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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (560 page)

BOOK: Cuentos completos
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Un hombre de esa clase era Stephen. Dense cuenta de que estoy utilizando sólo su nombre, y Stephen tampoco es su nombre de verdad.

—Stephen vivía una vida tranquila —dijo Koenig—; no atraía la atención. No cometió el error de intentar cubrir sus verdaderos propósitos mediante una falsa profesión de patriotismo.

Lo que ocurría era que, por su trabajo y circunstancia, tenía a su disposición muchos asuntos que no queríamos que el enemigo alcanzara. Sin embargo, hay muchísima gente que conoce cosas que sería mejor que fueran confidenciales, y la gran mayoría son personas dignas de confianza. No existe ninguna razón para suponer que Stephen no era tan de fiar como cualquiera de ellos.

»Sin embargo, había ciertos datos que el enemigo desearía conocer de modo particular, datos a los cuales tenía acceso Stephen. Él podía con facilidad pasárselos al enemigo; pero, si lo hacía, las circunstancias eran tales que, en seguida se convertiría en sospechoso. Pues llevaría a una certeza moral de que él era el culpable. Sin embargo, era tanta la importancia de la información, que él
tenía
que obtenerla.

»Observen, a propósito, que yo no les cuento nada en absoluto acerca de la naturaleza de los datos en cuestión, acerca del modo en el cual él tenía acceso a ellos, o la manera que tenía de hacer la transferencia. Todo eso carece de importancia para el pequeño juego que estamos haciendo. Ahora déjenme intentar ponerme en el lugar de Stephen…

»Él sabía que tenía que realizar una tarea y que instantáneamente resultaría sospechoso, muy sospechoso. Creyó que debía protegerse a sí mismo de algún modo. No era tanto por temor a la prisión, puesto que podía ser canjeado. Tampoco, me imagino, temía a la muerte, dado que las circunstancias de su vida eran tales que debía saber que vivía con la posibilidad de la muerte, incluso de una muerte desagradable.

»Sin embargo, como patriota, pues supongo que él se consideraba como tal, no quería ser cogido, porque sabía que no podría ser remplazado con facilidad. Además, si podía de alguna manera ser absuelto de sospecha, nuestro departamento tendría que mirar por otro lado. Eso desperdiciaría nuestras energías y colocaría bajo sospecha a muchas personas inocentes, todo lo cual redundaría en desventaja nuestra.

»¿Pero cómo podía evitar ser cogido cuando él era, por necesidad, el evidente culpable? Estaba claro que tendría que estar en dos lugares…, en la ciudad, donde podría continuar su tarea, y al mismo tiempo en un lugar lejano, de modo que pareciera que no podía tener nada que ver con la tarea aquella.

La única manera de conseguirlo era que hubiera dos personas.

»Aquí está el modo en que lo arregló, como por fin averiguaremos. El país para el cual trabajaba Stephen proporcionó un sosías a quien podemos llamar Stephen Dos. Imagino que si Stephen y Stephen Dos estuvieran juntos, sería fácil distinguirlos; pero si alguien veía a Stephen Dos y luego, al cabo de unos cuantos días, al mismo Stephen, creería que había visto a la misma persona.

»También sería lógico suponer que la semejanza de Stephen Dos con Stephen fue reforzada. Se le peinaría igual, se le dejaría el mismo bigotito, imitaría la voz de Stephen, según las grabaciones que le proporcionaban, y haría su firma tal como estaba registrada en documentos. Incluso habría aprendido a hacer uso de algunas de las expresiones favoritas de Stephen.

Naturalmente, tendría que ser alguien que hablase inglés y entendiera la cultura igual que lo hacía Stephen.

»Todo esto debió requerir tiempo y esfuerzo considerables; pero eso demuestra la importancia de lo que el enemigo pretendía.

»Nosotros acabamos reconstruyendo lo que hizo Stephen y estamos convencidos de que la reconstrucción es, en esencia, correcta. A medida que se acercaba el momento, Stephen hizo que se supiese de un modo casual, como parecía adecuado, que él se iría a las Bermudas para pasar una semana de vacaciones en un crucero. Cuando llegó la hora, se escondió y cambió ligeramente su aspecto, de modo que no fuera reconocido mientras efectuaba el robo y la transmisión de los datos con toda la suavidad y tan a escondidas como le fue posible.

Fue Stephen Dos, naturalmente, quien hizo el viaje a las Bermudas.

»Ocurría que el verdadero Stephen nunca había estado en las Bermudas y eso le resultó útil. Haber estado allí sólo una vez justificaría que no conociera todo lo que había que conocer acerca de la isla. Sin embargo, tenía que saber lo que él mismo había hecho en la isla. Con ese propósito, había encargado a Stephen Dos que le enviara, por medio de una simple clave y de una dirección segura de alojamiento, una relación condensada, pero detallada, de lo que hizo y vio allí. En particular, Stephen Dos tenía que hacer muchas cosas sin importancia que él debería explicar con detalle, para que Stephen pudiera utilizarlas como prueba de haber estado en las Bermudas. Una referencia casual a algo sin importancia, podía hacer que pareciera una prueba convincente.

