Cuentos completos (570 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
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Por otro lado, no nos importaba mucho en realidad que a Archie lo hubiese matado un asaltante común o el enemigo. En el Departamento no creemos en la venganza. No vamos a perder el tiempo tratando de establecer quién mató a uno de nuestros hombres para poder matarlo nosotros. Nuestro trabajo es mucho más importante que melodramas de ese género. Además, aunque hubiesen matado a Archie por orden de una importante embajada extranjera, era muy probable que el asesino fuese algún drogadicto pagado que ni siquiera sería capaz de recordar los pormenores de su contratación.

No, lo que era importante para nosotros era el trabajo de Archie, no Archie. Y la parte más importante de su trabajo era en aquel momento su relación con el informante enemigo, esa línea delgada, tan delgada, en verdad, que estaba trazada sólo entre esas dos personas y que ahora, al haber muerto una de las dos, se había cortado.

A menos, sin duda, que de alguna manera Archie hubiese conseguido dejar información que nos permitiera reconstruir la línea. No parecía muy probable que lo hubiese hecho, pero habría sido su deber y, por lo tanto, había que estudiar la posibilidad.

Como era natural, me tocó a mí encargarme de los tratos con la policía. Mi aire de serena autoridad siempre daba resultado frente a ella y calmaba las aguas tormentosas que se levantaban en forma inevitable cuando la gente local temía que la avasallasen las autoridades federales. Dediqué mucho tiempo a ciertas maniobras que me servían para ocultar el motivo preciso por el cual Washington se interesaba en el caso, pero no quiero aburrirlos con esa parte. Contaré la historia en forma mucho más directa de cómo ocurrió en realidad.

—¿Estaba aún vivo cuando lo encontraron? —empecé por preguntar.

—Qué va… Hacía por lo menos tres horas que había muerto.

—Qué lástima. Siempre es mejor cuando les resta un poco de vida y pueden decir algo.

—¿Cómo por ejemplo, “El hombre que me mató era” para luego estirar la pata antes de llegar a dar el nombre?

—Es preferible que lleguen a dar el nombre. Supongo que no dejó ningún mensaje, ¿no?

—Usted habla de esos que se escriben con la propia sangre en el pavimento. —El hombre de Homicidios estaba apunto de perder los estribos, pero no le di el gusto—. Había un poco de sangre en la chaqueta que llevaba, pero nada cerca de las manos ni en ellas. Y lo que es más, no había garabatos en el suelo, ni palabras formadas con cáscaras de banana u otra basura. Mire, le faltaba la billetera y lo más que pudimos hacer fue establecer su identidad.

—¿Le revisaron los bolsillos?

—Claro.

—¿Nada interesante? ¿Tiene una lista?

—Tengo algo mejor —dijo el detective—. Aquí tiene lo que había. —Al decir esto me pasó una bolsa de plástico y dejamos caer su contenido sobre el escritorio.

Revisé el material. Llaves, monedas, un peine de bolsillo, una agenda, un estuche para anteojos, un bolígrafo. Revisé la agenda. No había nada en ella pero sí varias hojas arrancadas. El buen agente registra lo menos posible en blanco y negro. Si por alguna razón tiene que anotar algo, se deshace de ello lo más pronto posible.

—¿Nada más? —pregunté. El detective agitó la bolsa de plástico sin decir una palabra. Con la sorpresa que es de imaginar vio cómo caía del interior una bolita de papel. La levanté y estiré el papel. Decía con letras irregulares, todas mayúsculas LLAMAR TAXI.

El papelito era una hoja de la agenda. Utilicé el bolígrafo para hacer algunas marcas en otro pedazo de papel sobre el escritorio y comprobé que correspondían en cuanto a color y grosor del trazo.

—¿Fue escrito esto después del crimen? —pregunté.

—Podría ser —respondió el detective, encogiéndose de hombros.

—¿En cuál de los bolsillos lo encontraron? ¿Estaba ya convertido en una bolita? ¿Dónde estaba el bolígrafo?

