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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (562 page)

BOOK: Cuentos completos
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—Como cualquiera de nosotros —concluyó Avalon, y se aclaró la garganta—. Usted tiene razón, Mr. Dynast. Acepto su respuesta. Dígame, ¿durante cuánto tiempo ha sido usted fontanero?

Dynast de repente pareció lleno de ansiedad.

—¿Va a consistir en esto? ¿Van ustedes a hacerme preguntas sobre toda la fontanería?

—Es posible que lo hagamos, Mr. Dynast.

Halsted interrumpió con su voz suave:

—Ya le he explicado, Mike, que las condiciones del banquete son que usted debe contestar a todas las preguntas que se le dirijan.

—Lo haré, Rog; pero tengo algo más interesante que contar…, si me dejan.

Avalon hizo una pausa, se quedó pensativo durante un momento y luego continuó:

—No tenemos ninguna intención de estorbarle demasiado, Mr. Dynast. Usted puede decirnos qué es lo que desea explicar; pero si volvemos al tema de la fontanería, usted debe aceptarlo. Esto es…

—Sé lo que quiere decir, Mr. Avalon, y me parece muy bien —respondió—. Lo que yo quiero decir es que antes del banquete he oído que hablaban de relatos de misterio de habitaciones cerradas. Decían que no sabían si una historia de misterio de habitaciones cerradas podía suceder en la vida real. La cosa es que yo tengo una.

Esto llevó a la mesa a un momento glacial de inmovilidad.

Incluso Henry, que estaba callado y recogiendo, eficiente, los últimos restos del banquete, levantó la vista con sorpresa pensativa.

Finalmente Trumbull preguntó con un tono que era casi susurrante:

—¿Quiere decir que ha oído hablar de alguna, o que usted ha tenido alguna experiencia en ese sentido? ¿Se ha visto usted metido en una historia de ésas?

—Yo no. Mi esposa.
Ella
lo estuvo.

Mario Gonzalo, al otro extremo de la mesa, se estaba inclinando hacia delante en su silla, con expresión de morboso regocijo.

—Espere un poco, Mr. Dynast. ¿Va usted a decirnos que había una habitación cerrada y que alguien apareció muerto dentro, que no fue un suicidio, que no había ningún asesino dentro y que su esposa estuvo allí y lo conoce todo acerca del asunto?

Dynast pareció horrorizado al oír esto.

—¿Asesinato? No estoy hablando de asesinato. Dios mío, no hubo ningún asesinato. Nada de
eso.

Gonzalo se desinfló visiblemente.

—¿Entonces, de qué está hablando?

Dynast explicó:

—Había una habitación que estaba cerrada. Y sucedió algo que no
podía
suceder, eso es todo. Y eso implicó a mi esposa.

No tiene que ser un asesinato para tratarse de un misterio en una habitación cerrada, ¿no?

Avalon levantó la mano y expresó con su más profunda voz de barítono:

—Estoy llevando a cabo el interrogatorio, caballeros, así que tengamos orden. Esto puede ser interesante y puede que sustituya a nuestro análisis de la profesión de fontanero, al menos de momento; pero procedamos con método.

Con el ceño fruncido, esperó a que se hiciera silencio y luego dijo:

—Mr. Dynast, ¿qué sucedió en la habitación cerrada, que no podía haber sucedido?

—Fue robada una cosa.

—¿Algo de valor?

—Para mi esposa tenía mucho valor. ¿Puedo explicarlo?

Realmente no puedo hablar acerca de ello sin dar un poco de explicación.

Avalon miró a los que rodeaban la mesa.

—¿Hay alguna objeción a que escuchemos a Mr. Dynast?

Gonzalo manifestó:

—Yo tengo objeciones a
no
escucharle.

—Sí, Mario, debería suponer que usted las tiene. Muy bien, Mr. Dynast. Pero usted debe entender que interrumpiremos con preguntas cuando las tengamos que hacer.

