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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (409 page)

BOOK: Cuentos completos
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—Por supuesto, es ropa formal. ¿Se parece a alguna otra cosa?

Realmente, parecía una cuerda azul, pero sentí que sería poco amable decírselo.

—Se ve perfectamente formal —dije—, y por una peculiar coincidencia es el asunto de una perfecta formalidad lo que quiero presentarte.

Le conté la historia de Winthrop y Azazel soltó algunas lágrimas, porque, en algunas ocasiones, tiene el corazón blando cuando los problemas de algunas personas le recuerdan los propios.

—Sí —dijo—, la formalidad puede ser intentada, no es algo que se dé en cualquiera, pero mi zplatchnik es muy incómodo. Invariablemente obstruye la circulación de mi magnífico apéndice caudal. ¿Pero qué puedo hacer? Una criatura sin su zplatchnik en reuniones formales es formalmente reprendida. En el caso actual, es lanzado sobre el piso duro y concreto, y se espera a que rebote.

—Pero, ¿hay algo que puedas hacer por Winthrop, O Sostenedor de los Menesterosos?

—Creo que sí —Azazel esta inesperadamente muy alegre. Habitualmente, cuando recurro a él con estas pequeñas solicitudes, se pone pesado, quejándose de sus dificultades. Esta vez dijo—: la verdad, ninguno en mi mundo, ni en tu miserable planeta, al menos lo imagino, disfruta de la formalidad. Es simplemente el resultado de un entrenamiento infantil sádico y recurrente. Uno solamente necesita realizar un toque en lo que en mi mundo se llama el Ganglio Itchko del cerebro, y uauuuuuu, el individuo regresa instantáneamente a la apatía de la naturaleza.

—¿Podrías entonces hacerle uauuuuuu a Winthrop?

—Ciertamente, si nos presentas, y pudiera estudiar su equipamiento mental, así podrá ser.

Eso fue fácilmente realizado ya que coloqué a Azazel en el bolsillo de mi camisa en ocasión de mi siguiente visita a Winthrop. Fuimos a un bar, lo que significó un gran alivio, ya que en Boston los bares son ocupados por grandes bebedores que no serían incomodados por la visión de una pequeña cabeza roja que sale del bolsillo de la camisa de una persona y echa una mirada. Los bebedores de Boston se ven peor cuando están sobrios.

Winthrop no vio a Azazel, aunque Azazel tiene el poder de nublar las mentes de los hombres cuando quiere, parecido en ese aspecto, mi viejo amigo, a tu estilo de escritura.

Puedo decir, sin embargo, que Azazel estaba haciendo algo porque los ojos de Winthrop se abrieron como platos. Algo en él estaba haciendo uauuuuuu. No pude escuchar el sonido, pero esos ojos me lo estaban gritando.

Los resultados se vieron pronto. En menos de una semana después, él estaba en mi habitación de hotel. Estaba parando en el Copley Manhole en ese entonces, a cinco manzanas y varios pisos de escalera del Copley Plaza.

—Winthrop —dije. Estás desarreglado. —Y lo estaba, uno de los botones de su camisa estaba suelto.

Su mano fue hasta el botón y dijo, en voz baja:

—Al Natick con él. No importa. —entonces, aún en voz baja, dijo—: he roto con Hortense.

—¡Cielos! —dije—. ¿Por qué?

—Una pequeña cosa. La visité el lunes para tomar el té, como es mi costumbre, y llevaba los zapatos del domingo, un pequeño descuido. No sabía que había hecho eso, pero últimamente he tenido dificultades en notar otras cosas también. Eso me preocupa un poco, George, pero no mucho, afortunadamente.

—Supongo que Hortense lo notó.

—Instantáneamente, ya que su sentido de lo correcto es tan agudo como el mío, o al menos como el que solía ser el mío. Ella dijo, “Winthrop, está calzado inapropiadamente”. Por alguna razón su voz sonaba rechinante. Le dije, “Hortense, si deseo estar inapropiadamente calzado, lo haré, y te puedes ir a New Haven si no te gusta”.

—¿New Heaven? ¿Por qué New Haven?

—Es un lugar miserable. Entiendo que allí hay algo como un Instituto de Lower Learning al que le llaman Yell o Jale o algo así. Hortense, como una verdadera mujer Radcliffe toma mi afirmación como un simple insulto porque así he querido decirlo. Repentinamente me devolvió la rosa que le di el año pasado y declaró que nuestro compromiso estaba terminado. Retuvo el anillo, de cualquier manera, ya que según dijo tenía algún valor. Así que acá estoy.

—Lo siento, Winthrop.

—No lo sientas, George. Hortense tiene el pecho plano. No tengo evidencia completa pero creo que está cóncava por delante. Al menos no es como Cherry.

—¿Qué es Cherry?

