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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (131 page)

BOOK: Cuentos completos
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—¿Cómo es eso?

—Quiero decir que parte de la radiactividad se propaga paralelamente por el tiempo de traslación, como si el material hubiera estado reaccionando durante el retroceso en el tiempo según una cantidad constante. Mis cifras muestran que si uno retrocede en el tiempo envejece un día cada cien años. O, por decirlo de otro modo, si se pudiera observar un mediador que registrase el tiempo externo de una «máquina del tiempo», un reloj avanzaría veinticuatro horas mientras el mediador retrocedería cien años. Es una constante universal, creo, porque la velocidad de la luz es una constante universal. Sea como fuere, ése es mi trabajo.

Tras unos minutos de rumiar todo aquello pregunté:

—¿Dónde se obtenía la energía necesaria para los experimentos?

—Había una línea especial desde la planta energética. El profesor tiene mucha influencia allí y logró ese acuerdo.

—Ya. ¿Cuál fue la mayor cantidad de materia que enviasteis al pasado?

—Oh… Creo que enviamos una centésima de miligramo una vez. Son diez microgramos.

—¿Alguna vez intentasteis enviar algo al futuro?

—Eso no funciona. Es imposible. No se puede cambiar de signo de ese modo, porque la energía requerida se vuelve más que infinita. Hay una sola dirección.

Me observé las uñas.

—¿Cuánta materia se podría enviar hacia atrás en el tiempo si se fisionaran… cincuenta kilos de plutonio?

Pensé que todo se estaba volviendo muy obvio.

—En fisión de plutonio —fue su rápida respuesta—, no más del uno o el dos por ciento de la masa se convierte en energía. Por tanto, el consumo de cincuenta kilos de plutonio enviaría un kilo atrás en el tiempo.

—¿Eso es todo? ¿Y se puede manipular tanta energía? Cincuenta kilos de plutonio causarían una tremenda explosión.

—Es relativo —replicó él pomposamente—. Si se toma toda esa energía y se la libera poco a poco, puede manipularse. Si se la libera de golpe, pero se usa tan rápidamente como se libera, aún se puede manipular. Al enviar materia hacia atrás en el tiempo, )a energía se puede consumir mucho más rápidamente de lo que es posible liberarla aun mediante la fisión. Teóricamente, al menos.

—¿Pero cómo se deshace uno de ella?

—Se distribuye a través del tiempo, naturalmente. El tiempo mínimo, a través del cual se podría transferir materia, dependería así de la masa material. De lo contrario, se corre el riesgo de que la densidad de energía sea demasiado alta respecto del tiempo.

—Muy bien, chaval. Llamaré a jefatura y enviarán un hombre para acompañarte a casa. Te quedarás allí durante un tiempo.

—¿Pero por qué?

—No será mucho tiempo.

No lo fue, y luego le fue compensado.

Pasé la noche en jefatura. Allí teníamos una biblioteca, una biblioteca muy especial. La mañana posterior a la explosión, dos o tres agente habían ido sigilosamente a las bibliotecas de química y física de la universidad. Expertos a su manera. Localizaron todos los artículos que Tywood había publicado en revistas científicas y arrancaron las páginas. No tocaron ninguna otra cosa.

Otros hombres registraron archivos de revistas y catálogos de libros. El resultado fue una habitación de jefatura convertida en biblioteca especializada en Tywood. No había un propósito definido en esto; representaba simplemente parte de la meticulosidad con que se aborda un problema de esta naturaleza.

Recorrí esa biblioteca. No los artículos científicos, pues sabía que allí no hallaría lo que buscaba. Pero Tywood había escrito una serie de artículos para una revista veinte años atrás, y los leí. Y eché mano de todas las cartas privadas que había disponibles.

Después de eso me senté a pensar, y me asusté.

Me acosté a las cuatro de la mañana y tuve pesadillas.

Pero, aun así, estuve en el despacho del jefe a las nueve de la mañana.

El jefe es un hombre corpulento, de cabello gris y lacio. No fuma, pero tiene una caja de puros sobre el escritorio y, cuando quiere guardar silencio durante segundos, toma uno, lo hace rodar, lo huele, se lo mete en la boca y lo enciende con sumo cuidado. Para entonces, ya tiene algo que decir o no tiene nada que decir. Entonces, abandona el puro y deja que se consuma.

Una caja le dura tres semanas y, cada Navidad, la mitad de sus paquetes de regalos contienen cajas de puros.

Pero no buscó un puro aquel día. Se limitó a entrelazar sus manazas sobre el escritorio y me miró arrugando el entrecejo.

—¿Qué pasa?

Se lo conté. Lentamente, porque la traslación micro temporal no le cae bien a nadie, especialmente cuando uno la llama viaje en el tiempo, como hice yo. Tan grave era la situación que sólo una vez me preguntó que si estaba chiflado.

Y cuando terminé nos miramos fijamente.

—¿Y crees que trató de enviar algo hacia atrás en el tiempo, algo que pesaba un kilo, y que por eso voló una planta entera?

—Concuerda —respondí.