Debimos localizar al policía que descubrió el cuerpo de Archie y también al detective que llegó a la escena del crimen. Los resultados fueron definitorios. La bolita de papel estaba en el bolsillo izquierdo de la chaqueta. El bolígrafo sujeto por la mano derecha de Archie, estaba en el bolsillo derecho. Si nadie había tenido en cuenta esos detalles, era porque no se le había dado mayor importancia al asesinato.

Sin embargo, era claro que el último esfuerzo de Archie, excelente agente como era, nos proporcionaba importante información. Tenía que aludir de algún modo a su contacto, a alguna forma de reconstituir la línea de enlace.

Me puse a reflexionar. Archie no decía qué taxi se debía llamar. ¿Era el de una compañía en particular? ¿Utilizaba él alguna compañía en particular y en tal caso, podríamos averiguar cuál era? ¿Había algún mensaje que nos fuese posible obtener si consultábamos las páginas amarillas de la guía telefónica y revisábamos la sección “Taxis”? ¿O bien se trataba de otra cosa?

Pensé con gran concentración durante un minuto y luego adopté un curso de acción que me permitió localizar al informante enemigo y reconstituir la línea. Antes de que el otro lado localizase al informante y la tomara por su cuenta, tuvimos tiempo de reunir varios elementos de juicio que contribuyeron a la solución satisfactoria de la crisis de los misiles en Cuba. Fue, pues, un desenlace feliz…

—Ni se te ocurra —dije, pisándole un pie para impedir que se durmiese—. No nos has dicho lo importante.

Griswold frunció el ceño.

—Por supuesto que se los dije. Adopté un curso de acción que me permitió localizar al informante enemigo y…

—Sí, pero, ¿cómo? ¿A qué compañía de taxis llamaste?

—No llamé a ninguna. Por favor, hombre, no me digas que no comprendiste. Cuando haces un llamado dentro de la ciudad, marcas siete números. Cada número, del 2 al 9, tiene siete letras incluidas sobre el disco, que se remontan a la época en que las estaciones telefónicas tenían nombres. Tenemos ABC en la posición 2, DEF en la posición 3, y así, sucesivamente. Es posible dar un número formado por letras, siempre que no contenga ni unos ni ceros. En el “1” no hay letras, y en algunos diales hay solo una zeta asociada con el “0”.

Por ello no tuve que llamar a la compañía de taxis. Marqué T-A-X-I-C-A-B, que corresponde en números a 829-4222. Este era el punto de contacto. Sin duda, a Archie le resultó más fácil recordar la palabra que la combinación de números y, cuando agonizaba, todo lo que recordó fue la palabra… Por eso, ya desesperado, la garabateó.

Melodía misteriosa (1981)

“Death Song (Mystery Tune)”

Baranov hizo crujir su diario con decidido ademán de fastidio. Esa noche estábamos como de costumbre sentados en el augusto ámbito de nuestro club.

—Hubo otro asesinato por una pandilla en Brooklyn —dijo.

—¿Qué otra novedad hay? —pregunté, sin mostrarme muy impresionado.

—Lo que pasa ahora —dijo Baranov— es que destinarán quién sabe cuántas horas de trabajo policial a este caso, mientras las tareas de verdadera utilidad se van al diablo. ¿A quién le importa que un pistolero mate a otro? ¡Que se maten todos…!

—Se crea un mal precedente —dijo Jennings con tono sentencioso—. El asesinato es el asesinato y no puedes dejarlo pasar. Además, no sabes en realidad si se trata de un asesinato entre pistoleros hasta que lo investigas.

—Por otra parte —intervine—, casi ninguno de estos crímenes llega a resolverse nunca, de modo que tal vez la policía no pierda demasiado tiempo.

—Sí que lo pierde —respondió Baranov con vehemencia—. Se pierde muchísimo tiempo, demasiado, por poco que sea. Nadie de los involucrados hablará ya la policía no se le permite arrancarles la verdad a golpes. Ni siquiera los parientes más cercanos a la víctima quieren hablar, los muy tontos… Se diría que no quieren que el asesino sea atrapado.

