Read Buenos Aires es leyenda 3 Online
Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes
Tags: #Cuento, Fantástico
Días después llamamos al teléfono de Genaro Badía, para que nos relatara las impresiones de aquel 31 de octubre. Una voz más joven que reconocimos como la de Sebastián por fin nos atendió.
—Ah, ustedes. Miren, mi bisabuelo falleció.
—¿Cómo?
—Sí, por favor no llamen más.
—Pero qué ocurrió.
—Murió, era muy grande, la gente se muere.
—Perdone la insistencia, pero ¿de qué murió?
En ese momento se escuchó que tapaba el tubo del teléfono y apenas un murmullo se filtraba de fondo.
—Dejó algo para ustedes. Es una carta. Díganme dónde se las mando y terminemos con esto.
La carta decía:
Como ya ustedes sabrán, estos seres pueden aprovechar sus dones para el bien, como nuestra amiga Nora, o para el mal, como Zamara. De todas maneras, estoy satisfecho con lo que hicimos y estoy muy tranquilo. Ahora le toca a gente como ustedes ocuparse de estos seres que existen con nosotros y por nosotros.
Un abrazo, Genaro.
Nos quedamos mirando el papel y recordando las palabras de Esteban:
Si a mi bisabuelo lo hace feliz
…
Dejamos varios mensajes en lo de Nora que hasta ahora no fueron contestados. Muchas preguntas, demasiadas, pero también un agradecimiento: de la alergia no quedó el menor rastro…
Todo hasta donde se podía ver se cubría ya de aquella nevada. Nevada irreal, nevada de dibujos animados. Y mortal, terriblemente mortal…
Así se leía en las primeras páginas de
El Eternauta
, la inmortal historieta imaginada por Héctor G. Oesterheld y dibujada magistralmente por Solano López.
Todo empezaba con esta extraña nevada de copos fosforescentes sobre la ciudad y aledaños, presagio de la «invasión» que se avecinaba.
Hasta aquí la ficción.
El 9 de julio de 2007 hubo realmente una nevisca que cayó sobre Buenos Aires. Para todo el mundo fue un hecho inusual pero grato.
Para algunos vecinos de Villa Soldati, la confirmación de que el cambio empezó.
Nada más y nada menos que la leyenda de los Acuosos.
A través de la historia, se han registrado diferentes tipos de precipitaciones que difieren de las pluviales. La lista incluye gran variedad de peces, ranas e inclusive una que habría ocurrido en 1901 en un pequeño pueblo cerca de Monte Athos, en Grecia. Era mediados de marzo y el cielo se oscureció de una manera extraña. Las nubes se desplazaban en Forma irregular, ¿emitían sonidos? La incógnita no tardó mucho en despejarse ya que al cabo de unos minutos empezaron a llover… camellos. Además de curiosa, esta precipitación causó un número considerable de heridos. De todas maneras, por rareza pero también por la cantidad de evidencia que la hacen única, la denominada «Lluvia de Sangre de Kerala» merece una mención especial. Aquel estado de la India fue invadido por este fenómeno entre los meses de julio y septiembre de 2001. Durante este período cayeron por lo menos 50 toneladas de esta precipitación espesa. El gobierno de la India determinó que las partículas eran células de algas y que de alguna manera habían sido lanzadas al aire y depositadas poco después por la lluvia. Sin embargo, unas horas antes, varios testigos presenciaron un muy intenso tronido y a continuación un relámpago de color violáceo. Algunos científicos sugirieron que la causa fue un meteorito desprendido de un cometa. Analizando las células de esta lluvia descubrieron que tenían un cierto tipo de ADN y se parecían mucho en forma y tamaño a las células de la sangre.
¿Puede ser posible, entonces, que estemos sufriendo una invasión a través de la lluvia o la nieve?
En Villa Soldati y bordeando la Avenida Rabanal, se nota una renovada actividad. Muchos depósitos antes semiabandonados han tomado nuevo impulso por la fiebre exportadora. Aun así, el barrio tiene sus propios tiempos, tiempos de un pasado nostálgico cobijado a la vera del riachuelo, un cerrar de ojos e imaginar espacios más abiertos, y el riachuelo limpio, viejos tiempos.
Nuestra primera escala era la parrillita de Rabanal y San Pedrito. Parada obligada de camioneros y trabajadores de la zona. Un conocido de un amigo nuestro, justamente conductor de camiones de larga distancia, nos había referido la historia que escucharíamos a continuación.
Allí nos esperaba E
RBAN
M., ex vigilador de un depósito de material de construcción que se convertiría en nuestro guía mítico.
Cuando nos dijo que estaba excedido de peso no imaginamos las dimensiones.
