Cuentos completos (314 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
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Luego se desató otra nevisca, y el aparato se vio en apuros para regresar a la base, y hubo que esperar otras dos semanas para poder gozar de otro intervalo de tiempo relativamente soportable.

Entretanto, todos aquellos días Jimmy estuvo en el techo del mundo, y yo sentía odio contra mí mismo y me consideraba un asesino.

El aeroplano se remontó dos semanas después para ver si lograban localizar el cadáver de Jimmy. No sé de qué habría servido que lo localizaran, pero la raza humana es así. ¿Cuántas personas murieron en la última guerra? ¿Quién sería capaz de contar un número tan elevado? En cambio, ni el dinero, ni ninguna otra cosa, es obstáculo para salvar una sola vida, hasta para rescatar un solo cadáver.

No encontraron su cuerpo; pero sí encontraron una señal de humo, enroscándose por el aire enrarecido y dejándose arrastrar lejos por las ráfagas de viento. Entonces hicieron descender una cesta de rescate y Jimmy subió, todavía con su traje espacial y con un aspecto endemoniado, pero decididamente vivo.

La postdata del cuento incluye una visita al hospital la semana pasada para verle. Se restablecía muy despacio. Los médicos hablaban de un shock y de agotamiento; pero los ojos de Jimmy decían muchísimo más.

—¿Qué tal la aventura, Jimmy? —le pregunté—. No has hablado con los periodistas; tampoco has hablado con el Gobierno. Muy bien, ¿Que te parece si hablaras conmigo?

—No tengo nada que contar —susurró él.

—Claro que tienes —repliqué—. Has vivido en la cumbre del Everest dos semanas enteras, bajo una nevisca. Y no lo conseguiste por ti solo, ni siquiera con la gran cantidad de provisiones que arrojamos al lanzarte. Vamos, Jimmy, muchacho, ¿quién te socorrió?

Imagino que comprendió la inutilidad de tratar de embaucarme. O acaso estuviera ansioso por descargar aquel peso de su mente.

—Son inteligentes, jefe —dijo—. Comprimieron aire para que yo pudiera respirar. Montaron una centralilla generadora de energía para conservarme el calor. Y cuando vieron que el aeroplano regresaba, elevaron la señal de humo.

—Comprendo. —No quería darle prisa—. Ha sido tal como imaginábamos. Se han adaptado a las condiciones de vida del Everest. Y no pueden descender por sus laderas.

—No, no pueden. Como tampoco nosotros podemos subir. Aun suponiendo que la meteorología no nos lo impidiera, ¡nos lo impedirían ellos!

—Por lo que dices parecen criaturas bondadosas; entonces, ¿por qué habrían de oponerse? A ti te socorrieron.

—No tienen nada contra nosotros. Hablaron conmigo, ¿sabe? Por telepatía.

Yo arrugué la frente.

—Pues, entonces…

—Pero no quieren que se les moleste. Nos están observando, jefe. Se ven obligados. Nosotros tenemos la energía atómica. Estamos a punto de disponer de astronaves. Se inquietan por nosotros. ¡Y el Everest es el único sitio desde el que pueden observarnos!

Las arrugas de mi frente se acentuaron. El sudaba; las manos le temblaban.

—Calma, muchacho —le dije—. Tómalo con calma. ¿Qué diablos son esas criaturas?

Y él respondió:

—¿Qué ser cree usted que podría estar tan adaptado a una temperatura de diecisiete grados bajo cero y a una atmósfera tan tenue como la del Everest para que ése fuera el único lugar de la Tierra en el que pudiera sobrevivir? He ahí el meollo de la cuestión. Esas criaturas no proceden de ningún lugar de la Tierra. Son marcianos.

Creencia (1953)

“Belief”

—¿Has soñado alguna vez que estabas volando? —preguntó el doctor Roger Toomey a su esposa.

Jane Toomey alzó la vista.

—¡Por supuesto!