—Sin duda. Adelante. —Se volvió a Henry, que había ocupado su lugar acostumbrado junto al parador—. Camarero, ¿podría traerme un poco más de café?

Henry le sirvió y Dynast comenzó su relato.

—Mi esposa, caballeros, nació en una ciudad pequeña. Se casó conmigo cuando tenía treinta y tres años y ocurrió que no tuvimos hijos. Pasamos unos veinte años en la ciudad, pero ella nunca superó el hecho de ser una muchacha provinciana.

Anticuada, también. Creo que saben lo que quiero decir.

—No estoy seguro de que lo entendamos —contestó Avalon—. ¿Qué es lo que quiere decir?

—Quiero decir que ella salía para acudir a actos sociales de la iglesia, a excursiones y a toda clase de actividades de vecindario. Realmente, no podía hacer mucho más en la ciudad, ya comprenden. Pero, una vez me retiré y nos trasladamos fuera de la ciudad y compramos una bonita casa con algo de terreno, ella volvió con todo su empuje a la natación. Era como si intentara ser otra vez una muchacha. Sin niños y sin problemas de dinero, ella podía consumir todo el tiempo con esa afición.

Y yo estoy dispuesto a ello…, siempre que no me arrastre a hacer lo mismo.

—Supongo, pues, que usted no es un muchacho provinciano —dijo Rubin.

—Rotundamente no. Soy un tío del asfalto de Nueva York.

—¿Y no le aburre entonces vivir en las afueras?

—Oh, sin duda. Pero, en primer lugar, no estoy tan lejos de la ciudad que no pueda venir, alguna vez que otra, para llenar mis pulmones de aire sucio. A Ginny, mi esposa, no le importa. Y además, no estoy retirado del todo. Realizo trabajos de fontanería cuando alguien lo necesita, y eso llena una parte de mi tiempo. Ya saben, cada trabajo de fontanería es distinto, cada uno es un reto, especialmente si uno quiere hacerlo bien. Y la fontanería en las afueras es lo suficientemente distinta de la de la ciudad para ser interesante. Además…

Hizo una pausa y se sonrojó un poco.

—Además —continuó—, Ginny ha sido una buena esposa.

Ella aguantó en la ciudad cuando las cosas, a veces, no eran tan favorables y no se quejó más de lo que tenía que quejarse.

Ahora le ha llegado su turno y ella es feliz, o
era
feliz, y yo no iba a estropeárselo. Ginny se mantiene ocupada. Al no tener hijos, lo sustituye en cierto modo al estar siempre dispuesta a cuidar niños. La mitad del tiempo tenemos en casa chicos que corren y hacen ruido. A ella le encanta.

—¿Ya usted le encanta? —preguntó Trumbull mirando ceñudo.

—No, a mí no; pero es cosa suya. Ella no me pide que le ayude. No entiendo nada de niños.

—¿Y entiende su esposa? Si no tiene ninguno propio… —comentó Avalon.

—¡Oh, Dios mío! Ella no ha parido ninguno… Pero era la mayor de seis hermanos. Pasó prácticamente toda la vida hasta que se casó conmigo siendo una especie de auxiliar de su madre. Yo tenía un solo hermano mayor y así nos quedamos.

Los niños son un libro cerrado para mí, pero no los echo de menos. Una vez hablamos de adopción; pero yo estaba medio en contra y ella no me forzó.

Gonzalo preguntó con un toque de impaciencia:

—¿Vamos a hablar de la habitación cerrada?

—Existe otro punto que tengo que exponer. Lo que hace popular a mi esposa en estos actos sociales de la iglesia es que es una gran cocinera. Yo no puedo explicarlo por mí mismo.

Soy solamente un buen comedor y no sé lo que hace especial a la comida; pero la de ella
es
especial, y he pasado toda mi vida intentando no engordar a causa de ello.

Bajó la vista hacia su abdomen con algo de pena mientras lo decía.