En ese instante Griswold se movió. Sus suaves ronquidos terminaron con una nota estrangulada. Al recobrarse se atusó el bigote blanco con la mano en la que no sostenía su vaso de whisky con soda.

—Por supuesto que quieren que el asesino tenga su merecido, pero no por los procedimientos policiales. Quieren que su merecido sea la venganza de la banda, que, dicho sea de paso, es la más segura. La ética criminal se apoya en bocas cerradas. De lo contrario, las fuerzas de la sociedad sabrían demasiado para mal de todos. Una vez hubo un caso… —Griswold comenzaba así otra historia.

Por un instante dio la impresión de quedarse dormido otra vez, pero Jennings, el más próximo a él, le dio un pequeño puntapié en el tobillo. Los ojos de Griswold se abrieron de par en par. Después de un “¡Ay!” pronunciado muy bajo, comenzó a hablar.

Hubo una vez… Fue el caso de Jinks Ochenta y Ocho. Su nombre de pila era Christopher, creo, pero tenía talento como pianista y su manera de acariciar esas ochenta y ocho teclas le valió el apodo. Por lo menos, nadie lo nombró nunca por otro, que yo sepa.

Podría haber llegado a ser un gran pianista, según muchos. Era capaz de tocar cualquier cosa que hubiese oído una vez, de cualquier estilo y los acordes que improvisaba partían el alma. Tenia asimismo una hermosa voz. Pero le faltaba algo. Carecía de toda iniciativa. Y bebía con la mayor pericia también, malogrando así sus posibilidades.

A los treinta y cinco años, se ganaba la vida con bastante dificultad tecleando en los pianos de diversos bares y clubes nocturnos de segundo orden, y haciendo, además mandados para las bandas. Era un hombre bondadoso, aunque cuando bebía tenía mal vino —y bebía sin parar— el alcohol no parecía interferir su destreza en el teclado.

La policía lo conocía bien y en general lo dejaba tranquilo. Jamás molestaba, de manera que no había la menor oportunidad de levantarle cargo por ebriedad ni escándalo. Nunca consumía drogas ni las distribuía. No participaba en las actividades de las damas de la noche que llenaban los locales donde ejecutaba su música y los encargos que solía cumplir para los “muchachos” eran en verdad completamente inofensivos.

A veces la policía intentaba arrancarle algún dato, pero nunca hablaba.

En una ocasión dijo: “Escuchen, muchachos. No me hace ningún provecho que me vean con ustedes. No se trata de mí, solamente. Tengo una hermana que trabaja mucho, es casada y tiene un hijito. No soy motivo de orgullo para ella, y el solo hecho de que yo viva es un grave estorbo en su existencia. No quiero ser causa de que lo pase peor. No quiero que la molesten y, cualquiera con que advierta que frecuento mucho la compañía de ustedes, los policías, la molestará.

Esa es, desde luego, una de las razones por las cuales la gente no abre la boca, aun en los casos que cualquiera diría que les conviene hablar. Hablar de más es el pecado imperdonable y la venganza se vuelve no sólo contra quien habla sino contra todos los que lo rodean.

La policía lo dejaba, pues, tranquilo, porque lo comprendían y sabían que nunca hablaría y que, además, no tenía nada que decir.

Eso fue lo más triste de su muerte. Lo encontraron en un callejón con un cuchillo clavado en la espalda. Cuando llegó la policía estaba vivo aún. Por excepción, el crimen había sido denunciado. Hubo un llamado anónimo avisando que se oían gritos pidiendo socorro en el callejón. El informante, desde luego, no dio su nombre y cortó inmediatamente la comunicación. En general se encuentran los cadáveres sólo horas después del crimen, cuando toda la vecindad responde con ojos vidriosos cualquier pregunta y uno se encuentra con que muchos de ellos ni siquiera hablan nuestro idioma.

