Buenos Aires es leyenda 3 (14 page)

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Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes

Tags: #Cuento, Fantástico

BOOK: Buenos Aires es leyenda 3
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Hizo una pausa en su testimonio. Sacó un cigarrillo algo maltrecho, lo miró con sorpresa pero igual lo encendió. El humo se le escabullía por esa boca desdentada sin ninguna contención. Por un momento, Silvano se asemejaba a un hongo de humo. ¿Sería del mismo material su testimonio?

—Había una persona, un tano bruto que se llamaba igual que el Diego. Pero este Maradona era el triple de grande. Había trabajado en el ferrocarril y amasó algo de guita haciendo repuestos para los trenes, si no me equivoco. Como había puesto algo de plata para levantar el club, se creía el dueño. Pero claro, ¿quién se animaba a decirle algo? Todo el mundo sabía, encima, que fajaba a la mujer. Un día la «jermu» lo vino a buscar con los dos pibes, y el bestia la empujó. Justo ahí estaba el muchacho este, que le dijo un par de cosas a Maradona. El tano le contestó que no se metiera en lo que no le importaba y también lo empujó. Me acuerdo que se escuchaban gritos y ruidos muy fuertes. Yo estaba dándole estuco a una pared y me fui corriendo a ver qué pasaba. Me encontré al tano y al muchacho tirados en el piso. El tano estaba encima. Chau, pensé, lo aplastó al pobre pibe. Lo insultaba en italiano y estaba colorado como una ciruela. El tano parecía un lobo marino como esos de Mar del Plata, encima de una foquita. Pero el pibe gritó algo, se zafó del brazo y salió de abajo no sé cómo. El tano se levantó y el pibe lo agarró de atrás. Lo abrazó, un abrazo de Sansón, y después ¡lo levantó más de un metro! Le dio varias vueltas en el aire y lo largó. Fue a dar contra unos cajones de gimnasia… los partió todos y, encima, después se le cayó un bolsa de pelotas de básquet. Cuando se intentó levantar, el pibe rompió la bolsa con las pelotas y se las empezó a lanzar. Era como que tenía un arco en el brazo. El tano terminó llorando y suplicando por favor. Con eso, se ganó el respeto de todos. Además, empezó a colaborar en la organización de eventos para levantar el club. Así fue que conoció a Martín Karadagián.

Esta referencia merece un capítulo aparte. Silvano citó a una figura que de por sí ya es toda una leyenda. Un hombre que marcó a varias generaciones con «Titanes en el Ring», un espectáculo de lucha libre con coloridos personajes y situaciones absurdas que se transformó en un icono popular. Figuras como La Momia, El Caballero Rojo o El Indio Comanche. Personajes secundarios como El hombre de la barra de hielo, La viuda misteriosa o La mujer del paraguas. Episodios entrañables como cuando el mismo Martín Karadagián peleó contra ¡el hombre invisible!

—Ellos salían de gira —rememoró Silvano—. Iban por los barrios y alguien los convenció para que vinieran. Me acuerdo que ese día vino con Ararat, el hombre montaña, un gordo peludo casi más grande que el tano; El Caballero Rojo también estaba. Yo me encargué de hablarle del pibe. Cuando Karadagián lo vio, quedó impresionado. Sobre todo después de voltear al gordo Ararat. Es como Sansón, le dije. Se entusiasmó enseguida y quiso llevárselo con la troupe. Pero cuando se avivó de que era menor de edad, se echó para atrás. Una lástima. Ya se había imaginado para Alí un traje de romano, con una barba y todo. Le gustó lo de Sansón y le iba a poner ese nombre. Una pena. Igual, el pibe no sé si hubiera agarrado, porque no quería foto ni nada de eso. Creo que por un juramento que hizo.

Por un tiempo, el derrotero de nuestro héroe se pierde. Algunas versiones señalan que se fue a trabajar a un frigorífico del barrio de Mataderos; otras, al mercado de Hacienda de Liniers. En relación con estos casos, se cuenta que podía sacrificar una res de un solo golpe. Pero esta variante no parece propia de nuestro personaje.

Queremos hacer hincapié nuevamente en la supervivencia de los mitos. La leyenda se adapta a los diferentes momentos. De los ingenuos 60, los politizados 70, la esperanza de los 80, el espejismo de los 90, llegamos a la problemática actual y vemos a nuestro protagonista en esa lucha.

Como mencionamos antes, Villa Lugano fue protagonista de los inicios de la aviación. Cerca de los terrenos, se erige un tótem característico del lugar. Estamos hablando del barrio General M. N. Savio, conocido popularmente como Lugano 1 y 2. Un complejo de edificios construidos en los 70 con la intención de dar vivienda a familias de bajos recursos. Es una zona de una extrema complejidad social. En este lugar, se escucha todo tipo de historias. La de Alí no podía estar ausente, aunque aquí toma características épicas.

