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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (413 page)

BOOK: Cuentos completos
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—No estás pidiendo nada sencillo. La más leve intrusión de una figura humana destruirá el clima.

—No vas a incluir una figura humana. Sólo la sugerirás. Es importante. Una figura humana, en rigor a la verdad, puede destruir el clima, pero tendremos que sugerir figuras humanas a lo largo de toda la obra. El público debe considerar a estos seres raros como a seres humanos. Sin duda.

—Lo pensaré —dijo Cathcart, dubitativa.

—Lo que nos trae a otra cosa. La fusión. El triple sexo de estas criaturas. Tengo entendido que se superponen. Tengo entendido, según el libro, que la clave de todo es la Emocional. El Paternal y el Racional no pueden fusionarse sin ella. Ella es la parte esencial del proceso. Pero, por supuesto, el tonto de Laborian no lo ha descrito en detalle. Bueno, no podemos hacer que el Racional y el Paternal salgan corriendo hacia la Emocional y se abalancen sobre ella. Eso, sin importar qué otra cosa hagamos, echaría a perder todo el efecto dramático.

—Estoy de acuerdo.

—Lo que debemos lograr, entonces, y es algo que se me acaba de ocurrir, es hacer que la Emocional se expanda, que las telas se extiendan y abracen (si esa es la palabra) al Paternal y al Racional. Estos quedarán tapados por las telas, y no se podrá ver exactamente cómo lo hacen, pero se irán acercando cada vez más hasta quedar superpuestos.

—Tendremos que poner el acento sobre esas telas —dijo Cathcart—. Tendremos que representarlo de la forma más elegante posible, a fin de hacer notar la belleza que hay en el acto, y no sólo el erotismo. Tendremos que poner música.

—La obertura de Romeo y Julieta no, por favor. Un vals lento, tal vez, porque la fusión demora un largo tiempo. Y que no sea un vals conocido. No quiero que el público se ponga a tararearlo. En realidad, sería mejor que se lo oyera ocasionalmente, de a pedazos, para que los espectadores, más que oír un vals, tengan la impresión de estar oyendo un vals.

—No podremos saber cómo hacerlo hasta que probemos y veamos cómo sale.

—Todo lo que estoy diciendo es una sugerencia de primera mano que puede ser alterada de cabo a rabo bajo la presión de los acontecimientos. ¿Y el orgasmo? Tendremos que indicarlo de alguna manera.

—Color.

—Mmm.

—Es mejor que el sonido, Jonas. No podemos hacer una explosión. Tampoco me gustaría una especie de erupción. Color. Color silencioso. Eso quedaría bien.

—¿Qué color? Tampoco me agradaría un destello cegador.

—No. Podrías probar con un rosa delicado, que se fuera oscureciendo lentamente y que luego, hacia el final, se volviera de pronto un rojo oscurísimo.

—No estoy seguro. Tendremos que hacer la prueba. Debe dar la inequívoca impresión de que es un orgasmo, y tener movimiento, y no provocar risa ni vergüenza en el público. Ya me veo montando todos los cambios de colores posibles en el espectro y, al final, descubriendo que todo depende de lo que se haga subliminalmente. Y eso nos trae al tema de los seres triples.

—¿Los qué?

—Ya sabes. Después de la última fusión, la superposición se vuelve permanente, y tenemos un ser adulto formado por los tres componentes juntos. Allí, pienso, es cuando tenemos que hacerlos más humanos. No humanos, cuidado. Pero más humanos. Una vaga forma humana sugerida, que tampoco sea simplemente subliminal. Necesitaremos una voz que de algún modo tenga reminiscencias de las tres, y no sé cómo hará el grabavoz para que resulte creíble. Por suerte, los seres triples no aparecen mucho en la narración —Willard sacudió la cabeza—. Y eso nos trae a la cruda verdad de que este compudrama tal vez sea un proyecto imposible de llevar a cabo.

—¿Por qué? Me parece que has ofrecido soluciones potenciales para toda clase de diversos problemas.

—Pero no para lo esencial. Mira, en El Rey Lear teníamos personajes humanos, y mucho más que personajes humanos. Teníamos emociones ardientes. ¿Y ahora qué tenemos? Tenemos unas cosas extrañas con forma de cubo, de óvalo, de pedazos de tela. Dime, ¿en qué se va a diferenciar mi Tres en Uno de un dibujo animado?

—Por empezar, un dibujo animado es bidimensional. Aunque la animación sea elaborada, es plano, y sus colores no tienen sombreados. Invariablemente, es satírico…

—Todo eso ya lo sé. No es eso lo que quiero que me digas. Estás olvidando lo más importante. Lo que tiene un compudrama, que no tiene un simple dibujo animado, son las sugerencias subliminales que sólo pueden crearse por medio de una compleja computadora manejada por un genio imaginativo. Lo que tiene mi compudrama, que no tiene un dibujo animado, eres tú, Meg.

—Bueno, intentaba ser modesta.

