?
G. B.: Muy fácil. La bruja, porque de eso hablamos, me marcó. Es una particularidad que tal vez es peor que la muerte. Es un conjuro de por vida, o al menos mientras uno de los dos siga existiendo.
P
ERIODISTA
: ¿Una marca física?
G. B.: No precisamente. Ellas toman algo de uno, basta con algunos pelos, inclusive una uña o hasta una foto y realizan un conjuro. Mi maldición fue la frustración. De más está decir que cuando llevé lo investigado me pusieron en ridículo y se me cerraron todas las puertas. Hasta me tuve que ir del país. Si no hubiera sido por mi familia, creo que no habría podido seguir.
¿Cuál era, entonces, la relación entre Genaro Badía y ese hombre muerto en el Riachuelo?
Paralelamente a la investigación, nuestros esfuerzos se concentraron en ubicar a Genaro. Teníamos la información de que durante años se había ganado la vida haciendo árboles genealógicos. Teníamos algunos datos e hicimos el intento. En todos los casos, hacíamos la misma pregunta:
—
Estamos interesados en saber el origen de una dama y un caballero que vinieron con Pedro de Mendoza. La dama se llamaría Zamara y el caballero Lamar
(dos de los nombres más frecuentes que, según la leyenda, se le darían a la bruja).
En este caso, la persona que nos atendió contestó de inmediato y con vehemencia.
—¿Quiénes son ustedes? Este teléfono está intervenido por la policía, y va a ser rastreado de inmediato, ¡hable!, ¡hable, ya!
Le explicamos lo más sintéticamente posible y al notar nuestras intenciones la voz pareció relajarse un poco, inclusive sincerarse un tanto.
—Es que está muy fuerte otra vez la muy desgraciada y tengo que estar muy atento. Si ustedes investigaron un poco sobre mis cosas, sabrán que me la tiene medio jurada. Hagan algo: hablen con Nora, ella les va a clarificar un poco la cuestión. Yo no salgo demasiado de casa, y no estoy para entrevistas.
Alcanzamos a anotar el número de esta tal Nora y después nos cortó la comunicación sin darnos tiempo para preguntar nada más.
Cuando marcamos el número de Nora, nos atendió un contestador automático en el que una voz muy susurrante bajo una melodía típicamente
new age
nos avisaba:
—Soy Nora. Tus problemas tienen solución. Si me encontraste es el primer paso para que salgas adelante. Dejame tu teléfono y me comunicaré.
Parecía una típica autodenominada vidente, tarotista y demás rubros, una más de los cientos de engañadores profesionales. De todas maneras, dejamos nuestros datos.
Pasaron los días y al no recibir ninguna respuesta proseguimos nuestra propia línea de investigación.
Al principio se había tornado dificultosa porque era tomada en tono de burla. Las contestaciones más frecuentes mencionaban a parientes, en forma admirativa o despreciativa, hasta que por fin la información mítica empezó a fluir.
Tratando de recopilar más datos fuimos directamente al puente Uriburu.
A
LBERTO
C.: «Mi primo estaba en la parada del 160, en la del puente. Hacía un frío de cagarse y de repente, aparece una mina, caminando. Al principio, mi primo pensó que se trataba de un
trava
, un gato o una piba que habían violado, porque estaba prácticamente en bolas. Me dice que la flaca esta era la cosa más
grossa
que jamás vio. Una morocha alta, unas gambas larguísimas. Igual le daba miedo, algo de la mina no estaba bien. Le pareció que decía algo en voz baja y no en nuestro idioma y movía las manos en forma rara, sobre todo los deditos. En eso vino el bondi y mi primo se lo tomó sin mirar para atrás».
El testimonio de Alberto, un vendedor de la Avenida Sáenz, la avenida que llega directamente al puente por el lado de capital, no dejaba de ser sugestivo pero no alcanzaba. Era bastante obvio que una de las claves era entrevistar a los colectiveros. No fue fácil pero perseveramos una vez más.