Sus rápidos dedos no dejaron de manipular ágilmente el hilo del que estaba surgiendo un intrincado e inútil tapetito para la mesa. El aparato de televisión emitía un apagado murmullo, y las imágenes de la pantalla apenas atraían la atención.

—Todo el mundo sueña con volar en un momento u otro —dijo Roger—. Es algo universal. Yo lo he hecho muchas veces. Eso es lo que me preocupa.

—Lamento decírtelo, pero no sé adónde quieres ir a parar, querido —dijo Jane.

Fue contando puntadas en voz baja.

—Cuando piensas un poco en ello —prosiguió él—, hace que te maravilles. No es realmente en volar en lo que sueñas. No tienes alas; yo al menos no las he tenido nunca. No hay ningún esfuerzo implicado en ello. Simplemente estás flotando. Eso es. Flotando.

—Cuando vuelo —dijo Jane—, no recuerdo ninguno de los detalles. Excepto en una ocasión en que aterricé en el tejado del ayuntamiento y no llevaba nada de ropa. De todos modos, en el sueño nadie parece prestarte atención cuando sueñas que estás desnuda. ¿Nunca te has dado cuenta de eso? Te mueres de vergüenza, pero la gente simplemente pasa por tu lado sin mirarte.

Tiró del hilo, y el ovillo cayó de la cesta y rodó por el suelo. No le prestó atención.

Roger agitó lentamente la cabeza. Su rostro estaba pálido y absorto en la duda. Parecía todo él ángulos, con sus altos pómulos, su larga y afilada nariz y las entradas en la frente, que se iban haciendo más pronunciadas con los años. Tenía treinta y cinco.

—¿No te has parado nunca a pensar en lo que te hace soñar que estás flotando? —preguntó.

—No, nunca.

Jane Toomey era rubia y menuda. Su belleza era del tipo frágil, de esas que no se imponen a uno sino que lo van ganando inconscientemente. Poseía los brillantes ojos azules y las sonrosadas mejillas de una muñeca de porcelana. Tenía treinta años.

—Muchos sueños son sólo la interpretación que la mente realiza de un estímulo imperfectamente comprendido —dijo Roger—. Los estímulos se ven forzados a un contexto razonable en una fracción de segundo.

—¿De qué estás hablando, querido?

—Mira, en una ocasión soñé que me hallaba en un hotel, asistiendo a una convención de física. Estaba con viejos amigos. Todo parecía absolutamente normal. De pronto, hubo una confusión de gritos, y sin ninguna razón me vi presa del pánico. Eché a correr hacia la puerta, pero no quiso abrirse. Uno a uno, mis amigos desaparecieron. No tuvieron problemas para abandonar la habitación, pero yo no pude ver cómo lo habían conseguido. Les grité, y me ignoraron.

»En mi interior empezó a crecer la seguridad de que el hotel era pasto de las llamas. No olía a humo. Simplemente, sabía que había un incendio. Eché a correr hacia la ventana, y pude ver una escalera de incendios en el exterior del edificio. Corrí a todas las ventanas pero ninguna conducía a la escalera de incendios. Ahora me hallaba completamente solo en la habitación. Me asomé a la ventana, llamando desesperadamente. Nadie me oyó.

»Entonces llegaron los coches de bomberos, pequeñas manchas rojas atravesando las calles. Recuerdo eso claramente. Las sirenas de alarma resonaban fuertemente para despejar el tráfico. Podía oírlas, cada vez más fuertes, hasta que el sonido llegó a hender mi cabeza. Me desperté y, por supuesto, el despertador estaba sonando.

»Ahora bien, no pude haber soñado un sueño tan largo destinado a llegar al momento en que empezara a sonar la alarma del despertador, a fin de que ésta encajara perfectamente en la trama del sueño. Es mucho más razonable suponer que el sueño se inició en el momento en que la alarma empezó a sonar, y comprimió toda su sensación de duración en una fracción de segundo. Se trataba simplemente de un dispositivo de justificación de mi cerebro para explicar aquel repentino sonido que penetraba en el silencio.