—Escuchen —prosiguió—, si ella fuera una mala esposa, la toleraría por su arte de cocinar… Pero ella es una
buena
esposa. Yo no digo que su cocina sea fantasiosa. A ella no le sale la clase de comida que a uno le dan en los restaurantes elegantes. Lo de ella es un producto sencillo, pero se derrite en la boca. Sólo para que ustedes lo sepan: la especialidad de ella son los bollos de arándanos. Eso no parece gran cosa porque uno puede conseguirlos en todas partes, pero una vez se han probado los que hace Ginny, nunca se volverán a comprar. Comparados con los suyos, todo lo demás es basura.

»Ella tiene docenas de pequeñas cosas que hace mejor que nadie. No sé cómo. Quizá son las especias o la manera en que las mezcla o el tiempo que pasa en cocinarlas o quién sabe qué… Es un genio en eso, igual que yo soy bastante bueno en fontanería. Cuando lleva sus creaciones a uno de esos actos sociales o excursiones campestres a que va, todo el mundo se queda a su alrededor haciéndoseles la boca agua. Y a ella le gusta. Es su pasaporte a la fama y al éxito. Pero la cosa de la que está más orgullosa, lo que está más cerca de su corazón, son esos bollos de arándanos.

»Nadie puede sacarle recetas. Sólo las lleva en su cabeza, y ahí es donde las guarda. ¡En secreto! Son sus joyas de la corona. Nunca deja a nadie entrar en la cocina cuando está cocinando, excepto a mí, porque sabe que no soy capaz de enterarme de lo que está pasando.

Drake intervino:

—Recuerdo que mi madre acostumbraba a ser un poco así.

Cuando la cocina es la especialidad propia, uno no quiere que nadie le haga la competencia haciendo uso de sus descubrimientos.

—Es cierto —corroboró Dynast—. Pero la gente insistía en que escribiera las recetas e hiciera un libro con ellas. Una de las damas trajo un amigo que trabajaba en una editorial; ella habló con Ginny y le dijo que los libros de cocina daban dinero y que un buen libro de cocina de comida sencilla podía ser una mina de oro. También dijo que algún día Ginny se moriría y que no estaría bien que sus secretos culinarios murieran con ella. La aduló una barbaridad y yo pude ver que Ginny estaba empezando a pensar que la cosa tenía interés.

»Para decirles la verdad, yo también estaba un poco a favor de esto. Me habría gustado que ella fuera conocida ampliamente por su cocina. Yo me sentiría orgulloso. Así que la animé y ella comenzó a pensar en eso cada vez más.

»No es que fuera fácil, ya saben. Ella hablaba acerca del tema y decía cosas como: "Sólo cocino. Hago cosas sin ni siquiera pensar en ello. Añado y mezclo y todo está en la punta de mis dedos, no en mi cerebro. Si me pongo a escribir una receta, tendría que inventármela toda…" Entonces yo le dije: "Hazlo, de todos modos. Aunque sea difícil, lo haces. Escribir cualquier clase de libro es difícil. ¿Por qué no tendría que ser también difícil un libro de cocina?".

»Así que comenzó a trabajar a ratos en ello. Iba guardando todas las recetas que elaboraba en una cajita a prueba de fuego, que cerraba con una llave y me dijo: "No puedo incluir la receta de los bollos de arándanos. Es mi secreto". Yo dije: "Vamos, Ginny, déjate de secretos". Pero yo sabía lo que ella pensaba.

»Aquellos bollos de arándanos eran la única cosa que creaba sentimientos duros contra Ginny. Eran tan buenos y a todos los maridos les gustaban tanto, que todas las esposas tenían envidia. Las otras cosas las podían hacer muchas de ellas iguales de bien; pero los bollos de Ginny estaban fuera de su alcance. Existía el gran convencimiento de que ella estaba obligada a poner la receta en el tablón de anuncios de la iglesia, y que representaba una falta de caridad cristiana ser tan avara respecto del tema. Pero a Ginny no la conmoverían.

