Dakota pensó que resultaba curioso recordar el pasado de Catherine, lo superficial y difícil que había sido, sabiendo que ahora esta mujer cariñosa y segura de sí misma pronto iba a casarse y a formar parte de la familia de Anita. También era extraño porque antes Georgia y ella habían sido lo más cercano a una familia que tenía Anita cuando Stan falleció y sus hijos estaban tan lejos. Y ahora la familia era más numerosa, más complicada, y estaba conectada entre sí de formas que ninguno de ellos hubieran imaginado nunca.
Dakota pensó en los sueños que su madre tenía para la tienda y para su futuro. Y en la rapidez con la que puede desmoronarse todo. Una tarde de otoño, estaban sentadas todas las mujeres del club en torno a su madre convaleciente y tan solo unos días después celebraban un funeral. Las circunstancias podían cambiar muy deprisa. Se preguntó si tal vez no estaba dejando que la cabeza prevaleciera sobre el corazón. Comprendía y temía que pudiera tener problemas en mantener la tienda sin Peri, sin que la cafetería estuviera lista, pero también pudiera ser que llegara la próxima Navidad y descubriera que había perdido la mejor oportunidad de pasar unas fiestas con la abuela. Podían ocurrir demasiadas cosas.
Miró a Anita y a Catherine que planeaban sus bodas y pensó en que sus abuelos y su tío llegarían al apartamento de su padre con unas pulcras maletas con ruedas que probablemente habrían comprado ex profeso para el viaje.
—La vida cambia —manifestó Dakota—. Las familias cambian. —Y entonces fue cuando supo qué decisión prefería. No quería perderse los cambios que pudieran acaecer a los Walker, fueran cuales fueran. Al menos no aquellas navidades. Porque ahora mismo eso era lo único que tenía, estas fiestas. Aquel momento único. Y quería formar parte de dicha dinámica. No estar apartada. Nunca.
Dakota agarró su abrigo, dio un beso a cada una en la mejilla, corrió hacia la puerta y volvió rápidamente la vista atrás:
—¡Voy a ir a ver a la bisabuela! —gritó. Subió corriendo a la tienda para comunicárselo a Peri, cargó con un poco de lana para el vuelo y luego, de camino a recoger unas cosas de la tintorería, llamó a la abuela.
—Voy a ir por Navidad, abuela —gritó al teléfono, tratando de oír algo por encima del estruendo de los cláxones de la calle Cincuenta y siete.
—Ya lo sé, Dakota, querida —repuso la anciana—. Llevo toda la mañana preparando las habitaciones.
—Pero es que he estado a punto de no ir, abuela —dijo Dakota—. Iba a quedarme en Nueva York para centrarme en mi carrera.
—¡Bah! —replicó la anciana—. Sabía que acabarías entendiéndolo. Va a ser una visita magnífica. Toda mi familia reunida... —se le quebró la voz a media frase.
—¿Estás bien, abuela?
—Claro que sí, cielo —contestó la mujer—. Lo que pasa es que los gatos están muy contentos por la forma en que está resultando todo. Date prisa y ve hacia el aeropuerto. No te atrevas a perder ese avión.
—Pero si el vuelo no sale hasta dentro de ocho horas, abuela —explicó Dakota.
—Con más razón entonces —dijo ella—. Lo mejor es que llegues pronto.
Dakota repasó mentalmente la lista del equipaje mientras se dirigía al hotel. No le hacía ninguna gracia tener que decirle a Sandra Stonehouse que había cambiado de opinión, y menos después de todo lo que había hecho para conseguir las prácticas.
Pero se dio cuenta de que el sacrificio que tenía que hacer era no saltarse las fiestas por el trabajo. Se trataba de sacrificar una buena oportunidad por la prioridad de honrar a su familia.