»Estamos completamente seguros de que Stephen ordenó a Stephen Dos que hiciera amistad en el barco con alguna mujer lo bastante atractiva, y estuviera tan amable con ella que, sin duda, le recordara…, aunque no tanto que ella pudiera detectar alguna diferencia entre los dos Stephen.

»No quería de ningún modo que Stephen Dos la tratase más íntimamente y comenzara un romance. Imagino que Stephen no deseaba que le crearan una situación que pudiera hacerle sentirse incómodo; y una mujer que imaginase que habían sido amantes, cuando eso era algo que no podría negar sin incurrir en gran peligro para sí mismo, representaría sin duda una molestia.

»La semana durante la cual Stephen Dos estuvo en las Bermudas debió haber sido un período de gran suspense para Stephen. Llevó a cabo su propia tarea, pero ¿qué pasaría si el barco del crucero embarrancaba o si Stephen Dos caía por la borda o tenía un accidente en las Bermudas y era hospitalizado, lisiado o incluso muerto? O, supongamos, que a Stephen Dos se le tomaran las huellas digitales por alguna razón o se volviera traidor (o hubiera abandonado la causa, desde nuestro punto de vista). Cualquier cosa de este tipo habría destruido la coartada de Stephen y hubiera causado con seguridad su encarcelamiento.

»Naturalmente, no ocurrió nada de eso. Stephen Dos envió sus cartas como era debido, numerando cada una de ellas de modo que Stephen pudiera estar seguro de que ninguna se había perdido. Stephen memorizó, con cuidado todas las cartas lo mejor que pudo.

»Finalmente, Stephen Dos volvió de las Bermudas y, con tranquila habilidad, desapareció y se volvió a su propio país, mientras Stephen reasumía su identidad.

»Dos semanas después del viaje a las Bermudas, nosotros tuvimos motivo para sospechar que los datos que había buscado Stephen habían sido interferidos. Una rápida investigación probó el caso y el dedo de la sospecha señaló con fuerza y sin discusión a Stephen.

»Un grupo de los nuestros cayó sobre él.

»Stephen era digno de admiración a su modo. Su disgusto ante la pérdida de la información parecía totalmente sincero y admitió, afligido, que era el lógico sospechoso, y en verdad el único.

»—Pero —señaló con suave paciencia— yo estaba en el
Island Duchess
desde el día nueve hasta el dieciséis y estuve en las Bermudas entre el once y el catorce. Si la pérdida tuvo lugar durante ese período, yo, simplemente, no pude haberlo hecho.

»Nos dio muchos detalles y, naturalmente, disponía de amplia documentación en el sentido de que había comprado tickets, embarcado, desembarcado, pagado su cuenta del bar y algunos otros gastos, etc. Todo parecía estar en orden. Ni siquiera resultaba sospechoso que pudiera proporcionar todo esto si se le pedía. Él aclaró: "Voy a desgravar parte de esto como gastos de trabajo y, por tanto, necesitaré documentos para Hacienda".

»Parecía haber, entre mis compañeros, una tendencia a aceptar esto y preguntarse si podía haber otros sospechosos, después de todo. Me mantuve alejado. Stephen parecía, por alguna razón, demasiado suave conmigo, y yo insistí en continuar preguntándole mientras los demás abordaban otros aspectos del caso. Ése fue mi gran éxito como cazador de espías, naturalmente. Si yo hubiera tenido uno o dos más así, el departamento quizá no hubiera estado tan dispuesto a dejarme marchar cuando pedí el retiro; pero no los tuve. Ése fue mi único triunfo.

»En una segunda entrevista, le dije: "¿Estuvo usted en el barco o en las Bermudas en todo momento desde el embarque hasta el desembarco?" "Sí, naturalmente —respondió—. Yo estaba a merced del barco". "No del todo, señor", le dije. Él frunció un poco el ceño, como si intentase penetrar lo que yo quería decir y entonces inquirió: "¿Quiere decir que yo podía haber volado desde el barco hasta aquí y luego otra vez al barco y, de ese modo, haber estado aquí para realizar el trabajo y allí para tener una coartada?" "Algo así", contesté sombrío.

Él, entonces, me dijo: "Yo no podía entrar en un avión sin identificarme". Y le contesté: "Existen cosas tales como falsas identificaciones deliberadas". "Lo entiendo —respondió—; pero supongo que uno puede comprobar si un helicóptero ha abandonado el barco en algún momento. Supongo que se puede comprobar cada pasajero de cualquier vuelo entre aquí y las Bermudas durante el tiempo en que yo estuve en la isla y ver si hay algún pasajero sin registrar o si hay algo que no sea una persona real de mis características".

»No me preocupé en decirle a Stephen que dichas comprobaciones estaban en marcha…, y que, a la postre, no habían descubierto nada.

»Nuestras entrevistas fueron grabadas, naturalmente, con el permiso de Stephen. Le habíamos leído sus derechos; pero él dijo que estaba dispuesto a hablar y no pidió ningún abogado.

