Cuentos completos (544 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
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Yo mismo lo compraba y lo entregaba.

—¿Le daba de comer?

—El chocolate caliente. Cuando me quedaba a la hora de la comida, un sirviente me traía un bocadillo de jamón y leche o algo así.

—¿Le dio libros?

Manfred meneó la cabeza lentamente.

—Mientras vivió, no. Nunca. No me dio ninguno ni me prestó ninguno. Yo podía leer lo que quisiera; pero sólo mientras permaneciera en la biblioteca. Tenía que lavarme las manos antes de entrar en ella, y debía volver a colocar cada libro en el estante en el lugar de donde lo había sacado, antes de tomar otro.

Avalon intervino:

—Me imagino que los hijos de Mr. Lineweaver estarían disgustados con usted.

—Creo que lo estaban —reconoció Manfred—. Pero nunca los vi en vida del anciano. Una vez, él me dijo con una risita:

»Uno de mis hijos ha dicho que debo vigilarte o te llevarás algunos de mis libros». Debí parecer horrorizado ante el insulto a mis padres. ¿Sería ésa la clase de hijo que ellos educaron?

Él se rió, me revolvió el cabello y concluyó: «Yo le he dicho que no sabía de qué estaba hablando».

Rubin preguntó:

—¿Eran valiosos esos libros?

—En aquel tiempo, nunca se me ocurrió que pudieran serlo.

No tenía idea de lo que costaban los libros, o de que algunos pudieran tener más valor que otros. Aunque, al final lo averigüé. Él estaba orgulloso de ellos, ya ven. Me contó que cada uno de aquellos volúmenes lo había comprado él mismo. Le comenté que algunos de ellos parecían tan viejos que debía haberlos comprado cuando era un muchachito.

»Se rió y observó:

»—No, he comprado muchos de ellos en librerías de segunda mano. Eran viejos cuando los compré, ya ves. Si haces eso, a veces puedes pescar algunos libros valiosos por casi nada. Un triple diablo; dijo. Un triple diablo.

»Yo pensé que se estaba refiriendo a sí mismo y a lo listo que era para encontrar esos libros valiosos. Naturalmente, yo no sabía distinguir cuáles podían ser los libros de valor.

»A medida que pasaron los años, desarrollé una ambición. Lo que yo quería era poseer una librería algún día. Quería estar rodeado de libros y venderlos hasta que hubiera ganado el suficiente dinero para formar una biblioteca propia, una colección de libros que no tuviera que vender y que pudiera leer para contento de mi corazón.

»Se lo expliqué una vez a Mr. Lineweaver, cuando él me preguntó. Le dije que iba a trabajar en la sastrería y a ahorrar cada centavo hasta que tuviera suficiente para comprar una librería o quizás un almacén vacío y luego adquirir los libros.

»Lineweaver meneó la cabeza:

»—Necesitarás mucho tiempo para eso, Bernie. El problema es que tengo hijos propios, aunque son muy egoístas. Sin embargo, no hay ninguna razón para que no pueda ayudarte de alguna manera solapada en la cual ellos no puedan hacer nada. Simplemente, recuerda que tengo un libro muy valioso.

»Yo le dije:

»—Espero que esté escondido, Mr. Lineweaver.

»—En el mejor lugar del mundo —contestó—. ¿Recuerdas tu Chesterton? ¿Cuál es el mejor lugar para esconder un guijarro?

»Yo reí. Las historias del Padre Brown eran nuevas entonces y me gustaban mucho.

»—En la playa —respondí—; y el mejor sitio para esconder una hoja es el bosque.

—Exactamente —convino Mr. Lineweaver—; y mi libro está escondido en la biblioteca.

»Yo miré alrededor con curiosidad.

»—¿Cuál es? —pregunté, e inmediatamente lo sentí, porque él podía haber pensado que quería cogerlo.

»Mr. Lineweaver meneó la cabeza:

»—No te lo diré.

»¡El triple diablo! De nuevo creí que se estaba refiriendo a su propia astucia para no revelar el secreto.

»A principios de 1929, casi diez años después del día que yo lo había visto por primera vez, él murió y yo recibí una llamada de los abogados para asistir a la lectura del testamento. Eso me sorprendió; pero mi madre estaba en el séptimo cielo. Ella creyó que yo heredaría mucho dinero. Mi padre frunció el ceño y se preocupó porque el dinero pertenecía a la familia y yo podía ser un ladrón al quedarme con lo que era de ellos. Él era de esa clase de personas.

»Asistí, vestido con mi mejor traje, y me sentí increíblemente incómodo y fuera de lugar. Estaba rodeado por la familia, los hijos y los nietos. Nunca los había visto hasta ese día, y las miradas que me dirigieron eran todo lo contrario de amables. Creo que ellos también pensaban que yo recibiría mucho dinero.

»Pero no tuvieron que preocuparse. Me dejó un libro,
uno,
de su biblioteca. Un libro cualquiera que desease yo. Tenía que ser a mi libre elección. Sabía que él quería que yo tuviera el valioso, pero nunca me dijo cuál era.