»En todo caso, ahora tienen ustedes la explicación. Un día iban a celebrar alguna reunión en la iglesia y, cosa rara, Ginny no creyó que tuviera que asistir. Explicó que quería permanecer en casa y trabajar con las recetas y que, además, se encargaría de algunos de los niños más pequeños de aquellos que asistían a la reunión para compensar el no acudir a ella. Acabó teniendo cinco chicos en casa durante unas tres horas. Durante aquellas tres horas la casa estuvo cerrada, incluso las ventanas, porque teníamos aire acondicionado. No había nadie en la casa, excepto Ginny y cinco chiquillos. Así fue.

—¿Dónde estaba usted, Mr. Dynast? —preguntó Avalon.

—En la ciudad. Para ser sincero, diré que siempre intento estar en cualquier otro lugar cuando hay demasiados niños. A Ginny no le importa. Supongo que está contenta de no tenerme por allí.

Gonzalo pregunto:

—¿Es ésa la habitación cerrada de la que usted está hablando, Mr. Dynast? ¿Su casa estaba cerrada sólo con su esposa y los cinco niños?

—Eso es.

—Supongo —dijo Avalon— que Mrs. Dynast haría muy poco trabajo con cinco niños alrededor.

—No fue de las veces peores —informó Dynast—. Cuatro de los niños eran veteranos, por decirlo de alguna manera, habían estado en casa muchas veces. Conocían a Ginny y ella los conocía también. Todos tenían entre tres y cuatro años y les había dado dulces y leche, muñecos y otros juguetes. Uno de los chavalines era nuevo; pero era el mejor de todos. Era hijo de una prima de una de las madres que venía regularmente. La prima y su marido iban a ir a la reunión con la madre, y Ginny se alegró de hacerse cargo del nuevo niño. Se llamaba Harold.

Tendría cerca de cinco años; se comportaba muy bien y era de buen carácter, según Ginny. Hasta ayudó a entretener a los otros niños. Era muy hábil con ellos.

»Así que Ginny siguió trabajando con sus recetas y, por primera vez, anotó la de los bollos de arándanos. No le gustaba hacerlo; no le gustaba en absoluto, según dijo. Por eso la escribió a lápiz, ligeramente, como si aquello equivaliera a escribirlo a medias. Incluso así, ella se desanimó, porque, justo antes de que todo hubiera terminado y se llevaran a los niños, rompió la ficha hasta dejarla reducida a confetti.

»Así sucedió lo que luego fue tan imposible de explicar.

Ella había anotado la receta casi al principio de su tarea de cuidar niños; la había roto cerca del final. La receta había existido, quizá durante unas dos horas y media en aquella casa cerrada, sin nadie dentro, excepto ella y los cinco niños y, durante aquellas dos horas y media el texto fue robado.

¿Llamarían ustedes a eso una historia de misterio de habitación cerrada?

Trumbull preguntó:

—¿Fue robada la receta? Entendí que usted había dicho que ella la rompió.

—No dije que el trozo de papel fuera robado. La receta
que estaba en él
fue robada. Al día siguiente, la receta estaba en el tablón de anuncios de la iglesia, palabra por palabra, tal como la había escrito ella. ¡Pobre Ginny! Estaba desolada.

Desde entonces, ha sido una mujer distinta. Ya no va a hacer el libro de cocina y no quiere tener nada que ver con la iglesia.

—¿Está disgustada con toda la iglesia? —preguntó Gonzalo—.

¿Quién la robó?

—No lo sabe y yo tampoco lo sé. No sabemos quién la robó y no sabemos cómo fue robada. Si lo supiéramos, ella podría superarlo. Podría tener a alguna persona concreta con la que enfurecerse. Podría ver que se debía a su propia falta de cuidado. Tal como ha ido la cosa… —Meneó la cabeza—. Ésa es la razón por la que yo me sentí tan interesado cuando alguien dijo que, en la vida real, no había historia de misterio de habitaciones cerradas. ¿Cómo le llaman ustedes a eso?

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