Como dijimos, los mitos reflejan la temática actual, por lo tanto, teníamos que entrevistar a los chicos de un hoy incierto. Un grupo de adolescentes que casi siempre andan juntos. Muchos no terminaron el secundario. Algunos trabajan y se sienten orgullosos por demás, de su barrio. Se manejan por apodos y se hacen llamar «Malacate».

Lalo, alias
El Pipi
: «A los ratis que venían a cometear, les repartió a todos juntos. Cazó una bolsa de arpillera y la llenó de ladrillos y se la tiró como si fueran papelitos. Lo que digo es posta. Esos no jodieron más».

Tal vez en este mito se da un fenómeno similar al que vimos en el primer volumen de nuestra saga literaria, el caso del Golem de Once, un ser creado de arcilla por un Rabino, como protección; aquí nuestro hombre superforzudo ejerce una función similar, protegiendo a determinados grupos sociales o actuando ante injusticias contra ellos.

Jonathan, alias
El Raro
: «Estaba esperando el Premetro en la Estación Larrazábal, cuando pasa un chabón con una bicicleta, recolgado el vago, y el Premetro se lo lleva puesto. Suerte que estaba llegando, porque si venía a full lo hace puré. Pero la bicicleta y la pierna del chabón quedaron enganchadas. ¡Cómo gritaba ese flaco! Todos gritaban, pero nadie sabía qué hacer. No se animaban a mover el tren. En eso apareció el turco Alí; era él, estoy seguro. Tenía un fierro. Se puso en las vías y, te lo juro por mi vieja, levantó el coche y pudieron sacar al flaco».

Kevin, alias
El Púa
: «Esto me lo contó mi viejo. Hacía poco nos habíamos mudado. Yo ni pintaba nacer y mi hermano mayor era muy pendejo, ni caminaba. Parece que los vecinos reclamaban por una rajadura en una columna del 4 (torre 4 del Lugano 1). Rompían las bolas, pero nadie del gobierno venía. Una noche escucharon ruidos muy feos, de algo rompiéndose. Los vecinos salían a los piques, en calzoncillos, las minas en bolas. Dice mi viejo que cuando llegó abajo, estaba el turco sosteniendo la columna. Estaba rojo como un tomate. Pidió si alguien tenía una mezcladora. Como mi viejo trabajaba en una construcción y se traía algunas cositas, le alcanzó todo. El turco abrió la boca y alguien le metió la mezcla en la boca. Después escupió esa pasta en la columna. Entre varios muchachos le trajeron unos fierros que son para el hormigón armado y también los puso en la columna como si fueran alambrecitos. "Por ahora aguanta", dijo. Y aguantó hasta que lo arreglaron».

Esta anécdota sumamente febril pero pintoresca, podría haber tenido su probable origen en el gran terremoto ocurrido en el año 77, con epicentro en la ciudad de Caucete, San Juan, y que tuvo una onda expansiva que se hizo sentir en nuestra ciudad. Las torres de más de 20 pisos tuvieron una oscilación importante. Lo suficiente para alarmar a cualquiera.

Por último, preguntamos si alguien sabía en dónde estaba Alí y de qué se trataba ese famoso juramento del Sansón porteño. La única chica del grupo nos contestó.

Melina, alias
Coqui
: «Emilio sabe, es su mejor amigo. Juramento no sé, pero al que nos quiere joder le decimos que no se metan con nosotros, que conocemos al turco».

Después de esto, los Malacate se juntaron, empezaron a hacer algunos movimientos espasmódicos y, bajando las viseras de sus gorras, nos improvisaron un tipo de rap muy particular, uno que permite la utilización de la boca, no solo para cantar, sino para imitar los ruidos de cada uno de los instrumentos. Empezó
El Púa
y terminó
El Raro
:

«Aquí estamos, en Villa Lugano

para hablar del turco

que es como un hermano,

Que nadie venga con lo malo,

porque acá están los Malacate que le dicen:

¡arreglalo!».

¿Podía ser que lo que había dicho Silvano tuviera algún sentido?: «El abrazo de Sansón».

Este héroe bíblico, que aparece en el
Libro de los Jueces
(capítulos 13 al 16), vivió en el siglo XI a.C. En ese momento, los israelitas eran dominados por los filisteos. Un ángel le avisa a la mujer de Manóaj que tendrán un hijo que liberaría a Israel de la opresión filistea. Pero le advierte que su primogénito no debe ingerir bebidas alcohólicas ni comer nada impuro y, por supuesto, «la navaja no debe pasar por su cabeza», si no perderá toda su fuerza.

Sabemos que en el caso de nuestro Sansón se puede arriesgar que su fuerza extrema la obtiene después de aquel trágico siniestro en el que perdió a parte de su familia. Pero ¿cuál fue ese juramento?

Encontramos al tal Emilio en la plazoleta Aeronáutica Argentina (Avenida Francisco Fernández de la Cruz y Larrazábal).