»El legado no satisfizo a la familia. Ustedes pensarán que ellos podían prescindir de un libro de entre quizá diez mil; pero, al parecer, les disgustaba el hecho de que yo fuera mencionado en el testamento. El abogado me dijo que podía hacer mi elección tan pronto como fuera oficial el testamento.

»Yo pregunté si podía ir a la biblioteca y estudiar los libros con objeto de hacer esa elección. El abogado pareció pensar que era razonable, pero fue objetado en seguida por la familia, quienes señalaron que el testamento no decía nada acerca de que yo fuera a la biblioteca.

»—Tú has estado allí con la frecuencia y el tiempo suficientes —dijo el mayor—. Simplemente haz tu elección y puedes tenerlo cuando sea oficial el testamento.

»El abogado no se sintió demasiado complacido por ello y afirmó que precintaría la biblioteca hasta la ejecución del testamento y que nadie podía entrar. Eso me hizo sentir mejor, porque yo pensaba que quizá la familia sabía qué libro era el valioso y lo sacarían ellos mismos.

»Requería tiempo el que el testamento se hiciera oficial; así que rehusé la elección de inmediato. La familia gruñó ante eso; pero el abogado triunfó con su opinión. Estuve pensando mucho. ¿Me había dicho el anciano Mr. Lineweaver alguna cosa especial que pudiera haber tenido como intención dar una pista? Yo no podía pensar en nada sino en el «triple diablo» que él acostumbraba a llamarse a sí mismo cuando quería alabar su propia astucia… Pero él solamente decía eso cuando hablaba del libro valioso. ¿Podía la frase referirse al libro y no a sí mismo?

»Yo tenía ya veinticuatro años y estaba lejos de ser el niño inocente de diez años antes. Poseía una amplia variedad de información en las puntas de los dedos, gracias a la lectura y, cuando llegó el momento de hacer mi elección, no tuve que entrar en la biblioteca. Di el nombre del libro que quería y expliqué con toda exactitud en qué estante y lugar estaba, porque lo había leído, naturalmente, aunque nunca sospeché que fuera valioso.

»El mismo abogado entró y lo cogió para dármelo, y fue el adecuado. Como comerciante de libros, sé ahora por qué era valioso; pero eso no importa. El asunto es que yo hice que el abogado, un buen hombre, se ocupara de valorarlo y luego venderlo en subasta pública. El libro consiguió setenta mil dólares, una verdadera fortuna en aquellos días. Si fuera ofrecido ahora en subasta, conseguiría un cuarto de millón; pero yo necesitaba el dinero
entonces.

»La familia se puso furiosa, naturalmente, pero no pudieron hacer nada. Apelaron; pero el hecho de que no me hubieran dejado entrar en la biblioteca y estudiar los libros les hizo perder muchas simpatías. El caso es que, después de que se terminara la batalla legal, compré una librería, logré pagarla gracias a la Depresión, cuando los libros eran una forma de diversión relativamente barata, y puse las cosas en el lugar que están ahora… Así que…, ¿puede decirse que soy un
self-made man.

Rubin manifestó:

—En mi opinión, eso no entra en el concepto de suerte.

Usted tenía que pescar un libro de entre diez mil sobre la base de una pista pequeña y oscura, y lo hizo. Eso es ingenio y, por tanto, usted se ganó el dinero. Simplemente, por curiosidad, ¿cuál era el libro?

—¡Eh! —advirtió Gonzalo con enfado.

Manfred recordó:

—Mr. Gonzalo me pidió que no les diera la solución. Dijo que ustedes podían querer averiguarla por sí mismos.

El humo del cigarrillo de Drake dio vueltas hacia el techo.

Con su voz ligeramente ronca, dijo:

—Uno de entre diez mil sobre la base del «triple diablo».

Nosotros nunca vimos la biblioteca y usted sí la vio. Usted sabía qué libros había allí y nosotros no. No es una prueba equitativa.

—Lo admito —contestó Manfred—; así que se lo diré si lo desean.

—No —se opuso Gonzalo—. Hemos de disponer de una oportunidad. El libro debía tener la palabra «diablo» en el título.

Podía haber sido
El diablo y Daniel Webster,
por ejemplo.

—Eso es un relato corto de Stephen Vincent Benét —explicó Manfred—. Y no fue publicado hasta mil novecientos treinta y siete.

Halsted intervino:

—La imagen usual del diablo, con cuernos, pezuñas y rabo está sacada, en realidad, del dios griego de la Naturaleza, Pan. ¿Se trataba de un libro de Pan o con la palabra «Pan» en el título?

—En realidad —contestó Manfred—, no puedo pensar en ninguno.

Avalon continuó:

—La diosa ocultista Hécate es considerada a menudo como triple: virgen, matrona y vieja arrugada, porque también era una diosa de la Luna, y ésas eran las fases: cuarto creciente, llena, y cuarto menguante. Como diosa bruja, podía ser considerada un triple diablo. Las
Memorias del Condado de Hécate
fueron publicadas demasiado tarde para ser la solución; pero…, ¿hay algo anterior con Hécate en el título?