Era el mismísimo modelo de ciudadano inocente confiado en su inocencia y eso bastó para levantar mis sospechas de algún modo. Él parecía demasiado bueno para ser sincero, y demasiado confiado. Entonces comencé a preguntarme si tendría un hermano gemelo, de modo que pudiera parecer que él estaba en las Bermudas mientras permanecía en casa. Eso se averiguó también, y se estableció que era hijo de un parto único y en realidad hijo único… Pero la idea de un sosias permaneció en mi mente.

»Yo le dije en una entrevista posterior: "¿Permaneció usted en el barco mientras estaba en las Bermudas? ¿O en un hotel?" "En el barco", me respondió. Y seguí preguntándole: "¿Había estado usted alguna vez antes en las Bermudas? ¿Es usted un personaje conocido allí de algún modo?" "Era mi primer viaje a las Bermudas", me dijo. "¿Hay alguien que pueda testificar su presencia en el barco cada día? ¿Hay alguien que pueda atestiguar que usted estaba en las Bermudas cuando se hallaba fuera del barco?" Él dudó. "Yo estaba solo en el crucero —explicó—. No fui con amigos. Después de todo, no tenía idea, no tenía ni la más mínima noción…, ¿cómo podía tenerla…?, de que tendría que probar que estaba en el barco". Yo me sonreí. Eso parecía demasiado ingenioso.

»"No me irá usted a decir —argumenté— que usted era un recluso que se escondía por los rincones sin hablar con nadie".

—"No —respondió, con aspecto un poco incómodo—. En realidad yo era bastante amable, pero no puedo garantizar que ninguna de las personas con las que me relacioné casualmente pueda recordarme. Excepto…

—"¡Siga! —le presioné—. ¿Cuál es la excepción?".

»"Había cierta joven con la cual hice amistad al principio del crucero. Se convirtió en mi compañera constante para decirlo de algún modo, en las comidas del barco y durante gran parte del tiempo que estuve en las Bermudas… No piense mal, Mr. Koenig. No había nada incorrecto en aquella relación. No estoy casado; pero, aunque lo estuviera, era solamente una amistad casual. Creo que ella podría recordarme. Bailamos en el barco, y en las Bermudas visitamos el acuario, fuimos juntos en el barco de fondo de cristal, hicimos excursiones, comimos en el Princess Hotel. Cosas así. Ella fue a la playa sola, sin embargo, porque yo tengo tendencia a evitar el sol".

»"¿La vio usted cada día?", le pregunté. Él pensó durante un momento y repuso: "Sí, cada día. No durante todo el día, naturalmente. Y tampoco por la noche. Ella nunca estuvo en mi habitación ni yo jamás en la suya". "No nos preocupa su moral, señor", le dije. "Estoy seguro de ello —contestó—; pero no quiero decir nada que pudiera influir desfavorablemente en la moral de ella". "Es usted muy considerado —comenté—.

¿Cómo se llamaba la joven?" "Artemis".

»"¿Artemis?", pregunté un tanto incrédulo. "Ése es el nombre que ella me dijo, y así es como oí que los demás la llamaban. Era una mujer muy bonita, que estaba a principios de sus treinta años, diría yo, con cabello rubio oscuro y ojos azules. Medía alrededor de un metro sesenta y cuatro".

»"¿Y cuál era su apellido?", le pregunté. Él dudó. "No recuerdo —dijo—. Puede que ella ni siquiera lo mencionase.

Estábamos a bordo, ya sabe, todo era muy informal. Ella me llamaba Stephen. No creo que yo mencionara ninguna vez mi apellido". "¿Y su dirección?" "No la sé. Ella hablaba como si fuera de Nueva York; pero no lo sé. Siempre se puede ir a mirar los registros del barco en aquella semana. Estaría en la lista y yo diría que las posibilidades de que haya dos Artemis son casi nulas. Seguramente tendrán su apellido y la dirección de su casa".

»Cerré el aparato de grabar al oír eso y le advertí que, tal como se había acordado, él continuaría confinado en su apartamento durante el curso del interrogatorio; pero que se le llevaría cualquier cosa que necesitara y se le harían los recados que fueran razonables.

»Yo estaba decidido a probar, si podía, que el que había estado en las Bermudas no era Stephen, y estaba claro que, para esto necesitaría a aquella mujer.

»Se tardó tres días en arreglar los asuntos y cada uno de ellos fue un fastidio. Era obvio que yo no podía mantener a Stephen escondido indefinidamente, y en cierto momento él comenzó a quejarse bastante en serio, diciendo que tendríamos que presentar algo definitivo o dejarle marchar.

»Pero él no presentó demanda. Continuaba siendo un ciudadano modélico y, una vez tuve a Artemis localizada, lo organicé todo para que ella lo viera sin que él supiera que le estaba contemplando. Ella comentó: "Ciertamente tiene el mismo aspecto que Stephen". Y yo propuse: "Vayamos a encontrarle, pues. Simplemente actúe con naturalidad; pero, por favor, mantenga los ojos abiertos y hágame saber si, por alguna razón, cree usted que no es el hombre que conoció en el barco".

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