«¡Y ahora estoy más flaquito, je, je, no saben lo que era antes!».
Sopló un poco de viento y la camisa de Erban era tan voluminosa que por un momento daba la ilusión de ser una sábana.
«No paraba de comer
patys
, como que tenía la idea fija en la cabeza, comer
patys
y rascarme, comer y rascarme. Y me mandaron al médico. El doctor me dijo que era psico algo (psicosomático), de la cabeza, bah, pero yo no estaba convencido. Igual seguía engordando tanto que si venía algún chorro no lo podía correr ni a la esquina, además era un blanco más que fácil. Y me terminaron rajando».
Preguntamos desde cuándo había notado los cambios.
«Me acuerdo como si fuera hoy. Fue una lluvia, ni siquiera era una tormenta. Como tenía que estar atento a todo, ya me llamó la atención algo de entrada: la forma de las gotas al caer. Cómo les puedo explicar, parecían gotas más pesadas, como que dejaban una huella. Entonces y como un verdadero pelotudo salí a ver. Me acuerdo que, ¡hasta abrí la boca! Las gotas eran más tibias que de costumbre, como sí San Pedro te diera una duchita gratis, pensé en ese momento. Ya esa misma noche tuve sueños raros, pero muy raros. Soñaba que era otro, y en otra parte. Me desperté sudando como un chivo y tuve que dormir con la luz prendida, como los pendejos. Y al día siguiente empecé y no paré nunca más: comer
patys
y rascarme. Solo esa idea».
—¿Y cómo se curó?
—¿Quién dice que me curé? Antes que ustedes llegaran me bajé un
sánguche
de
mila
y un
paty
completo. Esto es como tener adicción a los fasos o a la merca. Nunca se va. Pero al menos sabía que no era a mí solo que me pasaba.
Erban se levantó como pudo y comenzamos lentamente a caminar por la avenida. Era un día nublado pero notamos que nuestro interlocutor miraba el cielo casi permanentemente.
»Te queda la costumbre; otra dosis, no sé si pudiera bancármela, casi seguro que me comería a mí mismo pensando que soy un
megapaty
».
Más allá del carácter bizarro de sus palabras, podíamos notar una auténtica mirada de terror en Erban.
«Quiero que se convenzan de lo que digo, esto lo está dirigiendo alguien que no es ningún boludo, por eso, ahora vamos acá cerquita sobre Castañón, que vive Bombitas, un muchacho que está desde siempre. Él les va a contar más cosas».
Ahí estaba, sentado en la puerta de su humilde casa, pegada a un almacén, el apodado Bombitas.
Hombre de rasgos rústicos pero noble, manos de trabajador, con una boina verde tapando unos rizos rubios muy desprolijos.
Nos presentamos.
Todo lo que duró la entrevista Bombitas no cambio de posición ni por un instante: sentado con los brazos apoyados en sus piernas.
—Erban les debe haber contado sobre el miedo —su voz sonaba lejana, como si otro hablara por él—, pero cagazo en serio. Por eso, estos hijos de puta casi me matan.
—¿Podría explicarnos con exactitud?
—Los que vienen con la lluvia, o lo que tiran con la lluvia o la nievecita esa de mierda, porque yo averigüé cosas, deduje cosas. Para hacerla corta, yo trabajaba y digo trabajaba porque también como a Erban me dieron una patada cuando empecé con todo esto. Laburaba acá cerquita, en el puerto, manejaba grúas, lo que me pidieran, hasta esa tarde. Como me venía caminando para hacer ejercicio y de paso ahorrar, ese día me agarró la lluvia. No me empapé pero me mojé bastante. Y ahí empezó.
—¿A qué se refiere?
—A tener ganas de tomar cerveza. Una birrita cada tanto me habré bajado, pero esto era otra cosa. Era solo pensar en eso. Necesitaba sentir ese gusto en la boca, si hubiera sido necesario habría reventado a alguien para conseguir más. Un día me gasté todo el sueldo en el almacén que ven acá, y me metí un pedo como nunca en mi vida. Pero en sueños seguía con ganas de chupar, veía granos de cebada, botellas por todos lados. Como estaba siempre en pedo me echaron del laburo y hace meses que estoy así. Cuando fui al
tordo
me dijo que tenía que hacer un tratamiento para el alcohol pero yo sé que esto es otra cosa y como ven no soy el único. Es por la lluvia. Es fija que somos un experimento, las ratitas esas de laboratorio. Son empresas internacionales que tiran cosas a través de la lluvia para que uno se vuelva loco por determinadas cosas: Erban,
patys
; yo, cerveza. Me dijeron de una señora que se la pasaba comprando pañales, y está Gaby, claro el caso de ella sí que es raro.