—No lo seas. Estoy tratando de decirte que todo, “todo”, va a depender de ti. Tenemos un argumento que es mortalmente serio. Nuestra Emocional está tratando de salvar a la Tierra basándose en el más puro idealismo: no es su mundo. Y no tiene éxito, y en mi versión tampoco tendrá éxito. No tendrá un vulgar final feliz.

—La Tierra no es destruida exactamente.

—No, no lo es. Todavía hay tiempo de salvarla, si es que a Laborian se le da por escribir una secuela, pero en esta historia, el intento fracasa. Es una tragedia, y quiero que se le dé el tratamiento de tal… es tan trágico como El Rey Lear. No habrá voces graciosas, ni acciones graciosas, ni toques satíricos. Va a ser seria. Seria. Seria. Y voy a depender de ti para lograrlo. Serás tú quien asegure que el público reaccione ante el Racional, la Emocional y el Paternal como si éstos fueran seres humanos. Todas sus peculiaridades tendrán que pasar a segundo plano; tendrán que ser reconocidos como seres inteligentes que están a la par de la humanidad, si no más adelantados. ¿Puedes hacerlo?

Secamente, Cathcart dijo:

—Parece que fueras a insistir con que sí puedo.

—Sí, insisto.

—Entonces será mejor que te dediques a poner todo en marcha y mientras tanto me dejes tranquila. Necesito tiempo para pensar. Mucho tiempo.

Los primeros días de grabación fueron un absoluto desastre. Cada miembro del personal tenía su copia del libro, que había sido cuidadosa, casi quirúrgicamente adaptado, pero sin omitir ninguna escena por completo.

—Vamos a mantenernos lo más fieles que sea posible a la narración original, y vamos a mejorarla cuanto podamos —había anunciado Willard confidencialmente—. Y lo primero que vamos a hacer es elaborar a los seres triples —Se volvió hacia el grabavoz—. ¿Qué has hecho al respecto?

—He tratado de fusionar las tres voces.

—Escuchemos. Bueno, a callar todos.

—Primero pasaré al Paternal —dijo el grabavoz. Se oyó una delicada voz de tenor que no cuajaba con la figura en forma de bloque que había producido el hombre de Imagen. Willard hizo una ligera mueca ante la discordancia, pero el Paternal era discordante: era una madre masculina. El Racional, hamacándose lentamente de atrás para adelante, tenía una voz de algún modo arrogante; su enunciación era excesivamente cuidadosa, y el tono el de un barítono ligero.

Willard interrumpió.

—Que el Racional se hamaque menos. No queremos que los espectadores se mareen hasta descomponerse del estómago. Se hamaca cuando está sumido en sus pensamientos, no todo el tiempo.

Después, asintió al ver las telas de Dua, que parecían totalmente adecuadas, igual que su clara e infinitamente dulce voz de soprano.

—Nunca debe chillar —dijo Willard, con severidad—, ni siquiera en los momentos de pasión.

—No lo hará —dijo el grabavoz—. El truco está, sin embargo, en que al mezclar las voces al programar al ser triple, cada una de ellas resulte identificable pero distante.

Las tres voces sonaron suavemente, sin que las palabras se entendieran con claridad. Parecieron fusionarse una con otra, y luego se oyó una única voz.

Willard agitó la cabeza con inmediato descontento.

—No, eso no sirve. No podemos juntar las tres voces en una especie de remiendo íntimo. De ese modo, la figura del ser triple resultaría cómica. Necesitamos una voz que, de alguna manera, sugiera las tres.

El grabavoz estaba claramente ofendido.

—Es fácil decirlo. ¿Cómo propones que lo hagamos?

—Yo lo hago —dijo Willard brutalmente— al ordenarte a ti que lo hagas. Cuando consigas lo que busco te lo diré. Y Cathcart… ¿dónde está Cathcart?

—Aquí estoy —dijo ella, emergiendo desde detrás de sus instrumentos—. Donde se supone que debo estar.

—No me gusta la subliminación, Cathcart. Supongo que tratabas de dar la impresión de circunvoluciones cerebrales.

—Por la inteligencia. Los seres triples representan el pico de inteligencia de estos alienígenas.

—Sí, entiendo, pero lo que hiciste dio la impresión de gusanos. Tendrás que pensar en otra cosa. Y tampoco me gusta el aspecto del ser triple. Es idéntico a un Racional, pero más grande.

—Es un Racional más grande —dijo uno de los imagistas.

—¿En el libro se lo describe así? —preguntó Willard con dureza.

—No con esas palabras, pero me da la impresión…

—Tus impresiones no importan. Yo tomo las decisiones.

El humor de Willard se puso peor a lo largo del día. Tuvo dificultades para controlar sus pasiones al menos dos veces; la segunda vez fue cuando, por casualidad, advirtió que había alguien observándolo todo desde un sitio ubicado a un costado. Avanzó hacia esa persona con furia.

—¿Qué está haciendo aquí?

Era Laborian, que le contestó tranquilamente:

—Estoy mirando.

—Nuestro contrato establece…

—Que no debo interferir en este procedimiento en modo alguno. No dice que no puedo mirar sin hablar.