La policía no descubrió nunca por qué acuchillaron a Ochenta y Ocho. Nadie podía considerarlo un hombre peligroso. Por otra parte, en las bandas hay siempre rencillas internas como sucede en todos los grupos de cualquier sociedad y es posible que alguna gestión cumplida por Ochenta y Ocho hubiese provocado el enojo de uno de los miembros de la que lo rodeaba.

Los policías que aparecieron en la escena del crimen conocían bien a Ochenta y Ocho y, como el infeliz todavía estaba vivo, pidieron con urgencia una ambulancia. Ochenta y Ocho los miraba con expresión apacible, sin mostrar la menor preocupación en los ojos.

—Te sacaremos de esto, Ochenta y Ocho. Te salvarás.

Ochenta y Ocho sonrió.

—¿De qué habla, policía? Me muero. ¿Que me salvaré? Sí, cuando me muera me salvaré de muchas cosas. Estaré allá abajo, en el infierno, con todos mis amigos y mis esperanzas y si hay un buen pianito, me las arreglaré.

—¿Quién te hizo esto, Ochenta y Ocho?

—¿Qué le importa ni a usted ni a nadie?

—¿No quieres que atrapemos al canalla que te dejó así?

—¿Para qué? Si lo atrapan, ¿quiere decir que voy a vivir? No, me muero lo mismo. Tal vez me haya hecho un favor. De haber tenido valor ya me lo habría hecho yo a mí mismo hace años.

—Tenemos que atraparlo, Ochenta y Ocho. Ayúdanos. Si vas a morir, a ti no te hará nada. ¿Qué puede hacerte ya? ¿Bailar sobre tu tumba?

Ochenta y Ocho les dirigió una sonrisa exangüe.

—Seguramente no encuentre ninguna tumba. Me arrojarán a alguna pila de desperdicios. Y no van a bailar allí. Bailarán sobre mi hermana. No puedo permitirlo. Les agradecería que le dijeran a todo el mundo que no dije nada.

—Lo diremos, Ochenta y Ocho, no te preocupes. Pero que sea mentira. Danos tan sólo un nombre, un dato, una señal con la cabeza. Cualquier cosa. Mira, me ayudaría en mi trabajo y yo nunca diré que me dijiste nada.

Ochenta y Ocho parecía divertido.

—¿Quieres ayuda? ¿Qué te parece esto? —Movió los dedos como quien golpea teclas invisibles y tarareó unos pocos compases musicales.

—¿Qué es? —preguntó el policía.

—Tienes tu dato, policía. No puedo hablar más.

Dicho esto, Ochenta y Ocho cerró los ojos y murió durante el trayecto al hospital.

Al día siguiente me llamaron. Estaba haciéndose costumbre en la policía y no me hizo ninguna gracia. Yo tenía mis propias obligaciones y ayudar a la policía solo me significaba el honor de que me lo agradecieran. Recompensas más palpables… ninguna. Ni siquiera conseguí nunca que me perdonasen una infracción de tránsito.

—¿Asesinato entre bandas? ¿A quién le importa? ¿Qué diferencia hace que lo resuelvan o no?

Fue mi lógica reacción. Estaba conversando con Carmody, un teniente de la sección Homicidios.

Con un gruñido, Carmody respondió:

—¿Cree que merezco esa respuesta? ¿No basta con que sea la que nos dan todos los idiotas? En primer lugar, el hombre que se bajaron era un pobre infeliz que nunca le hizo mal a nadie salvo a sí mismo y que mereció algo mejor que lo que le tocó en la vida… pero no nos pongamos sentimentales. Veámoslo desde otro punto de vista… Si logramos identificar a alguien, estaremos tocando a la organización a la que pertenezca. Podría ser útil. Quizá no consiguiéramos que la condenaran. Es posible que la banda continuara sin él. Pero hay una probabilidad, solo una probabilidad, de que el baquetazo provoque algunos agujeros en la organización, agujeros que aprovecharíamos para meternos, destrozarla y recoger los fragmentos hasta en Newark, bien lejos de Nueva York. Tenemos que jugar esa carta, Griswold, y usted debe tratar de ayudarnos.

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