—No qué. Quién. Ella es una mujer con una excelente conversación, a la que conocí recientemente, y que no tiene el pecho plano, sin extremadamente convexo. Su nombre completo es Cherry Lang Gahn. Es de los Lang de Bensonhoist.

—¿Bensonhoist? ¿Dónde es eso?

—No lo sé. En algún lugar de la nación, imagino. Habla en una rara variedad de lo que llamamos antiguo inglés —sonrió afectadamente—. Me llama “chicolindo”.

—¿Por qué?

—Porque eso significa “hombre joven” en Bensonhoist. Aprendo el idioma rápidamente. Por ejemplo, supón que quieres decir, “Saludos, señor, me complace verle otra vez”. ¿Cómo lo dirías?

—Del modo que lo dijiste.

—En Bensonhoist dirías, “Hola, chico”. Corto y al punto, como ves. Pero ven, te la quiero presentar. Cena con nosotros mañana por la noche en Locke-Ober’s.

Me sentía curioso por ver esta Cherry y es contra mi religión, por supuesto, rechazar una cena en Locke-Ober’s, de modo que estuve allí la noche siguiente, más temprano que tarde.

Winthrop entró poco después y con él una joven dama a quien no tuve dificultad en reconocer como Cherry Lang Gahn de los Lang de Bensonhoist, ya que era magníficamente convexa. También tenía una cintura estrecha, y unas caderas generosas que se meneaban cuando caminaba y aún cuando estaba parada. Si su pelvis estuviera llena de crema, en poco tiempo sería manteca.

Tenía un cabello rizado de un amarillo deslumbrante, y labios de un rojo deslumbrante que continuamente se retorcían por un trozo de goma de mascar que tenía en la boca.

—George —dijo Winthrop—, quiero presentarte a mi novia, Cherry. Cherry, este es George.

—Chogusto —dijo Cherry. No comprendí el idioma, pero el tono de su voz aguda y nasal supuse que estaba en un estado de éxtasis por la oportunidad de entrar en mi conocimiento.

Cherry ocupó mi atención por completo por varios minutos por estos varios puntos de interés que presentaba y que requerían una observación más cercana, pero me di cuenta de que Winthrop estaba en un peculiar estado de descuido. Su chaleco estaba desprendido y no tenía corbata. Una mirada más atenta me reveló que no tenía botones en el chaleco, y que tenía corbata, pero hacia atrás.

Dije:

—Winthrop… —y tuve que detenerme, no podía decirlo.

—Ya me lo hicieron notar —dijo Winthrop— en el Brahman Bank. No tuve problemas para afeitarme esta mañana. Pensé que ya que saldría a cenar, podía afeitarme después de regresar del trabajo. ¿Por qué afeitarme dos veces en el día? No es razonable, George. —Sonaba agraviado.

—Muy razonable —agregué.

—Bien, ellos notaron que no me había afeitado y después de un corto paseo por la oficina del presidente —un canguro, si quieres saber— sufrí el castigo que ves. Fui relevado de mi puesto y lanzado sobre el pavimento de la avenida Tremont. Reboté dos veces —agregó, con un leve toque de orgullo.

—Pero esto significa ¡que no tienes trabajo! —Me sentí apaleado. Nunca estuve sin trabajo en toda mi vida, y estoy bien conciente de las dificultades que ello trae.

—Es cierto —dijo Winthrop—. Sé que no tengo nada en la vida sino un amplio currículum, un complejo conjunto de empresas, y un enorme capital en propiedades sobre el cual está edificado el Prudential Center… y Cherry.

—Natralment —dijo Cherry con una risita—. No abandonaría mi hombre en aversidá, con todo lo que preocuparse. Nos casaremos, ¿verdá, Winthrop?

—¿Casarnos? —dije.

—Creo que está sugiriendo —dijo Winthrop— un estado matrimonial dichoso.

Después de eso, Cherry se alejó hacia el sanitario y dije:

—Winthrop, es una mujer maravillosa, cargada de dones obvios, pero si te casas con ella serás quitado de toda la sociedad de New England. Ni siquiera las personas de New Haven te hablarán.

—Deja que lo hagan. —Miró a izquierda y derecha, se asomó por detrás mío y susurró:

—Cherry me está enseñando sexo.

—Creí que sabías sobre eso, Winthrop —dije.

—También yo. Pero aparentemente hay cursos de postgrado en el asunto de tal intensidad y variedad que nunca hubiese soñado.

—¿Cómo averiguó ella sobre eso?

—Le pregunté exactamente eso, ya que no te ocultaré que me vino el pensamiento de que ella había tenido experiencias con otro hombre, pensamiento que aparece mucho más inadecuado en vista de su refinamiento e inocencia.

—¿Y qué dijo ella?

—Dijo que en Bensonhoist las mujeres nacen conociendo todo sobre sexo.

—¡Qué conveniente!

—Sí. Esto no es así en Boston. Tenía veinticuatro años antes de… no importa.