Jane estaba frunciendo el ceño. Dejó a un lado su labor.

—¡Roger! Te has comportado de un modo extraño desde que has vuelto de la universidad. No has cenado nada, y ahora esta ridícula conversación. Nunca te he visto tan morboso. Lo que necesitas es una dosis de bicarbonato.

—Necesito algo más que eso —dijo él en voz baja—. Veamos, ¿cómo empieza un sueño de estar flotando?

—Si no te importa, cambiemos de tema.

Se levantó, y con dedos firmes subió el volumen del televisor. Un joven caballero de mejillas hundidas y una sentimental voz de tenor le manifestó, melodiosamente, su eterno amor.

Roger volvió a bajar la voz del aparato y se quedó de pie con la espalda cubriendo la pantalla.

—¡Levitación! —exclamó—. Eso es. Existe alguna forma en que los seres humanos pueden conseguir flotar. Tienen la capacidad para ello. Simplemente, se trata de que no saben cómo usar esa capacidad…, excepto cuando están durmiendo. Entonces, a veces se elevan sólo un poquito, una décima de milímetro quizá. No lo suficiente para que alguien se dé cuenta de ello aunque esté observando, pero sí para desencadenar la sensación adecuada, que desencadena un sueño en el que uno está flotando.

—Roger, estás delirando. Me gustaría que lo dejaras. De veras.

Él siguió adelante con su idea.

—A veces volvemos a bajar lentamente, y la sensación desaparece. Otras veces, el control de flotación termina bruscamente, y caemos, Jane, ¿nunca has soñado que estabas cayendo?

—Sí, por sup…

—Te hallas colgando en la fachada de un edificio, o sentado en el borde de una silla, y de repente te estás cayendo. Es la horrible sensación de la caída la que te despierta de golpe, jadeante, el corazón palpitando locamente. Has caído de verdad. No hay otra explicación.

La expresión de Jane, que había pasado lentamente del desconcierto a la preocupación, se disolvió de pronto en una tímida sonrisa.

—Roger, maldito diablo. ¡Me has engañado! ¡Eres un canalla!

—¿Qué?

—Oh, no. No sigas con eso. Sé exactamente lo que has estado haciendo. Has estado imaginando el argumento para una historia y estás probándolo conmigo. Debería conocerte lo suficiente como para no escucharte.

Roger pareció sorprendido, incluso un poco confuso. Avanzó hasta el sillón de ella y se la quedó mirando.

—No, Jane.

—No veo por qué no. Has estado hablando acerca de escribir relatos desde que te conozco. Si realmente tienes un argumento, lo mejor que puedes hacer es escribirlo. No sirve de nada utilizarlo únicamente para asustarme.

Sus dedos empezaron a moverse de nuevo a medida que recuperaba el ánimo.

—Jane, esto no es ninguna historia.

—Pero ¿qué otra cosa…?

—Cuando me desperté esta mañana, ¡caí al colchón!

Ella se lo quedó mirando, sin parpadear.

—Soñé que estaba volando —prosiguió él—. Fue un sueño claro y preciso. Recuerdo cada uno de sus minutos. Me hallaba tendido de espaldas cuando me desperté. Me sentía cómodo, y completamente feliz. Sólo me pregunté por qué el techo parecía tan extraño. Bostecé y me desperecé, y toqué el techo. Durante un minuto, simplemente me quedé mirando a mi brazo alzado, que se apoyaba con fuerza contra el techo.

»Entonces me di la vuelta. No moví un músculo, Jane. Simplemente me di la vuelta, todo de una pieza, porque deseaba hacerlo. Allí estaba, a metro y medio sobre la cama. Tú estabas en la cama, durmiendo. Me asusté. No sabía cómo bajar, pero en el instante mismo en que pensé en bajar, caí. Caí lentamente. Todo el proceso estaba bajo un perfecto control.