—No, que yo sepa —contestó Manfred.

Hubo un silencio en la mesa y Rubin dijo:

—No tenemos suficiente información. Creo que el relato ha sido interesante en sí mismo y que Mr. Manfred puede explicarnos ahora la solución.

Gonzalo objetó:

—Henry no ha tenido su oportunidad. Henry…, ¿tiene alguna idea de cuál puede ser el libro?

El camarero sonrió.

—Tengo una pequeña noción.

Manfred sonrió también.

—No creo que sea correcta.

Henry añadió:

—Quizá no. En cualquier caso, la gente a menudo siente temor de mencionar al diablo por su nombre por miedo de evocarlo al hacerlo, así que usan numerosos apodos o eufemismos para él. Es muy frecuente que usen el diminutivo de algún nombre corriente masculino, como una especie de gesto amistoso que pudiera servir para aplacarle. Me viene a la mente «Oíd Nick».

Manfred medio se levantó del asiento; pero Henry no le prestó atención.

—Una vez se cae en eso, es sencillo pasar a pensar en
Nicholas Nickleby;
el cual, por decirlo de alguna manera, es el «Oíd Nick» dos veces y por tanto el «doble diablo».

—Pero nosotros queremos el «triple diablo», Henry —apuntó Gonzalo.

—El diminutivo de Richard nos da «dickens», un eufemismo muy conocido para el diablo como en
What the dickens!
(¡qué demonios!) y el autor de
Nicholas Nickleby
es, naturalmente, Charles Dickens, y aquí tenemos el «triple diablo». ¿Tengo razón, Mr. Manfred?

Manfred asintió.

—Tiene toda la razón, Henry. Me temo que yo no fui tan ingenioso como he creído durante cincuenta y cinco años.

Usted lo ha hecho en mucho menos tiempo que yo y sin siquiera ver la biblioteca.

Henry replicó:

—No, Mr. Manfred. Yo tengo mucho menos mérito que usted. Ya ve, usted dio la solución al relatar los acontecimientos.

—¿Cuándo? —preguntó Manfred frunciendo el ceño—. He tenido cuidado de no decir nada en absoluto que pudiera darles a ustedes un indicio.

—Exactamente, señor. Usted mencionó muchos autores y ni siquiera una vez nombró el novelista preeminente del siglo XIX y probablemente de cualquier otro siglo, quizás incluso de cualquier lengua. El hecho de que dejara de mencionarlo me hizo pensar en seguida que había una significación particular en el nombre de Charles Dickens y el «triple diablo». Entonces, no representó ningún misterio para mí.

POSTFACIO

Puede que ustedes hayan notado en este relato que Isaac Asimov es mencionado como un amigo de Emmanuel Rubin, quien, al instante, aprovecha la oportunidad para criticar y desacreditar al pobre Asimov.

Yo hago eso más o menos cada diez relatos, porque disfruto haciéndolo; pero, naturalmente, es con el pobre Rubin con el que soy injusto y no conmigo mismo.

Rubin, en su personificación en la vida real, es Lester del Rey. Y
es un buen amigo mío. Lo ha sido durante cerca de cincuenta años. Nosotros disputamos agradablemente en público (cosa que me dio la idea de hacer actuar a Rubin como lo hace); aunque la verdad es que los dos estamos dispuestos a quedarnos sin camisa para dársela al otro si la necesita. Lester es uno de los mejores hombres que he tenido la suerte de conocer, absolutamente honrado y absolutamente de fiar… Pero muy suyo, como yo.

Lester niega con insistencia que exista parecido alguno entre él y Rubin, aunque yo le aseguro que los extraños a menudo me paran en la calle y dicen:

—¡Eh¡, ese tipo Rubin de sus historias…, se parece muchísimo a Lester del Rey.

Esta narración apareció por primera vez en el número de agosto de 1985 del
Ellery Queen's Mystery Magazine.

Crepúsculo sobre el agua (1986)

“Sunset on the Water”

No pasó demasiado tiempo antes de que Emmanuel Rubin se indignara hasta el punto de que su barba (lo que había de ella) se le erizase. No tardó mucho más en ponerse furioso y en que sus ojos relampaguearan detrás de sus gafas de gruesos cristales.

Rubin estaba a medio camino entre la indignación y la rabia y su voz resonaba en el salón de arriba, en el «Milano», donde los Viudos Negros se encontraban para celebrar sus banquetes mensuales.

—Recibo esta carta de un entusiasta de California —dijo—, y después de la palabrería habitual sobre lo buenos que son mis libros…

—Palabrería es la expresión adecuada —comentó Mario Gonzalo, mirando complacido el dibujo que estaba haciendo del anfitrión del banquete, un dibujo en el que todo eran cejas.

Rubin continuó con su frase sin preocuparse en interrumpirse para demoler a los demás, cosa inusual en él y que indicaba lo concentrado de su ira.

—Me escribe diciendo que, si alguna vez estoy en la Costa, tendría que dejarme caer por allí y él me instalaría.

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