Con todo, fue una velada instructiva, y no tengo que decir que Winthrop se fue rápidamente. Aparentemente, uno solamente necesita chasquear el ganglio que controla la formalidad y no hay límites sobre hasta donde llegará la informalidad.

Por supuesto, fue dejado de lado por todos en New England en todo sentido, como había predicho. Aún en New Haven en el Instituto de Lower Learning, mencionado por Winthrop con marcado disgusto, su caso fue conocido y también su desgracia. Había un graffiti en todo un muro de Jale, o Yule, o como se llame, que decía, con obscena alegría: “Winthrop Carver Cabwell es un hombre de Harvard”.

Esto fue, como bien puedes imaginar, terriblemente sentido por la buena gente de Harvard, e incluso se habló de una invasión de Yale. Ambos estados de Massachusets y Connecticut se aprestaron a suspender la Milia estatal pero, afortunadamente, la crisis pasó. Los come-fuego, tanto de Harvard como del otro sitio, decidieron que una guerra afectaría sus ropas.

Winthrop tuvo que escapar. Se casó con Cherry y se retiraron a una pequeña casa en algún lugar llamado Far Rockaway, que aparentemente es la costa de Bensonhoist. Allí vive en la oscuridad, rodeado por restos montañosos de su patrimonio, y por Cherry cuyo cabello se ha puesto castaño por la edad y cuya figura se ha expandido por el peso.

También está rodeado por cinco niños ya que Cherry
—al enseñarle sexo a Winthrop

era muy entusiasta. Los niños, como me han dicho, se llaman Poil, Boinard, Goitrude, y Poicy, todos buenos nombres de Bensonhoist. Winthrop es conocido afectuosamente como el Vago de Far Rockaway y una vieja y gastada salida de baño es su vestuario preferido en ocasiones formales.

Escuché pacientemente la historia, y cuando George terminó, dije:

—Y allí estás. Otra historia de desastres causados por tu interferencia.

—¿Desastre? —dijo George, indignado—. ¿Qué te ha puesto la idea de que fue un desastre? Visité a Winthrop apenas la semana pasada y se sentó allí, eructando sobre su cerveza, tocándose la barriga que ha desarrollado, y diciéndome lo feliz que es.

—Libertad, George —me dijo—. Encontré la libertad para mí y de alguna manera siento que te lo debo. No sé por qué tengo este sentimiento, pero lo tengo. —Y me metió un billete de diez dólares lleno de gratitud. Lo tomé solamente para no dañar sus sentimientos. Y eso me recuerda, viejo amigo, que me debes diez dólares porque me apostaste que no podría contarte una historia que no terminase en desastre.

—No recuerdo ninguna apuesta, George —le dije.

George revoleó los ojos.

—Qué conveniente es la flexible memoria de un flojo. Si hubieses ganado la apuesta, lo recordaría claramente. ¿Tendré que pedirte que pongas tus apuestas por escrito y así poder evitar tus torpes intentos de evitar el pago?

—Oh, bueno —dije, y le extendí un billete de diez dólares, agregando—: no herirás mis sentimientos, George, si te niegas a aceptar esto.

—Es muy amable de tu parte el decirlo —dijo George—, pero estoy seguro de que tus sentimientos serán heridos, de cualquier manera, y no podré soportarlo —y se guardó el billete.

Fin

Mostré esta historia al señor Northrop también, observándolo mientras leía.

Pasó todo de una manera seria, sin una risita, sin una sonrisa, aunque yo sabía que este era gracioso, e intencionalmente gracioso también.

Cuando terminó, volvió a empezar y lo leyó de nuevo, más rápido. Entonces me miró y había una clara hostilidad en sus ojos. Dijo:

—¿Escribiste todo esto por ti mismo, Cal?

—Sí, señor.

—¿Nadie te ayudó? ¿Copiaste algo de esto?

—No, señor. ¿Es gracioso, señor?

—Depende de tu sentido del humor —dijo amargamente el señor Northrop.

—¿No es una sátira? ¿No muestra el sentido del ridículo?

—No discutiremos esto, Cal. Vete a tu nicho.

Me quedé allí por todo un día, preocupado por la tiranía del señor Northrop. Me parecía que yo había escrito exactamente la clase de historia que él quería que yo escribiese, y no tenía razón para no decirlo. No podía imaginar qué le estaba molestando, y estaba enojado con él.

El técnico llegó al día siguiente. El señor Northrop le entregó mi manuscrito.

—Lea esto —dijo.

El técnico leyó, riéndose frecuentemente, y entonces lo devolvió al señor Northrop con una amplia sonrisa.

—¿Lo escribió Cal?

—Sí, lo hizo.

—¿Y es solamente la tercera historia que escribe?

—Sí, lo es.

—Bueno, es grandioso. Creo que lo puede publicar.

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