Le dejé tranquilo un rato. Él estaba pensando y yo quería que siguiera pensando; quería que llegara a pensar lo mismo que yo pensaba, para no tener que decirle…

Porque odiaba tener que decirle…

Ante todo, porque era descabellado. Y demasiado espantoso, por otra parte.

Así que cerré el pico y él siguió pensando y, de vez en cuando, algunos de sus pensamientos afloraban a la superficie.

—Suponiendo que el estudiante, Howe, haya dicho la verdad… —dijo al cabo de un rato—. Aunque sería mejor que mirases sus notas, de las que espero que te hayas apropiado…

—Toda esa ala del edificio está cerrada, señor. Edwards tiene las notas.

—De acuerdo. Suponiendo que nos haya dicho toda la verdad, ¿por qué Tywood pasó de menos de un miligramo a medio kilogramo? —Me miró con dureza—. Tú te estás concentrando en el viaje temporal. Entiendo que para ti eso es lo crucial y que la energía involucrada es algo secundario, totalmente secundario.

—Sí, señor —murmuré—. Eso es lo que creo.

—¿Has pensado que quizá te equivoques, que quizá sea al revés?

—No le entiendo.

—Bien, escucha. Dices que has leído a Tywood. De acuerdo. Él pertenecía a ese puñado de científicos que después de la Segunda Guerra Mudial se opuso a la bomba atómica; propiciaban un estado mundial… Lo sabes, ¿verdad?

Asentí en silencio.

—Tenía un complejo de culpa —continuó el jefe, con vehemencia—. Había ayudado a construir la bomba, y pasaba las noches en vela pensando en lo que había hecho. Convivió con ese temor durante años. Y, aunque la bomba no se usó en la Tercera Guerra Mundial, podrás imaginar lo que significaba para él cada día de incertidumbre. ¿Imaginas el paralizante horror en su alma, mientras aguardaba a que otros tomaran la decisión, en cada momento crucial, hasta el Tratado del Sesenta y Cinco? Tenemos un análisis psiquiátrico completo de Tywood y de otros individuos parecidos, realizados durante la última guerra. ¿Lo sabías?

—No, señor.

—Pues sí. Los interrumpimos después del 65, ya que, con el establecimiento del control mundial de la energía atómica, con la eliminación de la provisión de bombas atómicas de todos los países y con la creación de investigaciones conjuntas entre las diversas esferas de influencia del planeta, el conflicto ético dejó de preocupar a los científicos. De todos modos, por esa época hubo descubrimientos serios. En 1964, Tywood sentía un morboso odio subconsciente por el concepto mismo de energía atómica. Comenzó a cometer errores graves y, finalmente, tuvimos que retirarlo de todo proyecto de investigación. También a otros, aunque las cosas parecían ir bastante mal en aquellos tiempos, pues acabábamos de perder la India, como recordarás.

Considerando que yo estaba en la India en esa época, lo recordaba. Pero aún no entendía de qué iba.

—Ahora bien —continuó—, ¿qué ocurriría si vestigios de esa actitud permanecieran soterradas en Tywood hasta el final? ¿No ves que el viaje en el tiempo es una espada de doble filo? ¿Por qué lanzar medio kilogramo de algo hacia el pasado? ¿Para demostrar qué? Demostró estar en lo cierto cuando envió una fracción de miligramo. Eso era suficiente para el Nobel. Pero con medio kilogramo de materia haría algo que no podía hacer con un milígramo: agotar una planta energética. Ése debía de ser su propósito. Había descubierto un modo de consumir cantidades inconcebibles de energía. Enviando cuarenta kilos de basura, podría eliminar todo el plutonio existente en el mundo, terminar con la energía atómica por un periodo indefinido.

La explicación me tenía sin cuidado, pero traté de no aparentarlo. Sólo dije:

—¿Cree que él pensaba que podía salirse con la suya más de una vez?

—Todo se basa en que no era un hombre normal ¿Cómo saber lo que creía que podía hacer? Además, puede ser que haya otros detrás, con menos conocimientos científicos y más seso, que estén dispuestos a continuar a partir de este punto.

—¿Se ha hallado a alguno de estos hombres? ¿Existen pruebas de que existen?

Hizo una pausa y tendió la mano hacia la caja de puros. Miró el puro y le dio la vuelta. Otra pausa. Fui paciente.

Luego, 1o dejó resueltamente, sin encenderlo.

—No —contestó. Me miró a mí, miró a través de mí—. ¿Así que no te convence la idea?

Me encogí de hombros.

—Pues… no suena bien.

—¿Tienes otra explicación?

—Sí, pero me cuesta hablar de ella. Si estoy equivocado, soy el hombre más equivocado que ha existido. Pero si tengo razón nadie ha tenido más razón.

—Te escucho —dijo, y metió la mano bajo el escritorio.

Me había tomado en serio. Esa habitación era blindada, a prueba de sonidos y a prueba de radiación, excepto en el caso de una explosión nuclear. Y con esa pequeña señal encendida en el escritorio de la secretaria ni siquiera el presidente de Estados Unidos hubiera podido interrumpirnos.