—Si mira se van a sentir mal. Así es como funciona la preparación de un compudrama. Hay montones de problemas que superar, y al personal le resulta molesto que el autor esté mirándolos y desaprobándolos.

—No los desapruebo. Sólo vine a responder preguntas, si es que tienen alguna.

—¿Preguntas? ¿Qué tipo de preguntas?

Laborian se encogió de hombros.

—No sé. Tal vez algo los intrigue y necesiten alguna sugerencia.

—Ya veo —dijo Willard, con mucha ironía—. Quiere enseñarme mi oficio.

—No, quiero responder a sus preguntas.

—Bueno. Tengo una.

—Muy bien —dijo Laborian, sacando un pequeño grabador de casetes—. Si es tan amable de hablar al micrófono y decir que me va a hacer una pregunta y que desea que yo le conteste sin perjuicio del contrato, podemos comenzar.

Willard calló durante un tiempo considerable, mirando fijo a Laborian, como si sospechara algún truco; luego, habló al micrófono.

—Muy bien —dijo Laborian—. ¿Cuál es la pregunta?

—Cuando escribía el libro, ¿tenía algo en mente con referencia al aspecto del ser triple?

—Nada de nada —dijo Laborian alegremente.

—¿Cómo pudo hacer semejante cosa? —La voz de Willard temblaba como si estuviese tragándose a la fuerza un "idiota" con que finalizar la frase.

—Muy fácil. Lo que yo no describo lo provee la mente del lector. Cada lector lo hace en forma diferente, como más le convenga, presumo. Esa es la ventaja de escribir. Un compudrama podrá tener un público enormemente mayor que el de un libro, pero eso hay que pagarlo con la presentación de una imagen.

—Lo entiendo —dijo Willard—. Así que de nada sirvió la pregunta, entonces.

—Al contrario. Tengo una sugerencia.

—¿Como cuál?

—Como una cabeza. Pónganle cabeza al ser triple. El Paternal no tiene cabeza; tampoco el Racional ni la Emocional. Pero todos ellos veneran a los seres triples como a criaturas de una inteligencia muy superior a la suya. Ésa es toda la diferencia que existe entre los seres triples y los tres Separados. La inteligencia.

—¿Una cabeza?

—Sí. Nosotros asociamos la inteligencia con las cabezas. La cabeza contiene al cerebro, contiene a los órganos de los sentidos. Si omitimos la cabeza no podemos creer en la inteligencia. Las ostras y almejas, que no tienen cabeza, son moluscos que nos parecen no más inteligentes que una brizna de césped, pero a su pariente, el pulpo, que también es un molusco, lo vemos como a un ser de posible inteligencia, porque tiene cabeza… y ojos. Que el ser triple también tenga ojos.

Desde luego, todos habían dejado de trabajar en el estudio. Se habían aproximado lo más cerca que consideraban juicioso para escuchar la conversación entre el director y el autor.

Willard dijo:

—¿Qué tipo de cabeza?

—Elija usted. Lo único que se necesita es un bulto que sugiera una cabeza. Y ojos. El espectador, sin duda, captará la idea.

Willard se dio vuelta, gritando:

—Bueno, vuelvan al trabajo. ¿Quién les dijo que estaban de vacaciones? ¿Dónde están los imagistas? Vuelvan a la máquina y empiecen a probar con cabezas. —Se volvió de golpe y le dijo a Laborian, casi con insolencia—: ¡Gracias!

—Si es que resulta —dijo Laborian, alzando los hombros.

El resto del día lo pasaron probando cabezas, buscando una que no fuese un bulto enorme, ni una copia imaginativa de una cabeza humana, ni que tuviera ojos que fuesen círculos atónitos o hendeduras de aspecto maligno. Finalmente, Willard los llamó a sosiego y gruñó:

—Volveremos a intentarlo mañana. Si a alguien se le ocurre alguna idea brillante durante la noche, infórmenselo a Meg Cathcart. Ella me pasará las que valgan la pena. —Y agregó, con un murmullo de fastidio—: Supongo que Meg tendrá que guardar silencio.

Willard estaba en lo correcto y estaba equivocado. Estaba en lo correcto: no hubo ideas brillantes que informarle; pero se equivocó, porque a él mismo se le ocurrió una.

Le dijo a Cathcart:

—Oye, ¿puedes representar un sombrero de copa?

—¿Un qué?

—Esas cosas que usaban en la época Victoriana. Mira, cuando el Paternal invade la guarida de los seres triples para robarles la fuente de energía, no impresiona mucho su aspecto en sí mismo, pero tú dijiste que podías representar la idea de un casco y de una vara larga que daría la sensación de ser una lanza. Así, él se vería como un caballero andante cumpliendo con su misión.

—Sí, lo sé —dijo ella—, pero tal vez no quede bien. Tendremos que probar.

—Claro, pero eso nos señala el camino. Si sugieres un sombrero de copa, éste dará la impresión de que el ser triple es un aristócrata. En ese caso, la forma exacta de la cabeza y los ojos se torna menos crucial. ¿Se puede hacer?

—Se puede hacer cualquier cosa. La cuestión es: ¿funcionará?

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