—¿Ven este avioncito que está puesto ahí? —nos dijo de entrada, refiriéndose al Mirage III C emplazado en la plazoleta como homenaje a los pioneros de la aeronáutica de nuestro país—. Cuando se armaron los quilombos de saqueos en el 2001, el turco se mandó a la plazoleta, levantó el avión del pedestal y amenazó con tirárselos por la cabeza con
cuetes
y todo a los que afanaban los supermercados. Está bien que no tiene motor pero ¿saben lo que pesa eso? Los tipos se quedaron tan cagados que la cosa se calmó. No salió en ningún lado porque todos miraban lo que pasaba en el centro. Pero yo estaba ahí, y sé lo que pasó.

Sin que nos ganara el asombro, tratamos de preguntar en qué consistía su juramento.

—Después de lo del incendio, le pidió a Dios que si le daba mucha fuerza, pelearía contra la injusticia y le daría una manito a los que más necesitan. Yo lo conocí en un comedor infantil. El turco no se cansaba nunca, qué lo parió.

—¿Alguna foto? —interrogamos.

—Nada. No quería fotos, decía que era parte del pacto con Dios. Además, tenía y tiene una razón muy inteligente. Como la gente no sabe realmente cómo es ni siquiera su nombre real, los
garcas
deben cuidarse. Les puedo decir que obviamente es enorme, con unas cejas que parecen dos almohadones. Nada más.

—¿Pero dónde está ahora? —preguntamos ansiosos.

Por primera vez, Emilio nos miró directamente a los ojos. Unas ojeras gigantes y unos pequeños ojos con expresión derrotada.

—Me gustaría saberlo. Es que se metió con la pesada de la merca. Al turco lo mataba el tema del
paco
y estaba muy obsesionado con darle una patada en el orto a todos los
dealers
que encontrara.

Queríamos saber qué había pasado.

—Minas, al turco le gustan con locura las minas. Las quiere bien, las trata bien. Un día le prepararon una
partuza
con tres putas, pero de calidad, ni parecían trolas las muy guachas. Y yo creo que por ahí se le va la fuerza que tiene, ¿me explico? Después de eso, entraron unos tipos y lo molieron a palos. El pobre turco no entendía nada. Lo metieron en una caja atado de pies y manos, y lo mandaron al Amazonas de Colombia.

—¿A la selva colombiana?

—Sí, eso. Pero yo creo que el turco va a volver. Tiene que volver. Nos hace mucha falta. Los brazos se te cansan de tanto pelear en este mundo al revés, los puños se te pelan mucho y vos sabés que no podés confiar en nadie.

Y como en la historia bíblica, todos, inclusive nosotros, esperamos ese último regreso del héroe, o al menos de la leyenda, un último acto que equilibre las fuerzas. Un abrazo de Sansón.

Villa Pueyrredón

Villa Noel

—Si Dios es argentino, Papá Noel es de Villa Pueyrredón.

Quizá sean estas palabras, pronunciadas por M
ARCELO
M., las que mejor resuman este mito urbano, un mito urbano que, así como nos habla de bondad y de entrega desinteresada, también nos muestra el peor costado de una nación (la nuestra) y sus consecuencias.

Pero antes de justificar las palabras de Marcelo M., un joven vecino del barrio que él mismo cita, antes de develar la relación oculta entre el personaje icono de la Navidad en todo el mundo y Villa Pueyrredón, hurguemos en el pasado en busca de las raíces de este alegre gordito vestido de rojo… que ni era gordito, ni vestía de rojo.

Para llegar hasta la persona de carne y hueso en quien se basa la leyenda de Papá Noel debemos retroceder unos mil setecientos años. En aquellos lejanos tiempos, más precisamente alrededor del año 280 de nuestra era, nace en el pequeño poblado de Patáras, distrito de Licia, en lo que hoy es territorio turco, un tal Nicolás (del griego Nikolaos).

Y la leyenda nace con él, ya que, según atestiguan ciertos escritos, nada más nacer, Nicolás, se sostuvo de pie por sí mismo.

Hijo de una familia rica, hereda una fortuna cuando la peste se lleva a sus padres, dejándolo huérfano en su adolescencia.

Aquí es donde se gesta su fama de persona bondadosa y caritativa, ya que se cuenta que, luego de su desgracia, repartió gran parte de su fortuna entre los pobres y partió hacia la ciudad de Mira, uno de los principales puertos de Licia, donde se ordenaría como sacerdote.

Son muchas las historias extraordinarias que se le atribuyen a Nicolás.

Una de las más conocidas, la cual contribuiría a popularizar su buena relación con los pequeños, habría sucedido durante uno de sus viajes, cuando ya había sido consagrado como obispo. Las versiones son muchas y, en algunos casos, contradictorias, pero, aun así, terminan delineando la siguiente historia: cierto hombre, trastornado por la terrible hambruna que asolaba sus tierras, decidió asesinar a tres niños para luego poner sus carnes en salmuera. Nicolás habría sorprendido al asesino luego de que este ya hubiera acuchillado reiteradas veces a sus víctimas. El sacerdote consiguió llegar hasta donde estaban los moribundos, se arrodilló sobre el charco de sangre que los rodeaba, rezó y los jóvenes sanaron inmediatamente.

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