Me recliné y dije:

—Jefe, ¿usted recuerda cómo conoció a su esposa? ¿Fue por una nimiedad?

$eguro que pensó que yo deliraba. ¿Qué otra cosa pudo pensar? Pero me siguió la corriente. Supongo que tenía sus razones.

—Estornudé y ella se dio la vuelta —respondió con una sonrisa—. Fue en una esquina.

—¿Por qué estaba en esa esquina en ese momento? ¿Por qué estaba ella? ¿Recuerda usted por qué estornudó? ¿Dónde cogió el resfriado? ¿O de dónde vino la mota de polvo? Imagínese cuántos factores tuvieron que converger en el sitio y el momento adecuados para que usted conociera a su esposa.

—Tal vez nos hubiéramos conocido en otra ocasión.

—Pero no puede saberlo. ¿Cómo saber a quién no conoció por no haberse girado cuando pudo hacerlo, por no haber llegado tarde cuando pudo hacerlo? La vida se enfrenta a una encrucijada a cada instante, y uno escoge determinado rumbo casi al azar, y lo mismo hacen los demás. Retroceda veinte años y encontrará que las bifurcaciones se desvían cada vez más. Usted estornudó y conoció a una chica y no a otra. En consecuencia, tomó ciertas decisiones, y lo mismo hizo la chica, y también la chica que usted no conoció y el hombre que la conoció a ella y la gente que todos conocieron después. Y la familia de usted, y la de ella, y la de ellos; y todos los hijos. Porque usted estornudó hace veinte años, cinco personas o cincuenta o quinientas podrían estar muertas cuando deberían estar vivas, o vivas cuando deberían estar muertas. Vaya doscientos años atrás; dos mil años atrás, y un estornudo, incluso el estornudo de alguien que no figura en ningún libro de historia podría significar que hoy no viviera nadie de los que viven.

El jefe se frotó la nuca.

—Ondas en expansión. Una vez leí un cuento…

—Yo también. La idea no es nueva; pero quiero que piense en ella por un momento, porque me gustaría leerle parte de un artículo publicado por el profesor Elmer Tywood en una revista de hace veinte años. Esto fue antes de la última guerra.

Yo tenía copias del filme en el bolsillo, y la blanca pared ofrecía una magnífica pantalla, pues para eso estaba. El jefe se dispuso a darse la vuelta; pero le indiqué que se quedara como estaba.

—No, señor. Quiero leerle esto. Quiero que lo escuche.

Se reclinó en la silla.

—El artículo —continué— se titula «El primer gran fracaso del hombre». Recuerde que esto fue antes de la guerra, cuando la amarga desilusión ante el fracaso de Naciones Unidas estaba en su punto culminante. Le leeré algunos párrafos de la primera parte del artículo. Dice así: «El fracaso del hombre, con su perfección técnica, para resolver los grandes problemas sociológicos de hoy es sólo la segunda gran tragedia que aflige a nuestra raza. La primera, y quizá la mayor, es que, en cierta ocasión, estos grandes problemas sociológicos se resolvieron y, sin embargo, las soluciones no fueron duraderas porque la perfección técnica de que hoy disponemos no existía.

»Era como tener pan sin mantequilla, o mantequilla sin pan. Nunca ambas cosas juntas (…).

»Pensemos en el mundo helénico, del cual derivan nuestra filosofía, nuestra ética, nuestro arte, nuestra literatura…, toda nuestra cultura. En tiempos de Pericles, Grecia, como nuestro propio mundo en un microcosmos, era un popurrí asombrosamente moderno de ideologías y modos de vida conflictivos. Pero luego vino Roma y adoptó la cultura, pero otorgando e imponiendo la paz. Desde luego, la Pax Romana duró sólo doscientos años, pero desde entonces no ha existido un período similar (…).

»La guerra fue abolida. El nacionalismo no existía. El ciudadano romano pertenecía al Imperio. Pablo de Tarso y Flavio José eran ciudadanos romanos. Españoles, norteafricanos e ¡lirios se sometían al Imperio. Existía la esclavitud, pero era una esclavitud indiscriminada, impuesta como castigo, resultante del fracaso económico o causada por los reveses de la guerra. Ningún hombre era esclavo natural por el color de su piel o por su lugar de nacimiento.

»La tolerancia religiosa era total. Si al principio se hizo una excepción en el caso de los cristianos, fue porque rehusaban aceptar el principio de la tolerancia, porque insistían en que sólo ellos conocían la verdad, una actitud detestable para el romano civilizado (…).

»Con toda nuestra cultura occidental bajo una sola polis, con la ausencia del cáncer del particularismo y del exclusivismo religioso y nacional, con la avanzada civilización existente, ¿por qué no pudo el ser humano conservar los beneficios conseguidos?

»Porque, tecnológicamente, el antiguo helenismo permaneció atrasado. Porque sin máquinas el precio del ocio, y, por ende, de la civilización y la cultura para una minoría, significaba esclavitud para la mayoría. Porque la civilización no podía hallar el modo de llevar confort y comodidad a toda la población.

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