»Me quedé inmóvil en la cama durante quince minutos antes de atreverme a moverme. Luego me levanté, me lavé, me vestí, y me fui al trabajo.

Jane forzó una sonrisa.

—Querido, hubiera sido mejor que escribieras todo eso. Pero no te preocupes. Simplemente has estado trabajando demasiado.

—¡Por favor! No seas trivial.

—La gente trabaja demasiado, aunque tú digas que es trivial. Lo que ocurrió fue que soñaste quince minutos más de lo que creíste que habías soñado.

—No era un sueño.

—Por supuesto que lo era. Soy incapaz de contar las veces que he soñado que me despertaba, me vestía y preparaba el desayuno; luego me despertaba realmente, y descubría que tenía que hacerlo todo de nuevo. Incluso he soñado que estaba soñando, si entiendes lo que quiero decir. Puede ser terriblemente confuso.

—Mira, Jane. He acudido a ti con un problema debido a que tú eres la única a la que siento que puedo acudir. Por favor, tómame en serio.

Los azules ojos de Jane se abrieron mucho.

—¡Querido! Te estoy tomando tan en serio como me es posible. Tú eres el profesor de física, no yo. Eres tú quien sabe de gravitación, no yo. ¿Me tomarías tú en serio si yo te dijera que me había encontrado flotando de pronto?

—No. Y eso es lo peor de todo. No quiero creer en ello, pero lo he vivido. No era un sueño, Jane. Intenté decirme a mí mismo que sí lo era. No tienes ni idea de cómo me he hablado a mí mismo de ello. Cuando iba hacia la universidad, estaba seguro de que era un sueño. ¿No has notado algo extraño en mí en el desayuno?

—Sí, ahora que pienso en ello, sí lo he notado.

—Bien, no era nada demasiado extraño, o lo hubieras mencionado. De todos modos, di perfectamente mi clase de las nueve. A las once, había olvidado todo el incidente. Entonces, justo antes de la comida, necesité un libro. Necesitaba…, bien, el título del libro no importa; simplemente lo necesitaba. Estaba en un estante de arriba, ¡pero podía alcanzarlo! Jane…

Se detuvo.

—Bien, prosigue, Roger.

—Mira, ¿has intentado alguna vez alcanzar una cosa que está a sólo un palmo de distancia? Te inclinas y automáticamente das un paso hacia ella mientras la coges. Es algo por completo involuntario. Se trata simplemente de la coordinación refleja de tu cuerpo.

—De acuerdo. ¿Y?

—Me tendí hacia el libro, y automáticamente di un paso hacia arriba. ¡En el aire, Jane! ¡En el mismo aire!

—Voy a llamar a Jim Sarle, Roger.

—No estoy enfermo, maldita sea.

—Creo que debería hablar contigo. Es un amigo. No será una visita médica. Simplemente hablará contigo.

El rostro de Roger enrojeció con repentina irritación.

—¿Y qué bien puede hacerme eso?

—Ya veremos. Ahora siéntate, Roger. Por favor.

Se dirigió al teléfono.

Él la detuvo sujetándola por la muñeca.

—No me crees.

—Oh, Roger.

—No me crees.

—Sí te creo. Claro que te creo. Simplemente quiero…

—Sí. Simplemente quieres que Jim Sarle hable conmigo. Así es como me crees. Te estoy diciendo la verdad, pero tú quieres que hable con un psiquiatra. Mira, no tienes que creer en mi palabra. Puedo probarlo. Te probaré que puedo flotar.

—Te creo.

—No seas tonta. Sé cuándo me están engañando. ¡Quédate quieta! Ahora obsérvame.

Retrocedió hasta el centro de la habitación y, sin ningún preliminar, se alzó del suelo. Quedó suspendido, con las puntas de sus zapatos a quince centímetros de la alfombra.

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