El portero la saludó con la mano cuando Dakota entró en el vestíbulo del edificio que había proyectado su padre. Se dirigió con paso brioso hacia el ascensor y miró el reloj. Las preocupaciones de su abuela por el viaje resonaban en sus oídos, además de haber caído en la cuenta de que tenía que lavar ropa antes de poder hacer la maleta, por lo que calculó que le quedaban tres horas para prepararse antes de que Bess, Tom y Donny llegaran. Tal vez hiciera algo salteado para cenar, un poco de arroz y verduras antes de la sobrecarga navideña de hidratos de carbono. ¿O bastaría con pedir una
pizza
? Hurgó en el bolso en busca de las llaves, abrió la puerta con una mano y utilizó la otra para marcar el número de Sandra Stonehouse, preparándose para pedir que le concedieran las prácticas después de Año Nuevo.
Cruzó la puerta, contuvo el aliento y pulsó el botón para realizar la llamada.
Caminó los pocos pasos que había hasta el salón y se sobresaltó al oír un tono de llamada desconocido.
—¡Papá! ¿Qué estás haciendo? —Dakota se quedó atónita al ver a James de pie frente a su mesa con los brazos alrededor de Sandra Stonehouse, quien había dejado la chaqueta del traje azul marino de manera despreocupada sobre el respaldo del sofá y cuyo bolso vibraba con el timbre de su teléfono móvil.
—¡Dakota! —James retrocedió de un salto pero mantuvo un brazo posado en Sandra.
—Hola, este es el buzón de voz de Sandra Stonehouse... —oyó Dakota por el teléfono—. Supongo que ahora ya no necesito dejar un mensaje —comentó con sequedad.
—Me gustaría que conocieras a mi amiga. Mi buena amiga. Mi novia —carraspeó—. Dakota, esta es Sandra.
Sandra se alisó la ropa y se pasó los dedos en torno a la boca con unos movimientos rápidos, convencida de que tenía la barbilla manchada de brillo de labios. Ya no daba la misma sensación de control que aquella mañana, ni mucho menos. Sandra apenas pudo saludar con la mano a Dakota.
—Hola de nuevo —dijo en voz baja.
—Hola —repuso Dakota—. Estaba llamando a tu oficina pero, por lo visto, haces visitas a domicilio —evitó mirar a su padre, estaba segura de que podía adivinar su expresión.
Sandra alargó la mano con la intención de coger la chaqueta pero James meneó la cabeza para indicarle que no lo hiciera.
—Dakota, invité a Sandra a venir a mi casa —dijo. No había querido interferir, de modo que estuvo esperando hasta que la entrevista con Dakota finalizara y entonces, al oír la voz de Sandra, se dio cuenta de lo mucho que iba a echarla de menos aunque solo fuera a marcharse unos días. De manera espontánea, le había pedido que comiera con él y había hecho el equipaje mientras preparaba a la carrera dos ensaladas—. No quería sorprenderte. Hubiera preferido quedar en un buen restaurante para que os conocierais, créeme. Pero dijiste que no volverías hasta media tarde.
—Bueno, he tenido una iluminación —explicó Dakota—. Sobre Navidad.
—Oigámoslo —dijo James, que se sentó en el sofá y le hizo señas a Sandra para que se uniera a él. Ella tomó asiento en el brazo, con la espalda recta.
—Esto es embarazoso —dijo Dakota, que no quería sentarse con la feliz pareja pero tampoco abandonaba la habitación. Sabía que unos meses antes hubiera salido de allí disparada, destrozada al ver a su padre besando a una mujer que no era su madre. No es que quisiera verlo besando a nadie, francamente. Era demasiado.
Se había dado cuenta, por supuesto, de que James parecía estar mucho más contento últimamente, aun cuando la economía hubiera puesto unos cuantos obstáculos en sus planes de negocio. De hecho, Dakota sospechaba que un nuevo romance podría tener algo que ver con su nueva y mejorada conducta. Así pues, teóricamente ya se había mentalizado para alegrarse por él cuando al final confesara.
El hecho de hacer eso no cambiaba la verdad; hubiera preferido ver a James con su madre. Algo imposible, claro está. Lo cual significaba que era cruel y egoísta que su padre estuviera solo el resto de su vida únicamente para que Dakota se sintiera bien.
Ella quería más que nada verlo feliz. Se lo merecía.