¿Quién?
Al despedirse, Bombitas nos señaló un icono del barrio que ya habíamos notado ni bien llegamos: la torre del Parque de la Ciudad, una elevación longilínea de casi 200 metros de altura que corona ese parque de diversiones. Según él, todo venía de allí.
Antes de seguir teníamos que ordenar algunas ideas, racionalizar lo ilógico. No era la primera vez que nos enfrentábamos a lo insólito, lo delirante, pero era solo el comienzo, basta con recordar la historia de los ígneos en el segundo libro, por ejemplo.
Decidimos consultar con un ambientalista antes de ver a Gaby. Las precipitaciones llamadas lluvia ácida cada vez son más frecuentes en núcleos urbanos. ¿Podría tratarse de una variante severa de este fenómeno?
«Concretamente —nos aseguró J
UAN
C
ARLOS
C.— les podría hablar de los efectos de lo que se denomina sedimentación ácida o lluvia ácida que es causada primordialmente por emisiones de bióxido de azufre y de óxidos de nitrógeno. Estos contaminantes primarios se deben, por ejemplo, al uso del carbón en la producción de la electricidad, de la combustión en los automóviles. Cuando llegan a la atmósfera, pueden convertirse químicamente en contaminantes secundarios como el ácido sulfúrico o el ácido nítrico. Estos se disuelven en el agua y pueden volver ala Tierra en forma de lluvia, nieve e, inclusive, niebla. El problema es que afecta al hombre que respira, come o bebe que entró en contacto con este tipo de contaminación. Lo que ustedes me citan es algo nuevo para mí pero no puedo descartar nuevas formas o formas mutantes de contaminación. El área que ustedes mencionan combina varios factores (Riachuelo saturado de agentes contaminantes, fábricas sin los debidos filtros de seguridad, excesivo tránsito sobre todo de vehículos de gran porte). Solo tengo un antecedente registrado en las afueras de Montreal. Allí se registraron casos de alucinaciones colectivas momentáneas, enrojecimiento cutáneo. El gobierno reforzó los controles ambientales de la zona y la situación fue mermando. Todavía se investiga el caso».
Ante nuestra pregunta de que si cabria la posibilidad de un componente no terrestre, Juan Carlos se rio un poco pero contestó.
«No se puede descartar nada. Hay algunas teorías que sostienen que el origen de la vida, concretamente en el caso de la Tierra, fue exógeno, es decir, bacterias traídas por un cuerpo celeste, como un cometa o un asteroide, pero para qué vamos a complicar las cosas, ¿no?».
Las declaraciones de Juan Carlos nos hicieron recordar una investigación que quedó inconclusa por —una vez más— el mutismo de los organismos de control, pero que nos venía una y otra vez.
Aquella investigación se iniciaba así:
El 70 % de nuestro organismo está conformado por agua. Necesitamos agua para vivir. Tomamos agua para seguir viviendo. ¿Sabemos qué agua tomamos?
Las leyendas sobre «el caso del agua» son de lo más variadas. Investigando encontramos algo muy concreto. En la presidencia del doctor Illia se propuso ponerle flúor al agua corriente para prevenir enfermedades dentales. Al principio, todos estuvieron de acuerdo, pero los laboratorios se dieron cuenta de que no era negocio que la gente no tuviera caries. Y entonces, ¿si alguien pudiera ponerle algo al agua para dominar o forzar una elección? ¿O simplemente aletargar a la población?
Consultamos a un bioquímico, el doctor A
RNALDO
M. Este es el extracto más importante:
—Supongamos, doctor, que decidieran poner algo en el agua. ¿Cuánto tardaría en esparcirse?
—Muy poco, ciertamente. No quiero alarmar a nadie pero cuando las autoridades se dieran cuenta, el problema sería muy grave.
—¿Y un ataque selectivo?
—Depende la cepa.
Eso nos remitió a lo que podríamos denominar megamito de la modernidad: el sida. El mito, cualquiera lo conoce. El sida es creado en un laboratorio y el virus se descontrola…
«Ese mes podía hablar con las plantas, lo digo totalmente en serio».
Así declaraba Gaby, una chica con un aspecto curiosamente vegetal: muy delgada, huesitos nudosos, el pelo muy pajizo, como para no que no quedaran dudas de su contundencia.
«Percibí lo que sentía un malvón, por ejemplo. No hablan, pero transmiten ideas concretas, cosas básicas. Sé que esto es ridículo, imposible, pero hay muchísimas cosas ocultas. Igual, después de que me alcanzaron el librito del japonés… nada me parece imposible».