Recientemente había pensado en todos estos temas y aun así la sorprendió el vuelco que le dio el estómago al ver a su padre besando a su novia. ¿Y por qué esa novia tenía que ser Sandra Stonehouse? ¡Dakota quería trabajar para esa mujer!
¡Todavía necesitaba esas prácticas en el V después de Año Nuevo, caray!
—Estaba llamando para aceptar esas prácticas de después de Año Nuevo —dijo—. Perdí de vista un compromiso familiar que tenía en Escocia.
—De acuerdo, podemos arreglarlo —repuso Sandra, que interiormente estaba contentísima por James pero desesperada por sacar su yo profesional. Ya resultaba bastante duro salir con un hombre acosado por el recuerdo y aún más difícil mostrarse cortés cuando planeaba unas vacaciones con todos los parientes más queridos de su amada Georgia. Pero resistía. Aunque ahora acababa de perder una larga y encantadora tarde que había esperado pasar a solas con él.
—Lo único que tengo que saber —continuó diciendo Dakota con los brazos cruzados a la altura del pecho e inclinada hacia un lado por el gran tamaño de su bolsa de labores si el hecho de contratarme tenía algo que ver con mi padre.
—Contratarte no tuvo nada que ver con tu padre, en absoluto —explicó Sandra con tono enérgico—. Creo que tienes un gran potencial. Aunque en ningún momento habrá un trato especial.
—De acuerdo —dijo Dakota—. Puedo vivir con eso. Por cierto, me alegro mucho de conocerte. —«No olvides ser educada», es lo que decía siempre su madre.
—Gracias —respondió Sandra, que se puso la chaqueta sobre la blusa blanca arrugada.
—Es estupendo —comentó James, visiblemente aliviado—. Me alegro de que os hayáis conocido.
Dakota le dirigió una mirada a su padre, asaltada por la preocupación de que este pudiera perder la cabeza e invitar a Sandra a ir a Escocia.
—Por cierto, papá, la abuela no cree que siete horas sean suficientes para coger nuestro vuelo. Así que será mejor que nos demos prisa. Estaré en mi habitación haciendo el equipaje. No tengo necesidad de revivir el horror de vuestra despedida. Hay cosas que es mejor dejar sin imaginar y sin observar. —Dakota cogió la bolsa de labores y se dejó caer pesadamente sobre la cama. Una parte de ella tenía ganas de llorar. Mientras metía vaqueros y jerséis en una bolsa de viaje, pensó que la abuela no le permitiría semejante indulgencia consigo misma. Al fin y al cabo, tenía que coger un avión.
De modo que así es como se sienten los insomnes, pensó Dakota mientras caminaba arrastrando los pies detrás de su padre, sus abuelos y su tío por el aeropuerto de Edimburgo. Desde que había metido a toda prisa su ropa de más abrigo en la maleta hasta verse apretujada entre su padre, que roncaba, y su tío, cuya cabeza caía constantemente sobre su hombro, no había tenido un momento de tranquilidad, y para colmo no había podido dormir nada en todo el vuelo. Ni siquiera cuando cerró los ojos y contó hasta quinientos.
Se puso a hacer punto con sigilo, teniendo cuidado de no despertar a nadie mientras trabajaba los puntos. Tenía un montón de regalos adicionales por acabar gracias a la lana que le había cogido a Peri y solo unos cuantos días para terminarlos antes de Navidad.
Dakota bostezó mientras esperaban el equipaje, y su padre y Donny alquilaban unos automóviles, y solo prestó una atención vaga a su abuela Bess que enumeraba todas las tareas que había que hacer en cuanto pisaran la casa de su suegra. Aunque había pasado todas las navidades en Pensilvania con sus abuelos y había realizado varias visitas para ver a la madre de su abuelo Tom en Escocia, lo cierto era que nunca había estado en una misma casa con Bess y su bisabuela al mismo tiempo. Y no era un secreto para nadie —ni para su bisabuela ni para su abuela ni para su madre cuando estaba viva— que la bisabuela y Bess solo se toleraban a duras penas.